Fábulas Morales De Samaniego

Félix María Samaniego

Félix María Samaniego

ÍNDICE

LAS MOSCAS

LOS GATOS ESCRUPULOSOS

EL ASNO Y EL COCHINO

LA LECHERA

EL ZAGAL Y LAS OVEJAS

LA ZORRA Y LAS UVAS

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

EL LOBO Y EL PERRO

LA ZORRA Y LA CIGÜEÑA

EL PERRO Y EL COCODRILO

EL CUERVO Y EL ZORRO

EL LEOPARDO Y LAS MONAS

EL ASNO Y EL LOBO

EL LOBO Y EL PERRO FLACO

LOS ANIMALES CON PESTE

EL LEÓN Y EL RATÓN

LOS DOS AMIGOS Y EL OSO

—oOo—

LAS MOSCAS

A un panal de rica miel

dos mil moscas acudieron,

que por golosas murieron

presas de patas en él.

Otra dentro de un pastel

enterró su golosina.

Así, si bien se examina,

los humanos corazones

perecen en las prisiones

del vicio que los domina.

LOS GATOS ESCRUPULOSOS

¡Qué dolor!, por un descuido

Micifuf y Zapirón

se comieron un capón,

en un asador metido.

Después de haberse lamido

trataron en conferencia,

si obrarían con prudencia

en comerse el asador.

¿Le comieron? No señor.

Era caso de conciencia.

EL ASNO Y EL COCHINO

Envidiando la suerte del Cochino,

un Asno maldecía su destino.

«Yo, decía, trabajo y como paja;

él come harina, berza y no trabaja:

a mí me dan de palos cada día;

a él le rascan y halagan a porfía».

Así se lamentaba de su suerte;

pero luego que advierte

que a la pocilga alguna gente avanza

en guisa de matanza,

armada de cuchillo y de caldera,

y que con maña fiera

dan al gordo cochino fin sangriento,

dijo entre sí el jumento:

Si en esto para el ocio y los regalos,

al trabajo me atengo y a los palos.

LA LECHERA

Llevaba en la cabeza

una lechera el cántaro al mercado

con aquella presteza,

aquel aire sencillo, aquel agrado,

que va diciendo a todo el que lo advierte

¡Yo si que estoy contenta con mi suerte!

Porque no apetecía

más compañía que su pensamiento,

que alegre le ofrecía

inocentes ideas de contento.

Marchaba sola la feliz lechera,

y decía entre sí de esta manera:

«Esta leche vendida,

en limpio me dará tanto dinero,

y con esta partida

un canasto de huevos comprar quiero,

para sacar cien pollos, que al estío

merodeen cantando el pío, pío

«Del importe logrado

de tanto pollo mercaré un cochino;

con bellota, salvado,

berza, castaña engordará sin tino;

tanto que puede ser que yo consiga

ver como se le arrastra la barriga

Llevarélo al mercado:

sacaré de él sin duda buen dinero;

compraré de contado

una robusta vaca y un ternero,

que salte y corra toda la campaña,

hasta el monte cercano a la cabaña».

Con este pensamiento

enajenada, brinca de manera

que a su salto violento

el cántaro cayó. ¡Pobre lechera!

¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,

huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.

¡Oh loca fantasía!,

¡Qué palacios fabricas en el viento!

Modera tu alegría;

no sea que saltando de contento,

al contemplar dichosa tu mudanza,

quiebre tu cantarilla la esperanza.

No seas ambiciosa

de mejor o más próspera fortuna;

que vivirás ansiosa

sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el bien futuro:

mira que ni el presente está seguro

EL ZAGAL Y LAS OVEJAS

Apacentando un joven su ganado,

gritó desde la cima de un collado:

«¡Favor! que viene un lobo, labradores»

Estos, abandonando sus labores,

acuden prontamente

y hallan que es una chanza solamente.

Vuelve a llamar, y temen la desgracia;

segunda vez los burla. ¡Linda gracia!

Pero, ¿qué sucedió la vez tercera?

Que vino en realidad la hambrienta fiera.

