EL OPUS DEI, Jean Saunier (Libro)

EL OPUS DEI, Jean Saunier

EL OPUS DEI

Jean Saunier

Primera Edición 1976 (de la francesa de 1973)

Ediciones Roca, México

NOTA: Está agotada la versión española de esta obra. La colocamos aquí sólo con fines didácticos y mientras no se ponga de nuevo a la venta.

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El fenómeno «Opus Dei» llama progresivamente la atención tanto de políticos como de historiadores contemporáneos. A punto de entrar en prensa este libro [1975-1976], una de las organizaciones políticas más moderadas de la Unidad Popular chilena, desalojada del poder por la fuerza de las armas, ha hecho una denuncia pública de lo más interesante, vinculando a esta organización religiosa con todo el drama que sufre el pueblo chileno. Parece como si el Opus Dei representara actualmente en Chile el papel de «eminencia gris» de la Junta Militar que avasalla a este país. Y también progresivamente se van conociendo más informaciones acerca de los esfuerzos de la Obra para ir penetrando en círculos de la vida económica, cultural, universitaria y social de los restantes países latinoamericanos.

Los miembros conocidos o desenmascarados de la Obra afirman con toda unanimidad que sus actividades en el mundo de la política, de la economía o de la vida universitaria tiene un carácter rigurosamente personal y privado, ajenas por completo a los propósitos específicos de la misma. Sin embargo, un examen más a fondo saca a la superficie toda una serie de evidencias que confirman la existencia, en el Opus Dei, de objetivos que van más allá de un perfeccionamiento cristiano de sus adeptos. Bastaría remitirse al significado y composición de los últimos gobiernos de España bajo la dictadura del general Franco, para comprender que allí donde nació y es más fuerte y cohesionada esta organización, no puede negarse la existencia de un trasfondo que evidencia el significado más genuino y trascendente de la Obra.

Este trabajo de Jean Saunier, en realidad una investigación acuciosa acerca de los antecedentes, génesis y desarrollo del Opus Dei, nos alerta sobre sus verdaderos objetivos, así como de los peligros que una preponderancia de la Obra en nuestros países latinoamericanos entrañaría para las luchas reivindicativas de la soberanía nacional y del libre desenvolvimiento económico en que todos estos países están empeñados.

¿Se trata, pues, de una sociedad secreta moderna? ¿Hasta dónde llegan sus aspiraciones? ¿Qué métodos de penetración y desarrollo emplea? ¿De dónde emanan sus directivas? ¿Se trata, tal vez, de alcanzar una especie de imperio económico transnacional? Muchas preguntas más podríamos hacernos, pues el fenómeno es tan complicado como complicado es hoy el mundo en que vivimos, en el que unas fuerzas caminan hacia su desaparición por el imperio del desarrollo histórico y otras emergen en función de su propia significación histórica. Este libro de Jean Saunier viene a hacer luz sobre un fenómeno interesadamente oculto y que es necesario conocer para luchar contra peligros ciertos.

(Tomado de la solapa del libro.)

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INDICE

Prólogo a la edición española

Un lance tenebroso

Los años oscuros

La Compañía del Santo Sacramento

La Congregación de los Caballeros de la Fe

La red secreta de la «Sapiniére»

Integrismo y clericalismo

La ideología de Camino

Una organización «desorganizada»

La conquista de la élite intelectual

El imperio financiero de la Obra de Dios

El Opus Dei y el poder

¿Obra divina o humana?

Las Constituciones del Opus Dei

Apéndice: El Opus Dei y la enseñanza en México

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PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Como es sabido, la historia de España es imprevisible, y el autor de este libro lo puede atestiguar por sí mismo.

Apenas aparecida la edición francesa, en diciembre de 1973, un audaz atentado conocido como «Operación ogro» puso fin a la vida del almirante Carrero Blanco, considerado como un ferviente defensor del Opus Dei y piedra angular para la sucesión de Franco. Muchas cosas que parecían aseguradas, comenzando por la pre­ponderancia del Opus Dei en el aparato gubernamental español, se han desvanecido. Y la Falange franquista, que parecía eliminada, vuelve a la escena política, desqui­ciando las reglas del juego.

Y cuando se prepara la edición en lengua española de este libro, nos enteramos de la muerte, el 26 de junio de 1975, de José María Escrivá de Balaguer, fun­dador de la Obra y «padre» venerado de todos los opus­deístas.

¿Continuará la Obra, después de la desaparición de Escrivá de Balaguer, el mismo camino? ¿Intentará cam­biar, bajo una nueva dirección? ¿Quién la conducirá mañana? Preguntas sin respuesta.

Sin respuesta, pues se trata del destino mismo de España -marcado desde hace muchos años por una abominable certidumbre, la dictadura-, que se presenta hoy como un inmenso interrogante.

Es notorio que ahora España entera vive en la espera de acontecimientos -y el menos importante de éstos no será la muerte del Caudillo- que pueden modificar con­siderablemente el curso de su historia.* Se esbozan dis­cretas actividades políticas, desde el general Díez Alegría al conde de Barcelona, desde la Junta Democrática a las Comisiones Obreras, y el sorprendente ejemplo portu­gués muestra que el destino de los pueblos, a pesar de la dureza de la represión, pertenece siempre a ellos mismos.

Todo esto explica la dificultad que existe actualmen­te para sentar un juicio firme acerca del destino del Opus Dei en España y en el mundo.

Mas, si por el momento se debe renunciar a predecir el futuro de la Obra, se hace imprescindible completar este libro con algunas informaciones complementarias sobre la expansión del Opus Dei en los países de Amé­rica Central y del Sur.

En efecto, muy pronto el Opus Dei intentó estable­cerse en México, y se conoce una edición de Camino en ese país ya desde 1949, incluso antes de que la Obra se estableciese en Francia, Italia o los Estados Unidos.

Por otra parte, México ha sido el primer país en que el Opus Dei haya penetrado en América Latina, seguido de Perú, Venezuela, Colombia…

Según Jesús Ynfante, a partir de 1970 la Obra ya había fundado en México las siguientes instituciones: la Residencia Universitaria Panamericana; el Centro Lati­noamericano de Estudios Universitarios; la Escuela Su­perior de Administración de Instituciones; el Centro de Capacitación para Empleados Domésticos (Alhucema); el Instituto Superior de Cultura y Arte (en Yucatán); el Patronato Montefalco (granja-escuela para campesi­nos); el Patronato Hogar y Cultura; la Librería Ibis (libros y exposición de arte), y otros. Se afirma que los efectivos del Opus Dei en México alcanzan la cifra de 9,000 miembros (entre los cuales, hombres de negocios como Azcárraga, agente de la Chrisler para México), y son conocidos los esfuerzos para establecerse seriamente en todo el continente sudamericano.

Algunos de los miembros del Opus Dei forman parte de organismos oficiales: en Perú, de la Oficina Nacio­nal de Racionalización de la Administración Pública; en Venezuela, de la Oficina Central de Coordinación y Planificación; en Colombia, de la Escuela Superior de Administración Pública.

Las denominaciones de estos organismos muestran palpablemente que la Obra intenta implantarse en gru­pos comparables a los que, en España, le han permitido ejercer tanta influencia.

A la Obra se la encuentra también en otros campos, como en el de la enseñanza superior, y en el último de los países citados, Colombia, cuenta con Octavio Ariz­mendi en el Ministerio de Educación Nacional, que le ha ayudado a hacerse presente en los medios universi­tarios. Esto ocurre también en Caracas y Santiago de Chile, en donde intenta influenciar a la juventud uni­versitaria.

Más poco importa citar aquí lugares y nombres: por todo el mundo el Opus Dei prosigue la misma labor, con los mismos medios que se describen en este libro.

Sería de desear que este trabajo permita compren­der los reales peligros que la tal Obra representa para la libertad de los pueblos.

París, 4 de julio de 1975

JEAN SAUNIER

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* Sin duda el lector comprenderá que los últimos aconte­cimientos políticos acaecidos en España en las últimas semanas a partir de la enfermedad y posterior deceso del general Fran­cisco Franco, dejan fuera de actualidad determinados comen­tarios o previsiones respecto al futuro político de este país, en particular teniendo en cuenta la velocidad con que se suceden los cambios tácticos tanto de parte de las fuerzas en el poder como de la oposición democrática. A la vez aprovechamos la oportunidad de esta nota para llamar la atención del lector en cuanto a que por la época tan fluida políticamente en que fue escrito este libro y su aparición en lengua francesa, algunos elementos informativos que se dan en él hubieran sufrido cier­tas modificaciones o aclaraciones, si la obra hubiese aparecido algunos meses después; sin que ello reste en lo absoluto el menor valor a este libro, importante para contribuir a difundir verdades ignoradas por el gran público y de importancia sus­tancial para comprender muchos fenómenos que sin esa infor­mación parecerían oscuros e incluso incomprensibles (N. del Ed.).

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«Si, por un lado, la conspiración que preten­do desenmascarar resulta inquietante en ra­zón de sus avances, por el otro tiene un carácter enteramente original. Las confabulaciones de esta índole suelen planearlas hombres execrables que se valen de medios ruines. Pero la que aquí menciono ha sido urdida por hombres píos en el marco de lo sagrado.» (FRANCOIS DE MONTLOSIER, Memoria para consulta en torno a un sistema político y reli­gioso que pretende destruir la religión, la sociedad y el trono, 1826.)

UN LANCE TENEBROSO

MATESA

Tres sílabas de significado un tanto oscuro, pero que no entrañan misterio alguno cuando advertimos que co­rresponden a las siglas de una firma comercial española: Maquinaria Textil del Norte de España, S. A. Sí, a decir verdad, nada extraño hay en ellas. La sociedad se cons­tituyó el 20 de julio de 1956, con un capital escriturado que, en 1968, era de 600 millones de pesetas. Tenía su sede en Pamplona, y su director general era don Juan Vila Reyes. Una empresa como otras muchas en Europa. No obstante…

EL ESCANDALO FINANCIERO

Desde el verano de 1969, para los millones de espa­ñoles y para cuantos en el mundo se interesan por lo que ocurre en España, MATESA es, antes que nada, «el escándalo MATESA», o lo que muchos llaman, también, «el asunto del Opus Dei».

¿Qué relación puede existir entre una empresa in­dustrial que explota una patente francesa de telares y una organización religiosa que proclama como fin el «difundir en la sociedad contemporánea, y en especial en los ambientes intelectuales, los principios de la per­fección cristiana»? 1

En apariencia, ninguna. Eso en circunstancias nor­males. Pero si seguimos los cauces que van del escándalo financiero al contexto político, y de este último al papel que desempeñan algunos miembros del Opus Dei en el actual gobierno español, veremos que no por estar en­cubierta dicha relación es menos manifiesta.

El mecanismo financiero del «asunto MATESA» es sen­cillo. Con todo, a pesar de que la prensa internacional se ocupó del mismo con bastante detalle, bueno será rememorarlo a grandes rasgos.

Hemos dicho que la mentada firma explotaba la patente francesa de un telar sin lanzadera. A tal efecto, la empresa creó numerosas filiales en España y el resto del mundo (más de setenta). En lo relativo a España se trataba de contribuir a la descentralización económica pregonada por el Plan de Desarrollo español, y de cara al exterior se pretendía conquistar para la industria es­pañola un puesto en el mercado mundial. MATESA vino a erigirse en el símbolo de una España nueva, abierta al desarrollo económico y capaz de hacer frente a la com­petencia internacional, tarea muy encomiable, por lo demás, si no mediaran algunos detalles que empañan el cuadro de estas aspiraciones.

En realidad MATESA exportaba pocos telares. Su prin­cipal actividad consistía en transferir capitales españoles al exterior, lo cual le permitía adquirir participaciones en sociedades extranjeras. Para decirlo de forma más clara: dichos capitales eran créditos oficiales destinados precisamente a subvencionar a las empresas exportado­ras. Así pues, nos hallamos ante el caso singular de una firma que, lisa y llanamente, se dedicaba a exportar fondos públicos que, en principio, tenían que destinarse a la exportación de material y productos industriales. Está claro que se trata de una malversación de fondos públicos y de una acción fraudulenta. Tal como se hace constar en un informe oficial citado por Christian Rudel, las filiales de MATESA tenían que «atender el pago de las letras presentadas por el Banco de Crédito Industrial por la supuesta compra de telares que, en realidad, se habían canjeado por una participación de la sociedad en las mentadas empresas. El problema se solventó de la forma más sencilla del mundo, adoptando la norma de sacar fuera de España maletas llenas de billetes de mil que, una vez convertidos en divisas, retornaban en buena parte a su país de origen en concepto de pago» .2 Ni qué decir tiene que estos fondos sustraídos al pueblo español beneficiaban a unos pocos y que a veces, como se verá, tuvieron extraños destinos.

Digamos a este respecto que el importe de los cré­ditos obtenidos por vía fraudulenta, casi siempre a tra­vés del Banco de Crédito Industrial, se elevaba a casi 10,000 millones de pesetas; o sea, 800 millones de francos nuevos, o bien 80,000 millones de francos antiguos.

En consecuencia, la estafa era de envergadura, y por muy acostumbrado que uno esté hoy a los escándalos de toda especie: falsificación de facturas, fraudes en materia de exportación -que no son, por supuesto, pri­vativos de España únicamente-, surge de forma obli­gada la pregunta de cómo fue posible que un fraude de tales proporciones pudiera pasar inadvertido durante tanto tiempo.

Esa misma pregunta se formuló la opinión pública española a través de numerosos órganos de prensa que, de repente, se volvieron muy prolijos en la reseña del caso. Por ejemplo, La Vanguardia 3 indicaba que «la estafa se apoya en la falsificación de documentos que han pasado cientos de veces por oficinas, organismos e instituciones oficiales. Cuesta creer que haya podido pa­sar inadvertida por espacio de tanto tiempo’ .4

COMPLICIDADES INDUDABLES

De ello a presumir la complicidad de los organismos financieros del Estado y de ciertos medios gubernamen­tales no mediaba más que un paso, y el paso se dio.

La prensa española, que como es sabido está sometida a la estrecha tutela del Gobierno, empezó a subrayar las múltiples relaciones personales que unían a ciertos po­líticos con los ambientes financieros vinculados a MATESA. Y lo más curioso del caso era que los políticos, banqueros y economistas complicados en el embrollo tenían que ver con la organización religiosa conocida por el Opus Dei: la Obra de Dios, o simplemente la Obra, en español.

Vemos, en efecto, que la compleja figura de don Juan Vila Reyes, principal dirigente de MATESA, estaba relacionada con numerosos políticos de primera fila.

Y, sin embargo, hacía años que Vila Reyes se dedi­caba a la exportación clandestina de divisas; antes, in­cluso, de que estallara el escándalo MATESA. En efecto, quedó demostrado que en fechas anteriores Vila Reyes había transportado a Suiza 103.510,428 pesetas en ma­letas llenas de billetes nuevos de mil pesetas.

Financiero ambicioso, relacionado con los medios financieros internacionales, Vila Reyes era conocido tam­bién por haber contribuido con una cantidad a subven­cionar la primera campaña de Richard Nixon. Por cierto que, últimamente, se han descubierto algunas irregula­ridades en el trasfondo de dicha campaña que permiten suponer la existencia de extrañas complicidades.

Por otra parte, Vila Reyes también era amigo per­sonal de Laureano López Rodó, una de las figuras más prominentes de la política española y miembro del Opus Dei.5 López Rodó, que marca un hito capital en la evo­lución del régimen franquista, pasa por ser el principal consejero del almirante Carrero Blanco, quien durante muchos años ha sido la eminencia gris de Franco y que hoy se encuentra abiertamente instalado al frente del gobierno español.

Vila Reyes era, también, uno de los principales con­sejeros de José Luis Villar Palasí, a la sazón ministro de Educación Nacional y, como López Rodó, muy vincu­lado al almirante Carrero.

Ello motivó que se estableciera una relación directa entre MATESA y el Opus Dei, y entre el Opus y el Go­bierno.

Pero no era éste el único vínculo. Dijimos con ante­rioridad que las asignaciones de créditos oficiales a MATESA se hacían por intermediario del Banco de Crédito Industrial. Pues bien, el ex director general del banco en cuestión, José González Robatto, era miembro militante del Opus Dei, como lo eran Joaquín Planell, presiden­te del Consejo de Administración, y Ángel de las Cuevas González, ex subsecretario del Ministerio de Industria, hombre de confianza de López Bravo, opusdeísta notorio y ministro de Asuntos Exteriores desde 1969 a 1973.

Dado que estas estrechas relaciones entre miembros del Opus Dei y financieros tenían por marco buen nú­mero de entidades bancarias, oficiales y privadas, fueron muchos los que llegaron a la conclusión de que la Obra era uno de los principales núcleos aglutinantes de la oligarquía española, a la vez que uno de los instrumentos de que ésta dispone para imponer decisiones políticas de signo neocapitalista.

En el inicio de la década de los sesenta, aflora en algunos medios financieros españoles la idea de un «am­bicioso proyecto económico», consistente en industriali­zar al país e integrarlo en la órbita del Mercado Común, pretensión acompañada de la firme voluntad de perpe­tuar, tras la muerte de Franco, el régimen político autoritario instaurado en 1939.

A la vista de esta situación, uno se pregunta qué hay de cierto en las acusaciones lanzadas contra el Opus Dei a raíz del escándalo MATESA, o lo que es lo mismo: si el Opus Dei es en verdad una de las fuerzas político-económicas que dominan la España actual, si es incluso la más poderosa y, sobre todo, si es cierto que este dominio se ejerce por cauces encubiertos y, en fin de cuentas, ocultos. Por último, cabe preguntarse si es ver­dad que sus ramificaciones internacionales le confieren el carácter de una verdadera «potencia» europea y hasta mundial.

Nuestro libro trata, por supuesto, de dar respuesta a todas estas preguntas; pero ya desde ahora el lector debe tener en cuenta que si hemos iniciado la exposición con la mención de una escandalosa y monumental estafa, ha sido de forma intencionada. Con o sin razón -el lector tiene la palabra-, nos resulta extraño que la cuestión de saber lo que es el Opus Dei -organización religiosa- en la práctica, se haya planteado de tal modo ante la opinión pública.

Por lo demás, esta consideración nos induce a esta­blecer una distinción importante entre lo que es fruto principal de la idiosincrasia política e histórica españolas y lo que dimana de un problema de porte más general el papel que desempeñan algunos grupos político-finan­cieros vinculados a la Iglesia Católica.

EL CONTEXTO POLITICO DEL CASO

Por lo que a España se refiere hemos de decir, en honor a la verdad, que el asunto MATESA no ha sido ni con mucho el primer caso de corrupción que se registra tras la instauración del régimen franquista. Este último, caracterizado por la colusión pura y simple de los grupos dominantes en lo económico con los cargos políticos, ávidos de prebendas, ha conocido en efecto una larga serie de asuntos comprometidos. Se dice incluso que Manuel Arburúa, un alto, cargo del Banco de España, dio su nombre a la corrupción de los funcionarios, de­signada con el término de «arburismo», circunstancia que por lo demás no impediría a tan singular personaje convertirse en ministro de Comercio y disfrutar de la plena confianza del Jefe del Estado, quien lo nombró «procurador nato», representante personal suyo en las Cortes.

Pero el caso MATESA es, precisamente, mucho más que un simple chanchullo de malversación de fondos y corrupción si se sitúa en un contexto como el aludido.

Tal como dijimos, la prensa divulgó el escándalo en agosto de 1969. Ahora bien: en julio del mismo año concluyó lo que algunos llaman la «operación Juan Carlos», es decir, ni más ni menos que el ensamblaje de todo el aparato constitucional de la sucesión de Fran­co, objeto de las más encarnizadas pugnas entre los diversos grupos en el poder. El Caudillo, 6 «responsable ante Dios y ante la Historia», dando al traste con todas las incertidumbres que, como oportunista consumado que era había mantenido hasta entonces, decidió instaurar la monarquía en España.

Vistas las cosas desde el ángulo puramente jurídico, existían por lo menos dos alternativas para la inevitable fase posfranquista: república o monarquía. No cabe duda de que, en el primer caso, la fórmula republicana hu­biera sido la mejor garantía de una auténtica liberaliza­ción del régimen, o al menos eso cabía esperar.

Las posibilidades que brindaba la fórmula monárqui­ca llevaban implícito el rechazo del sufragio universal para designar al Jefe del Estado. Con todo, habida cuenta de la complejidad de la cuestión monárquica en España, la «elección del rey» era en sí un asunto delicado que presentaba a su vez una doble alternativa: la de res­taurar en el Trono a los Borbones españoles en la per­sona de don Juan, conde de Barcelona e hijo del último rey de España, Alfonso XIII, derrocado en 1931, o bien optar por uno de los pretendientes carlistas, herederos también de querellas seculares; pero, en virtud precisa­mente de ello, «pretendientes históricos» al Trono de España. Así, Javier de Parma, aun siendo francés, se proclamó rey en 1952, y su hijo, Hugo de Borbón-Parma, también hizo valer sus pretensiones al Trono. Sin em­bargo, uno y otro fueron expulsados de España en di­ciembre de 1968.

Franco, empero, que había descartado sin ambages la opción republicana, no escogió entre don Juan o los pretendientes carlistas, sino que recurrió a una tercera solución y eligió al príncipe Juan Carlos 7

Este es sin duda descendiente «legítimo» de los Bor­bones, pero en todo caso no deberá su corona a los derechos de la Casa Real española, sino a la persona de Franco. En este sentido no cabe hablar de una restaura­ción de la monarquía, sino más bien de una instauración por concesión graciosa del Caudillo. Por lo demás, no faltan quienes apuntan que, de todos los príncipes disponibles, Juan Carlos era el más mediocre y el más manejable, y que su elección permitiría prolongar el actual estado de cosas.

En consecuencia, el 23 de julio de 1969, en el curso de una asamblea extraordinaria de las Cortes, Juan Car­los era proclamado sucesor legal de Franco.

Los dirigentes políticos que inspiraron esta elección, los verdaderos artífices de la operación política, no fue­ron otros que López Rodó y el almirante Carrero Blanco, el primero de ellos miembro militante del Opus Dei, y el segundo, simpatizante de la Obra. Esta elección, a la par que frustraba las esperanzas de los republicanos de todas las tendencias, daba al traste con los planes de la Fa­lange para erigirse en paladines del orden surgido de la «Cruzada» que fue la guerra civil.

Movimiento «nacionalsindicalista» de ideario nebulo­so, pero con un lenguaje teñido a veces de una especie de «revolucionario» (en 1968, por ejemplo, se desgajó de ella una facción opuesta al régimen, al que acusaban de pactista con el clero y el capitalismo), la Falange fue durante mucho tiempo uno de los pilares del régimen, como lo fueran el Ejército y la Iglesia. Pero la decisión de Franco la eliminaba del poder y le negaba todo papel en la sucesión.

Eliminada, según sus dirigentes, en beneficio exclu­sivo de «la gente del Opus Dei». De aquí que al estallar el escándalo MATESA, la Falange tal vez pusiera más em­peño que la propia oposición en lanzar la ofensiva contra el Opus, haciendo alarde de una violencia inusitada en España tratándose de ministros de Franco, actitud que permitió afirmar a un observador lúcido y valeroso de los asuntos españoles, la duquesa de Medina-Sidonia, que la denuncia del escándalo fue «el último regalo de la Falange a la opinión pública».8

Cuando tuvo lugar el reajuste ministerial de 1969, los que la opinión pública llamaba opusdeístas», lejos de ser alejados del poder, coparon de forma masiva los ministerios clave, hasta el punto de que llegó a hablarse de un gobierno «monocolor». Desde entonces, hasta el ajuste ministerial de 1974, dirigieron abiertamente la política española, y todo indica que a pesar de su elimi­nación del equipo ministerial de Arias Navarro, los opus­deístas no han renunciado a jugar su papel, sobre todo cuando se produzca la inevitable sucesión.

Si se tiene en cuenta que el Opus Dei tiene en España unos treinta mil socios y que carece por completo de respaldo popular, uno se pregunta cómo ha podido alcan­zar tal preeminencia en el marco de la cosa pública.

Es aquí donde parece que los presupuestos políticos específicamente españoles deben dar paso a cuestiones de porte mucho más general relacionadas con el papel que desempeñan, de forma más o menos clandestina, de­terminados grupos católicos en el ámbito político, eco­nómico, financiero y, también, docente, y siempre bajo una apariencia cándida de orden puramente espiritual.

Nos hallamos, en efecto, ante una organización dotada de un estatuto canónico oficial -el de «Instituto secu­lar»- que reconoce como fin «la difusión de los prin­cipios de la perfección cristiana» .9

Durante muchos años los observadores apenas repa­rarán en su existencia. En ella todo reviste gran sencillez, por no decir mediocridad. Faltan las prédicas ante vastos auditorios, las publicaciones de prestigio, las ideas bri­llantes y, según todos los indicios, faltan también hom­bres situados en primer plano. Sin embargo, los obser­vadores no se daban cuenta de la lenta pero metódica y organizada penetración de la Obra en los ambientes universitarios frecuentados por los retoños de la alta y media burguesía, y sobre esta base, de la penetración en los medios políticos y económicos integrados por la generación de la posguerra.

Mientras la Falange se dedica a exaltar el recuerdo de los antiguos combatientes nacionalistas, el Opus Dei va urdiendo la trama entre los jóvenes profesores uni­versitarios, investigadores y empresarios que desean una nueva España orientada hacia objetivos de expansión económica en beneficio de las clases pudientes de las que ellos mismos proceden. Y estos lazos, esta conniven­cia y, quizá, como en el caso MATESA, esta complicidad son tan poderosos que los comentaristas, deseosos de informar acerca del Opus Dei, utilizan, refiriéndose a la Obra, expresiones tales como «una francmasonería ca­tólica», «una sinarquía tecnocrática» o, incluso, «una San­ta Mafia»… 10 En este concierto de adjetivaciones no falta una expresión muy francesa y, también, muy cara a Eugéne Pottier: la de «Santa Camarilla».

En las páginas que siguen tendremos ocasión de com­probar si resulta o no pertinente aplicar estas califica­ciones al Opus Dei, tarea tanto más difícil cuanto que, aun hoy, el tema es objeto de encendidas polémicas, como traslucen los títulos de las obras que hemos citado, a las que habría que añadir un gran número de artículos aparecidos en la prensa internacional, a veces suscritos por ilustres personalidades.

Pero el Opus se defiende con tenacidad, bien direc­tamente, bien -y no sin habilidad- por medio de es­critos periodísticos o por el intermedio de testimonios que no parecen tener relaciones con la Obra. En Francia, por ejemplo, uno de los más recientes contraataques lo cons­tituye la obra de Jean-Jacques Thierry,11 para quien el Instituto es todo inocencia y santa humildad.

El lector puede estar seguro de que en este libro prestaremos igual atención a todas las tesis, o por mejor decir, a cada campo, ya que tratándose de España no debe perderse de vista que la confrontación política es en extremo violenta. Ya Antonio Machado escribió unos versos para cada nuevo español venido al mundo:

«[…] te guarde Dios,

que una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.»

El caso es que, para bien o para mal, el Opus Dei se encuentra hoy en el núcleo mismo de esta guerra civil que continúa oponiendo sin tregua a las dos Es­pañas.

Por otra parte, conviene tener presente que los pro­blemas planteados por la propia existencia de una agru­pación de esta índole rebasan con mucho el marco de la historia española contemporánea. Aun suponiendo que las precedentes afirmaciones fueran exageradas -cosa que todavía está por demostrar-, no es menos cierto que en el caso del Opus Dei plantean el problema general de las sociedades secretas de inspiración católica.

¿UNA SOCIEDAD SECRETA DE INSPIRACION CATOLICA?

Conviene hacer notar que todos aquellos que hoy se declaran de forma manifiesta enemigos del Opus Dei, incluidos los que hacen profesión de fe anticlericalista, tienen buen cuidado de diferenciar al Instituto de la jerarquía religiosa ordinaria: obispos, clero regular, las órdenes religiosas en sentido «tradicional.» como son los je­suitas, dominicos, franciscanos, etcétera.

Es ésta una distinción que tiene su valor, por cuanto apunta menos a la referencia religiosa de signo católico que a la existencia, real o supuesta, de métodos y ma­niobras ocultos.

Lo más curioso, empero, es que los defensores del Opus Dei tratan con porfiado empeño de realzar, por una parte, la singularidad de la institución, que no es una orden religiosa, ni una orden tercera ni, en última ins­tancia, un instituto secular, y, de otra parte, la ausencia de secreto en cuanto a sus actos y organización.

Pese a lo que digan sus miembros, la cuestión estriba en saber si el Opus Dei es o no una sociedad secreta católica. Si no lo es, ¿a qué viene esta aureola de mis­terio que lo envuelve, y por qué se niega a publicar sus, Constituciones? Si, por contra, es una sociedad secreta, ¿constituye el primer ejemplo de una sociedad de esta índole? Por lo demás, ¿cómo explicar su innegable éxito?

Los hechos políticos e históricos expuestos con an­terioridad pueden hacer que la noción de «sociedad se­creta católica» parezca paradójica, e incluso contradic­toria. En efecto, ¿cómo es posible acusar a una agrupación de llevar a cabo una acción política a través de algu­nos de sus miembros que ocupan cargos ministeriales y, por lo tanto, de naturaleza esencialmente pública, y reprocharle al mismo tiempo el constituir una organi­zación oculta?

En realidad, la contradicción es sólo aparente, ya que el Opus Dei no cesa de reiterar y pregonar a los cuatro vientos que sus miembros gozan de plena libertad de actuación en el orden temporal, y que sus actos y opi­niones sólo comprometen al individuo, no a la Obra.

Sin embargo, es precisamente en este punto de la argumentación donde surge una cuestión determinante: ¿dónde comienza y dónde termina la libertad de pensa­miento y acción de un hombre comprometido por entero en una «empresa apostólica» tan dinámica y original como es el Opus Dei?

Creo que nadie en su sano juicio admitiría que el hecho de entregarse por entero a una organización pareja, con objeto de «santificar» la propia vida, en todos sus aspectos activos y contemplativos, carezca de todo in­flujo en la eventual acción política del individuo afec­tado.

Como escribe uno de los últimos turiferarios del Opus Dei, los miembros de esta institución «reciben una com­pleta formación en la vertiente humana, ascética, pro­fesional, científico-religiosa y apostólica que consolida la unidad de vida y se traduce para todos, y con mayor razón para los sacerdotes, en una integración de los conocimientos especulativos en la vida práctica. El estu­dio progresivo de la teología, acompañado de actividades profesionales y apostólicas, las informa y a la vez pro­cura un sentido práctico, fruto del contacto con la vida, muy útil llegado el momento de dar el consejo más oportuno y adecuado”.12

¿Acaso el sesgo claramente religioso de esta argu­mentación puede hacernos creer que esta «unidad de vida» y el «consejo más oportuno y adecuado» dejan de existir en el instante mismo en que un socio del Opus pasa a ejercer responsabilidades administrativas, econó­micas y políticas?

Las tesis fundamentales del Opus Dei giran, en efec­to, en torno a la idea de una «santificación del trabajo» de todos los hombres y de cada día, bien se trate de un abogado, bien de un taxista, un ingeniero, etc. Pero nos preguntamos si son también aplicables al caso de un alto funcionario, de un banquero, de un economista o de un político. Creemos que la respuesta es un «no» rotundo. La espiritualidad de la Obra es demasiado rica, demasiado completa -por no decir «totalitaria»- para que la acción de todos los que participan de ella no esté, en la práctica, amplia e inevitablemente condicionada por la ideología del Instituto.

Es obvio que el problema tiene su importancia y que no cabe soslayarlo mediante la afirmación pura y sim­ple de que los miembros de la Obra actúan siempre por su cuenta y riesgo de cara a sus diversos compromisos externos.

De aquí que tengamos derecho a preguntarnos, sin ideas preconcebidas, si detrás de una fachada de reli­giosidad, por lo demás remozada y, al parecer, perfec­tamente adaptada a la sensibilidad española, la Obra asume la dirección oculta de unas fuerzas político-ad­ministrativas que en modo alguno desean mostrarse a plena luz.

Para dar respuesta a estos interrogantes nos parece oportuno, ante todo, volver sobre las grandes líneas y las principales etapas de su existencia, tan discreta du­rante años. Es preciso darse cuenta de que antes de verse hostigada en la palestra pública y de tener minis­tros en su seno, la Obra practicó durante decenios una lenta penetración en medios diversos; una penetración casi invisible, consumada en cierto modo por «capila­ridad».

Y puesto que ya conocemos las líneas maestras de la trayectoria del Opus Dei, conviene examinar si en los anales de la historia eclesiástica existen precedentes comparables y si este cotejo puede potenciarse referido al caso concreto de la Obra.

Ello nos lleva de forma obligada a evocar la exis­tencia de asociaciones católicas tan reservadas, e incluso secretas, como la Santa Liga y la Compañía del Santo Sa­cramento, o también la famosa Congregación de prin­cipios del siglo XIX, y ya más próximo a nosotros, el núcleo integrista conocido como la «Sapiniére». Por lo demás, resulta curioso observar la falta de información que acompaña a las citadas organizaciones, mientras se publican gran número de libros en torno a otras socie­dades que, en ocasiones, no tienen la menor trascendencia

Por esta vía, conociendo detalles concretos sobre las que fueron sin duda auténticas sociedades secretas de signo católico, podremos abordar con más holgura el estu­dio de la organización del Opus Dei en España y en el mundo, el sistema de captación de miembros que utili­za, la ideología que profesa, sus métodos de acción, y ofrecer en última instancia una respuesta clara al dile­ma de saber si se trata de una honesta asamblea de hombres que sólo aspiran a la santidad o de otra cosa.

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1 Esta definición, que encontramos en el Gran Laroosse Enciclopédico, no tiene ningún carácter crítico y corresponde a la que el Opus Dei ofrece de sí mismo.

2 Christian Rudel, en La Croix, 2-3 de agosto de 1970.

3 Periódico de Barcelona sin una ideología política muy definida.

4 Citado por Jacques Georgel en Le Franquisme, Du Seuil, pág. 180, París, 1970.

5 López Rodó ocupó el cargo de Ministro de Asuntos Exte­riores de junio de 1973, a enero de 1974.

6 Como es sabido, el término «Caudillo» es el equivalente al de «Führer» y al de «Duce».

7 Nieto de Alfonso XIII, hijo de don Juan, nacido en 1938. Está casado con la princesa Sofía de Grecia.

8 Véase el artículo que bajo este título publicó Le Monde el 9 de junio de 1970.

9 En la actualidad dicho estatuto canónica es objeto de con­troversias. Con todo, basta saber que el Opus Dei fue aprobado como tal por la Santa Sede.

10 Son dos los autores que han utilizado la expresión «San­ta Mafia». Uno es Jesús Ynfante, autor de un libro capital: La prodigiosa aventura del Opus Dei: Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, Ruedo Ibérico, París, 1970. El otro es Yvon Le Vaillant, en Sainte Maffia, le dossier de l’Opus Dei, Mercure de France, París, 1971.

11 Jean-Jacques Thierry: L’Opus Dei, mythe et réalité, Ha­chette-Littérature, París, 1973.

12 J. J. Thierry, . ob. cit., pág. 55.

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LOS AÑOS OSCUROS

En los inicios y a lo largo de toda la historia del Opus Deii topamos siempre con la poderosa y un tanto enigmática personalidad de un sacerdote: don José María Escrivá de Balaguer y Albás, que ostenta además, desde 1968, el título de marqués de Peralta. 1

Estas ínfulas nobiliarias, insólitas en un sacerdote de años al que cabría suponer desligado de las efímeras vanidades terrenas, ponen de relieve las dificultades que debe afrontar quien intente trazar una biografía com­pleta del fundador de la Obra. Este detalle tan insignificante trasluce no sólo el afán de hallar una especie de refrendo público a su éxito social, sino también la decisión de crear la imagen de un personaje prestigioso y, por esta vía, poder mostrar la otra cara de la moneda. Resulta sorprendente, dicho sea de paso, comprobar que todas las biografías oficiales u oficiosas de Escrivá de Balaguer no sólo abundan en inexactitudes y puntos oscuros, sino también -sobre todo por lo que respecta a sus años mozos- en contradicciones. Ya tendremos ocasión de ver cómo algunos historiógrafos lo han in­vestido de todo género de funciones y dignidades, muy halagadoras pero de imposible comprobación, cosa muy in­trigante tratándose de un personaje que es objeto de una auténtica veneración en el seno de la Obra.

INTRIGANTES INCERTIDUMBRES

El fundador del Opus nació el 9 de enero de 1902 en Barbastro, población de la provincia de Huesca, en Aragón. Su padre, don José Escrivá de Balaguer y Cor­zán, lejos de ser hombre de alcurnia, era propietario de un pequeño comercio que debió resultarle ruinoso, puesto que incluso se vio obligado a marcharse del pue­blo. En cualquier caso, hacia 1915 la familia se instala en Logroño, donde el joven José María termina su ba­chillerato para emprender luego los estudios eclesiásticos en Zaragoza, la capital regional.

Muchas veces se ha dicho que en los países con neto predominio católico y escaso desarrollo económico la carrera religiosa, al igual que la militar, es uno de los contados medios de promoción social de que disponen los jóvenes con ambiciones de las clases medias o, in­cluso, populares.

Es cierto que nada nos permite impugnar la since­ridad de la vocación religiosa del joven Escrivá; pero debemos señalar que, según parece, era hombre de gran ambición que por lo demás se sustentaba en opciones inteligentes y decididamente modernas. En efecto: en una época en que la mayor parte del clero hispánico muestra el mayor desdén hacia las disciplinas y ciencias «profanas», el joven Escrivá alterna sus estudios reli­giosos en el seminario de Zaragoza con los estudios jurídicos en la Facultad de Derecho2

Sin embargo, es en esta época de su vida cuando aparecen las contradicciones biográficas a las que hici­mos alusión. Así, por ejemplo, Carlos Escartín afirma que su héroe «recibió la tonsura clerical de manos del cardenal Soldevila, arzobispo de Zaragoza, que lo nombró Superior del Seminario». Otro biógrafo, Javier Ayes­ta Díaz, escribe que Escrivá se convirtió en abogado antes, incluso, de que fuera ordenado sacerdote, trámite que tuvo lugar el 28 de marzo de 1925, cuando contaba veintitrés años.

La combinación de estas dos afirmaciones nos lleva a insospechadas conclusiones si tomamos en cuenta una fecha sobre cuya veracidad no cabe la menor duda: la del 4 de junio de 1923, día en que los anarquistas asesi­naron al cardenal Soldevila.3

Por lo tanto, si Escrivá fue tonsurado por el cardenal (la tonsura equivale al ingreso en la carrera sacerdotal), ello tuvo que ocurrir antes de la fecha en cuestión, cosa muy posible tratándose de un muchacho que contaba a la sazón veintiún años. Pero, en tal caso, ¿cómo admi­tir que se encomendara la dirección del seminario a un muchacho tan joven que todavía no había sido ordenado sacerdote?

Daniel Artigues, por su parte, indica que Escrivá asumió la dirección del seminario de San Carlos, en Zaragoza, después de su ordenación4

De todos modos, el problema subsiste en su inte­gridad, ya que sabemos con certeza que tras la obtención de la licenciatura en Derecho, antes incluso de su orde­nación sacerdotal, aquel mismo año de 1925 Escrivá fue destinado a una parroquia rural compuesta por dos aldeas.

¿No son éstas muchas y excesivas actividades para un muchacho joven en el breve lapso de unos meses?

Sin embargo, cuando uno ha logrado con esfuerzo poner un poco de orden en el cúmulo de afirmaciones contradictorias, surge una nueva dificultad. Hasta el momento, todos los historiadores, favorables o adversos al Opus, estaban conformes en que Escrivá permaneció en Aragón por lo menos hasta 1926, año en que se ins­tala en Madrid. Pero he aquí que Jean-Jacques Thierry afirma ahora que en 1925 su héroe estuvo empeñado en la tarea «de agrupar en torno suyo, en Madrid, donde era rector del Real Patronato de Santa Isabel, a un pequeño círculo de estudiantes […]».

En tal caso, si Escrivá se ordenó sacerdote el 28 de marzo de 1925, ¿cuándo y por cuánto tiempo desempeñó sus funciones en una parroquia rural? ¿Dónde obtuvo su diploma de abogado y en qué Facultad, Zaragoza o Ma­drid, se doctoró? En resumidas cuentas, ¿a quién debe­mos prestar oídos?

Estas incertidumbres y contradicciones son menos in­significantes y menos superfluas de lo que pudiera parecer en un principio.5 Tal vez alguien se pregunte qué importan estos detalles ante la magnitud de la em­presa espiritual. Sí, tal vez carecieran de relieve de no reflejar la existencia de un método de actuación.

Por supuesto, los defensores del Opus Dei se lamen­tan amargamente de que muchas personas ajenas al Instituto lo conciben y presentan en sus escritos como rodeado por un aura de misterio. Comprendemos muy bien el pesar y la indignación que los embarga, pero nos preguntamos por qué no arrojan ellos mismos un poco de luz sobre ciertos aspectos elementales, tanto más cuanto que el principal protagonista sigue con vida.

Alegan entonces que si su venerado fundador diera por sí mismo los datos que se solicitan, pecaría contra la «santa humildad» a que le obliga su condición de sacerdote. Por desgracia, el argumento se nos antoja carente de valor. Baste recordar -lo contrario nos pare­cería deshonesto- que esta tan cacareada humildad no impidió a Escrivá solicitar, en una fase tardía de su vida, la rehabilitación de vanos títulos de nobleza. Pero todavía hay un argumento más concluyente, y es que nos hallamos ante un sacerdote que, como veremos, da a entender sin rodeos, y en todo caso permite decir y escribir a los suyos, que la fundación de la Obra obedece a un especial favor divino, ya que Dios le inspiró la idea, lo cual no nos parece en modo alguno una prueba de excesiva humildad; eso es lo menos que puede decirse respecto.

Resulta, pues, que ese mismo personaje, alegando ra­zones de humildad, no puede responder a preguntas Elementales y, a mayor abundamiento, perfectamente legítimas. Es lógico, pues, que tal actitud dé pie a todo tipo de cábalas y especulaciones, a cual más aventurada. En tal caso, ¿por qué repudian la expresión «aura de misterio» aquellos mismos que la han acuñado, cuando tan sencillo sería dar a conocer una biografía honesta -es decir, fácilmente comprobable- de los años mozos de monseñor Escrivá de Balaguer y Albás, marqués de Peralta.

LOS AÑOS OSCUROS DEL OPUS DEI

Sea como fuere, el caso es que en 1925 ó 1926 el joven sacerdote se traslada a Madrid para vivir en familia al lado de su madre viuda, su hermano Santiago y su hermana Carmen. Aquí se nos presenta de nuevo la ima­gen de un hombre desbordante de actividad que da clases en colegios particulares, anima círculos recreativos en los barrios suburbiales, fomenta reuniones de estu­diantes, etc. Daniel Artigues, al que no podemos consi­derar en modo alguno un incensario del Opus, indica con cautela que, según parece, por esta época «el padre Escrivá enseña también en la Escuela de Periodismo que funciona bajo los auspicios del influyente periódico católico El Debate, otro órgano de influencia sobre la juventud intelectual».

Es éste un dato interesante, ya que de hecho El Debate pertenecía a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), organización fundada en 1909 por el jesuita padre Ayala; y animada durante más de veinte años por Ángel Herrera. La Asociación, quería ser el instrumento de una especie de reconquista de la élite universitaria española, y en este sentido bien pue­de afirmarse que prefigura con bastante fidelidad lo que sería el Opus Dei después de la guerra, civil.

La Universidad, relegada durante mucho tiempo y desdeñada por el clero reaccionario, se había transfor­mado bajo el influjo de la Institución Libre de Enseñanza,6 integrada por hombres de tendencias liberales, racionalistas, agnósticos de un laicismo a ultranza y mar­xistas, muchos de ellos profesores de sólido prestigio.

En los medios católicos intransigentes que por aquel entonces frecuentaba el padre Escrivá, habían comen­zado las críticas contra la Institución, a la que se cali­ficaba de instrumento de la judeomasonería en términos de una ramplonería y estupidez sin límites (al igual, por otra parte, que en Francia, Alemania e Italia bajo los regímenes que no es preciso nombrar) que auguran con claridad la sangrienta «Cruzada» franquista.7

Es más que probable que la atmósfera de exaltación apostólica, avivada por la crisis político-social que expe­rimentó España bajo la dictadura del que fuera capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera (del 13 de septiembre de 1923 al 30 de enero de 1930), tuviera mu­cho que ver con la nueva vocación que el joven sacerdote sintió nacer en su interior. ¿Por ventura Dios no le había elegido (junto con Franco) para salvar a la santa España?

En respuesta a la pregunta de un periodista sobre esta vocación y sobre los inicios de la Obra, Escrivá contestó con un arte inimitable para oscurecer las cosas más sencillas: «Yo no tuve y no tengo otro empeño que el de cumplir la voluntad de Dios. Permítame que no descienda a más detalles sobre el comienzo de la Obra -que el amor de Dios me hizo barruntar desde el año 1917-,8 porque están íntimamente unidos con la historia de mi alma y pertenecen a mi vida interior. Lo único que puedo decirle es que actué en todo momento con la venia y la afectuosa bendición del queridísimo obispo de Madrid, donde nació el Opus Dei el 2 de octubre de 1928.9

Al parecer, aquel día, mientras celebraba la misa en honor de los Santos Ángeles Custodios, al llegar el mo­mento de la consagración el padre Escrivá tuvo la re­velación del destino de la Obra que él estaba llamado a fundar. Incluso hay quien habla de una visión.

A decir verdad, esta circunstancia no entraña ninguna originalidad, ya que en los inicios de casi todas las fun­daciones pías encontramos alusiones semejantes. Pero hay dos hechos destacables en las afirmaciones del fun­dador. El primero es su intención notoria de invocar el padrinaje del obispo de Madrid. Si releemos el párrafo citado con anterioridad, sacamos la impresión de que el obispo de referencia conocía desde el principio los proyectos del padre Escrivá, a los que dispensó inme­diata y favorable acogida. Sin embargo, por lo que ha podido saberse hasta el momento, este prelado, monseñor Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid-Alcalá –que por lo demás tenía fama de sgr un acérrimo partidario del franquismo y los regímenes fascistas en general-, no concedió una especie de refrendo oficial al Opus Dei hasta marzo de 1941, cuando lo erigió en asociación dio­cesana bajo el epígrafe de «Pía Unión de Fieles». Ade­más, parece que en esta época los miembros del Opus Dei no llegaban a quinientos.

Por consiguiente, todo induce a pensar que desde el comienzo el joven sacerdote rindió cuentas de sus iniciativas y esperanzas a su obispo, pero sin que pueda hablarse en puridad de principios de una aprobación canónica referida a la fecha de 1928. Y aquí surge el segundo factor destacable que mencionábamos más arri­ba: ¿qué es lo que se aprobó exactamente?

Monseñor Escrivá y sus discípulos insisten de forma taxativa en que la fundación del Opus se remonta al año 1928, cuando no a 1917… Pero ¿quién es capaz de demostrar que en 1928, 1929 ó 1930 la Obra era algo más que un sueño del padre Escrivá? ¿Quién puede, incluso, atestiguar que estaba ya en su mente?

Durante muchos años los cronistas más o menos ofi­ciales de la Obra (¿quién es en definitiva el portavoz del Opus Dei?) han dado a entender que desde un prin­cipio el padre Escrivá estuvo acompañado en su tarea por un reducido grupo de seguidores, una docena a lo sumo, e incluso circularon algunas listas de nombres. Daniel Artigues, por ejemplo, escribe que «datos no comprobables, como los precedentes por lo demás, seña­lan entre los fieles de primera hora a Pedro Casciaro, José María Hernández Garnica, José Luis Marquiz10 y Álvaro del Portillo, los cuales recibieron más tarde el sacerdocio. Álvaro del Portillo fue y sigue siendo, como veremos, uno de los personajes clave de la Obra. Parece que uno de estos doce discípulos fue el célebre arqui­tecto Miguel Fisac, que luego se alejó un tanto del Opus, así como el ingeniero de ferrocarriles Isidoro Zorzano, fallecido en Roma, en 1943, y actualmente en proceso de beatificación.»

Jesús Ynfante añade otros nombres a esta lista, nom­bres que, como es lógico, nada dicen al lector francés: Juan Jiménez Vargas, Federico Suárez Verdeguer, Al­fonso Balcells, Angel Santos Ruiz, Ignacio Orbegozo, etcétera.

Es obvio que lo importante no es tanto la relación de nombres como el saber si la fundación del Opus Dei data de 1928 y quién fue su creador. Hasta ahora, incluso los adversarios de la Obra estimaban como probable -por no decir exacta- la fecha en cuestión. Pero el reciente libro de Jean-Jacques Thierry -también «ins­pirado de lo alto», a juzgar por las trazas, y en el que su autor trata de presentar una imagen remozada del Opus Dei (sin refutar jamás los argumentos de sus detractores)- cambia una vez más los presupuestos del pro­blema. Nos hallamos, en efecto, ante un autor que en el instante de entregar el manuscrito a la imprenta experi­menta la necesidad de realizar la siguiente precisión: «El afán de proporcionar una información exacta -es­cribe en una nota- me obliga a introducir una rectifi­cación de última hora. Se trata de que cuando monseñor Escrivá fundó el Opus Dei, en octubre de 1928, no agru­paba en torno suyo a doce personas. Sus funciones como capellán de estudiantes extendían su apostolado a un círculo mucho más amplio. El primer socio de la Obra, Isidoro Zorzano, no oyó hablar de lo que más tarde sería el Opus Dei -por aquel entonces la asociación ni siquiera tenía nombre- hasta el mes de agosto de 1930, asociándose al mismo meses más tarde. Entre ambas fechas, monseñor Escrivá estuvo, pues, completamente solo.»»

Esta nueva versión de la fundación del Opus Dei es interesante en cuanto que justifica las dudas mani­festadas en torno a los relatos más o menos fantasiosos y extendidos, no sin complacencia, por los miembros de la Obra.

No obstante, subsiste el hecho de que para formar una asociación de cualquier tipo se necesitan por lo me­nos dos personas. Por consiguiente y según confesión de un defensor del Opus Dei, nada demuestra que este último se fundara antes de 1930.

Por otro lado, tampoco acaba de verse muy claro por qué dicha organización adoptó la denominación ofi­cial de «Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz», con la cual figura en el Anuario Pontificio, y tampoco sabemos gran cosa de una pretendida «rama femenina» de la or­ganización que, al parecer, se creó en el transcurso del mismo año de 1930.

Hay que esperar hasta 1934 para tener una idea, bas­tante somera, de las actividades apostólicas de la ins­titución, con la salvedad de que las informaciones pro­ceden de algunos miembros del Opus que oyeron hablar de ellas, pero que no fueron testigos directos de las mis­mas. Si hemos de ser sinceros, dichas informaciones no presentan ninguna originalidad desde el punto de vista pastoral. Parece que en el año 1934 el padre Escrivá escribió y publicó un pequeño opúsculo de carácter pío titulado Consideraciones espirituales.12 Según afirma su autor, dicho opúsculo constituye un esbozo de su obra capital, Camino, de la que nos ocuparemos más adelante.

En el curso de aquel mismo año, o en 1935, se abre la primera residencia de estudiantes en Madrid, en un edificio de la calle de Ferraz situado en un barrio re­sidencial próximo al Paseo de Rosales y al Parque del Oeste. En esta residencia el padre Escrivá vive, de he­cho, rodeado de su familia y de algunos estudiantes a los que, posiblemente, dirigía espiritualmente, pero sobre cuyo número nadie ha dado precisiones. Habrá que es­perar al fin de la contienda civil para obtener algunos informes sobre las actividades y la composición del Opus.13 Es muy poco lo que se sabe del padre Escrivá durante él periodo que va desde 1928, supuesto año de la fundación de la Obra, hasta 1939.

La residencia de Madrid quedó destruida en los mo­mentos iniciales del combate. Tras permanecer oculto por algún tiempo, el padre Escrivá emprendió un pe­riplo sobre el que se sabe muy poco y que al parecer lo llevó a Valencia y a Barcelona (y, por tanto, a la zona republicana), y de allí pasó a Andorra. No tar­daría en dirigirse a Burgos, capital de los rebeldes na­cionalistas y franquistas, cuya causa abrazó con ardor, e incluso con violencia. Fue sin duda en aquel Burgos trepidante y superpoblado donde trabó relación con gen­tes que luego, una vez concluida la guerra, le ayudarían a propulsar su obra, y donde reflexionó sobre los medios necesarios para conquistar y atraerse a la élite intelec­tual, que sería preciso reconstituir.

Lo único que sabemos con certeza es que al cabo de poco tiempo de terminada la guerra publicó en Valen­cia, en 1939, la primera edición de Camino, el conocido repertorio de 999 máximas y sentencias llamadas espi­rituales que, hoy, los adeptos de la Obra consideran muy superior a los Ejercicios espirituales, de San Ignacio, o a la Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales, aun cuando en muchos aspectos sea producto de una ideología netamente marcada por el sello de la cru­zada franquista.

Por espacio de algunos años todavía, la Obra man­tiene una vida precaria. Ya tuvimos ocasión de ver que cuando monseñor Eijo y Garay, obispo de Madrid-Al­calá, la erigió en Unión Pía, en marzo de 1941, sólo con­taba con unos centenares de miembros (entre 400 y 500).

La siguiente fase en su evolución se inició en 1947, al ser promovida a la categoría de Instituto secular, pro­moción auspiciada en buena parte por la instalación en Roma -en 1946- de monseñor Escrivá, del secretario general, Álvaro del Portillo, y de la sede de la orga­nización. A partir de aquel momento, el destino del Opus Dei tomaría un rumbo muy distinto.

Por lo demás, este motivo es el que nos movió a ex­poner en su integridad lo poco que sabemos de los pri­meros años de la Obra. Las actividades a que hemos hecho referencia (muchas de las cuales todavía no están al alcance del historiador) no nos hablan de ningún em­peño extraordinario; todas se sitúan al nivel del apos­tolado puramente individual o casi individual, y no re­basan el marco de un reducido grupo de estudiantes o de alguna institución benéfica suburbial.

Pues bien, menos de veinte años después surgirá de este núcleo una organización que logrará imponer sus criterios al gobierno español. ¿Cómo explicar hecho tan insólito?

UNA GRAN AMBICIÓN

En realidad, la desproporción entre una cosa y otra se nos antoja excesiva. Con todo, rogamos al lector lea con atención los distintos apartados de las Constituciones secretas de la Obra, tal como fueron redactadas en 1947, y en especial el artículo 3, donde se indica la razón de ser y la finalidad del Instituto:

«Art. 3.1.-El objetivo general de la finalidad del Ins­tituto es la santificación de los miembros por medio del ejercicio de los consejos evangélicos y por la observan­cia de estas Constituciones.

«3.2.-Pero lo específico sea el esforzarse con todo empeño en que la clase que se llama intelectual y aquella que, o bien en razón de la sabiduría por la que se dis­tingue o bien por los cargos que ejerce, bien por la dignidad por la que se destaca, es directora de la socie­dad civil, se adhiera a los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo y los aplique in praxim; y asimismo favo­recer y difundir entre todas las clases de la sociedad civil la vida de perfección en el siglo e informar a hom­bres y mujeres para el ejercicio del apostolado en el siglo».

Este documento prueba bien a las claras que no con­jeturamos nada al preguntarnos si el Opus Dei desem­peña o ha desempeñado un papel político-social impor­tante en España después de la guerra civil. Sus propias Constituciones indican bien a las claras que se ha im­puesto por misión la conquista de la clase intelectual y de la clase dirigente. Todo parece indicar que sólo se trata de difundir los principios evangélicos, y esta afir­mación puede ser garantía de la renuncia a toda ambi­ción terrena. Por desgracia, la historia nos demuestra que el candor evangélico no excluye el afán de domi­nio, y la historia española tanto o más que cualquier otra. Veamos algunos ejemplos escogidos al azar:

«No puede haber más pacificación que la de las ar­mas; conviene extirpar toda la podredumbre de la le­gislación laica»… (cardenal I. Gomá, primado de Es­paña).

«Benditos sean los cañones si en las brechas que abren florece el Evangelio»… (monseñor Díaz Gomara). Otro ejemplo:

«Pregunta: ¿Hay libertades nefastas?

«Respuesta: Sí. La libertad de enseñanza, la libertad de propaganda y la libertad de reunión.

«Pregunta: ¿Y por qué son libertades nefastas? «Respuesta: Porque permiten enseñar el error, pro­pagar el vicio y conspirar contra la Iglesia»… (de un catecismo oficial).

Esta serie de citas, que podríamos multiplicar al in­finito, ilustran de manera bastante que en ocasiones la enseña evangélica puede enmascarar realidades que no son en modo alguno desinteresadas y que derivan, pura y simplemente, de compromisos temporales. Pero tam­bién sirven para mostrar que, en definitiva, la empresa del Opus Dei -recordemos que su fundador bebió en fuentes ideológicas franquistas durante su estancia en Burgos- se desarrolló precisamente después de la gue­rra civil, y que apunta a la clase dirigente y a los intelectuales que se quedaron en España.

Téngase presente una vez más que muchos intelec­tuales, profesores y maestros tomaron partido por la Re­pública por cuestión de ideología, pero también porque era la forma de gobierno legalmente constituido y vi­gente en el país. Las destituciones, las ejecuciones, la prisión y, sobre todo, el exilio mermaron de forma con­siderable los efectivos de esta categoría, particularmente aborrecida por los franquistas.14

LA ÉPOCA DE LA ACCIÓN

Uno de los campos predilectos del Opus Dei después de la guerra fue la Universidad y la enseñanza escolar, que el nuevo régimen tenía que reconstituir. Favorecido por las leyes promulgadas en 1943, el Opus consiguió que algunos de sus miembros accedieran a puestos cla­ves. Esta preferencia del padre Escrivá por la acción en el medio estudiantil se manifestó también en la crea­ción de numerosas residencias y, por último, en la fun­dación de una Universidad patrimonio exclusivo de la organización: la Universidad de Navarra, en Pamplona. Es fácil suponer que tales circunstancias trajeron como consecuencia todo un entramado de amistades en los medios intelectuales. La acción dirigida a la conquista de las clases intelectuales y dirigentes de la sociedad civil se completó, en 1947, con la penetración en los medios financieros a través de hombres vinculados al Banco Popular Español.

Como consecuencia lógica, y paralelamente a esta pe­netración intelectual y financiera, tiene lugar la apa­rición en el plano gubernamental de algunos miembros del Opus Dei que se autodenominan «técnicos apolíti­cos». En 1956, López Rodó15 asume las funciones de se­cretario técnico de la Presidencia del Gobierno. Muy pronto se le encomendaría la estructuración del primer Plan de Desarrollo español, para pasar a ejercer en fe­cha posterior altas funciones ministeriales.

Ni que decir tiene que cada etapa arrastra consigo todo un cortejo de seguidores o simpatizantes de la Obra, cosa por lo demás perfectamente natural si aceptamos el hecho de que a todos nos gusta rodearnos de las per­sonas que conocemos o a las que profesamos estima y que comparten nuestras ideas.

Varios capítulos posteriores de este libro se consa­gran al análisis de la penetración del Opus Dei en los medios intelectuales, financieros y políticos, así como a las pruebas de que se dispone.

Con todo, el cambio repentino que se opera en el rum­bo del Opus Dei justifica de por sí un nuevo y sucinto examen de los métodos de penetración que las organi­zaciones católicas deseosas de influir en las clases diri­gentes han venido utilizando tradicionalmente.

Ya dijimos que la historia de Francia nos ofrece al­gunos ejemplos de sociedades católicas que, como míni­mo, comparten con el Opus ese afán de aglutinar e in­fluenciar a los laicos que gozan de un prominente -a veces eminente- status social. No debemos ignorar es­tos precedentes, tanto más si tenemos en cuenta que al­gunos autores que se han ocupado del Opus Dei han establecido comparaciones, pero sin mostrarse nunca de­masiado explícitos, con lo que a los misterios que ya entraña la propia Obra se suman los propios de otras organizaciones que la precedieron en el tiempo, y nunca alcanzamos a saber si la comparación resulta o no per­tinente.

Así, Jesús Ynfante 16 alude de forma sumaria al pre­cedente de la «Sapiniére». También Yvon Le Vaillant 17 le consagra una página y traza, en otra, un rápido bos­quejo de la Compañía del Santo Sacramento. En cuanto a Robert Casanova,18 notable historiador de la Restau­ración, no resiste la tentación de definir a la «Congre­gación» denunciada por el conde de Montloisier como «una especie de Opus Dei de la época». Cierto que otros autores, a veces -pero no siempre- partidarios del Opus Dei, ponen en tela de juicio estas vinculaciones. En tal caso, será preciso admitir que si el Opus Dei es capaz de suscitar controversias a propósito de sociedades tan antiguas como la Compañía del Santo Sacramento, debe ser porque se trata, en verdad, de una institución excepcional, y eso solo ya justifica el afán de querer clarificar las cosas.

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1 Jesús Ynfante indica que Escrivá solicitó, también, la re­habilitación del título de Barón de San Felipe. Escrivá murió en Roma, como consecuencia de una crisis cardíaca, el 26 de junio de 1975.

2 Nos atenemos a lo que se dice en la biografía oficial de

Escrivá, donde se precisa que obtuvo el título en Madrid, aun­que otros creen que fue en Zaragoza.

3 Este asesinato ha sido atribuido a Durruti y Ascaso, que consideraban al cardenal como «el principal artífice de la reac­ción». Ambos intentaron ya, con anterioridad, el asesinato -frustrado- de Alfonso XIII, en 1921. Más tarde, Durruti se convertiría en uno de los «héroes populares» de la guerra civil.

4 Daniel Artigues, El Opus Dei en España, vol. 1, 1928-1957, pág. 9, Ruedo Ibérico, París, 1968. Ver también la edición es­pañola: El Opus Dei en España, 1928-1962. Su evolución ideológica y política: de los orígenes al intento de dominio, pág. 17, Ruedo Ibérico, París, 1971.

5 Estas incertidumbres son tanto más insidiosas cuanto que, según el biógrafo oficial de la Obra, Florentino Pérez-Embid, «la historia del Opus Dei es la propia biografía de su fundador». Así, tal como suena.

6 Fundada por Giner de los Ríos, en 1876.

7 El autor tiene interés en precisar que el anacrónico tér­mino de «Cruzada» no es objeto de polémica, sino que traduce con fidelidad la imagen que la propaganda oficial española dio de la guerra civil, de las ejecuciones sumarias subsiguientes y que todavía acontecen.

8 ¿Qué significa esta referencia al año 1917? Escrivá tenía a la sazón quince años. Debemos entender que fue en estas fechas cuando tomó conciencia de su vocación sacerdotal?

9 Entrevista con Pedro Rodríguez, en Palabra, octubre de 1967. Esta entrevista, al igual que otras que citaremos a lo lar­go de esta obra, fue recogida en un libro titulado Conversacio­nes con Monseñor Escrivá de Balaguer, SEPAL, París, 1969 (editado en España por Rialp), al que en adelante aludiremos con el título de Conversaciones.

10 Otros escriben «Múzquiz». Daniel Artigues, ob. cit., pág. 21.

11 J. J. Thierry, ob cit., pág._ 19.

12 Según J. Ynfante ob. cit., pág. 17 no es posible encontrar hoy ningún ejemplar de esta obra.

13 Como es bien sabido, la guerra civil duró desde el 18 de julio de 1936 hasta fines de marzo de 1939.

14Un general franquista, Millán Astray, pronunció estas atroces palabras en Salamanca, dirigidas contra Miguel de Una­muno: «¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!»

15 Profesor de Derecho, López Rodó recibió la misión de di­rigir los estudios de todos los miembros del Opus Dei.

16 J. Ynfante, ob cit., pág. 21.

17 Y. Le Vaillant, ob. cit., págs. 278_279.

18 R. Casanova, Montlosier et le partí prétre, Laffont, Pa­rís, 1970.

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LA CÓMPAÑIA DEL SANTO SACRAMENTO

Una de las más notables organizaciones secretas a las que por cierta tendencia natural se suele comparar con el Opus Dei, al objeto de descubrir hipotéticas si­militudes, es sin discusión la «Compañía del Santo Sa­cramento del Altar». También es indudable que, aun hoy, esta sociedad se nos presenta impregnada de misterio en muchos aspectos, lo cual no quita para que reconozcamos el importante papel que desempeñó a lo largo de casi todo el siglo XVII en Francia.

Sus orígenes parecen remontarse a la extraordinaria aventura que fue la de la «Santa Liga», a finales del siglo precedente. Sabemos que ésta fue fundada en 1576 por el duque de Guisa para defender la fe católica con­tra el protestantismo.

Comentando un curioso documento de 1594, titulado «Diálogo entre el maestro y el villano», Roland Mous­nier escribe que dicha liga se presentaba «como un gru­po de elegidos de Dios que, guiados por el Santo Espí­ritu, se reclutaron mediante cooptación para asegurar el triunfo en Francia del puro y ferviente catolicismo ro­mano sobre todas las herejías o reblandecimientos de. la religión».1

Debemos retener cuatro elementos de esta defini­ción, ya que los encontraremos en todas las sociedades secretas católicas. Además del secreto, están la, inspira­ción divina, la cooptación de sus miembros y el activismo religioso o lo que ahora se denomina integrismo..

En el caso de la Liga, el secreto estaba perfecta mente organizado por un directorio oculto compuesto de nueve o diez personas que tomaban todas las decisiones en común. Los restantes miembros del grupo eran agen­tes ejecutivos y, sobre todo, de información que se mez­claban con los habitantes de cada barrio y que daban cuenta de sus averiguaciones al Consejo.

El «Diálogo» a que antes aludíamos precisa que estos agentes tenían encomendado muy en especial el fre­cuentar el trato de las «personas de bien» y «si los veían bien dispuestos se presentaban, aunque sin decir nada de su asamblea […] y según la resolución que toma­ran y conociendo las voluntades daban cuenta de ello a este pequeño consejo».

Este último era el que decidía aceptar al nuevo miem­bro, al que no podemos considerar como un candidato, ya que había sido elegido sin que él tuviera conoci­miento de ello. Esta técnica de la insinuación es carac­terística de todas las auténticas sociedades secretas, y se encuentra aquí perfectamente aplicada.

Además, la Liga cubría todo el territorio mediante una red centralizada inspirada por las decisiones del consejo, sin que éste diera nunca la cara, animando la actuación de otros consejos provinciales de cuya exis­tencia se tenía noticia, pero que en realidad carecían de autonomía y se limitaban a obedecer.

Volveremos a encontrar muchos de estos métodos en la Compañía del Santo Sacramento, así como las líneas generales del programa de la Santa Liga que consistía en «la lucha contra la herejía y las sectas contrarias a la religión […], reformar los vicios, impiedades, injus­ticias y males que poseen a Francia en todos sus esta­mentos […] «.

Unos decenios más tarde, entre 1625 y 1627, un par de Francia, Henri de Levis, duque de Ventadour, tuvo la idea de crear la Compañía, al parecer instigado por su confesor, el capuchino Philippe d’Angoumois y, sobre todo, por el padre Charles de Condren2 Este último, autor místico que predicaba una doctrina de inmersión total de la criatura en Dios, fue en su época un personaje im­portante y, en especial, sería el sucesor de otro místico, el cardenal Pierre de Bérulle, a la cabeza de la famosa congregación del «Oratorio», y él fue quien dio sus es­tatutos a esta organización de sacerdotes sin jerarquía que vivían libremente en comunidad sin que formaran una orden religiosa propiamente dicha .3

Sabemos que el Oratorio (en el siglo xvn) contaba entre sus afiliados a gran número de personajes ilustres, pero sobre todo hemos de subrayar que durante mucho tiempo las delegaciones provinciales de la Compañía se reunieron en las residencias pertenecientes a esta con­gregación y que muchos de los miembros del Oratorio lo fueron también de la Compañía con los mismos dere­chos que los laicos.

También es interesante señalar que, en materia po­lítica, Bérulle y numerosos oratorianos fueron decididos partidarios del llamado partido Marillac, es decir, los par­tidarios de la alianza con España, hasta el extremo de que el mismo Bérulle entró en abierto conflicto con Ri­chelieu. Ello obedecía a que esta congregación religiosa estimaba que todo, incluidos los intereses del Estado, debía sacrificarse a la lucha contra la herejía, tanto en el interior como en el exterior del país.

Combatir la herejía en todas sus formas era tam­bién el objetivo de la Compañía del Santo Sacramento, pero no era el único. Sus estatutos, en efecto, eran muy ambiciosos: «La Compañía -decían- no tiene más lí­mite, medida ni restricción que los dimanantes de la pru­dencia y la razón en la acción. Opera no sólo en las obras benéficas ordinarias de los pobres, enfermos, pri­sioneros y afligidos, sino también en las misiones y se­minarios, en la conversión de los herejes y en la pro­pagación de la fe en todas las partes del mundo, en la supresión de todos los escándalos y actos impíos».

En una palabra, se trataba según otra formulación de «promover la gloria de Dios por todos los medios», aunque fuera convirtiéndose en lo que podríamos llamar una verdadera «orden tercera de la represión».

¿Cómo estaba organizada, pues, la Compañía para lle­gar a la consecución de sus fines?

SECRETO ABSOLUTO

El principio fundamental de la organización de toda la institución era el secreto. Ante todo, debemos decir que cada grupo instalado en una ciudad de provincias dependía únicamente del comité de París y no tenía ninguna posibilidad de actuar sin atender las consignas de este último: «Dado que la Compañía de París, viene a ser la instancia superior y principal de todas las res­tantes compañías del reino, no podrá arbitrarse ningún plan para crear otras compañías sea donde fuere, ni dar a conocer los estatutos y reglamentos sin la auto­rización expresa de dicha Compañía de París, a la cual se le facilitarán de manera previa todas las informa­ciones con objeto de obtener la mentada autorización».4 Vemos, pues, cómo tomando como base París, al igual que en tiempos de la Santa Liga, se organiza toda una red provincial bajo el signo de la clandestinidad. Las instrucciones del grupo de París no cesan en ningún momento de recordar en todos sus despachos la nece­sidad de guardar el secreto.

En la resolución del 3 de abril de 1658, por ejemplo, se dice: «Con objeto de preservar el secreto, que es la esencia de la Compañía, se ha tomado la resolución de no remitir correspondencia a las compañías, sino sólo memorándum y notas, sin firma, fecha del día, lugar y año»…

La resolución del 1 de junio de 1658, rezaba: «Siendo el secreto el alma de la compañía será celosamente guar­dado y aquellos que lo violen serán advertidos, la pri­mera vez amigablemente, en particular por el Director.; la segunda vez por el Director y el Superior conjunta­mente, y si no se enmiendan, serán citados en público por el Superior».

Al propio tiempo se toman las mayores precauciones en lo que respecta a los documentos de la Compañía: «Los registros, estatutos y documentos sólo se darán a conocer por orden de la compañía, y aquellos a quienes sean confiados quedarán impuestos del contenido, los de­volverán tan pronto sea posible y no guardarán copia alguna de ellos, para que la Compartía se mantenga más en secreto»…

Como podrá observarse, el secreto no es aquí una in­vención de historiadores en busca de sensacionalismos. Los documentos de la Compañía no cesan de evocarlo, lo que por lo menos resulta sorprendente tratándose de personas que, en apariencia, se dedican exclusivamente a actividades benéficas.

Esas almas candorosas evitan mencionar, sin embar­go, que sus asambleas tienen un carácter muy misterio­so. Por lo general se celebran cada quince días, en prin­cipio el jueves a primera hora de la tarde, pues se considera este día como el de la institución de la Euca­ristía, a la cual la Compañía, como su nombre indica, tributa una ardiente devoción. Pero como las reuniones de diez, quince o veinte personas pueden llamar la aten­ción, sobre todo en las pequeñas poblaciones de provin­cia, los estatutos prevén de manera explícita que no deberán celebrarse más de tres veces en el mismo lugar.

Por lo demás, en sus instrucciones, el grupo de Pa­rís insiste una y otra vez en esta necesidad de cambiar el lugar de las reuniones y su periodicidad a la menor sospecha, venga de donde venga, sin excluir a las je­rarquías del clero regular.

La obsesión del secreto es tal que se prevén todas las situaciones en las que puede encontrarse un afiliado para evitar que los documentos sean leídos por personas extrañas a la organización. Así, se arbitra una detallada serie de disposiciones para el caso en que sobrevenga la muerte de algún miembro de la Compañía. Véase, si no, esta resolución de la Compañía de París, que alcanzó amplia repercusión en todos los grupos provinciales: «Ha­biendo la Compañía de Blois solicitado también instruc­ciones a ésta [la Compañía de París] a efectos de saber por qué medios evitar que los archivos y todos los do­cumentos relativos a sus asuntos caigan en manos de personas ajenas a la misma, cuando el secretario o cualquier otra persona que esté al cargo muera sin haber tenido tiempo de disponer sobre ellos, se decide que cada Compañía tenga un arca con los mentados archivos y documentos, sobre la que se hará constar: «El presente cofre y cuanto hay en el interior pertenecen y me ha sido entregado en depósito por X, el cual tiene la llave».

«En cuanto al depositario de los mentados registros y documentos tendrá buen cuidado de escribir lo mismo que ha escrito en el arca en su diario o en cualquier otro escrito que pueda ser hallado tras su fallecimiento. A 4 de agosto de 1644.»5

Tales precauciones podrán parecer como una excep­ción, pero lo cierto es que son moneda corriente en los documentos, publicados o inéditos, de la Compañía y de sus numerosas ramificaciones en provincia. Así podríamos reproducir cientos de notas y documentos, en todas las cuales se recomienda mantener el más absoluto se­creto. Y es que la Compañía del Santo Sacramento fue una auténtica sociedad secreta católica.

SILENCIOS INQUIETANTES

Así las cosas, nos vemos en la necesidad de dedicar unas líneas a consideraciones que no por ser de orden más general revisten menos importancia.

La historia de esta organización cubre, poco más o menos, todo el siglo XVII, el siglo del famoso «hombre de bien» que tantas lucubraciones ha promovido en el ámbito de las escuelas secundarias. Lo que durante un tiempo se llamó «humanidades» destinaba un lugar pre­ponderante al estudio de esta edad clásica por exce­lencia.

En consecuencia, cabe preguntarse qué puede saber un «hombre de bien» que hizo una carrera de huma­nidades, sobre lo que sabe de una empresa que es, sin discusión posible, oculta y católica, a través de las en­señanzas que recibió y a través de las obras que estaban fácilmente a su alcance.

De un modo general puede afirmarse que aquel que no haya sentido un profundo y genuino interés por Mo­liére (más adelante veremos por qué) apenas sabe nada de la Compañía del Santo Sacramento del Altar, de su acción o, incluso, de su misma existencia. Ello nos pa­rece un hecho inquietante, tanto más cuanto que en la actualidad no hay editor que no exhiba hasta en los quioscos de las estaciones innumerables libros que abun­dan en revelaciones sobre pretendidas sociedades secre­tas que han gobernado sin cesar el mundo, desde sus orígenes hasta nuestros días, y todo por unos pocos francos.

Así, se sabe todo sobre tal o cual grupúsculo com­puesto por cien afiliados que por espacio de unos meses se agruparon en torno a unos magos de salón para sor­ber un «brebaje de inmortalidad», que, al igual que un coctel, estaba integrado por sendas partes de gnosticis­mo y nazismo, de alquimia y de Zen, sin olvidar el «gran tercio» de catarismo y la cáscara de exotismo que otorga su incomparable aroma a todo «archisecreto».

Pero si transcurrido el momento de la ironía y su­perada la época del cartesianismo abstracto, nuestro hom­bre de bien, impulsado por el único afán de la verdad y presto a recelar de sus propios sueños, quiere infor­marse sobre las auténticas sociedades secretas, empezan­do por la Compañía del Santo Sacramento, ¿qué es lo que podrá encontrar con facilidad en la oferta al pú­blico?

Prácticamente nada.