Entonces el zagal se desgañita,

y por más que patea, llora y grita,

no se mueve la gente escarmentada

y el lobo le devora la manada.

¡Cuantas veces resulta de un engaño,

contra el engañador el mayor daño!

LA ZORRA Y LAS UVAS

Es voz común que a más del mediodía

en ayunas la zorra iba cazando.

Halla una parra, quedase mirando

de la alta vid el fruto que pendía.

Causábale mil ansias y congojas

no alcanzar a las uvas con la garra,

al mostrar a sus dientes la alta parra

negros racimos entre verdes hojas.

Miró, saltó y anduvo en probaduras;

pero vio el imposible ya de fijo.

Entonces fue cuando la zorra dijo:

¡No las quiero comer! ¡No están maduras!

No por eso te muestres impaciente

si se te frustra, Fabio, algún intento;

aplica bien el cuento

y di: ¡No están maduras!, frescamente.

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

Érase una gallina que ponía

un huevo de oro al dueño cada día.

Aún con tanta ganancia, mal contento,

quiso el rico avariento

descubrir de una vez la mina de oro,

y hallar en menos tiempo más tesoro.

Matóla; abrióla el vientre de contado;

pero después de haberla registrado

¿qué sucedió?. Que, muerta la gallina,

perdió su huevo de oro, y no halló mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante,

enriquecerse quieren al instante,

abrazando proyectos

a veces de tan rápidos efectos,

que sólo en pocos meses,

cuando se contemplaban ya marqueses,

contando sus millones,

se vieron en la calle sin calzones!

LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Cantando la Cigarra

pasó el verano entero,

sin hacer provisiones

allá para el invierno;

los fríos la obligaron

a guardar el silencio

y a acogerse al abrigo

de su estrecho aposento.

Viose desproveída

del preciso sustento:

sin mosca, sin gusano,

sin trigo y sin centeno.

Habitaba la Hormiga

allí tabique en medio,

y con mil expresiones

de atención y respeto

le dijo: «Doña Hormiga,

pues que en vuestro granero

sobran las provisiones

para vuestro alimento,

prestad alguna cosa

con que viva este invierno

esta triste Cigarra,

que, alegre en otro tiempo,

nunca conoció el daño,

nunca supo temerlo.

No dudéis en prestarme,

que fielmente prometo

pagaros con ganancias,

por el nombre que tengo

La codiciosa Hormiga

respondió con denuedo,

ocultando a la espalda

las llaves del granero:

«¡Yo prestar lo que gano

con un trabajo inmenso!

Dime, pues, holgazana,

¿qué has hecho en el buen tiempo?»

«Yo, dijo la Cigarra,

a todo pasajero

cantaba alegremente,

sin cesar ni un momento

«¡Hola! ¿con que cantabas

cuando yo andaba al remo?

Pues ahora, que yo como,

baila, pese a tu cuerpo

EL LOBO Y EL PERRO

En busca de alimento

iba un Lobo muy flaco y muy hambriento.

Encontró con un Perro tan relleno,

tan lucio, sano y bueno,

que le dijo: «Yo extraño

que estés de tan buen año

como se deja ver por tu semblante,

cuando a mí, más pujante,

más osado y sagaz, mi triste suerte

me tiene hecho retrato de la muerte

El Perro respondió: «Sin duda alguna

lograrás, si tú quieres, mi fortuna.

Deja el bosque y el prado;

retírate a poblado;

servirás de portero

a un rico caballero,

sin otro afán ni más ocupaciones

que defender la casa de ladrones

«Acepto desde luego tu partido,

que para mucho más estoy curtido.

Así me libraré de la fatiga,

a que el hambre me obliga

de andar por montes sendereando peñas,

trepando riscos y rompiendo breñas,

sufriendo de los tiempos los rigores,

lluvias, nieves, escarchas y calores

A paso diligente

marchando juntos amigablemente,

varios puntos tratando en confianza,

pertenecientes a llenar la panza.