Es verdad que abundan los trabajos de gente eru­dita, al menos durante una época concreta: a principios de siglo. Aquí hemos sacado provecho de ellos y en la bibliografía se da una referencia de las obras más im­portantes que merecen ser consultadas. Sin embargo, se trata de estudios que resultan de difícil acceso, y de poco sirven al «hombre de bien», quien no suele mos­trar interés excesivo en frecuentar la Biblioteca Na­cional.

Esta observación, que por lo demás también es válida para las restantes organizaciones ocultas católicas, nos lleva a observar que todo apunta, incluso en las pu­blicaciones más sesudas, a minimizar el papel, es decir, a negar la existencia de las sociedades secretas cató­licas.

Si, volviendo al caso realmente ejemplar de la Com­pañía del Santo Sacramento, se recurre a la importante Historia del catolicismo en Francia, a la que se vinculan los nombres de los profesores Latreille, Palanque, Rémond y el canónigo Delaruelle, todos ellos hombres de una notable e indiscutida erudición, nos encontramos con las frases siguientes, dignas de ser mencionadas en su integridad: «El [el funcionamiento de la Compañía] permaneció ignorado de los historiadores hasta los al­bores del siglo xx, y así, cuando Dom Beauchet-Filleau dio a conocer los primeros documentos sobre ella, en 1900, los investigadores rivalizaron en ingeniosidad para rastrear su pista e interpretar su papel, real o supuesto. Raoul Allier, al lanzar la expresión que hizo fortuna de la «cábala de los devotos» (1902), quiso ver en ella una gran máquina que permitía a un grupo de faná­ticos no exentos de hipocresía tirar de los hilos de to­dos los protagonistas de la escena religiosa y política. Exageración habitual en todos los historiadores de las sociedades secretas, pero que aquí debemos rebatir se­riamente».6

Esta última frase no deja de ser cáustica cuando uno conoce el papel preponderante que desde hace más de un siglo y medio han tenido los historiadores católicos en la elaboración de lo que cabría llamar la mitología de las sociedades secretas, en especial para luchar contra la francmasonería, ¡y a instigación del propio Santo Padre! 7

Pero lo realmente grave es que autores singular­mente respetables soslayen el problema de un plumazo: «Exageración habitual»…

¿Dónde está en el caso que nos ocupa la exagera­ción? Por lo demás, ellos mismos son los primeros en admitir:

– que la Compañía cuajó con mucha rapidez en pro­vincias y en más de cincuenta ciudades;

– que reclutó las personalidades más notables de la época;

– que funcionó por espacio de medio siglo;

– que intervino directamente, sin la mediación de las autoridades oficiales y las jerarquías eclesiásticas, en un sinnúmero de problemas políticos, públicos o pri­vados…

A buen seguro que uno estará de acuerdo con di­chos autores a la hora de admitir que resulta muy di­fícil «evaluar los resultados de su actividad»… Pero si esta ponderación es dificultosa, ello se debe al hecho de que nos encontramos en presencia de una verdadera so­ciedad secreta.. . y esta particularidad impide liquidar la cuestión de un plumazo al afirmar que nuestros co­nocimientos son resultado de «la exageración habitual de todos los historiadores de las sociedades secretas»…

En el caso que nos ocupa, lo que sabemos nos per­mite afirmar sin «exagerar» que el púdico «manto de Noé», que los historiadores católicos oficiales han que­rido arrojar sobre la Compañía, resulta por lo menos tan sospechoso como las «exageraciones» no demostradas a las que aluden.

Según hemos podido ver, la Compañía hizo cuanto estuvo en su mano para permanecer en la clandestinidad y para desvirtuar la verdadera índole de sus activida­des. No es de extrañar, por lo tanto, que los historiadores hayan encontrado muchas dificultades en encontrar un resquicio de luz a su respecto. ¿Quién será capaz en el año 2050 de comprender lo que fue entre 1958 y 1972 la «red» política y policíaca de la V República, camu­flada tras la fachada de un orden caballeresco y con innumerables complicidades en los distintos medios ad­ministrativos, financieros y culturales, sin olvidar, a ve­ces, el inevitable «medio»?

Es indudable que en un asunto de esta índole es me­jor prescindir de cualquier comparación excesiva… Lo importante, en el caso que nos ocupa, es la aptitud de una organización cualquiera para engañar acerca de la verdadera naturaleza de sus actividades.

En este sentido, la Compañía del Santo Sacramento se salió por completo con la suya. Veamos cuáles fue­ron, pues, las actividades de esta organización.

De forma sucinta cabe distinguir entre dos tipos de objetivos que se ponen bien de manifiesto en el ex­tracto ya mencionado de sus estatutos:

– “las obras ordinarias de los pobres, los enfermos, los prisioneros, los afligidos»; o sea, actividades bené­ficas o filantrópicas;

– «la conversión de los herejes y la propagación de la fe»; es decir, aspiraciones ideológicas que desembocan en última instancia en una actividad de censura de la moral pública y privada.

LA «BENEFICENCIA» Y «EL GRAN REPLIEGUE»

En todas las ciudades donde logró desarrollarse, la Compañía siempre situó en el primer plano de sus afa­nes la creación de órganos de asistencia para todas las categorías de infortunados. Así nos lo demuestra Raoul Allier basándose en un material de archivo irrecusable, a propósito de Marsella:

«Resulta chocante leer en la Histoire das hópitaux de Marseille, de Agust:n Fabre, que en una época deter­minada los magistrados municipales (échevins) tuvieron la idea de levantar un asilo de alienados, cuando sabe­mos que los cofrades 8 estuvieron durante años sugirien­do esta idea. Los casos equivalentes son numerosos. El hospital de los convalecientes se creó en 1654, pero fue consecuencia de los impulsos decididos en el seno de la Compañía y que empezaron a manifestarse en 1643. Se dice, asimismo, que el Monte de Piedad se estableció a raíz de un ciclo de prédicas por el país en 1672, pero la verdad es que los cofrades tenían en la mente llevarlo a cabo desde 1644 y creyeron estar a punto de conse­guirlo en 1645, pues incluso habían obtenido las paten­tes reales. Bien se trate de la «Pequeña Misericordia, del «Refugio para mendigos», de la «Sociedad carcelaria., de la «Compañía de propagación de la fe., del «Hospedaje de caminantes» o del de los «Miserables», así como de cualquiera otra obra de cualquiera índole fundada en Marsella durante los dos tercios del siglo xvii, es siem­pre la Compañía del Santo Sacramento la que, sin dar la cara abiertamente, lo instiga todo, lo inicia todo y lo concluye todo.»

Estas afirmaciones de Raoul Allier, lejos de ser «exa­geraciones de historiador de las sociedades secretas», se asientan, para ser exactos, en cerca de quinientas pági­nas de documentos reproducción integral de los deba­tes verbales de 1273, «conferencias» mantenidas por los miembros de la Compañía de Marsella.

Como puede observarse, las actividades «benéficas» de la Compañía fueron muy numerosas y variadas, y esta afirmación vale para todas aquellas poblaciones donde extendió su influjo.

Sin embargo, el secreto y la centralización extremos de la organización nos llevan a preguntarnos cuál era la exacta naturaleza de esta actividad ben¿f ca. Com­probamos que, en París, Aix, Marsella, Montpellier, Tou­louse, por todas partes en suma, la idea conductora, la «idea prioritaria» de la Compañía es la «concentración de los indigentes mendigos».

Así, por ejemplo, en Toulouse, un santo sacerdote llamado Arnaud Baric, ejecutando las decisiones de la Compañía, obtuvo en 1647 de los Capítulos la concesión de un local y la autorización para recoger «a las pobres mendigas, busconas y chicas vagabundas para ser con­ducidas al Refugio de la Grave, sito en el barrio de San Cipriano, junto con los pordioseros, miserables indigen­tes capaces de valerse y enfermos para separarlos y pro­ceder a la elección, expulsar a los impedidos y quedarse con los aptos para trabajar y con los enfermos para alimentarlos y mantenerlos a expensas de las limosnas, obras de caridad, donaciones y legados píos en favor del mencionado refugio, para instruirlos en el temor de Dios, en los misterios de nuestra fe y religión».9

Este caso que se dio en Toulouse se produjo asimismo en muchas otras poblaciones bajo la denominación de Hospicio general o Limosna general, cuyo rasgo común era la política de la «gran agrupación».

Engañados por la ornamentación piadosa y equívoca sutilmente erigida en torno de «Monsieur Vincent» y soslayando con toda cautela todo lo referente a su acción política, nuestros contemporáneos pueden tener tenden­cia a ver sólo en esta actividad benéfica una iniciativa del todo desinteresada, fruto exclusivo de la «bondad de espíritu» y de la alternativa de una ascesis espiritual.

No cabe duda de que esta consideración es posible en el plano de lo individual, pero ocurre que tiene una significación muy distinta al nivel de la sociedad consi­derada de una manera global.

En efecto, la sociedad del siglo XVII, que en muchos aspectos es una sociedad arcaica, se caracteriza por la existencia de disparidades económico-sociales de gran amplitud. Sus posibilidades tecnológicas no le permitían aferrarse a la esperanza de una «expansión económica», concepto que por lo demás era totalmente desconocido en aquella época. Así las cosas, el mantenimiento del orden social suponía de forma inevitable:

a) una distribución más justa de la riqueza producida entre los diversos grupos sociales en presencia; o sea, también la modificación de las jerarquías sociales. En una palabra: una revolución;

b) o bien, en el caso de que se excluyera toda redis­tribución de la riqueza, una represión sistemática de las aspiraciones y exigencias de los grupos dominados.

Estas dos políticas extremas no podían ser llevadas a la práctica de una forma integral, por lo que la so­ciedad del siglo XVII practicará a la vez un poco de una y un mucho de la otra.

En cuanto a la «beneficencia», lejos de ser tan sólo un factor de santificación individual, fue precisamente en el plano social el instrumento de una transferencia parcial de la riqueza producto de una rigurosa represión de las «clases peligrosas» consistente en la «gran con­vocatoria».

¿En qué consistía esta última, a cuya realización la Compañía del Santo Sacramento consagró una gran parte de su actividad?

En la primera mitad del siglo XVII encontramos un poco por todas partes, pero sobre todo en París, una serie de refugios que dan cobijo de forma indiscriminada a locos, indigentes, enfermos, gentes sin trabajo, indi­viduos salidos de correccionales. Entre ellas recordemos la Salpétriére, Bicétre, la Pitié, la Maison de la Savon­nerie y muchas otras.

En 1656 las autoridades decidieron la creación de un asilo general al que serían adjudicados todos los bienes de los establecimientos preexistentes. Por lo demás, veinte años más tarde se extiende la misma provisión al con­junto de ciudades del reino mediante un edicto del 16 de junio de 1676. Lo que aquí interesa retener es el carácter profundamente represivo y policial de la ins­titución, cuyos directores y los llamados «alguaciles del hospital» están investidos de toda la autoridad para decidir el internamiento de un individuo.

Michel Foúcault, en su notable Histoire de la folie, pone de relieve de un modo muy oportuno la naturaleza última de este sistema: 10

«Digamos, ya de entrada, una cosa que aparece muy clara: el Hospital general no es un establecimiento mé­dico, sino más bien una estructura medio legalizada, una especie de entidad administrativa que decide, juzga y ejecuta de forma paralela a los poderes ya constituidos y al margen de los tribunales. A tal efecto, los directores tendrán en el mentado hospital postes, argollas, celdas y calabozos y dependencias anejas al mismo como esti­men conveniente, sin que haya recurso alguno contra las ordenanzas que ellos dicten en el seno de dicho Hospital. En cuanto a las que se refieran al exterior, serán ejecutadas según su forma y tenor y al margen de las protestas, y su cumplimiento no será diferido.»

Como se ve, soberanía casi omnímoda, jurisdicción sin apelación, derecho de ejecución contra el que nada puede prevalecer. El Hospital general es un extraño poder que el rey establece entre la policía y la justicia en los límites de la ley: «la orden tercera de la repre­sión». Cuando uno piensa que el Hospital va a ejercer esta jurisdicción indiscutida sobre una población adulta numerosa (más del 1 por ciento de la totalidad de la población parisiense), sin recursos y de una extraordi­naria variedad social, se aprecia con claridad que la institución pretendía algo más que objetivos puramente filantrópicos.

El propio Michel Foucault hace notar a este respecto que el internamiento tiene, además, una finalidad po­líticoeconómica: 11

«Ya no se trata de internar a los que carecen de trabajo, sino de dar un quehacer a los que allí están recluidos y utilizarlos en beneficio de todos. La alter­nancia es clara: mano de obra barata en época de pleno empleo y salarios elevados, y, en periodo de paro, absor­ción de los ociosos y protección social contra la agitación y las revueltas.»

¿Qué relaciones existen, pues, entre este vasto plan social y la devoción al Santo Sacramento que es en teoría la base de la Compañía? Cierto que la política de la gran redada no es privativa de Francia. En la misma época Inglaterra tiene la Workhouse y Alemania su Zuchthaus, que vienen a ser también una especie de campos de trabajos forzados para los pobres, y a este título, sería muy simplista pensar que la Compañía fue la única que aplicó la práctica del gran encierro.

Este último es el resultado de la interferencia entre la voluntad real, los votos eclesiásticos (sobre todo de la Gran Limosnería y la acción de San Vicente de Paúl) y las aspiraciones de la burguesía mercantil y manu­facturera.

En consecuencia, la importancia de la Compañía se sustenta en el hecho de que penetra en todos estos medios separados entre sí, proporcionándoles una ideología co­mún que tiene el mérito de saber conciliar de forma ventajosa las aspiraciones a la santidad individual y las exigencias del mantemiento del orden social.

UNA POLICIA RELIGIOSA PARALELA

Sin embargo, en la práctica nos damos cuenta de que la realización de tan ambiciosos planes sociales se traduce en una vigilancia que puede calificarse de policial de la vida de cada sujeto, vigilancia ejercida por una red perfectamente clandestina de hombres. Y nada lo demuestra mejor que algunos extractos del registro de las deliberaciones de la Compañía de Marsella, en una época por lo demás tardía, cuando teóricamente la or­ganización se hallaba disuelta, pero que, en la práctica, continuaba con su táctica de delaciones. Veamos lo que dicen las actas de la 1010 conferencia, celebrada el 4 de mayo de 1684:

«En cuanto al escándalo producido en una casa situa­da más arriba de los Récollets, M. de Colongue tratará de indagar más a fondo lo ocurrido.

«Respecto al caso de la mujer que continúa prostitu­yendo a sus hijas, MM. Ripert y Cauvet, se seguirá «investigando».

«Ultimo de mayo de 1684. M. Nojaret se cuidará del caso enunciado respecto de las imágenes que los chiqui­llos usan en sus juegos y que profanan, y hablará de ello al Vicario Superior, y también de las desnudeces y otras cosas profanas que suele haber en las alfombras que se ponen en los templos.

«24 de agosto de 1684. M. Bayn indagará acerca del vecino de M. d’Oraison que al parecer es hugonote y que come carne los días prohibidos y ha dejado de asistir a la santa misa.

«3 de febrero de 1685. El señor Superior hablará con el señor obispo para que los sacerdotes vayan a la Opera..

«16 de agosto de 1685. M. de Vento tendrá la bondad de imponer un correctivo a las mujeres que escandalizan en la Place Neuve.

«4 de julio de 1686. M. de Audiffret tendrá buen cuidado de hablar al señor vicario de Saint-Martin en compañía de M. Rosset para informarse sobre el señor de Portail, con objeto de averiguar por qué se ha sepa­rado de su mujer y para que cumpla con su obligación y, si no entra en razón, advertir entonces a los magis­trados del municipio.

«15 de mayo de 1687. En torno al asunto de esa joven seducida que vive en casa de M. Garnier, M. de Ventou hablará con éste, autor del hecho, para terciar y ver de recomponer las cosas.

«4 de septiembre de 1687. El señor Director se encar­gará de presentar una solicitud para impedir el matri­monio del hombre que vive en la calle Neuve».. .

Y así podríamos multiplicar los ejemplos de este tipo de intervenciones de la Compañía. Con todo, nada resulta tan ilustrativo como las actas de las discusiones correspondientes a la última asamblea de la Compañía de Marsella de la que tenemos noticia, celebrada el 10 de agosto de 1702:

«M. de Lalongue y el señor canónigo Butin han sido comisionados por los vicarios de las parroquias de la ciudad para entregar a cada uno de ellos un informe con todos los desórdenes y escándalos que se produzcan en su parroquia.»

Salta a la vista el vasto alcance de la actuación de la Compañía, la cual pretendía controlar toda la vida pú­blica y privada de una población mediante una especie de inquisición laica y secreta. Esta «policía paralela» somete a especial vigilancia a los hugonotes, curanderos, magos, agrupaciones artesanales («compagnonnages») y a los libertinos de toda índole.

Uno de los más célebres personajes considerados como libertinos, objeto de dicha persecución por parte de los fieles de la época, fue el propio Moliére, quien sostuvo frecuentes escaramuzas con estos hombres, muy bien representados por la Compañía del Santo Sacramento.12

Vemos cómo, en efecto, a partir de 1643 el «Ilustre Théatre», de reciente fundación, fue desalojado de la parroquia de Saint-Sulpice, la más grande de París por aquel entonces, a instancias de M. Olier, del cual se dice que desempeñó un papel nada desdeñable en la consti­tución de la Compañía. Pero este hecho fue un simple escarceo comparado con el escándalo que provocó la creación y representación del Tartufo.

Cuando en abril de 1644 se propaló el rumor de que Moliére se disponía a «ridiculizar a los beatos», como, se decía en aquel entonces, el marqués de Laval reunió en su casa a sus cofrades y acordaron poner en juego todos los medios a su alcance para impedir la representa­ción de tan «perversa comedia».

A pesar de ello, el día 12 del mes de mayo siguiente Moliére consiguió dar ante el rey una primera versión en tres actos que nos es prácticamente desconocida. El mismo delegado pontificio no encontró nada reprensible en la obra. Sin embargo, tan virulentos fueron los ata­ques, que la pieza teatral no pudo representarse. Enton­ces, Moliére decidió apelar al monarca, y en una súplica fechada el 31 de agosto de 1644, explica: «Sire, creí prestar un gran servicio a todos los hombres de bien de vuestro reino escribiendo una comedia que descu­briera a los hipócritas y pusiera de manifiesto, como corresponde, todas las bellaquerías encubiertas de estos falsificadores de moneda con disfraz de hombres píos que tratan de atrapar a los demás con celo pervertido y caridad postiza».

A pesar de sus alegaciones, por espacio de varios años Moliére tuvo que contentarse con ofrecer unas pocas representaciones privadas de su obra.

En agosto de 1667 se atrevió, una vez más, a ridicu­lizar de forma pública a los fieles de la Compañía del Santo Sacramento y presentó una nueva versión, muy atemperada, a la que dio el título de Panulfo o el im­postor, que alcanzó un éxito considerable. Sin embargo, aprovechando la ausencia del rey, el presidente Gillau­me de Lamoignon, miembro él mismo de la Compañía (al igual que el arzobispo Hardouin de Péréfixe), volvió a prohibirla al día siguiente del estreno. Todavía serían precisos muchos acuerdos y discusiones a lo largo de casi dos años para que, al fin, Tartufo pudiera represen­tarse sin ninguna traba el 5 de febrero de 1669.

A decir verdad, la incesante pugna de la cofradía secreta contra la libertad intelectual y cualquier otro tipo de libertad era ya un combate de retaguardia, puesto que en 1660 el Parlamento parisiense adoptó una resolu­ción que prohibía a «cualquier persona, al margen de su condición y bajo ningún pretexto, agruparse sin auto­rización del rey».

Esta decisión afectó muy en especial a la Compañía, la cual se vio en la precisión de tener que disolverse, al igual que todas las asociaciones no reconocidas por la ley.

De todos modos, continuó actuando de forma clan­destina en diversas ciudades hasta finales de siglo, cuan­do el núcleo parisiense trató incluso de reestructurarse, sin demasiado éxito por cierto. Por otro lado, es innega­ble que los cofrades conservaron en el seno de la nobleza y de la burguesía una situación y unas relaciones que les permitían ejercer un vasto influjo sin necesidad de encuadrarse en sociedad alguna.

Fue así cómo, discreta y calladamente, la Compañía del Santo Sacramento terminó por extinguirse en tanto que organización estructurada. Si bien no pudo culminar sus proyectos, es indiscutible que logró permanecer oculta por espacio de casi un siglo, lo cual no es poco.

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1 Roland Mousnier, Les Hiérarchies sociales de 1450 á nos jours, pág. 45 y ss., PUF, París, 1969.

2 El Oratorio fue el núcleo de lo que luego se denominó «la escuela francesa de espiritualidad».

3 La flexibilidad de esta fórmula evoca la organización del Opus Dei.

4 Esta misma cláusula la volvemos a encontrar en el Opus Dei, que prohibe la divulgación de sus estatutos y reglamentos.

5 Sólo hemos modernizado la ortografía del texto en cues­tión.

6 Histoire du catholicisme en France, tomo II («Sous les rois trés chrétiens»), pág. 317, SPES, París, 1963.

7 Cf. Jean Saunier, Les Francs-Magons, en la misma co­lección.

8 Los cofrades son los miembros de la Compañía.

9 Abbé Auguste, La Compagnie du Saint-Sacrement a Touiouse, pág. 62, Picard, París, 1913.

10 Michel Foucault, Histoire de la folie, pág. 56, Plon, Pa­rís, 1961.

11 Michel Foucault, ob. cit., pág. 66. 58

12 Por lo demás la Compañía se disolvió en 1645.

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LA CONGREGACION Y LOS CABALLEROS DE LA FE

A principios del año 1826 apareció en París un libro de apariencia jurídica titulado, sin excesivas pretensiones literarias, Memoria para consulta sobre un sistema re­ligioso y político tendente a destruir la religión, la socie­dad y el trono.

Este libro, al que habían precedido varias cartas pu­blicadas el pasado otoño en el periódico Le Drapeau Blanc, cuyos destinos presidía el extraño barón d’Eck­stein, contenía una serie de sorprendentes acusaciones contra una organización oculta de signo religioso y po­lítico.

ANGELES, SABIOS Y DEMONIOS.

«El misterioso poder que bajo el nombre de Congre­gación aparece hoy en la escena del mundo se me antoja tan confuso en su composición como en su objeto, y en éste como en su origen. Tan difícil resulta explicar de forma precisa lo que es, como mostrar su progresiva gestación, evolución y organización en el pasado. Y digo organización con la salvedad de que, a veces, se muestra de cuerpo entero, con un tronco y unos miembros visibles, mientras que en otras ocasiones desaparece parte de estos miembros y diríase que el cuerpo está incom­pleto. El propio cuerpo está constituido de tal forma que, si le conviene, puede esfumarse como una sombra, y entonces uno se pregunta si en verdad existe una Congregación.

«Su objeto es tan difícil de precisar como su, natura­leza. Cuando se estime necesario se presentarán como una simple asamblea de hombres píos y diríais que se trata de ángeles. Otras veces actúan como senado, al modo de una asamblea deliberante, y uno cree estar en presencia de gentes sabias, y por último, cuando así lo exijan las circunstancias, será un antro de intrigas, espionaje y delación: nos encontramos en presencia de demonios.

«Una condición tan etérea, que escapa de nuestras manos cuando queremos aprehenderla, revela en sus dirigentes no ya una sutileza ocasional, una inteligencia de sesgo individual, sino un arte profundo, perfeccionado por antiguas tradiciones, un arte que realza el genio par­ticular de un cuerpo constituido con vigor y organizado con inteligencia.»

El autor de estas afirmaciones, aun cuando se muestra muy prudente, al objeto de evitar un posible proceso -lo cual consiguió-, dio, no obstante, una serie de asombrosas precisiones en cuanto a la organización de esta congregación. Algunas merecen reproducirse, aunque sólo sea para poder establecer comparaciones útiles:

«Se intentó, de forma simultánea, incorporar los mi­nisterios a la Congregación y ésta a los ministerios. Co­rreos, la Policía de París, su Dirección general dependían ya de los cofrades.1 Sólo faltaba integrar en ella, en bloque, a los principales ministerios […].

«A la Congregación no le basta con haberse adueñado de Correos, de las dos policías y haberse posesionado en cierto modo de los ministerios. Su difusión por todo el reino originó un nuevo sistema de vigilancia. Antes, el espionaje era un menester que retribuía la astucia con dinero. Ahora se le ha convertido en una cuestión de conciencia. En virtud de los deberes que la Congre­gación impone, se asegura que se trata de un problema moral y se pretende otorgarle patente de nobleza […].

«A este respecto algunos estamentos sociales inferio­res fueron tratados igual que las clases superiores. A través de la llamada Asociación de San José, hoy todos los obreros están encuadrados y sometidos a una disci­plina; en cada barrio hay una especie de centurión que es un burgués notorio dentro del distrito […].

«Ni siquiera la colocación del servicio doméstico es­capa a su control. En París he conocido a doncellas y lacayos que decían contar con el beneplácito de la Con­gregación […].

«En la Cámara de Diputados, el pasado mes de abril, había una concurrencia de 130 miembros de la Congre­gación unas veces y 150 otras. Pude hablar con un adepto de la Congregación y me dijo que sólo eran 105. Se afirma que desde entonces su número se ha incre­mentado […].»

Vemos, pues, cómo el poder oculto que denuncia Mont­losier -ya que de él se trata- abarcaba en su esfera de influencia todos los aspectos de la vida pública fran­cesa durante la Restauración.

También debemos mencionar con mayor detalle los mecanismos mediante los cuales este «contrapoder», que pasó de las parroquias a los castillos, y de los castillos a los salones, en defensa del poder (establecido), pero con la idea de adueñarse de él, se instaló también en el mismo seno de las clases dirigentes.

Vemos así cómo el vizconde de Carné relata en sus memorias la entrevista que sostuvo con un alto funcio­nario del ministerio de Asuntos Exteriores, al término de la cual éste le dio la mano con cordialidad, pero «enlazó sus dedos con los míos de una forma que me sorprendió y a la que yo no atribuí ningún significado especial». Al cabo de unos días el vizconde mencionó el detalle a un hombre que estaba muy al corriente de los hábitos de los altos cargos de la administración, el cual se lamentó diciendo: «¡Desdichado! Era la cadena… teníais que haber introducido el pulgar en el anillo. Ha­béis dejado pasar vuestra oportunidad.»

Así pues, había toda una red de personajes que labo­raban en beneficio de una empresa que sólo ellos cono­cían, pero en la que tomaban parte gentes de todos los medios sociales. A través del testimonio de Montlosier ya vimos que intervenían tanto los obreros como el per­sonal doméstico, y hemos de creer que éste no lo había soñado puesto que el propio Chateaubriand tuvo buen cuidado de escribirle: «Pienso lo mismo que vos de la religión, aborrezco como vos a la Congregación y a sus hipócritas asociaciones que hacen de mis criados espías y que buscan en el altar un pretexto para hacerse con el poder.» (Carta del 3 de diciembre de 1825, anterior a la publicación de la «Memoria».) 2

¿Quién era entonces el que según Montlosier impul­saba este formidable poder y esta red de espionaje?

La «Memoria» nos resulta muy explícita al respecto.

«Según un informe, las fuerzas que apoyan a la Con­gregación son inmensas. Ante todo está el partido je­suítico, cuyo centro está en Roma, en la Escuela de la Sabiduría. Después del partido jesuítico, otro ferviente sostenedor de la Congregación es el partido ultramon­tano. Junto a él hay otro grupo que aunque se asemeja en otros aspectos, no es en modo alguno de la misma índole. Es el que podríamos llamar el partido clerical, in­tegrado por todos aquellos que, contra viento y marea, quieren poner a la sociedad en manos de la casta sacer­dotal. Sus prosélitos piensan que el poder del Papa no es de primer orden, sino que tiene un carácter subsi­diario. Se declaran prestos a desechar en cualquier mo­mento la doctrina de la supremacía de Roma sobre los reyes con tal de que éstos reconozcan la suya […]. Es en este terreno donde arraigan con fuerza las raíces de la Congregación. Y más fuertes son todavía sus raíces en las conciencias, por los sentimientos religiosos que profesa, y en las opiniones, por sus doctrinas monár­quicas. Sobre todo, su influjo se extiende a las autorida­des civiles y políticas, que en buena parte siguen sus directrices.»

A fuer de sinceros hemos de decir que cuándo Mont­losier pone en entredicho a los jesuitas y al partido clerical uno no puede menos de pensar que la Congre­gación que él denuncia es, una vez más, fruto de ciertas obsesiones antijesuíticas. En realidad, el personaje, por interesante que se nos aparezca, no acaba de inspirarnos absoluta confianza.

«UN ESPIRITU ABIGARRADO HECHO DE FRAGMENTOS Y PORCIONES»…

Es en verdad desconcertante el destino de Francois ­Dominique de Reynaud, conde de Montlosier (1775-1838), quien se define a sí mismo como un hombre singular. Desconcertante en virtud de las numerosas contradic­ciones de que dio prueba. Es de nuevo Chauteaubriand el que, confesando «el placer que produce su heteróclita persona», nos lo describe como «feudalmente liberal, aristócrata y demócrata, espíritu abigarrado hecho de fragmentos y porciones […] «.

De otro lado, Stendhal alude a él como un «volcán en actividad y como un hombre «de espíritu maniático de nobleza y medio loco en lo demás».

Por halagadores que puedan ser, estos testimonios no dejan de convertir en algo sospechosas las afirma­ciones de Montlosier. De hecho, el decimosegundo vás­tago de una familia auvernesa de la pequeña nobleza, que de muy joven tuvo una vida sentimental agitada, puede aparecer como un testimonio poco digno de crédito. Im­buido por el magnetismo y el mesmerismo (más adelante abriría en Londres un consultorio como médico), ilumi­nista y un algo vidente, apasionado por la geología y siempre impregnado del espíritu de su Auvernia natal, fue, por lo demás, un continuo oposicionista. Emigrado, tras haber sido representante de la nobleza en la Cons­tituyente, no soporta en modo alguno los conciliábulos y mentalidad cerril de la emigración. Siendo monárqui­co, permanece al margen de la Restauración; católico ferviente, considera su deber atacar las pretensiones del clero del mismo modo que, siendo de noble linaje, atacó antes las de la nobleza. «Mi destino -escribirá- fue el de atacar y a veces ofender, aun sin desearlo, a los hombres por los que sentía más consideración».

Habiendo prestado su apoyo a la causa imperial y tras mantener una correspondencia secreta con el em­perador, Montlosier fue muy mal visto por los ultras de 1825, a los que conocía demasiado bien para que este hecho le fuera perdonado.

Por consiguiente, su vocación de panfletario es en él una cosa innata, y en su caso no era tanto la expre­sión de un odio como la de un amor frustrado. Creer en los principios de la aristocracia y hallarse rodeado de nobles mediocres y ridículos, creer en la religión y encontrarse sólo con clérigos sedientos de poder, justi­fica todos los excesos de lenguaje. Pero ¿se trata real­mente de excesos más que de pudor? Montlosier, inquieto y dolorido, no dio nunca su brazo a torcer. «Vos no podéis creer que este dolor que es en mí fruto de un sentimiento herido en lo más hondo, sea respeto», se lamentó en una ocasión.

Pero lo cierto es que durante más de tres años, este original historiador acumulará los documentos que darán lugar a encendidas polémicas y a un sinfín de artículos.

Además de su Memoria, ya mencionada, aquel mis­mo año de 1826 publicó una Denuncia ante los tribunales reales, más tarde una Petición a la Cámara de los Pares. En 1827, dio a la luz una «Memoria» al señor conde de Villéle, a la que tituló Los jesuitas, la Congregación y el partido clerical. Por último, en 1829 publicó un estudio de conjunto: Sobre el origen, la naturaleza y los progresos del poder eclesiástico en Francia.

En esta última obra, dicho sea de paso, Montlosier habla de forma muy clara sobre la continuidad de las tentativas clericales para hacerse con el poder, y hay que reconocer que sus análisis todavía hoy sirven para buen número de países, entre los cuales posiblemente España ocupe la primera plaza, sobre todo si llamamos «príncipe» a los responsables en el orden político.

«El plan de la facción clerical se ejecuta por lo ge­neral en dos direcciones. Unos se ocupan de esclavizar a los pueblos mediante los reyes, y otros de someter a los reyes a través de los pueblos. Si un príncipe tiene sen­timientos religiosos, no tardan en hacer palanca desde este terreno. En una religión tan hermosa como la re­ligión cristiana, susceptible de fomentar tan bellos senti­mientos y que tanto se presta a nobles impulsos de elocuencia, se rodea con habilidad a un príncipe, se le engaña con artificios, se le imbuyen inclinaciones devo­tas, y pronto, si ello es posible, se le arrastra a la vida devota.

«Si un príncipe no tiene inclinaciones piadosas, no se desesperan por ello. Se le presentan consideraciones de tipo político. En vez de los placeres de la vida eterna, se le habla de las delicias del poder absoluto, se le convence de que siendo Dios y los asuntos sagrados lo más importante, es preciso conceder la mayor aten­ción a los clérigos, soldados de vanguardia en la con­quista de un vasto poder.

«Con respecto a los pueblos, el plan de dominio sacer­dotal funciona del mismo modo. Una vez las mujeres han sido subyugadas por el amor de Dios y las clases inferiores por todo lo que las ceremonias religiosas tienen de ostentoso, se intenta en otros estamentos captar a los débiles por el terror de los dogmas y a los fuertes por el temor a los gendarmes. Si es que por azar ha habido una revolución en este país que haya causado múltiples infortunios, es un texto inagotable. A muchas nulidades que sé dicen hombres de Estado se les asusta con la revolución y los jacobinos; a otros imbéciles presos en las supersticiones se les atemoriza con el infierno y el diablo. ¿Podría encontrarse un medio más idóneo?»

Tal vez alguien se pregunte qué tienen que ver estas vaguedades, audaces en la época, durante el reinado del beato Carlos X, con el caso concreto de la Congregación. Uno tiene derecho a preguntarse si Montlosier, hom­bre un poco dado a las fantasías, puede considerarse como testimonio fidedigno. A este respecto diremos que está muy lejos de ser el único que denunció la influencia del «partido clerical’3 Incluso algunos publicistas, hoy olvidados, le precedieron en esta senda. Es cierto que la «psicosis antijesuítica» imperó por doquier bajo el An­tiguo Régimen y que, de otro lado, las antiguas querellas entre galicanos y ultramontanos permanecían vivas. Pero ya hemos visto que Chateaubriand, cuya obra El genio del cristianismo anunció en 1802, año del Concordato, una renovación de la vida religiosa en Francia, com­partía por entero el punto de vista de Montlosier.

Otros autores, y no de segundo orden, dan fe de lo mucho que preocupó a la opinión pública el complot congregacionista.

Así, Stendhal, que en su Courrier Anglais se hizo eca de. las protestas indignadas de Montlosier, hará alu­sión más de una vez a la conjuración en Rojo y Negro, aparecida en 1830. Por otro lado vemos cómo Frilair, el gran vicario, se enfrenta con éxito al marqués de la Mole, a su vez hombre notable e influyente. Asimismo, encontramos en diversas: ocasiones la sombra de la Con­gregación en la obra de Balzac. En el Cura de Tours (1832), el padre Troubert, simple vicario general; pero el personaje más influyente’ de la provincia, donde re­presenta a la Congregación, impone una sutil pero im­placable -dictadura. En Contrato de matrimonio (1825) y en Los Empleados (1838), la Congregación cobra un sesgo temible.

Pero con el mismo derecho podemos preguntarnos si la extraña cofradía secreta que aparece en Reverso de la Historia Contemporánea (que contiene dos relatos: «El Iniciado» y «Madame de la Chanterie») y que Balzac llama la «Orden de los Hermanos de la Consolación» no es una especie de Congregación que ha degenerado en Un complot político y que por esta circunstancia perma­nece fiel a su vocación espiritual.

Digan lo que digan estos testimonios literarios, la cuestión que nos interesa de verdad es saber en qué medida puede concederse crédito a Montlosier cuando describe la actuación de la Congregación. Pues bien, aun teniendo razón completa, parece que a este respecto co­metió un error de magnitud.

LA CONGREGACION NO ERA «LA CONGREGACION»

Tal vez nos sorprenda este enunciado, pero lo cierto es que tiene plena justificación. El complot ultracleri­cal es sin duda un hecho histórico, y todas las acusaciones de Montlosier son exactas. No obstante, esta conspiración no fue obra de una sociedad que ostentara el nombre de «Congregación sino de otro grupo distinto oculto tras ella y que era en realidad la Orden de los Caballeros de la Fe. A decir verdad y desde la época de la Revo­lución, sobre todo bajo el Imperio, se asistió al surgi­miento de toda clase de sociedades realistas y católicas .que,. por, necesidad, desplegaban sus actividades de for­ma clandestina. A este respecto se hace remontar a 1790 la, constitución de uno de los primeros «Institutos seglares»., del tipo del Opus Dei .4 Al parecer un antiguo jesuita, el padre Cloroviére, tuvo la idea de crear para los sacerdotes y laicos un tipo de sociedad distinta de las órdenes, religiosas que permitía a la vez una gran obe­diencia. por parte de sus miembros y una auténtica clandestinidad.

Unos años más tarde, otro antiguo jesuita, el padre Delpuits, creó en 1801 la Congregación, asociación pía destinada; a los jóvenes de familias nobles o burguesas que.; deseaban desarrollar su devoción a la Virgen María y dedicarse a la práctica de obras benéficas.

Hacia esta época asistimos a una especie de renova­ción religiosa, favorecida por una cierta normalización de las relaciones del Estado francés con el Vaticano. De este modo vemos cómo se desarrollan empresas de índole pía que, por otro lado, tienen un trasfondo polí. tico, como las «Sociedades de los Buenos Libros», la «Sociedad de San José», etc. La Congregación participa en esta -renovación religiosa al nivel de la juventud y reúne a estudiantes de Derecho y Medicina, alumnos del Politécnico y jóvenes de la buena sociedad.

Con, estos medios escasos, pues sus miembros son sólo unos centenares, participa en la resistencia ideológica y en las ideas revolucionarias adoptadas de nuevo por el Imperio. Sobre todo desempeña un papel en la difu­sión de la bula de excomunión que Pío VII había lan­zado contra Napoleón, y que el emperador quería man­tener en secreto.

Las pesquisas policíacas llevadas a cabo en este mo­mento y cuyas conclusiones publicó Bertier de Sauvigny, revelan que en aquella época existía toda una urdimbre de pequeñas organizaciones secretas que hoy llamaríamos «integristas» y que abarcaban todo el territorio, grupos como el «Aa», el de las «Amistades» o la «Sociedad del Corazón de Jesús».5

Tal como escribe Bertier de Sauvigny, «entre todos estos grupos más o menos secretos se adivinan conexio­nes invisibles». El mero hecho de que en la base de todos ellos se encuentre un antiguo jesuita resulta bas­tante sintomático. De hecho, tanto el padre Cloriviére como el padre Delpuits eran antiguos miembros de esta orden. Cuando en 1809 estas asociaciones fueron disueltas, fue también un antiguo jesuita, el padre Ronsin, quien cinco años más tarde insufló nueva vida a la Congre­gación. Esta se instaló entonces en el seminario de las misiones extranjeras, en la rue du Bac. Como antaño, la Congregación está formada por aristócratas y miem­bros de la alta burguesía y se dedica a la práctica de obras pías.

Es indudable que no puede afirmarse que fuera neu­tra desde el punto de vista político. La marejada de la revancha clerical se dejó sentir con auténtico furor durante la Restauración. Las misiones predicadas con ostentación y destinadas a fomentar el temor en los espíritus, los múltiples y variados autos de fe, las leyes de carácter excepcional represivas de las «impiedades», y la voluntad de tomar de nuevo las riendas de la enseñanza fueron el objetivo esencial de la política del partido devoto, y es más que probable que ciertas con­gregaciones participaran alegremente en tales excesos. Y, sin embargo, no puede decirse que la Congregación resucitada por el padre Ronsin encaje, pieza por pieza, en el perfil que Montlosier trazara de ella en 1826.

Ya hemos dicho, empero, que a pesar de todos los pesares Montlosier tenía razón: la Congregación pro­piamente dicha no era la llamada Congregación, sino la orden de los Caballeros de la Fe.

LOS CABALLEROS DE LA FE

Aun cuando la Congregación quede exonerada de culpa, no por ello dejó de servir de tapadera a una organización oculta de matiz esencialmente político de­nominada la «Asociación de los Estandartes», pero que en realidad era la orden de los Caballeros de la Fe, fun­dada en 1810. Los trabajos de Marie de Roux sobre la Restauración y, sobre todo, la tesis de que Guillaume de Bertier de Sauvigny consagró a su antecesor en 1848 hacen que hoy no tengamos ya ninguna duda sobre la naturaleza de lo que podríamos llamar la «verdadera Congregación». Este autor, en efecto, en su obra Un tipo de ultrarrealista: el conde Ferdinand de Sauvigny y el enigma de la Congregación, describe de forma mi­nuciosa la empresa de los singulares caballeros.

Es sabido que Ferdinand de Bertier, junto con su hermano Benigne, frecuentó a un tiempo la masonería y distintas organizaciones secretas ultrarrealistas.6

De la primera conservó la afición al ritual caballe­resco y a la organización de los afiliados en una jerarquía secreta. Así, por ejemplo, la orden de la que fue funda­dor comprendía un escalafón de cuatro graduaciones: asociado de caridad, escudero, caballero hospitalario y caballero de la fe, grado este último al que se accedía a través de una iniciación casi medieval. En efecto, sólo las personas que habían obtenido este título podían ha­cerse una idea cabal de la organización y de las finalidades auténticas de la orden; los restantes grados creían sim­plemente formar parte de una sociedad benéfica, tal como lo da a entender por lo demás la denominación de las tres primeras clases de jerarquía. Al frente de la orden figuraba un Gran Maestre que durante mucho tiempo fue el duque Mathieu de Montmorency, el cual también había sido francmasón bajo el Antiguo Régimen. Asimismo, fue uno de los numerosos e infortunados amantes de Mme de Stael. Par de Francia, desempeñó la cartera de Asuntos Exteriores en el Gobierno Villéle, quien en 1817 entró también a formar parte de la orden.

El propio director general de policía Franchet-Despe­rey pertenecía a la organización, que de este modo estaba eficazmente protegida contra cualquier tipo de delación. Por lo demás, en la lista de afiliados figuran personajes notorios, como Sosthéne de La Rochefoucauld, Adrien de Ronjé, el duque de Cars, Mathieu de Noailles, etcétera.

El consejo de nueve miembros que se encontraba en cabeza de la orden tenía autoridad sobre los «pen­dones» de Caballeros, o sea los grupos locales que en­traban en el cuadro de un departamento.

Pero el pendón o estandarte más importante en el plano político era el de la Cámara, en especial en la época de la cámara llamada «inencontrable», elegida en octubre de 1815 y disuelta en septiembre de 1816.

En la residencia del marqués de Puyvert tenían lugar de manera periódica reuniones secretas que permitían a la orden dominar de manera real la política de la Asamblea. Pero una vez quedó reducido su número, los ultras, siempre estimulados por los Caballeros de la Fe, continuaron haciendo la vida difícil a Decazes primero y luego a Richelieu, al que por otra parte indujeron a presentar la dimisión, en 1821.

Así, pues, no es posible desconocer la importancia de esta organización que ya bajo el Imperio había ur­dido toda una red de corresponsales en el ámbito de todo el territorio nacional. Instrumento de propaganda contra Napoleón y contra las ideas revolucionarias, des­empeñó un papel irrefutable en la restauración de los Borbones y, también, en la política del periodo de la Restauración.

. Su llegada al poder le fue fatal en la medida en que los caballeros se dividieron entre Bertier y Villéle. Tal como escribe Robert Casanova: «A este último le era imposible gobernar sin el apoyo de la facción de la Cámara, pues ésta podía fácilmente colocarle en situa­ción difícil aliándose a la oposición de derechas o de izquierdas. Para obtener este apoyo, Villéle tuvo que hacer frecuentes concesiones, pero en 1824 logró dirigir con autoridad indiscutible los ciento a ciento veinte diputados de la orden».

El mismo autor ofrece un ejemplo bastante insólito de la eficacia de los métodos de los Caballeros de la Fe: «Le bastaba [a Villéle], por ejemplo, hacer una señal con su abrecartas de marfil para que estos singu­lares caballeros empezaran a toser y a sonarse todos a una y apagar de este modo la voz de algún orador incómodo».

La orden se había convertido en lo que ahora llama­ríamos una «correa de transmisión» del Gobierno y, como dice Montlosier, se había conseguido «incorporar la Congregación al ministerio y el ministerio a la Con­gregación».

Perd parece que Bertier de Sauvigny se lamentaba de que su orden ya no tuviera apenas que ver con las aspiraciones religiosas que se impuso como objetivo. Lo cierto cs, empero, que su profundo desacuerdo con Villéle le impulsó a poner término a la empresa.

En enero de 1826, el Gran Capítulo de los Caballeros de la Fe decidió la disolución pura y simple de la orden. Menos de un año después, la rama de la Cámara dejó de ejercer todo influjo político.

***

Esta fue, pues, la historia de la «auténtica Congrega­ción». No hay duda de que todavía quedan muchos aspectos por esclarecer. Es muy probable que en el mun­dillo de las cliques y camarillas ultrarreaccionarias de la época el extraño desdén de Montlosier fuera motivo de regocijo, ya que éste acusaba a una asociación inocente de las fechorías de otra muy real. De esta forma, al des­viar sin pretenderlo la atención de la gente, secundaba a fin de cuentas los planes de la sociedad secreta.

Pero de todo lo expuesto conviene retener sobre todo el hecho de que una vez más, una sociedad secreta católica se había impuesto como objetivo encuadrar y dirigir una porción de la élite políticosocial de su época. Su existencia y su acción no son fruto de la exageración de los historiadores de las sociedades secretas, sino que son, por contra, incontestables e incontestadas, aun cuan­do algunos prefieran que no se hable de ellas.

En este sentido, la historia de los Caballeros de la Fe y la de la Compañía del Santo Sacramento resulta útil para la comprensión de la naturaleza profunda del Opus Dei y de sus métodos. Sin embargo, vamos a ver en seguida que no sólo hay que buscar elementos de com­paración en el pasado lejano, puesto que ha existido en el siglo XX otra sociedad secreta católica que en ciertos aspectos tal vez ha prefigurado lo que sería la «Obra de Dios».

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1 Dichos cofrades eran: Doudeauville (Correos); Franchet­ Desperey (Dirección General de Policía) y Delavaux (Prefec­tura de Policía).

2 Memorias de Ultratumba libro X, pág. 179, Ediciones del Ministerio de Educación Nacional, París, 1972. 68

3 Así, en 1824, Dumesnil denunció también el poder ocul­to y corrompido.

4Fundó dos sociedades: la “Sociedad del Corazón de Je­sús” y las “Hijas del Corazón de María”. Cf. Jean Beyer: Les Instituts séculiers, Desclée de Brouwer, París, 1954.

5 Lammenais formaba parte de uno de ellos, en Saint-Malo

6 De 1801 a 1807, F. de B. fue miembro de la logia “La Per­faite Estime”.

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LA RED SECRETA DE LA «SAPINIERE»

A fines del siglo XIX y principio del XX, el mundo católico se vio profundamente conmocionado por lo que se dio en llamar la «crisis modernista».

Todo un movimiento intelectual preconizó en aquel periodo una nueva concepción de las doctrinas y creen­cias católicas tradicionales más de acuerdo con las exi­gencias del pensamiento científico moderno. Alfred Loisy en Francia, Hermann Schell en Alemania, George Tyrell en Gran Bretaña, Romolo Murri en Italia, todos se erigieron en jefes de fila de una renovación de las perspectivas teológicas, históricas o sociológicas que transformó todas las disciplinas religiosas.

Como resultado de ello se produciría una polémica de vastos alcances que involucraba todo un ideario polí­tico no explicitado pero de profundo arraigo. Tal como escribe Emile Poulat en un libro fundamental:1 «Se ponía en la picota al modernismo social de los clérigos demócratas, del Sillon y de su jefe Marc Sangnier, el modernismo ascético, el mismo modernismo literario e incluso la Biblia francesa de Crampon. Loisy era para sus detractores otro Renan, peor que el primero, mien­tras que sus defensores evocaban a su respecto el pro­ceso de Galilea o incluso otro caso más próximo y mo­lesto: el caso Dreyfus».

Esta última comparación, evocada con mucha frecuen­cia («el caso Loisy es el caso Dreyfus del Estado Mayor teológico», escribiría el padre Birot), no resulta exage­rada en la medida en que se asistió a una rigurosa bipolarización de la opinión católica.2 Dos facciones en­traron en liza (y en algunos aspectos siguen hoy enfren­tadas): la de los «modernistas» y la de los «integristas», estos últimos amparándose en las condenas fulminadas por el Vaticano contra cualquier concesión al pensa­miento científico. En efecto, el 4 de julio de 1907, un decreto del Santo Oficio condenó setenta y cinco pro­posiciones doctrinales modernistas, y el 8 de septiembre del mismo año, una encíclica de Pío X conocida con el nombre de Pascendi afirmó que el modernismo era «la encrucijada de todas las herejías».

Esta definición tiene un extraño parecido con ciertas condenas esgrimidas contra la masonería, y no por mero azar, pues muchos dignatarios eclesiásticos estaban (y a veces siguen estando) convencidos de que el moder­nismo, como el liberalismo o el progresismo -y, en suma, todas las ideas modernas- tenían su origen en la franc­masonería. De un modo concreto, Pío X afirmaba en 1910 (o sea, tres años después de la condena) que «los modernistas no han cesado de agruparse en una asocia­ción secreta de nuevos adeptos».3

En realidad, la única sociedad secreta de la que ha­llamos traza en esta época es la de unos hombres que se autodenominan «católicos integrales».

EL ARZOBISPO Y EL COMPLOT

Por lo demás, la existencia de esta organización sa­lió a colación en octubre de 1914, a raíz de la elabo­ración de un documento casi oficial: la memoria que recibió el cardenal Ferrata, a la sazón secretario de Es­tado de Benigno XV, de manos de monseñor Mignot, arzobispo de Albi.4 Este documento merece una cita de cierta extensión, ya que resulta muy ilustrativo.

«En estos últimos tiempos ha surgido en las naciones católicas de Europa, un poco por doquier, un podar al margen de la jerarquía legítima que se ampara tras la égida de algunas personalidades y que pretende imponer sus ideas y deseos a los obispos, a los superiores gene­rales de las órdenes, al clero regular y secular. Este po­der irresponsable, anónimo y oculto, disponía de dos me­dios para reducir a los que se negaban a inclinarse ante sus caprichosas exigencias: la prensa y la delaci5n. En París, Viena, Bruselas, Milán, Colonia, Berlín y otros lugares han aparecido casi al mismo tiempo unos bole­tines semanales, sin talento y sin lectores la mayoría de ellos, que parecen obedecer a una misma instigación. Bajo la cobertura de una ortodoxia empecinada e intransi­gente, sus redactores no suelen hacer otra cosa que dar satisfacción a sus rencillas personales».

Y refiriéndose a esta prensa en particular, monseñor Mignot añade: «No exageramos si afirmamos que estos periodistas han ejercido en el mundo católico europeo una tiranía que produjo en los creyentes con una con­ciencia sensible una impresión de auténtico terror […]».

Pero el arzobispo de Albi no se contenta con ana­lizar el fenómeno, sino que, además, plasma el resultado de sus investigaciones en cuanto al origen de estas cam­pañas de prensa.

«Los que han estudiado de cerca esta cuestión -es­cribe- no han tardado en darse cuenta de que todo obedece a las directrices que imparte una personalidad residente en Roma que, desde allí, tira de los hilos que mueven a todas estas marionetas que tiene a sus órdenes. Un monseñor cuya crecida ambición se vio frus­trada durante el pontificado de León XIII se toma el desquite vapuleando a todos los que sometidos con la mente y el corazón a la Sede Apostólica, pero inmersos en la vida y sus dificultades, tratan de adaptar los prin­cipios eternos a las exigencias de la realidad.»

¿Quién era, pues, el que así impulsaba tan vasta em­presa?

Monseñor Mignot no vacila en responder: «Monseñor Benigni, gran artesano de esta iniciativa de desmorali­zación, tras haber visto fracasar su intento de monopo­lizar la prensa católica mediante la Correspondencia Ro­mana, suprimida por la autoridad superior a instancia del encargado de Negocios de Alemania, se decidió a fundar en Viena, París, Gante, Colonia, Milán y otros puntos una red de periódicos de los que era inspira­dor, si no el dueño y señor […]».

El tal monseñor Umberto Benigni (1862-1934) era, según Emile Poulat, del que tomamos aquí numerosas referencias, un «personaje fuera de serie».5 De tempe­ramento entero y combativo, de una poderosa vitalidad, impulsará por sí, mismo múltiples actividades. Hombre instruido, amante de registrarlo todo y manejar expe­dientes, hombre de mundo, curioso de todo e informado sobre todos, por una doble vocación que fue en verdad una pasión, desde su juventud hasta su vejez, se con­virtió en periodista e historiador fascinado por el papel social y la política internacional de la Iglesia.

En realidad, Umberto Benigni propulsó diversos pe­riódicos, empezando por la primera revista social cató­lica italiana, la Rassegna Sociale, que fundó en 1892, ocho años después de haber sido ordenado sacerdote. Profesor de Gramática, agregado en la Biblioteca vaticana, trató de dar la medida de su valía en un puesto relativa­mente importante de la Santa Sede: la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, de la que fue subsecretario desde 1906 hasta 1911.

Siendo la administración vaticana un capítulo de di­fícil acceso, nos resulta sumamente difícil saber qué ta­reas le fueron confiadas a Benigni en dicha época. Pero a buen seguro que sus responsabilidades fueron impor­tantes, puesto que el cargo que desempeñaba lo situaban en quinto lugar dentro de la jerarquía de la secretaría de Estado.

Un documento extremadamente raro, del que el Va­ticano publicó pocos ejemplares y conocido como la «Me­moria Antonelli»,6 por ser obra del religioso de este nom­bre a raíz del proceso de canonización de Pío X, deja entrever que Benigni, encargado en especial del servi­cio de prensa, era una personalidad importante. Da cuen­ta de que «Monseñor Benigni tenía también adversarios directos en el campo de la política de altura. Así, Aris­tide Briand le profesaba gran hostilidad, sabedor de que monseñor Benigni había conseguido, en más de una oca­sión, frenar y dar al traste con sus maniobras. Entonces Briand empezó a presionar a la secretaría de Estado para que eliminara a este ilustre personaje. A este res­pecto tal vez convenga mencionar también la confron­tación que en la misma fecha se produjo entre mon­señor Benigni y el cardenal Gasparri, y que duraría hasta el fin de sus días. Sea como fuere, el 7 de marzo de 1911, monseñor Benigni cesó en su cargo en el de­partamento de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, y el mismo día ocupó su lugar el que en aquel entonces era monseñor Eugenio Pacelli.» (O sea, el futuro papa Pío XII.)

Y añade el padre Antonelli: «A partir de aquel mo­mento, monseñor Benigni, libre de sus obligaciones bu­rocráticas, dedicó todas sus energías a sus diversas orga­nizaciones para proseguir la lucha ya iniciada contra toda clase de modernismo, manifiesto o encubierto». Más adelante volveremos sobre el tema de estas «diversas or­ganizaciones» y de la Correspondencia Romana de que habla la memoria de monseñor Mignot, ya que antes es preciso completar el retrato de este paladín del integrismo católico.

Con, el cargo de «Protonotario apostólico’, este pre­lado continuaría ocupándose de la prensa ultramontana. Fue, asimismo, autor de una monumental Storia sociale de la Chiesa,7 pero, sobre todo, sería más tarde uno de los principales teóricos del antisemitismo italiano y uno de los más fervientes partidarios del régimen de Mus­solini en los medios eclesiásticos.

No se pierda de vista, por ejemplo, que en su historia de la Iglesia dedica largos párrafos a los «crímenes ri­tuales» que se imputaban a los judíos, y el docto mon­señor concluía solemnemente afirmando «el empleo in­contestable de sangre cristiana por los judíos».

Vemos con todo lo dicho cuál era la índole de su ideario. En estas condiciones poco puede extrañar que monseñor Mignot, tras haber denunciado el papel de los espías de Benigni en la prensa católica, se creyera en el deber de denunciar una serie de prácticas todavía más graves.

«He aquí cómo el poder irresponsable y oculto en el seno de la propia Iglesia, paralelo a la jerarquía oficial y suplantándola a veces, ha puesto la prensa a su ser­vicio para llevar a término sus planes de intimidación y dominio. Pero disponía de otro medio aún más efi­caz y temible que éste, y me entristece tener que tocar este tema. No obstante, voy a hacerlo, ya que está en juego la dignidad de todo el estamento eclesiástico. Es­timo que el hecho no debe ser ocultado a vuestra Emi­nencia. En un gran número de diócesis de Francia y del extranjero se observó la aparición de un sistema de espionaje organizado. Los obispos, sacerdotes, hombres de empresa, rectores y profesores de universidad eran objeto de vigilancia. Se denunciaban sus escritos, sus discursos, sus menores palabras en las publicaciones de la Camarilla o a la autoridad suprema. Sabemos que estas denuncias eran a menudo secretas y anónimas. Pero testigos dignos de crédito han revelado que solían pro­venir de laicos desequilibrados, de sacerdotes enemista­dos con sus superiores o de religiosos turbulentas que se prestaban a las mezquinas pasiones de partido y a los rencores de facción. Las palabras y acciones más ino­centes, odiosamente tergiversadas, se presentaban como traiciones a la fe o a la jerarquía. La víctima terminaba por claudicar, pues le resultaba imposible acreditar su inocencia ante un calumniador anónimo y secreto.»

Vamos a dejar aquí la cita de la extensísima memo­ria de monseñor Mignot, que constituye una auténtica panorámica sobre la situación de la Iglesia francesa en 1914­

Hemos visto que formula una serie de acusaciones muy concretas y detalladas sobre el «poder oculto» di­rigido por Benigni, pero que hasta el momento no ha recibido ninguna denominación.

No parece, empero, que esta memoria tuviera nin­guna consecuencia. Es cierto que, probablemente, su des­tinatario, el cardenal Ferrata, no tuvo ocasión de leerla dado que murió de repente el 10 de octubre de 1914. Tampoco se sabe nada de lo que pensó de ella su suce­sor, el cardenal Gasparri, quien, como hemos apuntado, no se encontraba en buenas relaciones con monseñor Benigni.

A lo que parece debemos llegar a la conclusión de que esta denuncia del «poder oculto» ha ido a engrosar el cúmulo de secretos que se amontonan en los archi­vos del Vaticano, y nadie hubiera ten’ do conocimiento de ello si no hubieran concurrido una serie de insólitas circunstancias que más parecen un relato de espionaje.

LA MEMORIA DEL ABATE MOURRET

En efecto, algunos meses después de iniciada la Pri­mera Guerra Mundial, un periodista alemán llamado Heins Brauweiler, redactor jefa del Düsseidarfer Tage­blatt, llamaba la atención del barón Oscar von Der Lancken-Wakenitz, jefe del servicio pó ícico de la ad­ministración militar alemana en la Bélgica ocupada (nos encontramos en marzo de 1915), sobre las maniobras an­tialemanas de algunos grupos católicos.

Mencionaba de manera especial la existencia de un movimiento integrista y afirmaba que había podido con• sultar una parte de los archivos secretos de dicha orga­nización, la AIR: Agence Internationale Roma. Según él, este movimiento religioso en apariencia era en rea­lidad el instrumento de las maquinaciones de Francia y Rusia contra las potencias germánicas. Sugería que se llevara a cabo una investigación en el domicilio de un abogado de Gante, hombre de confianza de Benigni.

El abogado en cuestión se llamaba Alphonse Jonckx (1872-1953). Como Benigni, era un hombre excepcional.

Durante la Primera Guerra Mundial desempeñó un pa­pel nada despreciable en el «Consejo de Flandes», que proclamó la autonomía de esta provincia belga bajo la protección de Alemania. Condenado a prisión perpetua en 1920, acusado de alta traición, permaneció exiliado hasta 1936. Flamenco en cuerpo y alma, reincidió du­rante la segunda ocupación y volvió a ser condenado en 1945.

Pero en la época que a nosotros nos interesa, la ad­ministración alemana realizó un registro en su casa el 18 de mayo de 1915, apoderándose de gran número de documentos cuyo estudio se encomendó al periodista Brauweiller y a un sacerdote, el padre Hóner.

La administración alemana apenas utilizó estos do­cumentos, cuyos originales, por cierto, no han aparecido, pero sí se conservaron las copias y fotografías tomadas en la época que fueron guardadas y publicadas por Emile Poulat en 1969.

Una vez más los secretos del poder oculto católico hubieran podido entonces permanecer dormidos en cual­quier archivo de no ser por la intervención de un reli­gioso, antiguo abogado, llamado Fernand Mourret, que tuvo conocimiento de las copias conservadas en el gran seminario de Ruremonde, en Holanda.

Tras la consulta de estos documentos, Mourret escri­bió una memoria de cinco puntos que durante muchos años fue conocida como la Memoria anónima y que por espacio de varios decenios ha sido la única fuente de las «revelaciones que han podido hacerse sobre la Sa­piniére».

A partir de la difusión de este texto en Bélgica, Suiza, Francia y Holanda, se desataron diversas campañas de prensa. Pero, sobre todo, este documento fue amplia­-mente utilizado por un alto funcionario particularmente informado de los intríngulis de la política vaticana. Nos referimos a Louis Canet,8 quien en 1928 publicó bajo el :seudónimo de «Nicolás Fontaine» una obra titulada Santa Sede, Acción Francesa y Católicos integrales, consagrada a la condena de Maurras y de la Acción Francesa, in­tervenida en 1926 por el Vaticano.

Es sabido que esta condena supuso una crisis muy grave para la derecha de inspiración maurrasiana, y la intención de Canet era denunciar la concepción del cris­tianismo que realizaban entonces integristas y maurra­sianos.

Veamos qué revelaba exactamente la Memoria anóni­ma (obra de Mourret) sobre esta organización. Para sa­berlo, bastará con dar lectura a los importantes extrac­tos que ofrecemos a continuación.

«En el acto de la firma de la paz, el gobierno belga, a solicitud de Jonckx, ha exigido la restitución de los documentos, pero la autoridad alemana sacó fotografías y al no encontrar a buen seguro nada que sirviera a sus fines, los remitió a R. P. Hóner. Al morir este úl­timo en 1920, las fotografías pasaron a ser propiedad de M. Guerts, profesor de Historia en el Gran Semi­nario de Ruremonde y antiguo redactor en jefe del Tijd. El examen de estos documentos permitió la redacción de la presente memoria, cuyas aseveraciones pueden de­mostrarse todas mediante unos textos de indiscutible sol­vencia».

I. Organización de la sociedad secreta

Desde 1909 a 1914, una sociedad secreta radicada en Roma, o mejor, una asociación de sociedades secretas, funcionó en la sede del Corso Umberto, 466, en el do­micilio de monseñor Benigni, y en el Corso Umberto, .113. Sus ramificaciones se extendían de manera apro­ximada por casi toda Europa. Uno de los principales centros era el de Gante, cuyo jefe único era monseñor Benigni. Varios centenares de cartas, postales y telegra­mas suyos dan fe de que intervenía de modo personal en todos los engranajes de la sociedad o, como solía de,­cirse, de la «Organización».

Esta «Organización» («Quintín», en lenguaje secreto) parece que tuvo su origen en la Correspondencia de Roma (Nelly), y luego se afianzó ya con el respaldo oficial en el «Sodalitium Pianum», o Liga de San Pío V, cuyo programa, muy ortodoxo pero muy vago (la de­fensa de las directrices pontificias) fue aprobado por Pío X, el 5 de julio de 1911 o el 8 de julio de 1913, y más tarde por carta de la Consistorial del 23 de julio de 1913. Estos documentos permitirán a monseñor Be­nigni y a sus asociados pretender que su organización cuenta con la aprobación de la Santa Sade y del Con­sistorio cardenalicio.

Pero junto a esta «Organización primitiva» (la «Sa­piniére» o la S.P.) no tardan en organizarse:

1) Las conferencias de San Pedro (los dulces), «com­puestas por amigos de la S.P., y que no era ni una so­ciedad ni una obra».

2) Una oficina consultiva que recoge y centraliza cuantas informaciones le son solicitadas, todo dentro del secreto más absoluto.

3) La Agencia Internacional Roma (AIR, Air, Airelle, Hirelle), encargada de «recoger los informes estimados como demasiado fuertes para la Correspondencia de Roma y que se alega obstinadamente que es indepen­diente de esta última».

4) Una asociación de periodistas integrales cuyo lazo y órgano es un boletín secreto llamado Borromaeus.

De otro lado, la propia «Sodalitium Pianum», apro­bada por el santo padre, se convierte en una sociedad secreta.

Los afiliados -que hacia 1912 alcanzan el millar ­no pueden revelar nada de lo que ocurre en ella. Sus estatutos reciben el complemento de un programa muy extenso y detallado en el que se declara la intención de denunciar en todas partes y del modo que sea el interconfesionalismo, el feminismo, el democristianismo, el sindicalismo explícita o implícitamente anticlerical, la manía o la debilidad de tantos católicos de querer pa­recer conscientes o evolucionados, siempre optimistas por sistema, etcétera.

Los asociados (CC.SS.) se constituyen en diversos grupos, pero también existen CC.SS. aislados. Los órganos de información recomendados son: la Correspondencia de Roma, la Agencia Internacional Roma, Roma y el mundo, los Cuadernos católicos ro­manos, la Correspondencia católica de Gante, La Vigile de París, el Mysl Katolica de Polonia y Rusa. Pero a los iniciados más cualificados se les recomienda muy en especial Paulus, que «indicará los medios prácticos para impulsar el comercio».

II. Medios de acción de la sociedad

La esencia de la sociedad es el secreto, que es reco­mendado con la mayor insistencia. Los documentos más importantes son siempre los que ostentan la mención «sub sigillo». Hay que sonsacar a los demás, mantenerse en un plano reservado y denunciar todos los movimien­tos de modernistas y modernizantes, aun cuando no sean modernistas en modo alguno. Al objeto de dificultar la búsqueda, monseñor Benigni utiliza doce rúbricas dis­tintas: Ars, Charles, Arles, Charlotte, Lotte, Kent, Jé­róme, Ringer, Amie O., Gus, Diéte de la Sapiniére, Lolps y Dierereich.

El Papa es Michel, y Michealis la baronesa Micheline.

El secreto debe guardarse, por supuesto, frente a 103 obispos, de los cuales se recela siempre. Se les llama las «tías», mientras que los sacerdotes son los «sobrinos».

En una circular se habla de una «protesta general de tías, sobrinos y otros liberales». Se consideran sos­pechosos todos los obispos de Alemania, «excepto el car­denal Kopp y monseñor Korum».

También se oculta el hecho al cardenal Merry del Val y al Papa Pío X. Cuando el primero pide en nom­bre de Pío X que la Correspondencia de Roma se limite a su condición de revista documental, y más tarde la supresión de la misma, monseñor Benigni, que se que­jaba a menudo de que el cardenal Merry del Val «tiene un miedo atroz», «tiene mieditis» (sic), «agarrota a la corte romana como un baúl de viaje», exclama: «Así tendremos más libertad, Airelle no tiene protector».

III. Fin de la sociedad

El fin declarado es la defensa del catolicismo inte­gral. Mirando bien las cosas, se observa que ese obje­tivo sólo intentó conseguirse por medio de las denun­cias. En realidad, la sociedad es una vasta empresa de denuncias centralizadas por monseñor Benigni.

IV. Auxiliares de monseñor Benigni

A partir del 16 de enero de 1910 y hasta una época que resulta difícil precisar, las circulares de Roma fue­ron remitidas a los diversos grupos por el padre Gus­tavo Verdesi, calificado de «excelente eclesiástico» cuya «correspondencia es segura». El tal Verdesi apostató en marzo de 1911, ingresó en la orden metodista y lanzó graves acusaciones contra su confesor, el padre Brica­relli, y contra el Papa.

Entonces monseñor Benigni confiesa que Verdesi, al «tiempo que cumplía con su ministerio, «se vestía de pai­sano y se iba al teatro».

En Alemania, un agente activo de la Organización es la madre Gertrude, que tras salirse de su convento, fundó junto con una hermana también exclaustrada, una nueva congregación. Según la carta de un sacerdote ale­mán, antiguo párroco de Saint-Castor, en Coblenza, el cardenal Fischer llamaba a la madre Gertrude «la fata­lidad de la diócesis de Tréves».

En Alemania los restantes principales auxiliares y propagandistas de monseñor Benigni son: M. Henri Fournelle, de Berlín; en Bélgica, M. Jonckx y M. Maig­nen, de los Hermanos de San Vicente de Paúl; en Fran­cia, el padre Ricard (Miglietti, P. Salvien, Rod), el padre Boulin (Roger Duguet), en cuyo domicilio reside mon­señor Benigni cuando se desplaza a París, o a Saint­Pouange, en Vichy, donde también se hace dirigir su correspondencia.

Los ataques más porfiados y virulentos son los que monseñor Benigni dirige contra la Compañía de Jesús. Veamos una muestra. En una carta del 4 de mayo de 1912, que tal vez sea de 1914, los llama «figuras enharinadas».

«Una carta de abril de 1913 declara que hasta este día los jóvenes belgas se agrupaban bajo el nombre de «zuavos pontificios». Hoy, los jesuitas educan escutistas católicos.

«Sendas cartas de mayo, julio y agosto de 1913 (V. el propio original) solicitan informes sobre el Instituto teológico de Enghien, dirigido por el Rvdo. padre Michel d’Herbigny. Dirigir las cartas al padre Boulin, quien las hará llegar a monseñor Benigni.

«Una carta del 3 de diciembre de 1913 denuncia a los jesuitas de Austria, los cuales, de acuerdo con los cristiano-sociales «llevan a cabo sin escrúpulos una cam­paña contra los católicos integrales».

«Una carta de enero de 1914 denuncia el silencio de los Stimmen y de Maria Laach sobre la encíclica Sin­gulari, del padre Sauer, jesuita alemán, y del padre Lepke, jesuita polaco. Este último es propagandista del «democristianismo y tenaz defensor del Sillon».

«Otra carta de 1914 habla de las divisiones entre los jesuitas franceses a propósito de la Acción Francesa, de una circular del padre Pouiller para pacificarlos y para sostener a la «Action Populaire» de Reims.

«En Italia se señala como jesuitas sospechosos a los padres de Santi, Bricarelli, Tachi-Venturi y Leanza. En cuanto a los jesuitas franceses de los Etudes «han me­tido la pata en el plato, los nuestros están advertidos Una carta del 4 de mayo de 1912 dice que la Civillá cattolica sigue con sus ataques contra los católicos inte­grales.

«Una carta autógrafa de M. Miglietti (padre Salvien, abate Ricard, Rod) alude a la inercia de la orden en Alemania ante las directrices pontificias, de una carta del Provincial en la que trata de justificar esta inercia por el deseo de obtener el voto del centro en favor del retorno de los jesuitas a Alemania. «Esta carta es estric­tamente confidencial». Una circular de Paulus, el boletín más secreto de la asociación, dice con fecha 24 de marzo de 1912 «que los jesuitas alemanes tienen orden de no abrir boca», de «mantenerse en razón como la mayor parte de sus cofrades de Francia». Por último, una carta sin fecha de monseñor Benigni: «He aquí a lo que hemos llegado con los Nasly9 Quieren destruir­nos y hemos de defendernos. El golpe bajo de Boan (Viena) deben, en cualquier caso, pagarlo caro».

«Monseñor Benigni pide dinero. Los Trapistas de Wattou le han entregado mil francos. «Vaya miseria -se lamenta-; ahora que necesitaría millones». Entre los personajes de los que es preciso recelar se señala al canónigo Bernard Gaudzau, tachado de «indeseable», M. Edouard Bernaert, «condenado por delitos de derecho común» y también los dirigentes de la Action Francaise, que por un lado resultan muy útiles, pero que quieren monopolizar el movimiento en provecho propio.»

Este extenso documento contiene, pues, acusaciones graves y precisas que con posterioridad han podido ser prácticamente todas comprobadas. No hay duda de que hoy muchos de los nombres no nos dicen gran cosa, en la medida en que denunciados y denunciadores pertene­cen por lo general al mundo eclesiástico. Por otra par­te, la fama de muchos de estos hombres no ha pasado la frontera de sus respectivos países, aun cuando los es­pecialistas en asuntos religiosos consideren a algunos de ellos como muy importantes.

Queremos hacer notar, empero, que entre los colabo­radores de monseñor Benigni figura el padre Boulin, alias Roger Duguet, alias Pierre Colmet, según hace cons­tar la Revue Internationale des sociétés secrétes.10 Este sacerdote, cuyo papel en relación con la cuestión de la Sinarquía ya mencionamos, fue, al igual que monseñor Benigni, uno de los grandes difusores del mito judeo­masónico.

Como puede verse, los hechos son muy precisos. La consulta de las copias de los documentos originales mues­tra que la descripción hecha por Mourret, el autor de la «Memoria», es exacta, pese a que muchos puntos de­mandan mayor número de precisiones.

Es cierto que haría falta un aparato crítico de gran envergadura para situar en el lugar adecuado a cada una de estas personalidades. A este respecto, Emile Pou­lat dio unas indicaciones preciosas para todo aquel que quiera profundizar más en este asunto. De todos mo­dos, lo que interesa retener es que el análisis realizado por monseñor Mignot en 1914 se ve así confirmado: la «Sapiniére», creación de Umberto Benigni, influía sobre la prensa y recurría a la denuncia. Pero ¿cuál era la índole de la Sapiniére? 11

EL CÓDIGO SECRETO DE LA SAPINIÉRE

Esta denominación, utilizada en el seno de la orga­nización, es característica del lenguaje en clave utilizado en la correspondencia y que era llamado «lengua Roich». Este último nombre estaba formado, al parecer, por las primeras letras de la divisa de Pío X: Restaurare Omnia in Christo.

El nombre latino «Sodalitium Pianum» («Sodalité» o «Ligue de Pie») dio la asonancia fonética de «Sapiniére», del mismo modo que «Cor. de R.» (Correspondencia de Roma) cuajó en nombres como «Corder», «Cadre», «Ci­dre» y, por último, «Cédre». Por otro lado, resulta cu­rioso observar a este respecto que la editorial que todavía hoy publica la revista La pensée catholique, notoriamen­te integrista y que con frecuencia ha salido en defIrnsa de la memoria de la Sapiniére, se llama «E3ition du Cédre`.

Digamos, a mayor abundamiento, que entre la docu­mentación aprehendida a Jonckx se encontró un diccio­nario de más de cuatrocientos términos convencionales, y que muchas de estas palabras están formadas por aso­nancia o por asociación de ideas. Así, «Andin» significa «América» por su remisión a la cordillera de los An­des. «Nasly» equivale a jesuitas por referencia a Igna­cio de Loyola; la «cancillería de los Breves» se designa con el nombre de «Pepino», en relación con «Pepino el Breve», etcétera.

Este lenguaje cifrado, las numerosas recomendacio­nes a guardar secreto que monseñor Benigni no cesa de prodigar en sus cartas, las indicaciones para que nunca se haga en ellas mención de las fuentes encuentran perfecta plasmación en una circular interior de mayo de 1910, de la que ofrecemos un extracto:12 «Recibirá usted algunas cartas de M. Jéróme, un burgués de Ginebra. Es una prueba de la confianza que le tiene a usted. No hable absolutamente con nadie del origen, directo o indirecto, de estas cartas. Es para usted un deber dé conciencia y de honor. En cuanto a las nuevas conteni­das en estas cartas, las utilizará usted para su orien­tación personal. En un caso de apuro puede mencionar algunas de ellas, con gran reserva, a personas de toda confianza, pero sin dejar entrever nunca su procedencia».

Con posterioridad se fundaron los boletines diarios o semanales de que habla la memoria de Mourret, como Borromeus o Paulus, boletín confidencial denominado «Correspondencia amistosa entre publicistas católicos»:

El objetivo, como puede verse, era el de coordinar la acción de los periodistas integristas y de introducir las ideas integristas en determinados periódicos.