En esto el Lobo, por algún recelo,

que comenzó a turbarle su consuelo,

mirando al Perro, le dijo: «He reparado

que tienes el pescuezo algo pelado.

Dime: ¿Qué es eso?» «Nada».

«Dímelo, por tu vida, camarada».

«No es más que la señal de la cadena;

pero no me da pena,

pues aunque por inquieto

a ella estoy sujeto,

me sueltan cuando comen mis señores,

recíbenme a sus pies con mil amores:

ya me tiran el pan, ya la tajada,

y todo aquello que les desagrada;

éste lo mal asado,

aquél un hueso poco descarnado;

y aún un glotón, que todo se lo traga,

a lo menos me halaga,

pasándome la mano por el lomo;

yo meneo la cola, callo y como

«Todo eso es bueno, yo te lo confieso;

pero por fin y postre tú estás preso:

jamás sales de casa,

ni puedes ver lo que en el pueblo pasa

«Es así» «Pues, amigo,

la amada libertad que yo consigo

no he de trocarla de manera alguna

por tu abundante y próspera fortuna.

Marcha, marcha a vivir encarcelado;

no serás envidiado

de quien pasea el campo libremente,

aunque tú comas tan glotonamente

pan, tajadas, y huesos; porque al cabo,

no hay bocado en sazón para un esclavo

LA ZORRA Y LA CIGÜEÑA

Una Zorra se empeña

en dar una comida a la Cigüeña.

La convidó con tales expresiones,

que anunciaba sin duda provisiones

de lo más excelente y exquisito.

Acepta alegre, va con apetito;

pero encontró en la mesa solamente

jigote claro sobre chata fuente.

En vano a la comida picoteaba,

pues era, para el guiso que miraba,

inútil tenedor su largo pico.

La Zorra, con la lengua y el hocico,

limpió tan bien su fuente, que pudiera

servir de fregatriz si a Holanda fuera.

Mas de allí a poco tiempo, convidada

de la Cigüeña, halla preparada

una redoma de jigote llena.

Allí fué su aflicción; allí su pena:

el hocico goloso al punto asoma

al cuello de la hidrópica redoma;

mas en vano, pues era tan estrecho

cual si por la Cigüeña fuese hecho.

Envidiosa de ver que a conveniencia

chupaba la del pico a su presencia,

vuelve, tienta, discurre,

huele, se desatina, en fin, se aburre.

Marchó rabo entre piernas, tan corrida,

que ni aún tuvo siquiera la salida

de decir: ¡están verdes! como antaño.

¡También hay para pícaros engaño!

EL PERRO Y EL COCODRILO

Bebiendo un Perro en el Nilo,

al mismo tiempo corría.

«¡Bebe quieto!», le decía

un taimado Cocodrilo.

Dijole el Perro, prudente:

«Dañoso es beber y andar;

pero, ¿es sano el aguardar

a que me claves el diente?»

¡Oh; qué docto perro viejo!

Yo venero su sentir

en esto de no seguir

del enemigo el consejo.

EL CUERVO Y EL ZORRO

En la rama de un árbol,

bien ufano y contento,

con un queso en el pico,

estaba el señor Cuervo.

Del olor atraído,

un Zorro muy maestro

le dijo estas palabras

un poco más o menos:

«¡Tenga usted buenos días,

señor Cuervo, mi dueño!

¡Vaya que estáis donoso,

mono, lindo en extremo!

Yo no gasto lisonjas,

y digo lo que siento;

que si a tu bella traza

corresponde el gorjeo,

juro a la diosa Ceres,

siendo testigo el cielo,

que tú serás el Fénix

de sus vastos imperios

Al oír un discurso

tan dulce y halagüeño,

de vanidad llevado,

quiso cantar el Cuervo.

Abrió su negro pico,

dejó caer el queso.

El muy astuto Zorro,

después de haberle preso,

le dijo: «Señor bobo,

pues sin otro alimento,

quedáis con alabanzas

tan hinchado y repleto,

digerid las lisonjas

mientras yo digiero el queso»

Quien oye aduladores,

nunca espere otro premio.