Por otra parte, algunas ramificaciones de la empresa nunca han llegado a esclarecerse del todo. Por ejemplo: resulta sorprendente ver que algunas cartas de la Sa­piniére están escritas sobre papel de carta con mem­brete de la «Banca Commerciale Italiana», a la sazón uno de los bancos más importantes de Italia y que con­trolaba varios periódicos13 en los que Benigni tenía ami­gos bien situados…

Por lo demás, ¿será posible aclarar algún día la ver­dad sobre tales «relaciones», en un terreno donde con­curren el secreto financiero y el eclesiástico?

Pero lo cierto es que la lucha contra el liberalismo bajo todas sus formas, y en especial en el terreno po­lítico y religioso, justificaba todas las convergencias. Es en este punto donde conviene recordar que Benigni fue un ardiente partidario del fascismo mussoliniano.

En cuanto a la verdadera naturaleza de la Sapiniére, en los medios vaticanos circula hoy una tesis oficial: la de los celadores de Pío X, ya canonizado, la cual se encuentra muy bien sintetizada en la «Memoria Anto­nelli», citada por el padre Dulac, integrista notorio. Me­rece analizarse, pues abre horizontes interesantes.

1. Según la idea primitiva de su fundador, la S.P. debía ser una organización internacional que formara un verdadero «instituto seglar» dependiente de la Santa Sede, radicado en Roma y con una serie de filiales fuera de esta capital.

2. El objetivo era el de «apoyar con energía la obra de Pío X, no sólo contra el modernismo en su sentido estricto, sino también contra todas sus manifestaciones en todos los sectores de la vida católica».

3. Esta finalidad debía alcanzarse por medio de:

a) Una vida personal por parte de los miembros que se atuviera de forma estricta al «catolicis­mo integral».

b) Una información continua de la Central sobre todos los movimientos del modernismo en el mundo entero.

4. Para proteger la persona y la acción de los aso­ciados, en especial contra los enemigos interiores (libe­rales, demócratas, modernizantes), se consideró indispen­sable observar «un cierto secreto respecto de todos los extranjeros, pero, nunca con relación a la Central y, por medio de ésta, respecto de, la suprema autoridad ecle­siástica».

5. La S.P. recibió de Pío X escritos de encomio, por su labor, una contribución financiera anual y, también, una «aprobación genérica en cuanto a la idea general, pero nunca la aprobación formal y definitiva».

6. «Las acusaciones formuladas contra monseñor Be­nigni y la influencia de los integristas bajo Pío X y sucesores son en sustancia exageradas y falsas», sobre todo el cargo de «espionaje y delación organizados ca­rece pura y simplemente de fundamento».

7. «Considerada en sí misma, la S.P. tenía que ser un importante órgano para servir a la Iglesia según las directrices emanadas del papa Pío X. Tal vez su con­cepción pecara de ser un tanto quimérica para plasmarse sin los defectos productos de la humana flaqueza, pero no por culpa de su estatuto ni por su programa» (pág. 238). «La idea original y primitiva de la S.P., tal como monseñor Benigni la concibió, era, sin lugar a dudas, hermosa y de elevadas miras: un gran instituto laico extendido por todo el mundo para la ejecución y de­fensa del programa de Pío X» (pág. 292).

LA SAPINIÉRE Y EL OPUS DEI

Conviene, pues, no perder de vista que la Sapiniére fue concebida como Instituto secular, es decir, como una organización pararreligiosa del mismo tipo que el Opus Dei.

Hay dos puntos sobre los que debemos insistir de forma especial: la afirmación relativa a la existencia de un «cierto secreto», y la concerniente a los enemigos «internos». En cuanto a la negación de la existencia de las denuncias y actividades de espionaje, carece de fun­damento, una vez examinados los escritos de monseñor Benigni.

La Sapiniére fue una sociedad secreta, sin paliativos de ningún género, menos numerosa en la práctica de lo que indica la «Memoria Mourret”, donde se afirma que contaba con un millar de afiliados, cifra en verdad muy exagerada.14 Hubo, sin embargo, algunos prelados ro­manos que no se dejaron engañar y se negaron en todo momento a darle un respaldo oficial. Benigni, por ejem­plo, anduvo porfiadamente tras el cardenal de Lai, se­cretario de la Sagrada Congregación consistorial, insis­tiendo casi a diario para obtener la aprobación de los estatutos y el programa de la Sapiniére. Por fin, en 1913, recibió una carta del cardenal en la que se le comu­nicaba que Su Santidad veía con gusto la idea y bendecía de buen grado su iniciativa, pero reservándose la apro­bación ulterior del estatuto.

Los defensores de la Sapiniére suelen hacer refe­rencia a esta carta, que consideran como una sanción oficial de la organización. Pero en el reverso de dichos estatutos el cardenal de La¡ no vaciló en escribir la siguiente anotación: «Les he advertido, empero, que la S.G. (Sagrada Congregación) no puede aprobar ni una sociedad secreta ni un cuerpo inquisitorial que esté por encima de los obispos. Así ha quedado convenido, pero […]» 15

Sería difícil dar de la Sapiniére una definición más ajustada que la de Su Eminencia Reverendísima.

Otro cardenal, Donato Sbaretti, prefecto de la Con­gregación del Concilio, interpeló en 1921 a Umberto Benigni con palabras que nada tenían de equívocas: «¿A qué obedece este secreto riguroso, incluso frente a las autoridades eclesiásticas, en cuanto a la actividad de esta asociación?»

El presidente de la Sapiniére dio una larga expli­cación que, al parecer, no logró convencer a las jerar­quías eclesiásticas, ya que el 25 de noviembre del mismo año se le obligó a disolver el Sodalitium Pianum, lo que se llevó a efecto en el mes de diciembre.

Así culminó la controvertida peripecia de esta intri­gante organización internacional. Ahora empezaba su historia pública que, aún hoy, dista mucho de haber sido escrita en su totalidad, pues son muchos todavía los elementos que permanecen en la oscuridad.

Por lo demás, determinados aspectos de la misma entroncan directamente con el problema del Opus Dei.

Algunos autores se han planteado -de forma muy su­maria, todo hay que decirlo- las posibles semejanzas que existen entre la Sapiniére y el Opus Dai, tanto en el tiempo como en la inspiración.

Jesús Ynfante, por ejemplo, resalta la coincidencia en el tiempo de los avatares por los que atravesó la Sapiniére bajo el pontificado de Benedicto XV y la cir­cunstancia de que monseñor Escrivá sitúe los orígenes del Opus Dei, o por lo menos sus «presentimientos» en torno a la obra que iba a fundar, en esas mismas fe­chas. De todos modos, tal similitud se nos antoja bastante superficial.16

Más interesantes nos parecen, en cambio, las alega­ciones de Antonio Tovar, rector de la Universidad de Salamanca, quien afirma de forma explícita que «en Roma, en ambientes no alejados de la Curia y de las dos embajadas de España, nos informaron personas bien enteradas de que monseñor Escrivá había bebido para su fundación en las doctrinas de un grupo, precisamente sacerdotal […] y tuvo por emblema un abeto, por lo que se llamaba la Sapiniére».

Resulta evidente la dificultad que entraña verificar tales afirmaciones. Sin embargo, parece probado que a pesar de que uno de los colaboradores más allegados a Pío X, el cardenal Merry del Val, fuera español y que hubiera un partido español (de filiación carlista) que se autodenominara «integrista», la Sapiniére no tuvo ramificaciones directas en España.

De todos modos, no debe perderse de vista que la pugna del Sodalitium Pianum contra el modernismo pudo ser conocida por numerosos sacerdotes hacia 1929. En esta fecha se publicó en España la obra de Maximiliano Arboleya-Martínez, sacerdote español, titulada La otra masonería: el Integrismo contra la Compañía de Jesús y contra el Papa. Es innegable que el libro de refe­rencia iba en contra de la empresa de monseñor Be­nigni, pero contenía numerosos documentos, empezando por la memoria de Mignot y la del padre Mourret, y es muy posible que tales documentos pudieran «dar ideas» a hombres que también deseaban luchar contra el mo­dernismo, como el entonces joven padre Escrivá.

En este sentido el título del libro de Arboleya-Mar­tínez, La otra masonería, se nos antoja muy sintomático. Muchos autores han observado que en esta materia los católicos integristas estaban como obsesionados con la francmasonería, o cuando menos con la idea que se hacían de su omnipotencia, hasta el extremo de que nunca dejaron de soñar en una especie de «contrama­sonería», calcada de la anterior con objeto de comba­tirla con sus propias armas. Esta es la tarea que llevó a cabo la Sapiniére, y es posible que también haya sido la que monseñor Escrivá pretendió llevar a la práctica.

Dijimos ya que Escrivá, al igual que monseñor Be­nigni, consagró mucha atención a los problemas de la prensa -de una prensa que aspiraba a ser católica en su integridad- como profesor en la Escuela de Pe­riodismo patrocinada por El Debate, órgano de la Aso­ciación Católica Nacional de Propagandistas, en la cual se pretendía formar a los mandos directivos de una prensa católica militante, como la que soñara Umberto Benigni.

Todas estas presunciones no bastan, evidentemente, para establecer la menor relación entre la Sapiniére y el Opus Dei. Sin embargo, continúa siendo necesario preguntarse acerca de la semejanza que pueda existir entre las tres sociedades secretas descritas y lo que se sabe de la organización española.

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1 Emile Poulat, Histoire, dogme et critiques dans la crise moderniste, pág. 21, Casterman, París, 1962.

2 Esta época es también la de la separación de la Iglesia y el Estado (3 y 7 de diciembre de 1905).

3 Motu Propio de 1 de septiembre de 1910.

4 Eudoxe Irénée Mignot (1842-1918) era arzobispo de Albi desde 1900. Parece que la memoria fue redactada por su vica­rio general, padre Louis Barot (1863-1936).

5 Emile Poulat, Intégrisme et catholicisme intégral, Caster­man, París, 1969.

6 El título completo de este documento es: Disquisitio cisca quasdam objectiones modum agenti servi Dei respicientes in Modernisimi debellatione una cum Summario additionaii ex officio compilato, Tipis. Poligl., Vaticano, 1950. La traducción de este pasaje es del padre Raymond Dulac, en La Pensée ca­tholique, No. 23, pág. 92, Ed. du Cédre, París, 1952.

7 Historia social de la Iglesia, Milán, 1907-1933.

8 Louis Canet (1883-1958), consejero de Estado, fue asesor técnico en cuestiones religiosas del ministerio de Asuntos Ex­teriores, de 1921 a 1946.

9 En lenguaje secreto los «Nasly» son los jesuitas.

10 C f. Jean Saunier, La Synarchie, pág. 195, en la misma colección.

11 E. Poulat, ob. cit., pág. 85.

12 El tal Jérôme es un personaje evidentemente ficticio con el que se alude a Benigni.

13 Se trataba de la Tribuna, del Corriéra delta Sera y del Giornale d’Italia.

14 En una memoria elaborada para defenderse, Benigni afir­maba en 1921 que sus prosélitos apenas pasaban de cien.

15 E. Poulat, ob. cit., pág. 115.

16 E. Poulat, ob. cit., pág. 21.

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INTEGRISMO Y CLERICALISMO

«En la historia de España resulta imposible separar ambos poderes, el eclesiástico y el civil, ya que uno y otro concurren siempre en la realización del destino asignado por la Providencia a nuestro pueblo». (Franco).

Hasta aquí, el Opus Dei se nos ha mostrado con la imagen que de él sé ha configurado en la escena política española contemporánea. Primero bosquejamos sus orí­genes y líneas generales de actuación a partir de la compleja personalidad de su fundador. Seguidamente, nos planteamos algunos interrogantes en torno a ciertas organizaciones secretas católicas del pasado que, con o sin razón, nos parecieron si no «antecesoras» directas, sí al menos una prefiguración de lo que sería la Obra.

Estas confrontaciones tan dispares de una misma realidad exigen, sin duda, una ordenación, y ésa es la tarea que ahora vamos a emprender para poder deter­minar la exacta naturaleza de la «Obra de Dios».

A decir verdad, no es por azar por lo que hemos operado con realidades históricas tan diversas. Lo más importante es averiguar si el Opus Dei es una organi­zación católica y a qué especie pertenece; si el Opus es una organización política y dónde debemos encua­drarla; si es una organización secreta que pretende su­bordinar lo político a lo religioso, y si es una especie de sinarquía a la vez teocrática y tecnocrática, como se ha dicho algunas veces.

LAS LECCIONES DEL PASADO

Hemos recurrido para ello, y no en vano, a los ejem­plos del pasado. Pero debemos reconocer, si queremos analizar seriamente el problema, que no es posible yux­taponer cada uno de los rasgos distintivos del Opus Dei a los que presentan las tres sociedades genuinamente secretas esbozadas de un modo general con anterioridad.

Incluso cabría decir que, atendiendo a las -circuns­tancias de tiempo, lugar y contexto social, las diferencias son considerables. ¿Qué pueden tener en común la Es­paña franquista de 1969, de una parte, y el siglo XVII de Luis XIV, la Restauración en Francia e, incluso, el pri­mer cuarto del siglo XX en Italia, Bélgica y Francia, de otra?

¿No sería una imprudencia comparar la sensibilidad político-religiosa española con la francesa, al margen de cualquier consideración de época? Por último, si ad­mitimos que las tres organizaciones antes mencionadas tenían un carácter secreto, el Opus Dei no cesa de pro­clamar su «inocencia» cada vez que es objeto de una acusación de este tipo.

Lo que es indiscutible es que estos argumentos de carácter general obligan a proceder con cautela a la hora de formular comparaciones y semblanzas históri­cas, muy tentadoras por un lado, pero que corren el riesgo de resultar tanto más erróneas cuanto más satis­fagan la índole del sistema.

Este último, empero, no resiste un análisis en profundidad. El hecho de que una agrupación cualquiera niegue tanto la existencia de intenciones secretas como el carácter oculto de su organización o de algunas de sus ramificaciones, no tiene ningún valor probatorio. Precisamente desde este ángulo es como la historia de la Compañía del Santo Sacramento, la de los Caballeros de la Fe y la de la Sapiniére ofrecen un notorio interés.

Tan destacada fue la labor de la Compañía en este extremo durante el siglo xvü,’que jamás fue denunciada como una organización formalmente constituida, aunque no es menos cierto que nadie -desde Boileau a Colbert, y desde Moliére a Saint-Simon- ignoraba la existencia de un «partido devoto». Baste recordar el «Discours au Roi» de Boileau (1664)

«Pues aun cuando encubren su flaqueza con un falso celo,

todo el mundo ve que, en efecto, la verdad les hiere,

y poseído el ánimo de un despreciable orgullo

se arropa con el manto de la virtud austera.

Pera su conciencia, que se conoce y evita la luz,

si bien se mofa de Dios, teme a Tartufo y a Moliére».

No obstante, los contemporáneos ignoraron siempre la amplitud y el grado de organización que alcanzó la Compañía, incluso cuando la combatían. Ellos creían luchar contra ideas y opiniones, pero no contra una organización. Por lo demás, se negó y todavía se sigue negando con pasión la existencia de la Congregación y del «partido sacerdotal».

No hace muchos años Alee Mellor intentaba en vano desacreditar las «obsesiones» del conde de Montlosier;1 pero ya vimos como G. de Bertier de Sauvigny, apoyándose en documentos irrecusables heredados de su antecesor, dejó bien sentado la existencia de la organización secreta de los Caballeros de la Fe. La Congregación, en efecto, era inocente… salvo que estaba impulsada, por no decir de un modo más familiar, pero no menos veraz- «manipulada» por la facción de las «Banniéres».

En cuanto a la Sapiniére, todavía aparece con fre­cuencia en las querellas entre católicos progresistas e integristas, en las que cada grupo se acusa mutuamente de constituir una organización secreta.

Ya tuvimos ocasión de ver que el Sodalitium Pia­num era, sin la menor duda, una sociedad secreta, cosa que sus afiliados y sucesores siempre han rechazado de plano.

LAS PROTESTAS DEL OPUS DEI

Bien es verdad que toda esta serie de afirmaciones no demuestran nada positivo cuando se trata del Opus Dei. No obstante, tienen importancia en cuanto al mé­todo Utilizado, puesto que de todas las organizaciones ocultas que han existido, son las católicas las que mejor han sabido escamotear la presa a los ojos de sus con­temporáneos.

Por todo ello, las negaciones de los seguidores del Opus Dei deberían tomarse en consideración mientras no se demuestre su falsedad, pero también hay que acogerlas con una reserva que se asienta en la expe­riencia de épocas pasadas.

Se nos argüirá que aquí desempeñan un papel, en apariencia decisivo, los argumentos que sustentan la radical diferencia entre la situación española actual y los ejemplos elegidos en el cuadro de la historia de Francia.

A decir verdad, aun cuando estamos dispuestos a admitir que los contextos políticos, económicos y cultu­rales difieren contemplados en su conjunto, si centramos la atención en las realidades económicas, políticas y religiosas, es evidente que las intenciones de las distin­tas organizaciones están a menudo muy próximas unas de otras.

El Opus Dei anterior a la guerra civil se desarrolla, como la Sapiniére, en un medio hostil o, en todo caso, indiferente a la fe y en rápido proceso de descristianiza­ción. Tanto uno como otro pretenden erigirse en núcleos de reconquista de los medios intelectuales, bien se tra­te de la Universidad o del periodismo. En lo referente a este punto, pudimos comprobar que la Sapiniére era una auténtica agencia de prensa, y vimos también el interés del padre Escrivá en esta materia, subrayado por su acción como profesor de Deontología en la escuela de periodismo patrocinada por El Debate. A buen seguro que no se trataba de una coincidencia fortuita.

Después de la guerra civil española, el Opus Dei florece en los medios católicos, los cuales, con el ánimo bien dispuesto ya que no evangélico, lo sacrifican todo a su afán revanchista.

Evoquemos el caso de Francia bajo la Restauración. En el contexto que nos ocupa, la comparación es menos superficial de lo que podría parecer a primera vista. En ambos casos, el afán de reconstruir la sociedad se ins­pira en el mismo impulso y se manifiesta en el mismo terreno: recristianizar la sociedad a partir de la ense­ñanza media y la Universidad. Ahora bien, el cristianis­mo que sirvió de impulsor no fue, tanto en Francia como en España, una práctica de bondad y perdón, sino de la más atroz represión inquisitorial, y en este punto el «integrismo» de la Sapiniére, de los Caballeros de la Fe y de la Compañía del Santo Sacramento se refleja con meridiana claridad en el Opus Dei.

Siempre teniendo en cuenta las diferencias entre la sociedad española contemporánea y la sociedad francesa del siglo XVII, no podemos menos de asimilar la orga­nización que fundara el duque de Lévis con la obra de monseñor Escrivá.

En efecto, tanto una como otra desempeñan el papel de una minoría dinámica que pretende adaptar el cris­tianismo a las exigencias de los nuevos tiempos, en beneficio de las clases dirigentes de la sociedad; o sea, de la aristocracia de nuestros días, pero, también, de la burguesía intelectual o comercial de tinte moderno, sin excluir por ello al «plebeyo» o al «pobre» de turno.

Tanto en un caso como en otro estas minorías tratan de influenciar un poder que, llegado el caso, se ejerce por la fuerza sobre una comunidad en trance de mutación. En la España de hoy, como antaño en la Francia de Luis XIV, se pretende imponer la norma cristiana a una sociedad civil cada vez más indiferente a la religión. Entonces nos damos cuenta de que las consideraciones que, en principio, parecían excluir cualquier tipo de comparación entre el Opus Dei y las antiguas sociedades secretas católicas, no son, cuando se analizan, impedimentos dirimentes, a excepción de un aspecto concreto, que es el contexto económico.

En efecto, la sociedad española actual, en la que ejercen su acción algunos miembros del Opus Dei que desempeñan funciones de gobierno, se caracteriza por la creciente marea de un capitalismo moderno que no tiene precedentes en el pasado. Es indudable, pues, que esta situación político-económica tiene unas consecuencias ideológicas que difieren por completo de la coyuntura en que se desenvolvió la Compañía del Santo Sacramento, los Caballeros de la Fe e, incluso, en algunos aspectos, la Sapiniére, cuyos miembros, por lo demás, nunca ostentaron cargos políticos.

Esta diferencia tiene su precio, y veremos las conse­cuencias que reviste en otro apartado, cuando nos refi­ramos a los hechos sobre el papel político y económico de algunos afiliados a la Obra.

Por el momento y con el objeto de aclarar mejor la vertiente religiosa del Opus Dei, objeto de los dos ca­pítulos siguientes (consagrado uno a la «espiritualidad» de la Obra, y el otro a su organización), interesa deter­minar qué es lo que confiere singularidad a las orga­nizaciones católicas ocultas en relación con las que cabría denominar formas «ordinarias» del clericalismo.

LA IGLESIA Y LAS SOCIEDADES SECRETAS

No es fácil establecer una distinción al respecto, ya que el mundo eclesiástico obedece a unas reglas dima­nantes de una lógica muy particular. Ello es doblemente cierto cuando abordamos el universo cerrado que forman las «redes» de clérigos y laicos independientes de las órdenes religiosas clásicas y de las jerarquías públicas.

Un buen ejemplo de esta lógica nos lo ofrece el libro, sobremanera curioso, que el padre Emmanuel Barbier 2 consagró a principios de siglo a las Infiltraciones masó­nicas en la Iglesia (1910). He aquí cómo expone el buen clérigo la actitud de la Iglesia ante el problema de las sociedades secretas:

«El católico es hijo de la Luz. El más elemental sentido común indica que si, so pretexto de dirigirse de forma más libre y segura hacia su objetivo, opta por las vías clandestinas o secretas, llegará fatalmente un día en que haga su andadura al lado de los hijos de las tinieblas, con el riesgo de que éstos lo conduzcan hasta un laberinto del que sólo ellos poseen los secretos.

«La tentación de recurrir a organizaciones secretas, sean religiosas, o políticas y religiosas a la vez, puede llegar a ser muy fuerte en el caso de mentes activas e inquietas durante épocas de caos social y opresión jacobina, en que la libertad del bien se ve obstaculizada de mil maneras, y en que las potencias externas se co­ligan para arruinar cualquier tentativa de reacción, sa­ludable.

«Pero aun en tales casos, el principio de toda conducta católica permanece invariable: hay que caminar a cielo abierto; todo lo demás es ilusorio.»

Nuestro autor comenta acto seguido las decisiones pontificias, y afirma que todas las sociedades secretas están condenadas, exijan o no un juramento, porque son contrarias a lo que él llama el «derecho natural» que, al igual que el derecho divino, sólo reconoce dos sociedades independientes y perfectas: la Iglesia y el Estado. Así pues, las restantes sociedades deben vincu­larse a una de ambas.

Prosigue diciendo que una sociedad oculta, «por el mero hecho del secreto, se independiza de la Iglesia y del Estado, que no tienen medio de controlar su orga­nización, fines y actividades». En consecuencia, concluye el clérigo, una sociedad de esta índole no tiene su origen ni en el derecho natural ni en el derecho divino reve­lado, para terminar afirmando que «la autoridad que la gobierna no proviene de Dios, sino del demonio, y es enteramente ilegítima».

Estos textos resultan muy ilustrativos. En primer lugar, por razones históricas, ya que tan doctas declara­ciones no impidieron en absoluto que el padre Barbier se embarcara en la misma nave que monseñor Benigni en todo el asunto de la Sapiniere.

En el plano de los principios, subrayan lo que antes llamábamos «la lógica peculiar del mundo eclesiástico» toda sociedad, dice Barbier, ha de estar subordinada a la Iglesia o al Estado. Sabemos cómo puede obtener san­ción legal una organización cualquiera en el marco de un Estado democrático. Así, en Francia, basta abrir las páginas del Boletín Oficial o de un directorio jurídico para saber quién dirige una asociación constituida al amparo de la ley de 1901 o una sociedad comercial. Pero ¿qué ocurre en el seno de la Iglesia?

Ya vimos en el caso de Pío X y la Sapiniére cómo en ocasiones basta la aprobación pontificia o simple­mente arzobispal -en ocasiones concedida de forma sumaria- para que un grupo crea de veras encontrarse en el ámbito de la jurisdicción eclesiástica.

A este respecto, no cabe la menor duda de que los miembros de la Compañía del Santo Sacramento tuvieron el pleno convencimiento de que constituían una asociación lícita a los ojos de la Iglesia, en cuánto que estaban persuadidos de que su misión contaba con su benevolencia y beneplácito.

Este equívoco subyace en todos los órdenes de las estructuras eclesiásticas. La Iglesia, conceptuada como «entidad mística», nunca se considera vinculada por los actos de tal o cual grupo católico. Así, el Opus Dei tiene existencia canónica (según el derecho de la Iglesia), pero en opinión de los religiosos, la Iglesia jamás se sentirá vinculada y, mucho menos, comprometida por las ini­ciativas que pueda tomar la Obra.

En el seno del Instituto encontramos la misma argu­mentación. Un miembro del Opus actúa en todo instante bajo su propia responsabilidad y no puede nunca «com­prometer» a la organización, argumento reiterado una y mil veces en las publicaciones de la Obra siempre que se alude a las actividades políticas de sus miembros.

De esta concepción derivan las razones por las que tan difícil resulta penetrar en la actuación de las socie­dades ocultas católicas. Dichas razones se asientan en dos silogismos:

1) Una sociedad secreta es una asociación que no depende de la Iglesia ni tampoco del Estado. Todo lo que, de una forma u otra, emana de la Iglesia, es decir, de una instancia vaticana, no puede constituir una so­ciedad secreta. Luego no existen «sociedades secretas» católicas.

2) La Iglesia, considerada en su conjunto, no es res­ponsable de la actividad de un grupo concreto de cris­tianos católicos pertenecientes a su jurisdicción. Asi­mismo, tampoco una estructura canónica específica (orden, instituto, congregación, etc.) puede considerarse vinculada por los actos de sus miembros.

Estas disquisiciones de porte general no impiden, em­pero, que el clericalismo sea una realidad sociopolítica indiscutible, sobre todo en España, y en este punto coinciden hasta los historiadores menos sospechosos de partidismo. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando el propio «Caudillo» repite una y otra vez que «en la historia de España resulta imposible separar los dos poderes, eclesiástico y civil?».

Es por ello por lo que Jacques Georgel3 ha podido escribir que la Iglesia católica, integrada al Estado inme­diatamente después de la Restauración de 1874, que puso fin a la efímera Primera República, persiste en vincular su suerte a la de las clases dirigentes: «Es el brazo espiritual del Estado, pero esta alianza se salda con la falta de entendimiento entre pueblo y clero» 4

Por lo demás es ésta una situación harto conocida para insistir con exceso en ella. Sin embargo, en el caso de España se plantea un interrogante: ¿Por qué se estimó necesario crear una «sociedad secreta» o, en todo caso, una organización independiente de la jerarquía en un Estado donde la Iglesia es uno de los más firmes pilares del régimen?

LA RAZON DE SER DEL OPUS DEI

En este punto reside todo el meollo del problema.

El clericalismo, en efecto, puede configurarse como un sistema político-administrativo en el cual el clero, secular o regular, trata de hacerse con el control absoluto de la vida pública y privada de un Estado. Los me­dios desplegados para la consecución de este fin pueden ser manifiestos o soterrados. Tal ocurre con el religioso convertido en el influyente confesor de un monarca, o con la congregación que domina un amplio sector de la enseñanza. En ambos casos es obvio que el poder lo ejercen individuos que pueden identificarse con faci­lidad desde el exterior, en cuanto tienen un estatuto social específico y no ocultan su filiación religiosa.

Pero no ocurre lo mismo en los distintos casos que hemos tenido ocasión de examinar, en que un gran número de laicos (muy devotos sin duda, pero sin una responsabilidad clara en el orden canónico) toman parte en estas empresas.

Movidos por un ideario genuinamente «teocrático», negándose a reconocer la más pequeña autonomía a «lo profano» en relación con «lo sagrado», agrupados en organizaciones discretas repartidas por todo el orbe, «desde los salones hasta los tugurios» -por decirlo con palabras de una de dichas organizaciones-, indepen­dientes de la jerarquía oficial, estos grupos de laicos han pretendido con frecuencia formar auténticos «co­mandos de evangelización» en el marco de las sociedades civiles. Pero así como muchos fracasaron en su empeño, todo parece indicar que el Opus Dei se ha salido con la suya.

Ello nos conduce a estudiar seguidamente lo que es la Obra en el plano religioso; o sea, su ideología o, si se quiere, su espiritualidad, su estatuto canónico, su orga­nización, con el fin de intentar poner en claro si se trata en verdad de una institución religiosa a la que las circunstancias confirieron relevancia pública, o si esta apariencia religiosa fue desde el principio una máscara para encubrir el afán de dominio.

Aclarado este extremo, podremos ocuparnos con cal­ma de la actividad y del influjo del Opus Dei en España y en el resto del mundo.

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1 Alee Mellor, Histoire de Vanticléricalisme frangais.

2 E: Barbier (1851-1924): adversario encarnizado del «mo­dernismo». Dirigió una revista: La critique du libéralisme. Man­tuvo relaciones continuadas con Benigni.

3 Jacques Georgel, Le franquisme, pág. 243.

4 Estas relaciones entre Iglesia y Estado están actualmente en plena transformación; pero lo dicho es válido para los años del «ascenso» del Opus Dei.

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LA IDEOLOGIA DE “CAMINO”

La ideología que sustenta la actuación del Opus Dei ha de estudiarse a través de las distintas fases de su evolución y al nivel de los distintos sectores en cuyos ámbitos ha desplegado su actividad y que van desde las escuelas para la formación de empleadas domésticas hasta la responsabilidad en las tareas de gobierno.

La configuración de estas diferentes actividades nos permitirá matizar cuanto sea preciso las observaciones que merezca, de entrada, esta ideología.

Con objeto de atenernos a un método racional, de­bemos empezar por examinar lo que el Opus Dei pre­tende ser, a través, sobre todo, del más importante libro del padre Escrivá, Camino, considerado por los celado­res de la Obra como un auténtico «maná».

Por ello conviene no perder de vista que, procediendo así, sólo ponemos de manifiesto un aspecto de la ideo­logía en cuestión: la versión oficial, que puede ser muy distinta de la ideología real del Opus en relación con las demás corrientes del pensamiento español contem­poráneo y, en definitiva, del catolicismo mundial. ¿Cuál es, por consiguiente, el ideario del Opus Dei? O, más exactamente, ¿cómo presenta este ideario?

LO QUE EL OPUS DEI PRETENDE SER

A este respecto hay que señalar que Camino fue concebido como un repertorio de máximas y reflexiones y que no constituye, por lo tanto, un conjunto didáctico. Por otra parte, antes de proceder a su análisis, conviene tener una idea de los objetivos de la Obra a través de la formulación oficial del propio padre Escrivá. El fundador ha concedido frecuentes entrevistas a la prensa. Consideramos de interés referirnos a la que realizó Peter Forbarth, corresponsal de Time (Nueva York), el 15 de abril de 1967. Como los defensores del Opus Dei tienen por costumbre lamentarse de que los comentaristas cor­tan o deforman el sentido de los textos, debemos evitar este reproche y citar con extensión algunos párrafos de esta entrevista que, por lo demás, no difiere de otras similares.

«La actividad principal del Opus Dei consiste en dar a sus miembros, y a las personas que lo desean, los medios espirituales necesarios para vivir como buenos cristianos en medio del mundo. Les hace conocer la doc­trina de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia; les pro­porciona un espíritu que mueve a trabajar bien por amor de Dios y en servicio de todos los hombres. Se trata, en una palabra, de comportarse como cristianos: conviviendo con todos, respetando la legítima libertad de todos y haciendo que este mundo nuestro sea más justo.

«Cada uno de los socios se gana la vida y sirve a la sociedad con la profesión que tenía antes de venir al Opus Dei, y que ejercería si no perteneciese a la Obra. Así, unos son mineros, otros enseñan en escuelas o uni­versidades, otros son comerciantes, amas de casa, secre­tarias, campesinos. No hay ninguna actividad humana noble que no pueda ejercer un socio del Opus Dei. El que, por ejemplo, antes de pertenecer a nuestra Obra trabajaba en una actividad editorial o comercial, sigue haciéndolo después. Y si, con ocasión de este trabajo o de cualquier otro, se busca un nuevo empleo, o decide, con sus compañeros de profesión, fundar una empresa cualquiera, es cosa en la que le corresponde decidir libremente, aceptando él personalmente los resultados de su trabajo y respondiendo personalmente también.

«Toda la actuación de los Directores del Opus Dei

se basa en un exquisito respeto de la libertad profesional de los socios: éste es un punto de importancia capi­tal, del cual depende la existencia misma de la Obra, y I que por tanto, se vive con fidelidad absoluta. Cada socio puede trabajar profesionalmente en los mismos campos que si no perteneciera al Opus Dei, de manera que ni el Opus Dei, en cuanto tal, ni ninguno de los demás miem­bros tienen nada que ver con el trabajo profesional que ese socio concreto desarrolla. A lo que los socios se comprometen al vincularse a la Obra es a esforzarse por buscar la perfección cristiana con ocasión y por medio de su trabajo, y a tener una más clara conciencia del carácter de servicio a la humanidad que debe tener toda vida cristiana.

«La misión principal de la Obra -ya lo he dicho an­tes- es, pues, la de formar cristianamente a sus socios y a otras personas que deseen recibir esta formación. El deseo de contribuir a la solución de los problemas que afectan a la sociedad, y a los cuales tanto puede aportar el ideal cristiano, lleva además a que la Obra en cuanto a tal, corporativamente, desarrolle algunas actividades e iniciativas. El criterio en este campo es que el Opus Dei, que tiene fines exclusivamente espirituales, sólo puede realizar corporativamente aquellas actividades que cons­tituyen de un modo claro e inmediato un servicio cris­tiano, un apostolado […]» 1

Por una parte lamentamos haber tenido que abrumar al lector con la cita de un texto tan tedioso. De todos modos, conviene indicar que todas las declaraciones pú­blicas del Opus Dei revisten este mismo tono, calculado a buen seguro para desanimar a los simples curiosos.

El texto que acabamos de citar es característico de la ideología de la Obra, en el sentido de que intenta poner en relación los principios de la institución con la prác­tica cotidiana de sus miembros, enfocada aquí desde el ángulo de su actividad profesional.

Pero ¿qué es lo que encontramos en el momento en que intentamos definir, a partir de esta base, los prin­cipios que rigen la institución?

El primer párrafo habla del afán de «vivir como bue­nos cristianos», de dar a conocer la doctrina de Cristo, las enseñanzas de la Iglesia, a trabajar por el amor de Dios y «en servicio de todos los hombres». Y en el últi­mo párrafo, hallamos la declaración de los fines exclu­sivamente espirituales del Opus Dei y el afán de apos­tolado. Si examinásemos todos los textos del Opus Dei, no encontraríamos otra cosa que lo que bien podríamos calificar de trivialidades religiosas.

Todos los temas desarrollados en los textos conoci­dos, tales como el desapego, sacrificio, abnegación, tra­bajo incansable en favor de las almas, afán de santifica­ción personal, oración, vida de entrega, renuncia silenciosa a todo egoísmo, etc., todos esos temas, decimos, han sido enunciados, poco más o menos, por todas las ins­tituciones religiosas católicas, bien se trate de órdenes religiosas, congregaciones, institutos o asociaciones pías.

Más aún, muchas asociaciones repartidas por el mun­do, incluso sin ser católicas, podrían alegar que también ellas adoptan «iniciativas que revierten en beneficio de la sociedad», y que están «abiertas a todos, sin discrimi­nación de raza, religión o ideología».

¿Dónde buscar, pues, lo que algunos llaman pompo­samente «el espíritu de la Obra»? ¿Debemos pensar que ocurre lo mismo que con su teología, de la que José Luis Aranguren escribió una vez que no es ni buena ni mala, porque no existe? 2

A ello se opone la afirmación de un teórico de la Obra, José Luis Illanes,3 quien estima que «el espíritu del Opus Dei no ha surgido como resultado de una re­flexión teológica, sino como una realidad formada bajo la impulsión del espíritu, que es Vida. Sólo en una fase posterior se convierte en reflexión y análisis».

Esta observación tiene su importancia, porque pone de relieve el carácter empírico de la doctrina opusdeísta. No cabe duda de que el término merece una matización, ya que, según vimos, el padre Escrivá creía obrar por inspiración del propio Dios. Por otra parte, los miembros de la Obra no admiten que esta doctrina sea un mero fruto de la experiencia.

Cuando se observa la importancia que en todas las declaraciones oficiales del Instituto se atribuye a la vida profesional de los asociados y la indigencia de los pre­supuestos teóricos del Opus Dei, hay motivos para pensar que su ideología reside en definitiva en una «práctica» o, si se quiere, en una cierta «forma de ser».

UN NUEVO KEMPIS

Estos rasgos de la ideología opusdeísta encuentran plena plasmación en Camino, la obra del padre Escrivá, que el editor no vacila en calificar de «Kempis de los tiempos modernos». Para apreciar todo el alcance de esta comparación, debe tenerse en cuenta que el Kempis, escrito en el siglo XV es, sin duda, uno de los más céle­bres tratados de mística cristiana. Está dividido en cua­tro libros consagrados a «La Vida interior», «La Vida espiritual», «El Consuelo interior» y una «Devota ex­hortación a la Santa Comunión». Este librito ha sido objeto de infinidad de exégesis y, según ciertos autores, ocupa el primer puesto entre los tratados espirituales al mismo nivel que las obras de Ignacio de Loyola y de Francisco de Sales.

Para determinar la fecha exacta en que se escribió Camino, sólo contamos con el testimonio del padre Es­crivá, quien al parecer redactó buena parte del texto en 1934, a modo de resumen de su experiencia sacer­dotal concebido como una guía para las -almas que tenía a su cargo.4

Lo que sí sabemos con seguridad es que la primera edición no se publicó hasta 1939, en Valencia, con un tiraje de 2,000 ejemplares. Debemos hacer hincapié en que el dato de la fecha es muy interesante, pues son mu­chas las máximas de Camino que acreditan el espíritu de la «cruzada» franquista. Por lo demás, es muy pro­bable que monseñor Escrivá, al término de la década, remozara estos textos de 1934 en función de sus propias experiencias durante la guerra civil.

Subrayemos que todos los textos conocidos del Opus Dei abundan en trivialidades. Camino, por ejemplo, contiene numerosas máximas de escaso contenido, impreg­nadas de un sentimiento facilón que Yvon Le Vaillant llama -con tino, por cierto- el «estilo lamartiniano».

Esta observación, empero, no debe entenderse sólo en el plano de la simple polémica. Decir que Camino, el libro guía del Opus Dei, contiene muchos comentarios gratuitos no soluciona el problema, sino que lo suscita, pues ¿cómo explicar, en estas condiciones, el éxito del librito y del Opus Dei?

Sin duda podríamos salir al paso de la dificultad di­ciendo que aquellos que consideran este libro como «el Kempis de los tiempos modernos» se engañan a sí mis­mos porque sienten la necesidad de engañarse. Pero si este afán es tan intenso y compulsivo, ¿cómo explicar que haya encontrado plasmación en un libro cuya falta de consistencia en el plano teórico es por demás evi­dente? Por nuestra parte, somos del parecer de que se ha venido prestando una atención desmedida al aspecto «teórico del problema, ya que una cosa es analizar -como han hecho muchos y bien- el sentimentalismo, la beatería, el paternalismo, el tinte «clerical-autorita­rio», etc., de Camino, y otra cosa comprender por qué la eficacia de un librito de esta especie nada tiene que ver con sus indiscutibles defectos teóricos. No cabe duda –y el autor de esta obra ha tenido ocasión de compro­barlo, incluso en personas sin ninguna relación con el Opus Dei- que este librito posee un prestigio (en el sentido de «atractivo», de «artificio de seducción») o, mejor aún, ejerce un influjo en el que desempeña un papel importante el estilo de su redacción y, en es­pecial, el cambio de «persona» que utiliza el padre Escrivá.

Para comprender este fenómeno, examinemos dos ejemplos que ilustran a la perfección el método seguido.

El primero es un extracto de la introducción:

«Unos y otros -todos-; cada cual siguiendo su pro­pia vocación han encontrado en Camino luz y calor, para la intimidad de su vida sobrenatural de unión con Dios. Bien se puede decir, por eso, que este libro «Kempis de los tiempos modernos», como se le ha llamado- ha cumplido muy bien el fin para el que fue escrito.

«Pero precisamente porque ese fin es sobrenatural, quien leyese estas páginas con pobre visión humana -pretendiendo encontrar en su contenido fines y moti­vos terrenales- no haría otra cosa que desvirtuar, de­formar y degradar el libro.

«Para sacar provecho de Camino, y aun para enten­derlo, se requiere en el lector un mínimo de formación cristiana, de vida, de piedad y de experiencia apostó­lica, de sacrificada preocupación por las almas.

«Si eso no te falta, si alguna vez -aunque sea en años quizá lejanos- puso el Señor en tu alma algo de hambre y sed de Dios, ten por seguro que no habrás abierto en vano este libro. Y hasta es muy posible, por muy metido que estés en negocios del mundo, que por en­cima del rumor de la calle y de la muchedumbre, vuel­vas a oír la voz poderosa de Cristo que te dice: Festinans descende, quia hodie in domo tua oportet me manera (Luc. XIX, 5); o sea: «Baja de prisa, porque conviene que yo me hospede hoy en tu casa».» 5

Este primer extracto de Camino nos permite enca­rarnos con un presupuesto fundamental de la ideología opusdeísta: la afirmación de que cualquier hombre, sea cual fuere su actividad profesional, puede alcanzar la santificación (» […] por muy metido que estés en nego­cios del mundo»). No resulta difícil imaginar cuán tran­quilizadora resulta esta aseveración para un laico. Sin embargo, por el momento debemos posponer esta ver­tiente del problema, sobre el que hablaremos con más atención, para centrarnos en el análisis del estilo de Camino. El extracto en cuestión nos muestra que el autor del libro utiliza dos métodos. El primero es el de las afirmaciones «objetivas»: la finalidad sobrenatural del Opus Dei y la necesidad de poseer tal o cual requi­sito si se quiere sacar provecho del libro.

El segundo consiste en el tuteo de que es objeto el lector: «[ …] si alguna vez puso el Señor en tu alma […]» Se trata de una técnica redaccional que hallamos a lo largo de toda la obra, y que sin duda influye en esta especie de fascinación que ejerce Camino sobre mu­chos de sus lectores.

Con objeto de mejor calibrar este ascendiente, nos parece esencial transcribir aquí un capítulo completo del libro. Muchos de los que han procedido a un análisis de Camino han optado por agrupar las máximas atendiendo a su objeto, ayudados en la tarea por un índice alfa­bético de los ciento treinta y cinco temas principales que, poco más o menos, contiene el repertorio, y que van desde «acción de gracias» a «voluntad», pasando por «ambición», «fuerza», «presencia de Dios» y «tentacio­nes». Este método, plenamente justificado para detectar las líneas maestras del pensamiento del padre Escrivá, no confiere, sin embargo, ninguna idea sobre el singula­rísimo estilo de su escritura.

El capítulo que hemos optado por reproducir ostenta el título de «Táctica», y está integrado por veintidós máximas. No tiene nada de particular y con igual razón hubiéramos podido optar por otro cualquiera. En reali­dad, lo importante es leerlo como si se tratara de una página abierta al azar.

«831- Eres, entre los tuyos -alma de apóstol-, la pie­dra caída en el lago. Produce con tu ejemplo y tu pa­labra un primer círculo.., y éste, otro.., y otro, y otro… Cada vez más ancho. ¿Comprendes ahora la gran­deza de tu misión?

«832- ¡Qué afán hay en el mundo por salirse de su sitio! -¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar un puesto distinto del que le pertenece?

No es otra la razón del malestar del mundo. -Per­severa en tu lugar, hijo mío: desde ahí ¡cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor!

«833- Viriliza tu voluntad para que Dios te haga cau­dillo. ¿No ves cómo proceden las malditas sociedades secretas? Nunca han ganado a las masas. -En sus an­tros forman unos cuantos hombres-demonios que se agi­tan y revuelven a las muchedumbres,, alocándolas, para hacerlas ir tras ellos, al precipicio de todos los desórde­nes… y al infierno. -Ellos llevan una simiente mal­decida.

Si tú quieres…, llevarás la palabra de Dios, bendita mil y mil veces, que no puede faltar Si eres generoso…, si correspondes, con tu santificación personal, obtendrás la de los demás: el reinado de Cristo: que omnes cum Petro ad Jesum per Mariam.

«834– ¿Hay locura más grande que echar a voleo el trigo dorado en la tierra para que se pudra? -Sin esa generosa locura no habría cosecha.

Hijo: ¿cómo andamos de generosidad?

«835- ¿Brillar como una estrella…, ansia de altura y de lumbre encendida en el cielo?

Mejor: quemar, como una antorcha, escondido, pe­gando tu fuego a todo lo que tocas. -Este es tu apos­tolado: para eso estás en la tierra.

«836- Servir de altavoz al enemigo es una idiotez so­berana; y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. -Por eso, en el terreno profesional, nunca ala­baré la ciencia de quien se sirve de ella como cátedra para atacar a la Iglesia.

«837- ¡Galopar, galopar!… ¡Hacer, hacer!… Fiebre, lo­cura de moverse… Maravillosos edificios materiales…

Espiritualmente: tablas de cajón, percalinas, cartones repintados… ¡Galopar!, ¡hacer! -Y mucha gente co­rriendo: ir y venir.

Es que trabajan con vistas al momento de ahora: «están» siempre «en presente». -Tú… has de ver las, cosas con ojos de eternidad, «teniendo en presente» el final y el pasado…

Quietud. -Paz. -Vida intensa dentro de ti. Sin ga­lopar, si la locura de cambiar de sitio, desde el lugar que en la vida te corresponde, como una poderosa má­quina de electricidad espiritual, ¡a cuántos darás luz y alegría!…, sin perder tu vigor y tu luz.

«838- No tengas enemigos. -Ten solamente amigos: amigos… de la derecha -si te hicieron o quisieron ha­certe bien- y… de la izquierda -si te han perjudicada o intentaron perjudicarte.

«839- No cuentes hechos de ‘tu» apostolado como no sea para provecho del prójimo.

«840- Que pase inadvertida vuestra condición como pasó la de Jesús durante treinta años.

«841- José de Arimatea y Nicodemus visitan a Jesús ocultamente a la hora normal y a la hora del triunfo.

Pero son valientes declarando ante la autoridad su amor a Cristo -audacter- con audacia, a la hora de la cobardía. -Aprende.

«842- No os preocupe si por vuestras obras «os cono­cen». -Es el buen olor de Cristo. -Además, trabajando siempre exclusivamente por El, alegraos de que se cum­plan aquellas palabras de la Escritura: «Que vean vues­tras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

«843- Non manifeste, sed quasi in occulto –no con pu­blicidad, sino ocultamente: así va Jesús a la fiesta de los Tabernáculos.

Así irá, camino de Emaús, con Cleofás y su com­pañero. -Así le ve, resucitado, María Magdala.

Y así -non tamen cognoverunt discipuli quia Jesus est- los discípulos no conocieron que era El, así acudió a la pesca milagrosa que nos cuenta San Juan.

Y más oculto aún, por Amor a los hombres, está en la Hostia.

«844- ¿Levantar magníficos edificios? … ¿Construir pa­lacios suntuosos?… Que los levanten… Que los cons­truyan…

¡Almas! -¡Vivificar almas…, para aquellos edifi­cios… y para estos palacios! ¡Qué hermosas casas nos preparan!

«845- ¡Cómo me has hecho reír y cómo me has hecho pensar al decirme esta perogrullada!: yo… siempre meto los clavos por la punta.

«846- De acuerdo: mejor labor haces con esa conver­sación familiar o con aquella confidencia aislada que perorando -¡espectáculo, espectáculo!- en sitio públi­co ante millares de personas.

Sin embargo, cuando hay que perorar, perora.

«847- El esfuerzo de cada uno de vosotros, aislado, re­sulta ineficaz. -Si os une la caridad de Cristo, os ma­ravillará la eficacia.

«848- Quieres ser mártir. -Yo te pondré un martirio

al alcance de la mano: ser apóstol y no llamarte após­tol, ser misionero -con misión- y no llamarte misio­nero, ser hombre de Dios y parecer hombre de mundo: ¡pasar oculto!

«849- ¡Hombre! Ponle en ridículo. -Dile que está pa­sado de moda: parece mentira que aún haya gente em­peñada en creer que es buen medio de locomoción la diligencia… -Esto, para los que renuevan volterianis­mos de peluca empolvada, o liberalismos desacreditados del XIX.

«850- ¡Qué conversaciones! ¡Qué bajeza y qué… asco! -Y has de convivir con ellos, en la oficina, en la Uni­versidad, en el quirófano…, en el mundo.

Si pides por favor que callen, se te burlan. -Si ha­ces mala cara, insisten. -Si te vas, continúan.

La solución es ésta: primero, encomendarles a Dios y reparar; después…, dar la cara varonilmente y em­plear «el apostolado de la mala lengua». -Cuando te vea ya te diré al oído un repertorio.

«851- Encaucemos las imprudencias providenciales» de la juventud.»

Si se lee atentamente el texto, nos daremos cuenta de que, aquí, el tuteo tiene el aire de una plática con el director espiritual. Se trata de «consejos susurrados al oído», de una especie de insinuación penetrante. Desde este punto de vista, es probable que muchos de los he­chos triviales que se mencionan y que sirven de pre­texto para el adoctrinamiento espiritual tengan su ori­gen en la actividad apostólica del fundador. Tal vez los primitivos incondicionales del Opus Dei se vean refle­jados en el texto. Pero esto no es lo esencial.

Consideramos que este tuteo es, en definitiva, sus­ceptible de dos clases de interpretación. La primera y más elemental es el examen de la dualidad autor-lector.

El autor, erigido en director de conciencia, sabe lo que más le conviene al lector y se lo indica a través de una relación que podríamos llamar de dominio. Pero hay una segunda manera de leer estas máximas, y en ella es el propio lector el que se tutea y se reconoce, identificándose con el autor.

Por consiguiente, muchas páginas pueden leerse a dos niveles: en unos casos, la máxima se considera como un consejo proveniente de otra persona; y en otros, es lo que uno se dice a sí mismo con motivo de un exa­men de conciencia. Ahora bien, la superficialidad que con frecuencia apreciamos en los consejos que nos vie­nen de otras personas adquieren nuevo valor si los vi­viéramos como realidad que uno descubre en su propio interior. Interesa destacar a este respecto, una vez más, que los miembros del Opus Dei con los cuales el autor se ha entrevistado (nos referimos a los que por lo me­nos han querido interrogarse y dejarse interrogar acerca de su adscripción a las ideas de Camino) y muchas otras personas que, sin ser socios de la Obra, manifiestan in­terés por este librito, todos han admitido que «estas co­sas que te susurro al oído confidencialmente, como un amigo, un hermano, un padre», según escribe monseñor Escrivá, ellos las sienten realmente como algo que se dicen a sí mismos.

Estas consideraciones sobre el método de Camino fa­cilitan la obtención de una perspectiva en profundidad sobre el pensamiento del fundador del Opus Dei.

«ELITISMO» Y DOMINACIÓN

Indudablemente no resulta fácil captar este pensa­miento, matizado con frecuencia por un tono autorita­rio y fascistoide:

«16- ¿Adocenarte? ¿¡Tú… del montón!? ¡Si has na­cido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios. Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor.»

Otras veces, el pensamiento de Escrivá parece im­pregnado de una humildad profundamente religiosa:

«484- Sé instrumento: de oro o de acero, de platino o de hierro…, grande o chico, delicado o tosco…

«Todos son útiles: cada uno tiene su misión propia. Como en lo material: ¿quién se atreverá a decir que es menos útil el serrucho del carpintero que las pinzas del cirujano?

«Tu deber es ser instrumento.»

En consecuencia, llegado el momento de configurar los rasgos más destacados de Camino y del Opus Dei, es preciso distinguir por lo menos cuatro aspectos funda­mentales.

El primero es un indiscutible fervor religioso y, so­bre todo, una aguda conciencia de apostolado. La ex­presión «salvar las almas» aparece con frecuencia en las máximas, y también la exaltación del amor divino.

Este elemento tiene como contrapartida una especie de totalitarismo teocrático que hace que cada acción y cada pensamiento estén, de hecho, subordinados a un in­menso afán de proselitismo.

El segundo rasgo característico, ya mencionado con anterioridad, es la gratuidad de un gran número de máximas. Para ilustrar esta afirmación, basta leer la primera y la última del libro:

«1- Que tu vida no sea una vida estéril. -Sé útil. -Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.

«Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y su­cia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón.»

«999- ¿Qué cuál es el secreto de la perseverancia? El Amor. -Enamórate, y no «le» dejarás.»

Es indudable que estas recomendaciones no son ex­clusivas del Opus Dei. Podríamos también hallarlas en la obra de cualquier autor religioso o, simplemente, de un moralista.

Más interesante resulta, en cambio -y éste es el ter­cer rasgo del pensamiento del padre Escrivá- la acu­sada tendencia a un cierto elitismo de resonancias fas­cistoides, que encaja a la perfección con la teoría fran­quista del «caudillaje».6

Por otra parte, en un capítulo anterior ya encontra­mos claramente plasmada en las Constituciones del Opus Dei, la intención de conquistar a la élite, y tendremos ocasión de observar que buena parte de sus actividades se han orientado en tal sentido.

«7-… No vueles como un ave de corral, cuando pue­des subir como las águilas.»

«22- Sé recio. -Sé viril. -Sé hombre. -Y después… sé ángel.»

«28- El matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo. […]» «32- […] Tú serás caudillo si tienes ambición de sal­var todas las almas.»

Debemos indicar, una vez más, que no es posible re­producir aquí todos los textos ilustrativos de este rasgo de la ideología opusdeísta; pero sí debemos hacer cons­tar que impregna todo el ideario de la Obra. A veces, parece como si el fervor religioso enmascarara otra cosa, una especie de libido dominandi, o pasión de dominio, plasmada en la creación de un modelo de «superhombre cristiano».

Ello nos conduce a examinar el cuarto rasgo carac­terístico de la ideología del Opus Dei; o sea, la deci­sión de salvar al mundo por y con los medios que el mundo ofrece.

Esto parece contradecirse con el rasgo anteriormente apuntado. Este potencial superhombre cristiano, llamado por algunos el Homo Opus Dei, menosprecia el mundo y, en un primer momento, se desprecia a sí mismo. Vea­mos:

«592- No olvides que eres… el depósito de la basura […]. Humíllate: ¿no sabes que eres el cacharro de los desperdicios?» 7

«593- Cuando te veas como eres, ha de parecerte natu­ral que te desprecien.»

«677 -Oro, plata, joyas…, tierra, montones de estiér­col. -Goces, placeres sensuales, satisfacción de apeti­tos…, como una bestia, como un mulo, como un cerdo, como un gallo, como un toro.

«Honores, distinciones, títulos…, cosas de aire, hin­chazones de soberbia, mentiras, nada.»

Así pues, ¿cómo salvar a este mundo despreciable y a este ser infecto que es el hombre?

Los teólogos responderían que por la gracia de Dios, según manda la ortodoxia… Otros dirían, sin reticencias, que puede lograrse, sobre todo, a través del Opus Dei. Algunos consejos de monseñor Escrivá al respecto se nos antojan bastante originales, como demuestra la si­guiente máxima:

«387- El plano de santidad que nos pide el Señor está determinado por estos tres puntos: la santa intransigen­cia, la santa coacción y la santa desvergüenza.»

Pero el «Plano de santidad» del Opus Dei no reside tan sólo en algunas recomendaciones morales; en el supuesto de que la desvergüenza típica del hombre que no se sonroja ante nada haya sido reconocida alguna vez como virtud moral.

Lo substancial de la ideología de la Obra y lo que explica en parte su éxito es el componente de eficacia y pragmatismo que contiene.

En este sentido, Camino contiene algunas normas in­sólitas, habida cuenta de que era aquélla una época poco dada a exaltar los valores del laicado.

«332- Al que pueda ser sabio no le perdonemos que no lo sea.»

11335-‘Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración.»

«336- Si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti estudiar es una obligación grave.»

«340- […] Si has de ser sal y luz, necesitas ciencia, idoneidad. […]»

«359- Pon un motivo sobrenatural a tu ordinaria labor profesional, y habrás santificado el trabajo.»

«365Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último; con los demás, el primero.»

«372- Si tienes un puesto oficial, tienes también unos derechos que nacen del ejercicio de este cargo, y unos deberes.

«-Te apartas de tu camino de apóstol, si, con oca­sión -o con excusa- de una obra de celo, dejas incum­plidos los deberes del cargo. Porque perderás el pres­tigio profesional, que es precisamente tu «anzuelo de pescador de hombres».»

Creemos que esta última frase es, de por sí, bastan­te elocuente.

Por otra parte, el decreto del Vaticano 8 que daba la aprobación definitiva al Opus Dei, en 1950, indicaba de forma explícita que los socios de la Obra «ejercen con el mayor ardor todas las profesiones civiles hones­tas, y, por profanas que sean, tratan en todo momento de santificarlas por medio de una pureza de intención renovada de continuo por el deseo de acrecentar la pro­pia vida interior, por una constante y gozosa abnega­ción, por el sacrificio de un trabajo duro y tenaz que debe ser perfecto desde todos los ángulos».

UNA ESPIRITUALIDAD «MODERNA»

De ello se desprende que los socios del Opus Dei han de ser en todo momento los mejores para dar respuesta a «su vocación de almas contemplativas en medio del mundanal ruido».

Por lo demás, entre los teóricos que han desarrollado la doctrina opusdeísta, algunos han consagrado sus tra­bajos a esta moderna forma de espiritualidad. Ya los títulos de sus obras resultan sintomáticos. Así, Jesús Urteaga escribió, en 1952, El valor divino de lo humano, y en 1965, Juan Bautista Torelló publicó La espirituali­dad de los laicos .9 La misma cuestión aborda P. Rodrí­guez en su estudio: «Camino» y la espiritualidad de los laicos.10 Recordemos, también, el estudio de José Luis Illanes: «La santificación del trabajo, problema de nues­tro tiempo».

Podría parecer a primera vista que, una vez el Con­cilio Vaticano II hubo subrayado el papel de los laicos en el seno de la Iglesia, este aspecto de la ideología opusdeísta resulta, también, relativamente superficial y vacuo. La verdad, empero, es que la cuestión es más compleja.

Ante todo, interesa saber que el Opus Dei desempeñó un papel destacado en la inserción del tema del laicado en el orden del día conciliar, aunque sólo fuera porque la comisión preparatoria «De laicis» y la comisión con­ciliar «De disciplina cleri et populi christiani» estuvie­ron presididas una, e inspirada la otra, por Álvaro del Portillo, secretario general del Opus Dei para más de­talles.

Hay que señalar que, pese a su inconsistencia, la fi­losofía del Instituto es, al decir de los socios del mismo, un aglutinante en extremo eficaz de personas que, por otro lado, son en teoría libres para escoger la ideología política que más les plazca.

Por lo demás, situando las ideas de monseñor Escri­vá en el contexto español de la posguerra, resultan a fin de cuentas más «modernas» de lo que puede pare­cer, sobre todo si se tiene en cuenta que en un primer momento iban dirigidas a intelectuales nacidos en el seno de la alta y media burguesía. Incluso cabe afirmar que constituyen un auténtico «desbloqueo» de la situa­ción anterior.

La promoción del laico y el realce de los menesteres profesionales rompen de forma singular con la bien arrai­gada idea de que los «estados de perfección» religiosa (es decir, frailes, sacerdotes y monjas) son superiores a la condición del laico. La concepción del padre Es­crivá permite al seglar aspirar a la misma santificación que el religioso, y para ello basta realizar en forma ade­cuada el propio menester, tanto si se trata de un ta­xista, de un cirujano o de un profesor de Derecho.

A esta descongelación de las mentes hay que añadir otra todavía más importante que viene a reforzar este culto a la eficacia que impregna todo Camino. Se trata del «afán de poder» profesional en sí, hasta entonces considerado como un vano apego a los bienes terrenos y convertido ahora en un medio de apostolado y de san­tificación.

Así lo ha hecho notar con muy buen criterio la duquesa de Medina-Sidonia al referirse al caso concreto de un ex ministro español: «Si intentáramos advertir a los seguidores del Opus -dice- que el señor Villar Palasí, ministro de Educación, elimina sistemáticamente de los puestos dependientes de su ministerio a todos los [cargos] que no están vinculados a la Obra, los portavoces del Opus se encogerían de hombros y nos dirían que la Administración necesita de hombres eficaces y que el proceder del ministro no hace sino demostrar que el Opus Dei transforma al individuo de forma totalmente positiva».11

Pero ¿de qué transformación, de qué eficacia se trata en el fondo?

Hay que decir que ninguna publicación del Opus expresa con claridad este punto, y nos atreveríamos a decir que ni siquiera con sinceridad.

En el presente capítulo hemos citado con profusión, de forma intencionada, una serie de textos oficiales del Instituto. Es indudable que no servirán para saciar la curiosidad del lector, el cual se preguntará tal vez: ¿Son ésos todos los secretos del Opus Dei? Sin embargo, aun­que hubiéramos transcrito cien textos más, continuaría su enojo e insatisfacción… Y es que la ideología del Opus Dei carece de importancia a los ojos de sus diri­gentes. Sin duda les es indispensable formular ciertas proposiciones en el plano de la teoría, cosa que por lo demás realizan con prolijidad excesiva; pero su objetivo primordial, llámese «apostolado» o «dominación», tiende a convertirse en una pura práctica.

Ello explica el éxito que ha obtenido en una España anclada durante largo tiempo en los mitos religiosos y militares de la «cruzada», pero que ahora siente el deseo de conocer el desarrollo económico y los placeres de la sociedad de consumo.

Pues bien, el Opus Dei es el instrumento de este apos­tolado del desarrollo económico. Y ello enjuiciándolo no por el tenor de sus proclamas, sino en virtud de su organización, sus sistemas de captación y su expansión internacional. Sin embargo, como está visto que la ló­gica opusdeísta sólo obedece a sus propias leyes, inte­resa saber que, según la concibe su fundador, la Obra es «una organización desorganizada». Así, tal como suena.

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1 Conversaciones…, págs. 49-50, Sepal, París, 1969.

2 En la revista Esprit, abril de 1965.

3 La santificación del trabajo, problema de nuestro tiempo, Sepal, París, 1968.

4 Conversaciones…, págs. 66-67. 119

5 Se refiere a Zaqueo, el jefe de los publicanos. El párrafo de este fragmento bíblico, reza: «Zaqueo, baja pronto porque hoy me hospedaré en tu casa

6 Es la teoría del líder, del caudillo, comparable al Führer­prinzip alemán.

7 Aquí percibimos algunos aspectos masoquistas de la mís­tica cristiana: insignificancia extrema de la criatura humana frente a Dios.

8 Decreto Primum inter Instituta. Ver cap. siguiente.

9 Sepa], París, 1973.

10 Idem.

11 Le Monde, 9 de junio de 1970.

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UNA ORGANIZACIÓN «DESORGANIZADA»

«Nuestro Instituto es, ciertamente, una familia; pero es además una milicia. Una familia, sin cargar con los inconvenientes del afecto carnal, y una milicia, con la fuerza, la más apta para la lucha, de una disciplina más severa.

«El modo y la organización de la vida de la Insti­tución imita la organización y modo de la familia cris­tiana, más bien que los de una comunidad religiosa for­mal.»

Los artículos 197 y 198 de las Constituciones del Opus Dei, que acabamos de citar, subrayan el constante afán de los dirigentes de la Obra por evitar una estructura rígida, para que el instrumento que es la Institución conserve una flexibilidad que le permita adaptarse a cualquier situación. Eso no quiere decir, ni muchísimo menos, que el ejercicio del poder en el seno del Opus Dei no sea autoritario; incluso puede afirmarse que po­see un centralismo de corte militar. Lo que ocurre es que algunos de los medios utilizados, sobre todo cuando se trata de técnicas de captación, excluyen toda clase de formalismo, hasta el punto de que, hoy, los dirigen­tes de la Obra se resisten a encuadrar su asociación en las normas canónicas oficiales de la Iglesia.

Por otro lado, el mismo monseñor Escrivá, en res­puesta a unas preguntas que le formuló Jacques Guil­lemé-Brúlon, afirmaba: «No piense en una organización potente, capilarmente extendida hasta el último rincón. Figúrese más bien una organización desorganizada».1

UNA FAMILIA Y UNA MILICIA

Esta definición tiene el inconveniente de que resulta muy difícil formarse una idea exacta de lo que es una organización desorganizada cuando no se dispone de da­tos concretos sobre una sociedad tan original. No obs­tante, el Opus Dei se niega terminantemente a propor­cionar datos verificables acerca de su organización, sus miembros y sus métodos.

Todo lo que sabemos del Instituto se ha obtenido con grandes esfuerzos, gracias al trabajo de investigadores (muchas veces enemigos políticos de la Obra), a los que se intenta siempre desacreditar recurriendo a los viejos argumentos ad hominem, del género «ya vemos de quién proceden estas acusaciones», lo cual permite, como es obvio, no responder a las preguntas que verdaderamente interesa esclarecer. Y si las afirmaciones del adversario son precisas y bien fundadas, la Obra no vacila en negar lo que afirmaba el día antes o en proclamar vaguedades insustanciales. Una de las más típicas, referente a la organización, es la teoría de que «el Opus Dei se modi­fica de continuo», teoría que permite justificar toda clase de contradicciones y piruetas. Por ejemplo: como el hecho de que la Obra se defina como una milicia podría alejar a eventuales simpatizan­tes en virtud de la resonancia casi medieval del vocablo, los dirigentes del Instituto creyeron necesario matizar que «en la práctica cotidiana, el Opus Dei está más cerca de una empresa de gestión descentralizada que de una milicia».

Es interesante observar que la referida matización aparece sobre todo en el libro de Jean-Jacques Thierry, que constituye una especie de respuesta a las diversas obras escritas por los adversarios del Opus Dei.2

Se trata de un hecho digno de consideración, por cuanto las obras en cuestión han: aportado una serie de precisiones sobre el Opus Dei que éste siempre se había negado a facilitar.

Ya tuvimos ocasión de ver que la noción de «milicia» figuraba en letras de molde en las Constituciones de la Obra. Estas datan de 1947, y constituyen un extenso documento de ciento setenta y nueve artículos, a veces redactados de forma muy confusa, agrupados en cuatro partes: «Del Instituto y de sus miembros», «De la vida en el Instituto’, «De la dirección del Instituto», «De la sección de mujeres».

Resulta un tanto sorprendente que estas disposiciones, cuya intención apostólica debiera constituir la mejor garantía de su pureza, hayan de mantenerse en riguroso secreto por prescripción de los autores del texto. A pesar de lo que digan los celadores del Opus, el artículo 193 resulta inequívoco:

«Estas Constituciones, las instrucciones publicadas 3 y las que puedan publicarse en el futuro, así como los demás documentos no han de divulgarse; más aún: sin licencia del Padre [el Superior del Instituto, a la sazón monseñor Escrivá de Balaguer], aquellos de dichos do­cumentos que estuviesen escritos en lengua latina ni siquiera han de traducirse a las lenguas vulgares.» Extraña y sospechosa precaución en verdad. De aquí que los dirigentes del Opus Dei precisen, por intermedio del citado Jean-Jacques Thierry, que «estas normas sobre la no divulgación de las Constituciones no son exclusivas del Opus Dei. No hacen más que aplicar una praxis general de la Sagrada Congregación de los Religiosos a todos los Institutos que dependen de ella. En estas Constituciones de 1947, el Opus Dei no ha hecho otra cosa que atenerse a esta praxis general».

Es posible que así sea; en todo caso, el hecho mere­cería una explicación suplementaria. Pero la que ahora nos interesa destacar es que el Opus Dei no se ha preo­cupado de ofrecer estas justificaciones hasta después de que los adversarios de la Obra dieran a conocer sus Constituciones. El libro de Jesús Ynfante contiene el texto íntegro de las mismas traducido, no sin gran esfuer­zo por lo demás, del latín al español .4

Dado que no era posible impugnar la veracidad de estas Constituciones, los seguidores del Opus se vieron obligados a rizar el rizo con un sinnúmero de matiza­ciones, a cual más falaz. Pero ello no altera el hecho de que el Opus Dei quiso ser, y sigue siendo, una milicia. Aun cuando se eche mano de clichés más o menos pom­posos, tales como el de «caballería de los tiempos mo­dernos» o el de «hombres de hoy que viven como los primeros cristianos», etc., lo cierto es que la organización se concibió y realizó como arma de lo que podría lla­marse una «guerra civil espiritual».

Así lo reconoce a su modo, en un supremo arranque lírico, el autor de Camino: «Un secreto; un secreto que debe proclamarse a voces: las crisis mundiales se deben a la falta de santos. Dios quiere un puñado de incondi­cionales suyos en cada una de las actividades humanas.»

Y el Opus Dei está organizado, en efecto, de manera que pueda reclutar y operar con una «élite de Dios», situada en los puntos neurálgicos o estratégicos de la organización social

Volvemos a encontrar en la Obra la vieja obsesión de los integristas católicos; la misma que animaba a la Compañía del Santo Sacramento, a los Caballeros de la Fe, a la Sapiniére, pero también, más cerca de nosotros, a la «Ciudad católica» 5 o a una asociación tan reservada y operante como la «Oficina de formación cívica y de acción doctrinal según el derecho natural y cristiano», desconocida del gran público (¡con ese nombre!), pero muy capaz, en caso necesario, de movilizar contingentes a escala europea.

Aun cuando, en apariencia, parece que nos alejamos otra vez del tema del Opus Dei, es indispensable dete­nerse con objeto de intentar definir esta obsesión inte­grista, ya que constituye la esencia misma del proyecto de recristianización, o en términos españoles, de «recon­quista», al que apunta el Opus Dei.

Una obra editada por el anodino «Club Jean-Louis Richard. Centro de estudios empresariales» (que muy bien podría estar conectado con determinados opusdeís­tas) explica con toda claridad la metodología -la misma que aplicó la Obra- mediante la cual se intenta «propo­ner el esquema de un dispositivo de estimulación humana con vistas a una acción general de carácter intergrupal, flexible y armoniosa»… (sic).

«En el escalón superior, el acuerdo… (más o menos riguroso, según las posibilidades psicológicas).

“Luego, en los escalones inmediatamente inferiores, encontrar, suscitar, formar animadores capaces, a su vez, de generar y fomentar organizaciones de influencia, sin espíritu de partido, sin ambición unitaria, sin totalita­rismo, en las áreas de orientación privilegiadas, en las disputas más importantes.

«Lo que, habida cuenta de la diversidad de tareas, de la imbricación entre las redes, de la importancia tan dispar de los organismos […], puede representar […] de veinte a treinta hombres de primera línea; cuarenta o cincuenta de segundo orden; trescientos o cuatrocientos de tercer grado, y quinientos o seiscientos de cuarto grado. En total, así por encima, unas mil personas.

«Insignificante, pensarán los que sólo conciben la acción en porcentajes estadísticos y electorales.

«Estos «mil» no constituirán ni un movimiento ni un partido […], sino una sólida trama intergrupal cuya cohesión apuntaría más a la unidad de espíritu y méto­do […] que al lazo material de una organización per­manente y estructurada. Tal sería el papel asignado a esos «cimentadores» indispensables para la recomposición de las sociedades naturales […]. Animadores, consejeros, integrados en sus redes organizativas que asumen la tarea de mantener por todas partes la ortodoxia social, cristiana, y técnicos que utilizan el más seguro de los métodos.» 6

Si el lector nos permite una cita más, resulta de in­terés resaltar que la obra de la que acabamos de citar unos párrafos se ampara en una declaración del actual pontífice: «Tenéis que planear y constituir una nueva generación de directores de fábrica y de empresarios a los que pueda atribuirse con todo merecimiento el título de cristiana, título que en el orden terreno consideramos equivalente al de excelente jefe”.7

Las dos citas que hemos reseñado parecen habernos alejado, en principio, del Opus Dei; pero, en realidad, compendian con mucho acierto, cada una a su modo, las intenciones y los principios de organización de la Obra. Para que Dios pueda contar con «este puñado de incon­dicionales en cada una de las actividades humanas» y con hombres que, según los anhelos del Papa, sean «ex­celentes jefes», monseñor Escrivá y sus huestes, empe­zando por el eminente secretario general del Opus Dei, don Álvaro del Portillo, han sabido crear en España y en todo el mundo este «sólido vínculo intergrupal cuya cohesión tiende a la unidad de espíritu y de método».

En el capítulo anterior pudimos ver en qué consistían este espíritu y este método. Examinemos ahora cómo se traducen en el plano de los hechos y en el plano de la organización.

UNA JERARQUIA RIGUROSA

La milicia llamada Opus Dei está organizada de forma rígida, y sus socios han de cumplir unas obligaciones prescritas con minuciosidad por las Constituciones. En este sentido debemos distinguir: la organización del Ins­tituto en tres ramas diferenciadas; su organización a tenor de los países y regiones, y, por último, la jerarquía de los grados a que pueden acceder los distintos miem­bros de la sociedad.

Existen cuatro grados, y las condiciones para acceder a cada uno de ellos pueden resumirse como sigue: en el pináculo de la jerarquía están los socios numerarios, hombres célibes, con estudios superiores equivalentes al nivel de un doctorado, aspecto físico irreprochables 8, dentro de lo posible, con un amplio círculo de amistades y relaciones sociales.

Primeramente pronuncian unos votos temporales y, luego, durante un largo periodo (por lo general, entre cinco y seis años) siguen estudios teológicos. Concluidos éstos, se les permite pronunciar los tres votos perpetuos de pobreza, castidad y obediencia. Llegado el caso, pueden ser ordenados sacerdotes, pero de cualquier for­ma continúan ejerciendo su profesión.

El artículo 15 de las Constituciones, que enuncia esta misma prescripción, resulta por lo demás muy revelador en cuanto al afán de monseñor. Escrivá para atraerse a esta élite de la Obra. En efecto, esta norma dispone que los numerarios asumen o conservan sus funciones en la Administración pública, la enseñanza en las uni­versidades, o también dentro de profesiones como la abogacía, medicina y otras. El artículo 18 alude al apostolado de los numerarios, que presupone siete obliga­ciones:

-santificar el propio trabajo;

-ofrecer a los demás ejemplo de vida cristiana; -esforzarse en la formación espiritual, religiosa y profesional de los jóvenes, y en particular de los estudiantes;

-propagar la fe católica por todos los medios; -ejercer los cargos públicos con fidelidad ejemplar; -divulgar las obras de los católicos en todos los países;

-ayudar a la Iglesia allí donde sea objeto de per­secución.

Entre la clase de los numerarios figuran los llamados Inscritos (inscripta), designados por el mismo «Padre» en el curso de una ceremonia particular. Los Inscritos tienen encomendadas las tareas de dirección del Instituto. De entre estos miembros, aquellos que disfrutan de voz activa en la elección del Presidente General -tras la muerte de Escrivá, presidente ad vitam- se llaman Electores (artículo 15-3). Por lo general, conviven en las diversas residencias del Instituto, de lo cual sólo pueden ser dispensados según lo prescrito en las Constituciones.

La segunda categoría de miembros está constituida por los oblatos, hoy llamados adherentes. Lo que dis­tingue a los miembros de una y otra clase es, en esencia, que los segundos no necesitan estar en posesión de estu­dios universitarios; pero, por lo demás, guardan el celi­bato como los primeros, reciben también una formación teológica y se entregan por entero a la Obra.

Los socios supernumerarios sólo pronuncian votos compatibles con su estado. Pueden, por ello, contraer matrimonio y no tienen obligación de dedicar todo su tiempo a la Obra.

Los cooperadores no son, a decir verdad, socios del Opus Dei, ya que no pronuncian votos. Son meros sim­patizantes de la Obra que tienen como director espiritual a un sacerdote del Instituto. Incluso los hay que no son católicos.

Jesús Ynfante indica que en los Estados Unidos mu­chos afiliados a las logias masónicas cooperan con el Opus Dei.

En la práctica, esta variedad de socios permite llegar a personas pertenecientes a todos los estamentos sociales y vincularlas de un modo u otro a la organización.