EL LEOPARDO Y LAS MONAS

No a pares, a docenas encontraba

las Monas en Tetuán, cuando cazaba,

un Leopardo. Apenas lo veían,

a los árboles todas se subían,

quedando del contrario tan seguras,

que pudieran decir: «No están maduras!»

El cazador astuto se hace el muerto

tan vivamente, que parece cierto.

Hasta las viejas Monas,

alegres con el caso y juguetonas,

empiezan a saltar: la más osada

baja, arrímase al muerto de callada;

mira, huele y aun tienta,

y grita muy contenta:

«¡Llegad, que muerto está de todo punto;

tanto, que empieza a oler el tan difunto!»

Bajan todas con bulla y algazara;

ya le tocan la cara,

ya le saltan encima;

aquélla se le arrima,

y haciendo mimos, a su mano queda;

otra se finge muerta y lo remeda.

Mas luego que las siente fatigadas

de correr, de saltar y hacer monadas,

levántase ligero

y, más que nunca fiero,

pilla, mata y devora: de manera

que parecía la sangrienta fiera,

cubriendo con los muertos la campaña,

al Cid matando moros en España.

Es el peor enemigo el que aparenta

no poder causar daño, porque intenta,

inspirando confianza,

asegurar su golpe de venganza.

EL ASNO Y EL LOBO

Un Burro cojo vió que le seguía

un Lobo cazador, y, no pudiendo

huir de su enemigo, le decía:

«Amigo Lobo, yo me estoy muriendo;

me acaban por instantes los dolores

de este maldito pie de que cojeo.

Si yo me valiese de herradores,

no me vería así como me veo.

Y pues fallezco, sé caritativo:

sácame con los dientes este clavo.

Muera yo sin dolor tan excesivo,

y cómeme después de cabo a rabo»

¡Oh!, dijo el cazador con ironía,

contando con la presa ya en la mano,

¡No solamente sé la anatomía,

sino que soy perfecto cirujano!

El caso es para mí una patarata:

La operación, no es más que de un momento.

¡Alargue bien la pata,

y no se acobarde, buen jumento!»

Con su estuche molar desenvainado,

el nuevo profesor llega doliente;

mas éste le dispara de contado

una coz que le deja sin un diente.

Escapa el cojo; pero el triste herido

llorando se quedó su desventura.

«¡Ay, infeliz de mí! ¡Bien merecido

el pago tengo de mi gran locura!

¡Yo siempre me llevé el mejor bocado

en mi oficio de Lobo carnicero!

Pues si pude vivir tan regalado,

¡a qué meterme ahora a curandero?»

Hablemos con razón no tiene juicio

quien deja el propio por ajeno oficio.

EL LOBO Y EL PERRO FLACO

Distante de la aldea

iba cazando un perro

flaco, que parecía

un andante esqueleto.

Cuando menos lo piensa,

un lobo lo hizo preso.

Aquí de sus clamores,

de sus llantos y ruegos.

«Decidme señor lobo:

¿Qué queréis de mi cuerpo,

si no tiene otra cosa

que huesos y pellejo?

Dentro de quince días

casa a su hija mi dueño,

y ha de haber para todos

arroz y gallo muerto.

Dejadme ahora libre,

que, pasado este tiempo,

podréis comerme a gusto,

lucio, gordo y relleno

Quedaron convenidos,

y apenas se cumplieron

los días señalados,

el lobo buscó al perro.

Estábase en su casa

con otro compañero

llamado Matalobos,

mastín de los más fieros.

Salen a recibirle

al punto que lo vieron.

Matalobos bajaba

con corbatín de hierro.

No era el lobo persona

de tantos cumplimientos,

y así, por no gastarlos,

cedió de su derecho.

Huía, y le llamaban;

mas él iba diciendo

con el rabo entre las piernas:

«Pies, ¿para qué os quiero?»

Hasta los niños saben

que es de mayor aprecio

un pájaro en la mano

que por el aire ciento.