Pero lo más destacable es, sin duda, la importancia que se otorga al hecho de poseer estudios superiores, auténtica obsesión de monseñor Escrivá, lo cual demues­tra con toda claridad que el Opus concede prioridad a la captación de miembros entre las clases altas de la sociedad.

Por lo demás, los distintos grados son de aplicación tanto a los hombres como a las mujeres. En este sentido hay que señalar que el Opus Dei se compone de tres ramas:

-La Sociedad sacerdotal de la Santa Cruz, que com­prende a los sacerdotes de la Obra, hayan sido ordenados antes o después de su ingreso en la misma (los sacerdotes de la propia Obra se reclutan entre los numerarios laicos, y en algún caso entre los oblatos o adherentes).

-La rama masculina.

-La rama femenina, la mayor parte de cuyos efec­tivos está al servicio de los restantes miembros de la organización. En efecto, al lado de las asociadas nume­rarias en posesión de un título universitario, incluye a otras numerarias auxiliares (las llamadas numerarias sirvientes), entregadas a tareas domésticas en las resi­dencias de la Obra.

Desde 1946, fecha en que monseñor Escrivá se instala en Roma, las tres ramas del Opus Dei tienen su sede en esta ciudad. Concretamente, la sociedad sacerdotal y la rama masculina se encuentran en el número 73 de Viale Bruno Buozzi, y la sección femenina en el 36 Via di villa Sachetti.

Estos estados mayores tienen al frente a un mismo superior: el Presidente general, hoy nombrado con ca­rácter vitalicio.9 Se trata, por supuesto, de José María Escrivá de Balaguer, al que asisten un secretario general y un consejo general integrado en la actualidad por personas de catorce nacionalidades distintas. Existe plu­ralidad de cargos directivos: administrador general, pro­curador general, prefecto de estudios, consultor.

Este esquema organizativo se repite a nivel regional. El Opus, instalado en unos setenta países, tiene regiones que abarcan, a veces, más de un Estado.

La discreción de que hace gala el Opus Dei dificulta la obtención de datos en esta materia. En cualquier caso, existen unos consejos regionales a la cabeza de los cuales figura un consejero general (también llamado «consiliario»). Se conocen los nombres de estos últimos; pero resulta mucho más difícil determinar la composición exacta de los consejos. Por otra parte, interesa saber que, con frecuencia, la actividad de ciertos grupos opus­deístas se ejerce bajo el caparazón de asociaciones legales ordinarias. Así, en Francia, la llamada Asociación de Cultura Universitaria y Técnica (ACUT) es, como ten­dremos ocasión de ver, uno de los principales medios de acción con que cuenta el Instituto.

Este esquema de la organización demuestra con cla­ridad que, lejos de ser una «organización desorganizada» o una «empresa descentralizada», el Opus obedece a una concepción muy rígida que, contrariamente a los asertos de sus dirigentes, deja escaso margen a la iniciativa de los miembros o grupos. Por otra parte, las Constituciones de la Obra insisten demasiado en el principio de obe­diencia para que pueda ser de otro modo; obediencia que ha de ser «general, pronta y jubilosa». Por otra parte, los poderes del presidente general, del «Padre», son prácticamente absolutos y se extienden a todas las regiones, centros y bienes de la Obra. El artículo 329 de las Constituciones precisa que la potestad del Padre es ordinaria, social, gubernativa y prescriptiva sobre sus subordinados, de tal suerte que tiene poder para dictar disposiciones para imponer penitencias por las transgre­siones de las normas y para «ordenar todo aquello que estimare necesario u oportuno para la recta dirección del Instituto». Vemos, pues, que el Padre es sin duda el jefe supremo de una organización poderosa, estruc­turada y concebida como una milicia y que, en efecto, ha llegado a serlo. Veamos ahora qué representa dicha milicia a los ojos de la Iglesia.

LAS INCERTIDUMBRES DEL ESTATUTO JURIDICO

Ya dijimos con anterioridad que monseñor Escrivá anduvo en permanente intriga con las autoridades ecle­siásticas para el reconocimiento oficial de su asociación.

En 1941, el arzobispo de Madrid-Alcalá concedió a la misma el título de Pía Unión Diocesana. Más tarde, en 1943, la Santa Sede autorizó la transformación de esta Pía Unión en «Instituto comunitario sin votos públicos Pero eso no bastaba al padre Escrivá para llevar ade­lante sus ambiciosos proyectos. La Obra tuvo la fortuna de que, al término de la Segunda Guerra Mundial, el Vaticano se preocupara de precisar los criterios en torno a una nueva fórmula de santificación a la que se dio el nombre de Instituto Secular, entendido como una «so­ciedad de clérigos o laicos cuyos miembros formulan el voto de practicar en el mundo los preceptos evangélicos con vistas a lograr la perfección cristiana y a entregarse por entero al apostolado»,

«En el mundo»: este es el punto esencial. Por lo demás, es lo que justificaba la aplicación del calificativo «secular» a dichas organizaciones y lo que las diferencia, además, de las órdenes religiosas, pues sus miembros no visten ningún hábito determinado ni tienen, por lo general, obligación de realizar vida comunitaria, por lo que, llegado el caso, viven una vida familiar y pro­fesional semejante a la de los demás laicos.

El 2 de febrero de 1947, la Santa Sede promulgó la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia, com­pletada en el transcurso de los años siguientes por el motu proprio Primo feliciter (12 de marzo de 1948) y la instrucción Cum sanctissimus (19 de marzo de 1948). Los referidos textos definen el estatuto jurídico de los miem­bros de estos institutos que desean realizar un «apos­tolado en el mundo y con los instrumentos del mundo».

Se ha dicho que por esas fechas los socios del Opus Dei desempeñaron un papel importante en la redac­ción de los referidos textos, sobre todo Álvaro del Por­tillo, actual secretario general, cuyo influjo en el Concilio Vaticano II ya mencionamos con anterioridad. Igual acontece con Salvador Canals, eminente prelado y opus­deísta, quien por espacio de muchos años fue miembro de la Sagrada Congregación de Religiosos. En cualquier caso, sabemos con seguridad que apenas publicada la constitución apostólica del 2 de febrero de 1947, la rama sacerdotal del Opus recibió una aprobación provisional y que al cabo de veintidós días obtuvo la sanción oficial, como si todo obedeciera a un plan previamente concer­tado. Dicha aprobación lleva el nombre de «Decreto de Alabanza» (Primus Institutum), y adquirió carácter defi­nitivo el 16 de julio de 1950.

Por consiguiente, en teoría, el Opus Dei es sin duda un instituto secular, y según palabras de Pío XII, el «modelo» por excelencia entre los de su clase.

Sin embargo, con el paso del tiempo las concepciones de los dirigentes del Opus han experimentado una clara transformación. Las dificultades con la jerarquía epis­copal, la hostilidad de algunos medios religiosos como la Compañía de Jesús, el afán de sacudirse la tutela de algunas congregaciones romanas, son factores que sin duda han desempeñado un papel no despreciable en la serie de cambios que se han operado. No es misión nuestra analizar aquí las sutiles distinciones canónicas esgrimidas como argumento, que en ocasiones han moti­vado polémicas de un bizantinismo exacerbado. No obs­tante, es preciso ofrecer algunas precisiones en esta ma­teria sobre la base de los estudios llevados a cabo por algunos teólogos de la Obra.

Estos últimos, sobre todo Vicente M. Encinas y Ju­lián Herranz, hacen notar que la mayor parte de los restantes institutos seculares tienden cada vez más a identificarse con las órdenes religiosas. Algunos imponen a sus miembros la formulación pública de sus votos; otros visten un hábito distintivo o prescriben la vida comu­nitaria, e incluso los hay que exigen a sus miembros guardar el secreto. De una manera general, cabe decir que en estos institutos se observa la tendencia a pres­cindir de la «secularidad», que es, sin embargo, su autén­tica razón de ser. En cambio, el Opus Dei quiere perma­necer fiel a la línea teológica y jurídica que se trazó desde un principio. Y si a la vista de esta situación se insiste en llamar «institutos seculares» a unas organiza­ciones que son en realidad congregaciones religiosas, la Obra prefiere renunciar a esta denominación para adop­tar el título de «Asociación de fieles».

Por otra parte, conviene no confundir al Opus Dei con una asociación de fieles ordinaria o con un simple «movimiento de apostolado» de los ya existentes. A este respecto, Julián Herranz escribe que «el Opus Dei cons­tituye una asociación de fieles, de régimen y extensión universal’.10

En realidad, el Opus Dei no puede ni quiere otra cosa que parecerse a sí mismo. Organización de una especie original (dentro de la Iglesia), dirigida con nue­vos métodos y provista de objetivos ambiciosos, sigue siendo una organización sui generis, como lo era la Compañía del Santo Sacramento.

Extraña, sin embargo, que después de jactarse tan reiteradamente de haber creado la noción de instituto secular, los dirigentes del Opus Dei hayan puesto tanto empeño, a partir de 1960, en mostrar que su organización no es un instituto de este género.

Esta nueva contribución pone de relieve la menta­lidad de sus dirigentes. En efecto, para ellos el fondo del asunto carece de interés comparado con la necesidad de saber cuál es el poder efectivo alcanzado por la organización.

EFECTIVOS Y RECLUTAMIENTO

Sabemos que, en 1941, el Opus Dei agrupaba a sólo unos centenares de miembros. Apenas transcurridos treinta años, sus asociados y simpatizantes de todo el mundo suman decenas de millares.

¿Cuál es su número en realidad?

Ante todo hay que decir que se han barajado cifras muy dispares, lo cual no tiene nada de extraño. El número de socios es uno de los secretos mejor guardados. En la oficina de información de la Obra en la calle Vitruvio de Madrid, se nos dice con evidente hipocresía que de este modo se evita cualquier brote de «triunfa­lismo» u «orgullo de cuerpo». Con todo, lo que ya se ha expuesto acerca de los distintos grados y dignidades existentes en el seno de la Obra explica la dificultad de contar con cifras fidedignas, sobre todo a causa de los miembros «cooperadores», es decir, de los amigos y simpatizantes del Instituto, cuyo número no resulta fácil contabilizar. La Asociación de Amigos de la Uni­versidad de Navarra, 11 por ejemplo, supera los 10,000 miembros, todos los cuales han de considerarse, en prin­cipio, como simpatizantes del Opus Dei. ¿Hay motivos para pensar que se hallen encuadrados como socios del Instituto?

En relación con este asunto de los efectivos, la revista americana Life indicaba, en marzo de 1957, que ascen­dían a 72,000 miembros, distribuidos como sigue: 7,000 numerarios, 12,000 oblatos (o adherentes), 2,500 supernu­merarios y 50,000 cooperadores. En 1964, el New York Times mencionaba la cifra oficial de 50,000 miembros, menos de la mitad de los cuales eran españoles.

Al año siguiente, M. Lapierre señalaba en la Revue politique et parlementaire unos efectivos de 72,000 miem­bros para todas las categorías. Hasta 1969 no se apunta una cifra casi oficial. En efecto, tras la celebración de su congreso general, en octubre de 1969, el Opus Dei pu­blicó un comunicado oficial en el que se afirmaba que el número de socios era de 50,000, y que pertenecían a 76 nacionalidades distintas.12

En 1970, la agencia Fiel hablaba de una cifra de 37,000 socios sólo en la Península Ibérica, de los que 12,000 eran mujeres. Por esas mismas fechas, parece que en México había 8,000 socios, 1,000 en Francia, 500 en Chile (no se incluyen en estas cifras los socios coo­peradores). A la vista de estos guarismos podemos admi­tir que, hoy, el Opus debe de contar con unos 60,000 afiliados «plenos» en todo el mundo, más un número indefinido, pero sin duda importante, de simpatizantes. Lo único seguro es que no hay que confiar en los datos facilitados por los opusdeístas, puesto que no son com­probables, detalle que no constituye por supuesto nin­guna novedad.

Ya se ha dicho que los criterios seguidos por el Opus para clasificar a sus miembros y, sobre todo, la importancia que se concede a la posesión de estudios superiores en el caso de los numerarios y de los adhe­rentes (oblatos), tienen por efecto inmediato situar en el pináculo de la jerarquía y en los puestos directivos a individuos pertenecientes a los estratos sociales más elevados.

La exigencia de estudios superiores equivale a situar en los puestos de dirección -y en España más aún que en Francia- a los miembros de la alta y mediana burgue­sía, y de forma excepcional a unos pocos individuos de extracción popular en vías de integración a los refe­ridos estamentos sociales. El hecho se nos antoja tan evidente que nos parece innecesario insistir en ello. Por lo demás, casa a la perfección con las intenciones que el Opus Dei expresa abiertamente en sus Constituciones.

Baste recordar el artículo 3, ya mencionado, de las Constituciones, donde se fija como objetivo específico de la Obra, el recristianizar a la clase intelectual y di­rectora de la sociedad civil. Tanto en la teoría como en la práctica, el Opus Dei tiene intenciones manifiestas… tal vez demasiado.

Ello ha inducido a la Obra a ofrecer una imagen opuesta de lo que es en realidad, y para conseguirlo ha procedido a «suscitar» innumerables opiniones ins­piradas por el mismo patrón, con las que se intenta conferir al Instituto si no un tinte proletario si, al me­nos, un cariz más popular. Si compilásemos estas opinio­nes estamos seguro de que contaríamos con una notable antología de lo que podríamos llamar, imitando a Camino, la «santa desvergüenza». Prueba de ello la tenemos en el siguiente artículo, publicado en la Hoja del Lunes: 13

«La mayor parte de los miembros del Opus Dei son gente de modesta condición: obreros, campesinos […].» O bien este lastimero comentario aparecido en El Alcá­zar,14 periódico vinculado a la Obra: «Se insiste en la brillante posición de algunos de sus miembros y se olvida a la inmensa mayoría restante: campesinos, ma­dres de familia, empleadas domésticas, maestros y taxis­tas.» Pero en este terreno la palma tal vez corresponda al diario Madrid por una serie de entrevistas publicadas en marzo de 1970, por las que vemos desfilar a un taxista, un banderillero, un oficinista, un guardia muni­cipal, un telefonista, un peluquero, un camarero, la dueña de una churrería… gente a cual más humilde y que, desde luego, no estaban en condiciones de intentar siquiera la conquista de ningún Estado.

No puede negarse que el Opus Dei cuenta en su seno con un determinado número de personas de origen mo­desto cuyas funciones equivalen a las de los hermanos legos en otras instituciones religiosas; pero no es menos cierto que estos ejemplos, aireados con tanta insistencia, no bastan para disimular la verdadera naturaleza del Opus Dei, que recluta el grueso de sus efectivos en los ambientes de la aristocracia y de la alta y media bur­guesía.

Por lo demás, la opinión pública española no se ha dejado engañar, e ironiza en especial sobre el modo en que los socios del Opus Dei entienden la «santa pobreza», instalados como están en lujosas residencias o en sus confortables hogares. En efecto, la pobreza tal como la entienden los adeptos de la Obra consiste en vivir al nivel que exige el medio social al que uno pertenece, pues se estima que un exceso de ascetismo podría escandalizar a este medio y, en consecuencia, disminuir las posibilidades de apostolado.

El obrero, pues, debe vivir como tal, y el burgués como lo que es. Esta concepción de la ascesis tiene la ventaja de que no traumatiza a nadie, y, en el plano colectivo, de que contribuye de modo eficaz al mante­nimiento de las estructuras sociales existentes.

Sería difícil describir al socio tipo del Opus Dei mejor de lo que lo hace la duquesa de Medina-Sidonia en su célebre novela La Huelga, al presentarnos el per­sonaje de don Alberto, el juez, que «gusta de buscar en la obra del padre Escrivá una máxima que pueda aplicar en cada trance difícil de su vida».

Tal vez sea la suya una visión literaria, como lo fueron las de Maliére, Stendhal o Balzac, y también es posible que su ironía resulte un tanto forzada; pero, de todas formas, ofrece una idea cabal del hombre que goza de un status social y que pertenece a la Obra en España.

«Don Alberto era un hombre recto. Toda su persona, desde la corbata a los zapatos, denotaba rectitud ante la opinión de las gentes […].

«Casó joven con una mujer poco agraciada, enferma, de la que cuidaba personalmente. Tuvo una hija para demostrar que podía ser padre, tras lo cual se dedicó a convencer a su infortunada compañera de los beneficios eternos que podía reportarles el voto de castidad. Será un sacrificio común que nos acercará a Dios. El nos recompensará mostrándose a nuestros ojos después de la muerte.

«La recompensa no se hizo esperar mucho. En los años de la posguerra 15 no habían muchos jueces sumisos. El era uno de ellos. Se le ofreció un ascenso de difícil consecución habida cuenta de su edad y de las bajas calificaciones obtenidas en los exámenes. De una ciudad a otra, don Alberto ascendió con rapidez en el escalafón de su profesión. Cada día, en cualquier lugar que se encontrara, se le veía comulgar en la misa de nueve. No olvidaba visitar alguna que otra iglesia y al párroco que la regentaba. Iba al cine cuando sabía de seguro que la película era de una moralidad irreprochable, y acudía también a los actos oficiales a los que tenía obligación de asistir, pero nunca bailaba ni bebía […].

«Era miembro de las cofradías más importantes, y por el bolsillo de su saco asomaba en todo momento un librito de los Evangelios, que jamás abandonaba. Su imagen era la de un hombre gris, metódico y correcto, que soportaba con estoicismo el calor y que huía cada año de la playa, al llegar el verano, porque en ella es más fácil ofender a Dios.

«Algunos lo tenían por un santo, y es que, a decir verdad, don Alberto tenía una moral. Su moral, perfec­tamente encuadrada en el principio Dios. El Dios de Camino, por supuesto, ya que Dios siempre está del lado de la razón. Aquel que puede tener a Dios como sostén en la vida triunfa, porque Dios es todopoderoso y nadie puede luchar contra él. Así, los que triunfan, es decir, los ricos, son los amigos de Dios. Habida cuenta de que Dios es justo, no puede tener amigos injustos. Por lo tanto, los poderosos son justos.» 16

Como es lógico, este testimonio literario de indudable calidad no pone de relieve toda la diversidad que forma la base de reclutamiento de la Obra, cuya organización se concibió enteramente para permitir la penetración en los medios más diversos.

Con todo, el libro tiene interés, por cuanto muestra, sobre todo cuando se analiza el comportamiento de don Alberto en el transcurso de la narración, la ambigüedad de la institución. Entonces resulta que, con el pretex­to de la santificación individual -sobre este punto debe reconocerse la sinceridad de muchos opusdeístas-, la Obra se configura como una empresa sociopolítica, de una índole peculiar si se quiere, pero perfectamente identificable…

A través de la biografía de monseñor Escrivá, así como del estudio de la ideología y la organización del Opus Dei, hemos glosado con amplitud los aspectos reli­giosos de la institución. Ahora debemos examinar cuál fue la actitud de la Obra una vez terminada la guerra civil española, tanto en España como en los demás países donde está introducida.

Por lo demás, sus actividades son consecuencia di­recta del afán inicial que impulsó a su fundador; o sea, la recristianización de la enseñanza en general y de la enseñanza superior en particular, y la reconquista de la élite intelectual.

Pero las iniciativas de algunos opusdeístas han ido mucho más lejos, puesto que han incidido en el terreno económico, financiero y político.

De esos tres aspectos vamos a ocuparnos acto seguido.

——

1 Le Figaro, 15 de julio de 1966.

2 J. J. Thierry, ob. cit., pág. 49.

3 En la versión original española se utiliza el término «pu­blicadas», término totalmente inadecuado en el caso de que se trata. Hemos de entenderlo como «difundidas» en el seno de la Obra.

4 Jesús Ynfante, ob. cit., pág. 397-452.

5 La noción de «organización capilar» que leemos en al­gunas máximas de monseñor Escrivá, pertenecen en realidad al vocabulario de «La Cité catholique».

6 Louis-Marie Ferrier e Yves le Penquer, La Technocratie et les libertés, pág. 44, CLC, París, 1968.

7 S. S. Pablo VI, alocución del 7-2-1966. 140

8 Se aplican los mismos criterios que en el sacerdocio: no se admiten defectos como la tartamudez ni taras como la co­jera, gibosos, etcétera.

9 En la actualidad, el privilegio de nominación vitalicia sólo lo detenta el General de los jesuitas.

10 «El Opus Dei,» en Nuestro Tiempo, julio-agosto 1962. Se trata de una revista muy ligada al Opus Dei.

11 Sobre la Universidad, véase el capítulo siguiente.

12 Le Monde, 12-13 de octubre de 1969.

13 Hoja del Lunes, 11 de junio de 1962, Madrid. 14 El Alcázar, 6 de febrero de 1964.

15 Se alude, naturalmente, a la guerra civil española.

18 Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina-Sidonia, La Grave, Grasset, París, 1970.

—oOo—

LA CONQUISTA DE LA ELITE» INTELECTUAL

A partir de la Revolución Francesa y del Imperio, todos los gobiernos de la época moderna han pretendido sustentarse en la enseñanza, la cual se ha visto tanto más controlada cuanto mayor era el afán autoritario de dichos gobiernos.

El franquismo no constituye ninguna excepción a esta norma, e incluso cabe decir que ha desarrollado todas sus posibilidades, desde la destrucción sistemática de todas las fórmulas docentes anteriores al régimen, hasta la reconstrucción metódica de otra Universidad, adaptada a sus necesidades.

La destrucción se produjo durante la contienda civil: ejecución de profesores universitarios, como en Grana­da; suspensión de empleo a todos los niveles educativos y exilio de gran número de profesores. La Universidad era republicana y, en algunos aspectos, era incluso la espina dorsal de la República. En consecuencia, los ven­cedores le depararon la misma suerte que a esta última. De aquí que, concluida la guerra civil, hubiera que proceder a reconstruirla por entero.

Fue entonces cuando el padre Escrivá y su reducido grupo de seguidores supieron aprovechar la «oportuni­dad» que se les brindaba, la cual vino muy facilitada gracias a la acción de dos hombres que durante la gue­rra permanecieron largo tiempo refugiados en la em­bajada de Chile en Madrid. Uno fue José María Albare­da, profesor universitario, compañero de viaje de José Ibáñez Martín,1 también profesor y antiguo procurador en Cortes que fue nombrado ministro de Educación Nacio­nal, cargo que ocupó por espacio de más de once años.

Una de las primeras medidas que adoptaría fue la creación del Consejo Superior de Investigaciones Cien­tíficas, verdadero «caballo de Troya» utilizado por el Opus Dei para el asalto a la Universidad.

EL CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS

El Decreto-ley de 24 de noviembre de 1939 que ins­tituyó el Consejo era resultado directo de los planes conjuntos de Ibáñez Martín y del opusdeísta Albareda. Este último, por lo demás, fue nombrado ya de entrada secretario general del nuevo organismo, cargo que ocupó hasta su muerte, acaecida en 1966.

Es obvio que el control por el Opus Dei de una institución oficial de esta índole suponía un medio de acción de vital importancia. Daniel Artigues analiza con profundidad y acierto esta primera conquista, cuando escribe que el Consejo «permitió al Opus Dei pasar de la conquista individual de las minorías al control de un organismo oficial que gozaba de una posición privile­giada para ejercer un influjo decisivo en la orientación de la intelectualidad española. El C.S.I.C. presentaba la ventaja de ser una creación ex nihilo, en donde el Opus Dei podía desenvolverse con relativa libertad de movi­mientos sin topar con la influencia ya consolidada de los jesuitas, la Acción católica, los «propagandistas» o cualquier otra asociación análoga. El C.S.I.C. abría toda clase de posibilidades de actuación en el ámbito univer­sitario. Por último -last but no the least-, el C.I.S.C. contó desde el principio con un presupuesto autónomo, lo que ofreció por vez primera al Opus la oportunidad de encauzar los fondos del Estado en una dirección ajus­tada al ideal de la Obra.»

A decir verdad, la dotación de medios fue conside­rable. El Consejo recibió, en efecto, los bienes de las antiguas organizaciones universitarias que habían que­dado disueltas: la Junta de Ampliación de Estudios y la Fundación Nacional de Investigaciones Científicas. Pero no cabe duda de que la fuente de ingresos más impor­tante fue el presupuesto público.

Hoy disponemos de algunos datos sobre la cuantía e estas asignaciones.

Sabemos, por ejemplo, que entre los años 1945 y 1950 el Consejo recibió más de 480 millones de pesetas. Du­rante este mismo periodo, las escuelas primarias recibieron 84 millones.

Estos datos resultan muy significativos si se tiene en cuenta que España todavía no se había repuesto de los estragos de la guerra civil. El Consejo distribuye becas de estudios para España y el extranjero, subvenciona los trabajos de catedráticos e investigadores y contrata a eminentes profesores del extranjero. Por otra parte, coordina y financia la actividad de los institutos cientí­ficos de todo tipo y, en fin, publica una revista, Arbor, que ocupa un puesto de primer orden entre la clase Intelectual.

No es difícil imaginar que la concesión de becas y subvenciones, siempre con un pretexto científico, impo­sible de comprobar por toda persona ajena al Consejo, fue un medio singularmente eficaz para hacerse con Una auténtica «clientela» adicta a los gestores de la institución.

Con todo, uno se pregunta cómo fue posible que las otras tendencias dentro del franquismo, sobre todo la Falange, permitieran el auge de una organización semeja­nte sin ponerle obstáculos.

Ante todo hemos de precisar que, en la fase inicial, el Opus Dei no aparece de forma clara como impulsor del proyecto; intervención real no se haría patente hasta mucho después.

En segundo lugar, la existencia del Consejo era de­masiado útil al régimen para prescindir del mismo. El franquismo, acusado de fascista, repudiado durante años por la UNESCO, tenía necesidad de un movimiento intelectual que, en cierto modo, le servía de coartada.

En cuanto al Opus Dei, encontró su primer instru­mento para proceder a la tarea de recristianizar la cul­tura española.

Con todo, por muy eficaz que fuera dicho instru­mento, resultaba a todas luces insuficiente. Subordinado al ministerio de Educación, el Consejo Superior de In­vestigaciones Científicas seguía siendo un organismo con limitado campo de acción. Hoy agrupa a más de tres mil personas, de las cuales mil se dedican a la investi­gación en los más variados campos del saber. Repre­senta, por consiguiente, una formidable fuerza intelec­tual, aunque insuficiente para asegurarse un verdadero control sobre el conjunto del mundo universitario.

Así pues, la Universidad fue objeto de una doble y metódica penetración: una que afectaba al reclutamiento del profesorado universitario, y otra relativa a la pro­paganda en el medio estudiantil.

. En cuanto al reclutamiento de catedráticos, los nuevos prohombres intelectuales de España supieron sacarle pro­vecho al antiguo sistema selectivo conocido por el nombre de «oposiciones».

En época de la República, el candidato tenía que demostrar su competencia ante un tribunal integrado por cinco miembros, tres pertenecientes a la disciplina del opositor, y otros dos nombrados por el ministro.

En tales condiciones, el difícil empeño de la «oposi­ción» conservaba su carácter intelectual en tanto que criterio valorativo de los conocimientos del candidato, un poco al modo de lo que es el doctorado en Francia. Cuando, en 1943, Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional, redactó la ley fundamental sobre la enseñanza superior, la llamada Ley de Ordenación Universitaria, decidió que fuera el propio ministro quien designara a los cinco miembros del tribunal.2

Como se observa, Ibáñez Martín, aun sin ser perso­nalmente socio del Opus Dei, favoreció en todo momen­to, influido por Albareda, el desarrollo del Instituto.

Es verdad que no favoreció sólo al Opus. Su objetivo era fomentar en el ámbito de toda la enseñanza superior «un ambiente de piedad que contribuya a desarrollar la formación espiritual en todos los actos de la vida del estudiante». En estas condiciones, cualquier candidato clerical tenía bastantes posibilidades de ser promovido.

Lo cierto es que todos los intelectuales del Opus Dei que gozan de un cierto prestigio se beneficiaron del sistema instaurado por Ibáñez Martín. No quisiéramos dar aquí una lista demasiado larga de nombres poco conocidos en Francia, excepto en los medios especiali­zados; pero debemos precisar que entre los personajes que ocuparon puestos importantes en el medio univer­sitario figuran: Calvo Serer, Jesús Arellano, Pérez-Em­bid, Suárez Verdeguer, Ponz Piedrafita, Palacio Atard, Alvaro D’Ors, José Orlandís, González Álvarez, Millán Puelles, Alberto Ullastres,3 todos ellos filósofos, histo­riadores, juristas y biólogos que se contaban entre los más eminentes de la España contemporánea. Nadie dis­cute la competencia profesional de estos hombres, pero debemos subrayar el hecho de que todos ellos están den­tro del sistema y que todos se beneficiaron -pues ni tan sólo puede hablarse de confrontación- del silencio, la clandestinidad o el exilio a que se vieron relegados los demás intelectuales. ¡Y Dios sabe lo que significa en España la palabra silencio desde 1939!

Resulta muy difícil saber cuántos opusdeístas lograron por esta vía infiltrarse en el campo de la enseñanza me­dia y superior española. El porcentaje varía según las épocas. Al parecer, hubo momentos en que alcanzó el 40 por ciento de los efectivos; hoy, en cambio, se ase­gura que no pasa del 20 por ciento, lo que sigue siendo un número muy crecido.

Sea lo que fuere, el caso es que esta «infiltración» en el cuerpo profesoral no hubiera bastado por sí sola para atraerse a la élite intelectual de no haber ido acom­pañada de una acción metódica sobre el medio estudiantil.

La naturaleza misma de este medio exige una acción multiforme. En el transcurso de su experiencia personal, el propio Escrivá de Balaguer se percató de los diver­sos aspectos, aunque sin dejar de manifestar una cierta predilección por la residencia en común. Ya tuvimos oca­sión de ver que, mucho antes de la apertura de la resi­dencia de la calle Ferraz en Madrid, Escrivá tenía la costumbre de recibir a numerosos jóvenes en su propia casa.

Es probable que el empeño de los opusdeístas se viera facilitado por la circunstancia de que la ley de 1943, ela­borada por Ibáñez Martín, obligaba a los estudiantes a inscribirse en alguno de los llamados Colegios Mayores, cuyo origen se remonta casi a la Edad Media (como an­taño los de la Sorbona, Oxford y Cambridge). El ob­jeto de estos colegios era aglutinar en un mismo centro la formación intelectual y la formación espiritual de los estudiantes. Entre los colegios mayores fundados por el Opus Dei, el más conocido es la residencia de La Mon­cloa, en Madrid; pero la Obra tiene asimismo otros cen­tros en Granada, Sevilla, Santiago de Compostela, et­cétera.

En lo que atañe a los colegios mayores de Barcelona y Zaragoza, es interesante señalar que a diferencia de los citados con anterioridad, fundados de un modo ofi­cial por el Opus Dei, surgieron como ramas de una ano­dina Sociedad de Cultura Universitaria y Técnica. Cuan­do el Opus Dei quiso instalarse en Francia, veremos que lo hizo bajo el disfraz de una asociación que ostenta exactamente el mismo nombre.

Este afán por enmascarar las cosas no es producto de una simple afición a la clandestinidad, innecesaria por demás en un régimen como el franquista, sino un autén­tico método, debidamente experimentado y puesto al ser­vicio de los objetivos particulares de la Obra.

La idea consiste, en efecto, en atraerse a la élite, pero no en alistarla formando compactos regimientos. El; Opus Dei no se ha propuesto asistir a un desfile de compactos batallones, al modo del fascismo más pedestre, ni quiere tampoco enarbolar un estandarte o una bandera. Lo que de verdad interesa al Opus es captar para sí a hombres competentes que ocupen puestos de relieve.

Este empeño explica la afición inmoderada a las ter­tulias, los retiros y las salidas colectivas, que permiten calibrar a los jóvenes y atraerlos a su órbita. De aquí, también, los notables esfuerzos imaginativos que des­pliega para animar grupos de estudiantes. El arte su­premo es, en todo momento, el de saber convencer lentá, cautelosa, pero eficazmente, al joven codiciado como pre­sa de que Camino es la única garantía de triunfo en este mundo y de salvación en el otro, y de que debe a la Obra el ser lo que es.

Lo más curioso es observar que tanto los miembros que se han desligado del Instituto tras una estancia en alguna de sus residencias, como los que le permanecen fieles, se muestran acordes en la valoración de estas métodos.

Por otro lado, interesa señalar que algunas de las endencias que se observan en esta acción resultan un tanto inquietantes: la residencia de La Moncloa, en Ma­drid, fue por espacio de mucho tiempo uno de los ba­luartes más notorios y firmes del movimiento fascista «Joven Europa», que entroncó en Francia con los de «Jeune Nation» y la O.A.S., y más tarde con el mo­vimiento «Occident». Su último avatar fue el de «Or­dre Nouveau», disuelto en junio de 1973.4 Los mismos lazos le unían, como es de suponerse, con el Movimiento Social Italiano, de corte neofascista.

De todos modos, estas actividades del Opus no son suficientes para dar una idea completa de los esfuerzos realizados para la captación de la élite intelectual. Falta mencionar la revista Arbor, la Universidad de Navarra y las equívocas realizaciones para consumo del pueblo.

ARBOR«, LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA… Y EL PUEBLO

Tal como indica Daniel Artigues, la revista Arbor, cuyo primer número (correspondiente a los meses de enero-febrero) apareció en marzo de 1944, nació como
órgano de oposición a la revista Escorial, fundada en 1940 por Dionisio Ridruejo y Pedro Laín Entralgo, de inspiración católica a la vez que resueltamente falangista.

Entre los fundadores de Arbor (cuyo precedente fue la revista Síntesis) se encontraban Raimundo Pániker, Ramón Roquer y Rafael Calvo Serer. Oficialmente la revista es el órgano general del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, pero en realidad constuye la vía de expresión de un grupo de intelectuales del Opus deseoso de crear una «tercera fuerza» política.

Calvo Serer,5 que pese a ser un opusdeísta conven­cido milita en las filas de la oposición al régimen, era por aquel entonces uno de los intelectuales más desta­cados de la Obra.

Teórico de la misión de España, escribió dos obras importantes: España sin problema y Teoría de la Res­tauración, en las que se declara católico convencido. «Sólo el catolicismo -dice- es capaz de vertebrar a España». Pero al mismo tiempo pretendía allanar el camino para lograr la síntesis entre catolicismo y ciertas ideas mo­dernas. Así, escribía: «La experiencia nos demuestra que el hecho religioso es en España una realidad nacional. Por ello no podemos desfallecer en la lucha contra los elementos que la tradición nacional ortodoxa no puede asimilar» (España sin problema); pero añade de inme­diato: «La única síntesis posible debe hacerse sobre la base de la más rigurosa ortodoxia, asimilando todas las aportaciones válidas del campo opuesto, cuidando al pro­pio tiempo de distanciarse de lo que pueda haber de perecedero en la tradición cristiana». Junto a Calvo Se­rer, autores como Florentino Pérez-Embid -presidente desde 1951 del Ateneo madrileño, el viejo cubículo libe­ral-, erigido en paladín del régimen y director de una colección en Ediciones Rialp,6 y también Ángel López­ Amo (autor de La monarquía de la reforma social) tra­taron de inocular en la clase intelectual española una doctrina de inspiración opusdeísta.

Pero, en 1952, el Opus, tras un periodo muy fructí­fero por lo que a la captación de miembros se refiere, se vio en la precisión de tener que variar su política universitaria.

El año 1952 fue, en efecto, el año de la fundación del Estudio General de Navarra, la actual Universidad del mismo nombre. El colegio mayor Aralar de Pamplona, instalado al principio en un viejo caserón, se convirtió en una gran Universidad integrada por veinte facultades que imparten su enseñanza a más de 6,000 alumnos. Además, dependen de la Universidad dos importantes ins­titutos: el Instituto Superior de Secretariado y de Administración de San Sebastián, y el Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (I.E.S.E.) en Barcelona. Según sus impulsores, la fundación de la Universidad respondía a una necesidad de descentralización en provecho de la vieja Navarra. Su régimen no difiere mucho del de otras universidades pontificias, como la célebre Universidad de Lovaina, en Bélgica. Por lo demás, para lograr el reconocimiento oficial de los títulos otorgados por la Universidad de Navarra (objetivo conseguido en 1962), el Opus tuvo que pugnar durante diez años sosteniendo frecuentes polémicas en torno a la interpretación del Concordato de 1953 entre España y el Vaticano. Los di­rigentes del Opus Dei, empezando por monseñor Escri­vá, siempre han afirmado con calor que la conversión del Estudio General en Universidad de la Iglesia no va dirigida en modo alguno contra la Universidad oficial.

Parece que en este punto se muestran sinceros, ya que el Opus Dei no ha levantado su propia Universidad para acabar con la Universidad oficial, sino porque esta última no quería tratos con la Obra. Veamos lo que nos dice a este respecto José Luis Aranguren,7 uno de los hombres que mejor conocen el tema de la Univer­sidad española:

«Desde un punto de vista sociológico es interesante observar que la facción intelectual del Opus Dei mani­festó desde el final de la guerra española, un evidente afán por adueñarse de la Universidad. Por espacio de algún tiempo pareció que iba a lanzarse a tan ambicioso proyecto, por anacrónico e ilusorio que fuera tratar de recristianizar España de arriba abajo a partir de la Uni­versidad y de la juventud. De todos modos, me com­place reiterarlo, esta tentación constituía una noble am­bición que, si bien irrealizable en su totalidad, hubiera podido llevar a la universidad una presencia católica de extrema eficacia. La precipitación o el ansia de poder dieron al traste con el proyecto, que era realizable si se hubiese planteado con modestia y discreción. Pero con una innegable falta de responsabilidad se improvisó un cuadro de profesores cuyo sentir católico, falto de com­petencia o vocación, o de ambas cosas, chocó contra los fines que perseguía.»

Esta afirmación es sólo una hipótesis; pero lo cierto es que al abandonar Ibáñez Martín el ministerio de Edu­cación, se amplificó la resistencia contra el Opus y sus simpatizantes en todo el ámbito universitario, como an­ticipo de una oposición cada vez mayor al régimen fran­quista que se afirmaría con nitidez en la década de los sesenta.