LOS ANIMALES CON PESTE

En los montes, los valles y collados

de animales poblados,

se introdujo la peste de tal modo,

que en un momento lo inficiona todo.

Allí donde su corte el león tenía,

mirando cada día

las cacerías, luchas y carreras

de mansos brutos y de bestias fieras,

se veían los campos ya cubiertos

de enfermos miserables y de muertos.

«¡Mis amados hermanos»,

exclamó el triste rey, «mis cortesanos,

ya veis que el justo cielo nos obliga

a implorar su piedad, pues nos castiga

con tan horrenda plaga!

Tal vez se aplacará con que se le haga

sacrificio de aquel más delincuente

y muera el pecador, no el inocente.

Confiese todo el mundo su pecado:

Yo cruel, sanguinario, he devorado

inocentes corderos,

ya vacas, ya terneros,

y he sido, a fuerza de delito tanto,

de la selva terror, del bosque espanto»

«Señor», dijo la zorra, «en todo eso

no se halla más exceso

que el de vuestra bondad, pues que se digna

de teñir en la sangre ruin, indigna,

de los viles carnudos animales

los sacros dientes y las uñas reales»

Trató la corte al rey de escrupuloso.

Allí del tigre, de la onza y oso

se oyeron confesiones

de robos y de muertes a millones;

mas entre la grandeza, sin lisonja,

pasaron por escrúpulos de monja.

El asno, sin embargo, muy confuso,

prorrumpió: «Yo me acuso

que al pasar por un trigo este verano,

yo hambriento, él lozano,

sin guarda ni testigo,

caí en la tentación, comí del trigo».

«¡Del trigo! ¡Y un jumento!»

gritó la zorra, «¡horrible atrevimiento!».

Los cortesanos claman: «¡Este, éste

irrita al cielo, que nos da la peste!».

Pronuncia el rey de muerte la sentencia,

y ejecutóla el lobo a su presencia.

Te juzgarán virtuoso

si eres, aunque perverso, poderoso;

y aunque bueno, por malo detestable

cuando te miren pobre y miserable.

Esto hallará en la corte quien lo vea,

y aun en el mundo todo. ¡Pobre Astrea!

EL LEÓN Y EL RATÓN

Estaba un ratoncillo aprisionado

en las garras de un león; el desdichado

en la tal ratonera no fue preso

por ladrón de tocino ni de queso,

sino porque con otros molestaba

al león, que en su retiro descansaba.

Pide perdón, llorando su insolencia.

Al oír implorar la real clemencia,

responde el rey en majestuoso tono

(no dijera más Tito) : «¡Te perdono!»

Poco después cazando el león, tropieza

en una red oculta en la maleza.

Quiere salir; mas queda prisionero.

Atronando la selva ruge fiero.

El libre ratoncillo, que lo siente,

corriendo llega, roe diligente

los nudos de la red, de tal manera,

que al fin rompió los grillos de la fiera.

Conviene al poderoso

para los infelices ser piadoso;

tal vez se puede ver necesitado

del auxilio de aquel más desdichado.

LOS DOS AMIGOS Y EL OSO

A dos amigos se aparece un oso:

el uno, muy medroso,

en las ramas de un árbol se asegura;

el otro, abandonado a la ventura,

se finge muerto repentinamente.

El oso se le acerca lentamente:

mas como este animal, según se cuenta,

de cadáveres nunca se alimenta,

sin ofenderlo lo registra y toca,

huélele las narices y la boca;

no le siente el aliento

ni el menor movimiento;

y así, se fue diciendo sin recelo:

«¡Éste tan muerto está como mi abuelo!

Entonces el cobarde,

de su gran amistad haciendo alarde,

del árbol se desprende muy ligero,

corre, llega y abraza al compañero,

pondera la fortuna

de haberle hallado sin lesión alguna,

y al fin le dice: «¿Sabes que he notado

que el oso te decía algún recado?

¿Qué pudo ser?» «Diréte lo que ha sido:

Estas dos palabritas al oído:

Aparta tu amistad de la persona

que si te ve en el riesgo te abandona

—oOo—

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