Se comprende, pues, que el Opus quisiera procurarse una especie de «base» adicta, sobre la que pudiera ejer­cer absoluto control. Y para llevar a efecto la idea es­cogió Navarra, viejo coto carlista y, por espacio de mu­chos años, una de las provincias más reacciona-,¡as de España. Ello no impidió que la Universidad de Navarra, dirigida oficialmente por el Opus Dei, continuara reci­biendo importantes subvenciones, bien del Estado, bien de la diputación de Navarra. La concesión de estos fondos originó en 1968 un tormentoso debate en las Cor­tes, en cuyo transcurso se reveló que las subvenciones concedidas al Opus Dei por el Estado español suponían más del 60 por ciento del total de créditos otorgados a la enseñanza.

Por otro lado, los recursos de la Universidad de Na­varra proceden de la Asociación de Amigos de la Uni­versidad de Navarra, que aglutina a numerosos coope­radores, y de las donaciones y subvenciones otorgadas por generosos industriales, así como de la ayuda internacio­nal, en particular de algunas universidades norteameri­canas. Hay quienes piensan, empero, que las donaciones de las fundaciones yanquis proceden en definitiva del presupuesto de la CIA.

Así pues, el Opus dispone de medios influyentes para hacer sentir su acción en los ambientes intelectuales. Completaremos el cuadro en un capítulo subsiguiente consagrado al imperio financiero de la Obra, donde se pone de manifiesto su acción en el sector editorial y de los medios informativos.

Con anterioridad dijimos que el Opus Dei aparen­taba dirigirse a todas las clases sociales. Por ello, sus dirigentes han hecho siempre gran ostentación de algu­nas obras sociales que, en realidad, son simples pretex­tos para enmascarar las restantes actividades de la Obra. Una de las más conocidas es el centro Tajamar, situado en los aledaños de la capital, en el populoso barrio de Vallecas, camino de Valencia. Es éste un distrito de opo­sición en el que menos de un 1 por ciento de la pobla­ción se declara católica practicante. Es fácil adivinar el valor simbólico que revestía para el Opus, que instaló en Vallecas un centro de formación profesional para hi­jos de obreros con capacidad para 1,500 alumnos. Por lo demás, el centro está dirigido por un antiguo «rojo», Bernardo Perea Morales, hoy militante en las filas del Opus Dei.

La Obra posee también algunos centros para jóvenes de uno y otro sexo,8 sobre todo escuelas del hogar, donde puede desplegar a sus anchas una especie de paterna­lismo. Veremos más adelante que este tipo de activi­dades está muy desarrollado en los países de Ibero­américa.

Hacia 1962, la Obra intentó una acción dirigida no a los hijos de los obreros, sino a los obreros mismos, por medio de los Ateneos populares o Ateneos obreros. Este apostolado se saldó con un completo fracaso, lo cual no debería extrañarnos si se tiene en cuenta que la capta­ción de miembros por parte del Opus opera de forma principalísima en los círculos de la alta y mediana bur­guesía, y está demostrado que los objetivos de la Obra son los mismos en todo el mundo.

LA ACCIÓN OPUSDEÍSTA EN EL MUNDO

No resulta fácil esbozar un cuadro de las tentativas de penetración de la Obra en los distintos países. Una de las principales razones de tales dificultades radica en la habilidad de los discípulos de monseñor Escrivá para fundar sociedades o asociaciones de apariencia anodina en cuya denominación el nombre del Opus Dei no apa­rece por parte alguna.

Por otro lado, los dirigentes del Instituto no pierden ocasión de afirmar que la Obra, lejos de reducirse al ámbito nacional español, tiene, en realidad, vocación uni­versal.

El propio Escrivá dijo en una ocasión, en respuesta a la pregunta que le fue formulada sobre la situación actual del Opus Dei en el mundo:

«El Opus Dei se encuentra tan a sus anchas en In­glaterra como en Kenia, en Nigeria como en el Japón, en los Estados Unidos como en Austria, Islandia, Mé­xico o Argentina. En cada lugar es el mismo fenómeno teológico y pastoral el que arraiga en el espíritu de las gentes del país. No está anclado en una cultura espe­cífica ni en una determinada época de la historia. En el mundo anglosajón, el Opus Dei, gracias a la ayuda de Dios y a la colaboración de numerosas personas, man­tiene obras apostólicas de diversas clases: Netherhall House, en Londres, acoge sobre todo a los estudiantes afroasiáticos; Hudson Center, en Montreal, cuida de la formación humana e intelectual de las muchachas; el Nairana Cultural Center acoge a los estudiantes de Syd­ney… En los Estados Unidos, donde el Opus inició sus actividades en 1949, podemos citar: Midtown, centro obrero en el mismo corazón de Chicago; Stonecrest Com­munity Center, en Washington, destinado a la formación de mujeres sin una especialización profesional; Trimount House, residencia universitaria en Boston, etc. Una úl­tima observación: la influencia de la Obra, según se dé en cada caso, es siempre de orden espiritual y de ca­rácter religioso, nunca temporal.»

En esta respuesta, monseñor Escrivá sólo alude de manera confusa a unas pocas realizaciones notorias de la Obra. Y la verdad es que algunas han constituido autén­ticos «logros». Pero si examinamos la cuestión más de cerca, observaremos que por lo menos un 80 por ciento de las mismas se desarrollan en los medios universitari­os; es decir, que apuntan a los futuros ejecutivos de los países afectados.

Si se procediera a realizar una clasificación metódica por continente y por país, veríamos que en todas las regiones del mundo la proporción entre residencias que acogen a la élite burguesa y centros populares es siem­pre la misma.

No entra dentro de nuestros planes ofrecer aquí una relación general de las realizaciones del Opus Dei. Se­ría una tarea tediosa e incompleta por definición, ya que nos obligaría a dar la vuelta al mundo: Alemania, Gran Bretaña, Irlanda, Italia, Portugal y Suiza en Europa; los Estados Unidos, Canadá y, sobre todo, Iberoamérica. En efecto, en Chile, Perú, Colombia, Venezuela, México, etc., el Opus mantiene residencias de estudiantes, al igual que en Kenia, Japón, Australia y Filipinas.

Por otra parte, ¿de qué serviría elaborar un catá­logo de esta especie? El método es siempre el mismo en todas partes: captación de la élite y, para que el em­peño no resalte en exceso, creación esporádica de al­guna escuela del hogar o un centro de formación profesional para consumo del pueblo.

Así pues, el Opus Dei afirma por todo el mundo una «vocación cultural» abierta a todos, sin discriminación de clase, etnia o religión (al modo masónico a juzgar por las apariencias) ; pero esta vocación envuelta en un espíritu apostólico apenas esconde un mal disimulado afán de captación de unos hombres atraídos al seno de la Obra que, bien por su origen, bien por su formación, están llamados a dirigir la vida intelectual, económica y política de sus países respectivos.

Sin duda conviene hacer notar que el aparente des­interés con que la Obra efectúa su labor, encaja mejor en los países en vías de desarrollo que en los países con una tecnología avanzada. Así, la Escuela de Hogar y Cultura Palmares de Guadalajara (México), la Escuela de Secretariado de Caracas, el Centro de Iniciación a la Informática «Orgarape», en Asunción (Paraguay) pue­den ayudar de manera efectiva al desarrollo de los paí­ses afectados, esto nadie lo niega.

Pero ¿cuál es la faz del Opus en Europa y, de una manera concreta, en Francia?

No cabe apenas duda de que el plan del Opus no presenta una fachada de actividades benéficas y desin­teresadas, sino que aparece como es en esencia, como una máquina de guerra cultural. Y esta afirmación es particularmente cierta en el caso de Francia.

EL OPUS DEI EN FRANCIA

La expresión que acabamos de utilizar puede parecer inspirada en un ánimo peligrosamente polémico, y es normal que suscite recelos. Sin embargo, las propues­tas sostenidas por los defensores del Opus Dei la jus­tifican sobradamente. Así, por ejemplo, Jean-Jacques Thierry, que ha querido demostrar demasiadas cosas, ter­mina por confesar al escribir a propósito del desarrollo de la Obra en nuestro país:

«En Francia, profesores de instituto, algunos agrega­dos universitarios, ejecutivos de empresa e intelectuales católicos aportan al Opus su colaboración y, algunos, su adhesión. Aquí, la mayor parte de los socios son jóvenes recién salidos de la Universidad o de los politécnicos. Y es que en nuestro país la Obra está en sus inicios y se asemeja a lo que era en España en 1940, declaran los responsables. Jóvenes agregados, socios del Opus en Francia, enseñan en la Universidad de Grenoble, en la Sorbona e incluso en la Facultad de Nanterre.» 9

Apresurémonos a decir que si el mentado autor ofrece esta serie de precisiones, ello se debe a que gracias a ciertas afortunadas filtraciones, el público tuvo conoci­miento de algunos nombres. Estamos ante el método ha­bitual.

Pero si nos detenemos a reflexionar sobre estas fra­ses, nos daremos cuenta de que no hemos hablado en balde de «máquina de guerra cultural».

En primer lugar comprobamos que en Francia la cap­tación de miembros se limita de forma muy específica a la clase intelectual, o parafraseando las Constituciones del Instituto, a la que se distingue por los puestos que ocupa en la sociedad civil (ejecutivos de empresa). El hecho de que se trate de jóvenes recién salidos de la Universidad merece de por sí una consideración: la de que es garantía de que estos muchachos han sido «re­clutados» para las necesidades de la causa y, como ve, remos, también en nuestro país las «residencias de estu­diantes» son uno de los medios de acción del Opus.

Pero lo que más llama la atención en las palabras de Jean-Jacques Thierry es la comparación de la situa­ción actual del Opus en Francia con su situación en la España de los años cuarenta.

¿Es que Francia acabaría de atravesar por una gue­rra civil y, en tal caso, toda su Universidad necesita ser reconstruida? ¿Es en este sentido como debemos inter­pretar la frase de que …»incluso en la Facultad de Nanterre?»

O dicho sin tapujos: ¿espera el Opus Dei una es­pecie de Ibáñez Martín francés? Es decir, un ministro de Educación Nacional que le abra de par en par los portales de la enseñanza superior, empezando por el Centre National de la Recherche Scientifique… ¿Debemos pensar, también, que el Opus trata de establecer núcleos de forma sistemática en la Universidad y en la Administración como lo hizo en España, circunstancia que hoy nadie pone en duda? Nosotros desearíamos que todas estas preguntas tuvieran respuesta negativa, pero, en tal caso, ¿por qué el Opus viene a implantarse en Francia?

Según monseñor Escrivá, todo estaba dispuesto ya para esta implantación en 1935, pero la guerra civil no permitió la culminación de este proyecto. Al parecer se efectuó otra tentativa en 1938, sobre la cual no sabe­mos gran cosa. Por no saber, ni tan siquiera sabemos con exactitud la fecha en que el Opus envió emisarios estables a nuestro país. Se ha dicho, en orden de su­cesión, que fue en 1952, 1954 o 1955.10

En todo caso, el primer grupo de opusdeístas enviado a Francia desde España estuvo integrado por un sacer­dote -Fernando Maicas- y tres estudiantes: un licen­ciado en letras, un biólogo y un jurista, a los que se sumaron más tarde unos cuantos estudiantes de Medicina.

En 1955 este grupito fundó una asociación que os­tentaba un nombre en apariencia anodino pero que, se­gún dijimos con anterioridad, era una trasposición al francés del nombre de una de las sociedades españolas que regía diversas residencias universitarias: la Asocia­ción de Cultura Universitaria y Técnica (A.C.U.T.), cuya sede se halla desde entonces en el 199 bis del bulevar Saint-Germain. Los estatutos del A.C.U.T. reflejan la más cándida inocencia: «Favorecer la estancia y estudios en Francia de los estudiantes oriundos de los países de lengua francesa y de los países latinos, ayudar a su for­mación cultural, organizar todas las actividades cultura­les, científicas, deportivas o de otro género, destinadas a los jóvenes de todas las edades y condiciones sociales [.. .], ejercer aquellas actividades relacionadas con este fin o que permitan su realización, tales como la crea­ción de residencias o casas de estudiantes, clubes, orga­nización de cursos y conferencias, establecimiento de centros de documentación, etcétera.»

En la práctica, hoy el A.C.U.T. dirige varias residen­cias y centros de reunión. Entre los más conocidos fi­guran (además, por supuesto, de la residencia matriz del bulevar Saint-Germain) : 11, rue Saint-Dominique (cen­tro cultural) ; 122, bulevar Bineau, en Neuilly (residencia femenina) ; 104, rue du Théatre (residencia universita­ria); 357, bulevar Michelet, en Marsella, así como una residencia en la avenida del Maréchal-Randon, en Gre­noble, junto con el «Centre international de rencontres», en el castillo de Couvrelles (Aisne).

Esta lista dista mucho, por lo demás, de ser exhaus­tiva, ya que existen otras residencias impulsadas por el Opus Dei, pero que están disimuladas tras «fachadas» de la más completa trivialidad.

Las personas que regentan el consejo del A.C.U.T. (asociación legalmente registrada desde el 28 de febrero de 1956) no tienen ningún prestigio especial. Por con­tra, se ha tenido el cuidado de dotar a esta sociedad de un «comité de patrocinio» compuesto por personalidades entre las que destacan: M. Jean Fourastié; el antiguo ministro Maurice Schumann; el barón Guy de La Tour­nelle, embajador de Francia; René David y André Mag­delaine, profesores de las facultades de Derecho y de Ciencias, y según el testimonio de Yvon Le Vaillant, entre las personalidades que animan las reuniones que organiza A.C.U.T. están Jacques de Bourbon-Busset, Paul Chauchard, Georges Vedel, Georges Hourdin, Hubert Deschamps, etcétera.

De paso observamos que un buen número de las per­sonalidades citadas están estrechamente ligadas a las fuerzas políticas de la V República y que, de un modo general, pertenecen a los medios «bienpensantes» más que a los medios «progresistas».. .

A este respecto, un trabajo muy documentado que apareció en 1962 en la revista del Gran Oriente de Fran­cia, ponía ya de relieve ciertos vínculos entre el Opus Dei y algunos medios políticos franceses. Su autor, muy enterado de algunas interioridades, escribía entonces que la influencia indirecta del Opus Dei «se halla muy exten­dida tanto en el mundo político como en el de los nego­cios, y podemos mencionar sin comprometernos dema­siado los nombres de Robert Schumann, Triboulet, así como Duchet y Antoine Pinay, supernumerarios, al igual que el reaparecido Paul Baudoin, ex ministro de Pétain (Ministerio de Asuntos Exteriores) en 1940 y en fecha todavía reciente consejero personal del protestante Baum­gartner, ex ministro de Finanzas.11

De entrada llama la atención la muy interesante alu­sión a Paul Baudouin, que en su tiempo fue acusado de «sinarquismo». Pero hay otras peculiaridades sobre su persona que merecen reseñarse. Paul Baudoin, director muy joven de la Banca de Indochina, fue considerado durante mucho tiempo como uno de los técnicos finan­cieros más brillantes. Pero este «hijo mimado de la Re­pública» no tardó en revelarse como un conservador más fanático que liberal.12 Admirador de Mussolini, Paul Bau­doin va a dar libre curso a un temperamento místico bastante infrecuente en un gran financiero, pero que hoy nos permite con todo derecho compararlo al de algunos opusdeístas.13

La admiración que muchos partidarios de Vichy sen­tían por el franquismo viene con toda seguridad a com­pletar el cuadro.

Pero si nos atenemos a los aspectos actuales de la investigación publicada por el boletín del Gran Oriente de Francia, se observará que varios de los personajes citados pertenecen a una facción del conservadurismo liberal vinculado, bien al antiguo Movimiento Republi­cano Popular, bien al Centro Nacional de los Indepen­dientes, que más o menos se transformó en el actual partido de los Republicanos Independientes, presidido por Valéry Giscard d’Estaing.

Lo curioso, empero, es comprobar -y sobre este pun­to insistiremos en los próximos capítulos- que existe un indudable parentesco entre las ideas de algunos di­rigentes de los Republicanos Independientes y las de los técnicos de la facción política del Opus Dei, en especial en lo que atañe a la economía.

En cualquier caso, lo que es seguro es que las capas sociales que sostenían o sostienen a los movimientos po­líticos que acabamos de mencionar, corresponden con bastante exactitud a los estamentos que el Opus Dei quiso atraerse con innegable éxito en España, cierto, pero tam­bién en todo el mundo.

Pero, en conjunto, la influencia del Opus Dei no sólo se ha manifestado en los medios políticos aludidos. Al parecer este influjo fue bastante notable en determina­dos círculos tradicionalistas o integristas, en especial en aquellos que constituyeron la «Ciudad católica» de la década de los sesenta, bajo la dirección de Jean Ousset.

Esta asociación que se disolvió, por lo menos oficial­mente, se transformó en la «Oficina internacional de obras de formación cívica y de acción doctrinal según el derecho natural y cristiano», aglutinando en el marco europeo la acción de múltiples organizaciones, círculos, librerías y revistas de inspiración integrista. 14

Y, sobre todo, este mismo influjo se dejó sentir en gran número de otras capillas integristas, constituidas aquí y allá en torno a alguna personalidad eclesiástica o laica con ansias de recristianización.

Cierto, esto no quiere decir que todos estos grupos estén más o menos manipulados por el Opus Dei. Por contra, el espíritu de camarilla se ha exacerbado en ellos hasta tal punto que con frecuencia la Obra aparece como un competidor, pero como un competidor ro­deado con el halo de su triunfo.

En Francia, el integrismo católico es un fenómeno que viene de lejos y que comporta diversas corrientes. A este respecto posee una doctrina completa que desde luego nada tiene que envidiar a la ideología del Opus. Pero no puede afirmarse que haya obtenido muchos éxi­tos intelectuales o políticos, aspiración máxima del inte­grismo en cuestión.

Por el contrario, el Opus Dei, pese a lo reciente de su instauración, ha sabido rebasar con holgura el esta­dio de la mística y la pura investigación intelectual, y ha entrado en la acción práctica con notorio éxito, bajo fórmulas modernas y a veces audaces a los ojos de los católicos tradicionalistas.

En este sentido es lógico que fascine a los sacerdotes, militares, ejecutivos, intelectuales y miembros de las pro­fesiones liberales afectos a las tesis integristas, pero que no llegan a poner a punto un sistema de acción. Algu­nos comentarios publicados en periódicos como La France catholique resultan particularmente reveladores a este respecto.

Tan consciente era el. Opus Dei de sus posibilidades en este terreno, que en 1958 quiso hacerse con un ins­trumento de acción suplementario adquiriendo La Table Ronde, revista bien conocida de un amplio sector y que desapareció en 1969, y cuya redacción y edición se con­fiaron a otra sociedad filial del Opus Dei, la S.E.P.A.L. (Sociedad de ediciones y de publicaciones artísticas y literarias, Condrand, Tuzet y Cía., 23, rue du Renard, París).15 El redactor en jefe, Henri Cavanna, era un miembro notorio del Opus, pero fiel a sus métodos ha­bituales, el Opus Dei se guardó mucho de aparecer como el impulsor de la empresa. Muchos artículos llevaban la rúbrica de opusdeístas, pero no constituían la mayoría, con lo que se salvaban las apariencias de «objetividad», a la vez que se permitían sutiles infiltraciones.

Sin embargo, no parece que la adquisición de La Table Ronde aportara al Opus la audiencia que esperaba, y entonces la revista dejó de publicarse pura y simple­mente.

En el ínterin, la Obra decidió declarar su existencia legal en Francia, trámite que se realizó el 2 de mayo de 1966 en la prefectura de policía a instancias de tres personas: Agustín Romero, sacerdote, nacido en 1935, presidente del consejo de administración; Denys Ducor­net, ingeniero, nacido en 1944, tesorero, y Frangois Gon­drand, ejecutivo empresarial, nacido en 1935, gerente o administrador.16

A partir de esta fecha, el Opus tiene su sede oficial en el número 5 de la calle Dufrénoy, en París, distrito 16, en un inmueble propiedad de A.C.U.T.

El hecho de que el Instituto tenga su propio engranaje en marcha no le impide continuar impulsando, para me­jor actuar, toda una serie de sociedades o asociaciones que suelen ostentar nombres en apariencia anodinos con objetivos sociales también vagos y triviales. Ya nos he­mos referido a S.E.P.A.L., una editorial. En el mismo domicilio funciona también S.A.I.D.E.C. (Sociedad Anóni­ma de Inversiones para el Desarrollo Cultural»), la cual pretende, asimismo, establecer y ‘explotar residencias de estudiantes, centros de formación, etc. También está Al­pha-France, creada por S.E.P.A.L.; una sociedad suiza -Inter Alpha-Holding- con sede en Zurich, y distin­tas personas físicas todas ellas miembros de la Obra. Esta sociedad tiene por objeto la enseñanza por corres­pondencia, la edición de libros, el suministro de material pedagógico.

Y todavía hay que contar a todas las agrupaciones que el Opus impulsa bajo mano y que los indagadores no han podido detectar.

Este breve esbozo de algunas de las actividades del Instituto en Francia muestran, en efecto, lo más esencial de los métodos de penetración que utiliza, y cuyo ca­rácter principal es con seguridad la «santa inocencia», al menos en apariencia, pues nadie puede afirmar que mañana alguien acuda a la prefectura de policía para declarar la constitución de otra asociación, o que se dé de alta en el registro mercantil otra sociedad comer­cial, con distintos accionistas y administradores. En de­finitiva, serán propiedad del Opus Dei, el cual, diga lo que se diga, será quien dé las directrices a seguir. Y esto en España, en Francia y en cualquier parte del mundo.

Pero también se ha visto en el ejemplo que aporta Francia que el Opus actúa con frecuencia por interme­dio de firmas comerciales; de aquí que convenga plan­tear la cuestión de sus relaciones con las altas finanzas y el mundillo económico en general.17

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1 Ibáñez Martín era miembro del partido católico y fascis­toide de Gil Robles, la CEDA (Confederación Española de De­rechas Autónomas).

2 Sólo hasta 1953, a instancias de Ruiz-Jiménez, se volvió a un sistema bastante parecido al de la época republicana.

3 A la sazón, Ullastres es embajador de España ante la CEE.

4 «Jeune Nation», «Occident», «Ordre Nouveau» eran orga­nizaciones abiertamente fascistas y racistas. L’Organisation Ar­mée Secrete (O.A.S.) era una organización terrorista constituida para mantener la presencia francesa en Argelia.

5 Calvo Serer fue partidario de la restauración monárquica, y por lo tanto partidario del conde de Barcelona en contra de su hijo Juan Carlos.

6 Ediciones Rialp está estrechamente vinculada a la Obra.

7 José Luis Aranguren, «El futuro de la universidad espa­ñola», en Cuadernos, julio de 1962, pág. 4.

8 Por ejemplo, «Los Tilos», centro de formación de emplea­das del hogar.

9 J. J. Thierry, ob. cit., pág. 79. 168

10 Cf. Yvon Le Vaillant, Sainte Maffia, pág. 142.

11 Bulletin du Centre de documentation du Grand Orient de France, No. 34-35, julio-octubre de 1962.

12 Cf. Jean Saunier, La Synarchie, CAL, París, 1971.

13 «Pertinax», en Les Fossoyeurs, traza un bosquejo bastante singular de Paul Baudouin (Ed. du Sagittaire, París, 1946). 172

14 En Francia está, por ejemplo, la revista Permanences y el «Club du Livre Civique», en el número 49 de la calle Re­naudes, París.

15 En el Consejo de administración figuraban: Jacques de Bourbon-Busset, Henri Cavanna, Yvan Christ, Jean Fourastié,

Stanislas Fumet, Maurice Schumann, Marcel Sandrail y Phi­lippe Sénart.

16 Estos nombres aparecen citados en el libro de Yvon Le Vaillant, pág. 158, y confirmados por J. J. Thierry, ob. cit., pág. 99.

17 Ver la obra de Yvon Le Vaillant para información sobre todas las ramificaciones financieras de estos grupos.

—oOo—

EL IMPERIO FINANCIERO DE LA OBRA DE DIOS

Acabamos de hacer mención, al referirnos a la ac­ción cultural de la Obra, del problema de la amplitud de sus recursos financieros y de los medios de que dis­pone para financiar sus variopintas actividades. Tam­bién hemos visto que no vacila en utilizar el artificio de sociedades que, vistas desde el exterior, parecen no tener ninguna vinculación con la Obra.

Este método, por lo demás, está previsto de forma explícita en las Constituciones de la misma, cuyo ar­tículo 9 prevé que «los socios del Opus Dei actúan, bien de forma individual, bien al través de asociaciones que pueden ser de orden cultural, artístico, financiero, etc., y que se denominan sociedades auxiliares. Por lo que atañe a su actuación, estas sociedades también deben prestar obediencia a la autoridad jerárquica del Insti­tuto». Nada nos cuesta imaginar la acción individual de un miembro del Opus Dei; pero ¿qué ocurre cuando la acción se ejerce por medio de las «sociedades auxiliares»?

Ya hemos visto su proyección en el ámbito cultural (y en España su influjo llega muy lejos). ¿Hay razones para pensar que ocurre otro tanto en el terreno econó­mico y financiero? Así se plantean a un tiempo el pro­blema de los recursos de la Obra, el de su actitud ante el dinero y los «bienes de este mundo», el de su influjo en los medios bancarios y, de un modo más general, el de su papel en la economía española contemporánea.

LOS RECURSOS Y EL VOTO DE POBREZA

El Opus Dei tiene fama de ser rico, y hasta muy rico.

Recordando que los miembros deben vincularse mediante los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, es pre­ciso hacer notar que si nadie acusa a los opusdeístas de faltar a los dos últimos, no ocurre lo mismo con el pri­mero.

Es verdad que, en Camino, monseñor Escrivá no deja de prodigar consejos de resonancias indiscutiblemente evangélicas. Así:

«631- Sepárate de los bienes de este mundo. Ama y practica la pobreza de espíritu; conténtate con lo sufi­ciente para una vida sobria y modesta. De lo contra­rio, nunca serás un apóstol.»

Pero de inmediato aclara que esta pobreza de espí­ritu no implica una renuncia escueta a la posesión de los bienes de este mundo:

«632- La auténtica pobreza no consiste en no poseer, sino en renunciar voluntariamente al poder sobre las cosas. Por eso hay pobres que son realmente ricos. Y a la inversa.»

Monseñor Escrivá ha renunciado a escribir de forma explícita, no sin cierto pudor, lo que encubre esta ex­presión: «Y a la inversa»; es decir, que «hay ricos que son de veras pobres».

Y, sin embargo, aquí radica el meollo de la cues­tión, y es lo que explica buena parte del éxito obtenido por el Opus Dei con la burguesía española. Daniel Ar­tigues ha puesto de relieve con mucho acierto las con­secuencias prácticas de esta concepción de la «santa po­breza» cuando escribe que «el comportamiento práctico del Opus Dei en cuanto al problema de los bienes de este mundo podría definirse, en el cuadro español, del siguiente modo: el dinero es bueno con tal de que se ponga al servicio de una obra buena. La riqueza es un instrumento que hay que buscar y utilizar. Actuar de otro modo equivaldría a negar adaptarse a las condicio­nes del mundo de hoy: es preciso que el apostolado mo­derno pueda disponer de un arma esencial, pues sería absurdo dejarla utilizar sólo a los adversarios de la Iglesia».1

El teólogo opusdeísta Juan Bautista Torelló, del cual ya mencionamos su estudio sobre la espiritualidad de los laicos, afirma con una sinceridad singular que «la necesaria exaltación de la pobreza ha conducido a al­gunos a un «miserismo» que se convierte con facilidad en retórico y maníaco. Así pues, en la Obra conviene renunciar a este exceso.» 2

Daniel Artigues, el cual también cita este ejemplo bastante sorprendente de la moral opusdeísta, añade: «Los miembros del Opus Dei no han caído desde luego en este defecto, especialmente en España. Preocupados, ante todo de no distinguirse de las gentes de su me­dio, muchos de los socios numerarios de la Obra viven con toda clase de comodidades. Así se llega a la situa­ción paradójica de hombres que en teoría no puedan hacer uso de su fortuna pero que, sin embargo, frecuen­tan los mejores hoteles y restaurantes […]. En cuanto a los locales que pertenecen a la Obra, son por lo ge­neral confortables cuando no lujosos». De lo que se trata es de que un miembro del Opus, 3 sea cual fuere su origen o el rango social alcanzado, no sorprenda con hábitos inadecuados a las gentes del medio que le es propio, dando muestras de lo que vendría a ser con­siderado como una «pobreza ostentosa» que le privaría de las posibilidades de apostolado.

Así, cualquier gran burgués miembro del Opus Dei tiene el deber de llevar el mismo tren de vida que las personas de su círculo, y su mortificación consistirá pre­cisamente en no renunciar al lujo, aun cuando pudiera ser escandaloso, propio de las gentes de su posición social.

Dicho esto cabe preguntarse de dónde proceden los re­cursos del Opus. Para sustentar esta ética -sería difícil encontrar un medio más adaptable-, al mismo tiem­po que las residencias de lujo (que son en cierto modo propiedad colectiva de la Obra, los miembros del Ins­tituto se comprometen a entregar una parte de sus in­gresos profesionales -según parece, el mínimo es la centésima parte de dichos ingresos-. Según monseñor Escrivá, ésta sería la fuente principal de financiación de las obras sociales en el mundo.

«Cada centro se financia de la misma manera que cualquier otro de su tipo. Las residencias de estudian­tes, por ejemplo, cuentan con las pensiones que pagan los residentes; los colegios, con las cuotas que satisfacen los alumnos; las escuelas agrícolas, con la venta de sus productos, etc. Está claro, sin embargo, que estos ingresos nunca son suficientes para cubrir todos los gastos de un centro, y menos cuando se considera que todas las labores del Opus Dei están concebidas con un criterio apostólico y la mayoría se dirigen a personas de escasos recursos económicos, que -en muchas ocasiones- pagan por la formación que se les ofrece cantidades simbólicas.»

Entonces, ¿de dónde provienen los fondos?

Monseñor Escrivá responde: «Para hacer posible esas labores, se cuenta también con las aportaciones de los miembros de la Obra, que destinan a ellas una parte del dinero que ganan con su trabajo profesional.4 Pero, sobre todo, con la ayuda de muchas personas que, sin pertenecer al Opus Dei, quieren colaborar en unas tareas de trascendencia social y educativa. Los que trabajan en cada centro procuran fomentar entre las personas in­dividuales el celo apostólico, la preocupación social, el sentido comunitario que les llevan a colaborar activa­mente en la realización de esas empresas. Como se trata de labores hechas con seriedad profesional, que respon­den a necesidades reales de la sociedad, en la mayoría de los casos la respuesta ha sido generosa. Usted sabe, por ejemplo, que la Universidad de Navarra cuenta con una asociación de amigos con unos 12,000 miembros.

«La financiación de cada centro es autónoma. Cada uno funciona con independencia y procura buscar los fondos necesarios entre personas interesadas en aquella labor concreta.5

En consecuencia, a juzgar por las palabras de mon­señor Escrivá, el Opus Dei sólo cuenta con los recursos de las aportaciones de sus miembros y «cooperadores» y amigos de todo el mundo .6

Preciso es dejar constancia de que la Obra no ha dado más datos que los expuestos acerca de sus nece­sidades y el presupuesto de sus centros y residencias; pero como sus dirigentes insisten siempre sobre el ori­gen modesto de gran número de sus componentes, resulta obligado pensar que las cuotas de estos últimos no pue­den ser muy considerables. Habida cuenta del poder adquisitivo de los salarios en España – y en los países del Tercer Mundo, «Manuel Salvador, el camarero», «Asunción Rama, la telefonista», o «Gala, la peluquera por devotos y afectos que sean, seguramente no pueden procurar a la Obra los miles y miles de pesetas que necesita. Si, por otra parte, es cierto que los centros, residencias, colegios y clubes del Opus están abiertos a los más pobres, resulta imposible esperar que ellos cubran la totalidad de su pensión.

En consecuencia parece que hay que contar, sobre todo, con los «cooperadores». ¿Cuántos son en número? El Opus no da precisiones, del mismo modo que tam­poco precisa el número exacto de sus realizaciones. Pero si admitimos ‘ que estas últimas son por lo menos tres­cientas en todo el ámbito mundial -lo que representa .unos gastos de instalación y de gestión de varios cen­tenares de millones de francos por «año- y si supone­mos que los cooperadores sean cerca de 100,000, sería preciso que cada uno de ellos aportara cada año a la Obra mucho más de 10,000 francos.

Este razonamiento carece, claro está, de una base só­lida. En cambio, lo que sí es seguro es que los recursos del Opus provienen, con mucha mayor frecuencia de lo que reconocen sus dirigentes, del erario público o de los organismos financieros con los cuales y por razones políticas se encuentra en las mejores relaciones.

Ya vimos que la Universidad de Navarra contaba con una subvención mayoritaria proveniente de los fondos públicos; pero no es la única realización del Opus Dei que esté en el mismo caso. Así, por ejemplo, se ha demostrado que el centro Tajamar o sociedades como S.A.R.P.E. (Sociedad Anónima de Revistas y Publica­ciones Españolas), pertenecientes al Opus Dei, han re­cibido participaciones considerables de organismos finan­cieros públicos tales como la Confederación Española de Cajas de Ahorro.

Pero, llegados a este punto, se aborda un nuevo as­pecto de la actividad de la Obra: estas participaciones, ampliamente discutidas, sólo han podido obtenerse gra­cias a las «amistades» del Opus en organismos tales como el Instituto de Crédito de las Cajas de Ahorro, Instituto de Crédito a Medio y a Largo Plazo y a la Banca de España. Y lo cierto es que en la época a que aludimos todos estos organismos públicos tenían al frente a un mismo hombre: Mariano Navarro Rubio, ex ministro de la Vivienda, gobernador del Banco de España… y super­numerario del Opus Dei. Aquí tenemos la prueba de un nexo evidente entre la Obra y las altas finanzas.

EL OPUS DEI, LA BANCA Y LA INDUSTRIA

Cuando se trata de saber lo que son las «amistades cooperativas» de que se beneficia el Opus en el mundo de la banca y de la industria, los dirigentes de la Obra responden con indignación que todas las imputaciones que se les reprocha en público no son más que «difa­maciones organizadas».

Difamación sería el «caso Matesa», que ya esbozamos al inicio de este libro para poner de manifiesto su pa­pel en la vida política española en 1969…

Difamación el caso «Ortega Pardo», que deriva su título del nombre de este opusdeísta, fundador de nu­merosas sociedades (como Lusofina, que contaba con el apoyo de los gobiernos español y portugués) que enton­ces acababa de fundar oficialmente una nueva residencia del Opus Dei en Venezuela, y al que le fueron hallados 225,000 dólares en metálico y 40,000 dólares en joyas, producto de una gigantesca estafa.

Difamación, también, el «caso Meleux», revelado por Le Canard Enchaîné en 1966 sin que fuera objeto de ningún mentís.7 Y puesto que este último caso hace re­ferencia a Francia, vamos a detenernos en él un instante.

Louis Meleux, socio del Opus Dei, era el director de una empresa que trabajaba para el Estado, y que por tal motivo contaba con el respaldo de la Caja Nacional de Mercados. Meleux fue hallado muerto en el bosque de Fontainebleau en marzo de 1965. Al propio tiempo, una comprobación de las cuentas de la empresa mostraba un «agujero» de mil quinientos millones de francos anti­guos. Pues bien, las sumas desaparecidas por medio de artificios contables habían sido invertidas en España. Por otro lado, esta evasión de capitales había beneficiado in­directamente a una banca, que percibió en concepto de gastos de representación más de tres millones de nuevos francos. Este banco, que era también uno de los accio­nistas de la empresa Meleux, era ni más ni menos que la Banque des Intéréts Francais. Ahora bien, en 1962, el Banco Popular Español, entidad controlada por el Opus, adquirió más de 34,000 acciones en aquélla, y tiene su interés saber que el capital restante perten_cía a medios muy próximos a la familia Giscard d’Estaing…

Todos estos «casos», vinculados muy de cerca y de forma incontestable al Opus Dei, son considerados por el Instituto como meras «difamaciones orquestadas».

Tal vez sea cierto que algunos adversarios que de forma inexplicable tratan de dañar a una asociación pía hayan exagerado la importancia de los mismos. Paro cualquier asociación religiosa tiene un medio muy sen­cillo para no verse afectada por escándalos de este gé­nero, y es la de no meterse en el terreno financiero, tanto más cuanto que es bien sabido que los «casos» que lle­gan al conocimiento de la opinión pública son en esta materia una nimiedad comparados con los «casos» que agitan el mundo económico.

Así pues, si se llega a aceptar que en los casos ante­dichos el Opus Dei ha sido víctima de la maledicencia y encono de sus adversarios, debe tenerse en cuenta que sólo ha podido exponerse a tales inconvenientes en la medida en que numerosos opusdeístas desempeñan un papel muy importante en las altas finanzas, públicas y privadas. Después de haberse defendido durante mucho tiempo, hoy el Opus ya no está en condiciones de negar este hecho.

Tampoco podría hacerlo, puesto que dicha situación es la consecuencia lógica y perfectamente natural de su política de captación. Durante años, la Obra se ha diri­gido de forma prioritaria a los universitarios y a los estudiantes de la alta burguesía. Es inevitable que di­chos estudiantes pasaran a desempeñar más tarde los altos cargos de la banca y de la economía, y que buen número de ellos permanezcan en estrecha relación con sus «directores espirituales» opusdeístas.

Por supuesto, no es posible plasmar aquí en detalle todas las ramificaciones bancarias del grupo Opus Dei, con mayor razón si se tiene en cuenta que la mayor parte se asientan en relaciones personales en las que el Opus, según tiene por costumbre, jamás aparece de manera oficial.

Jesús Ynfante,8 por su parte, consagra cerca de ochen­ta apretadas páginas de su obra a un estudio minucioso de este auténtico «imperio económico» organizado en torno a la Obra gracias a verdaderas «redes de amistades y connivencias». Este imperio se ha ido construyendo de forma metódica a partir de un banco, el Banco Popular Español, y se ha ido ampliando mediante, la adquisición de participaciones financieras en seis o siete . sectores clave de la economía. A buen seguro que resultaría abu­rrido relacionar aquí la larga. serie de empresas una parte de cuyo capital pertenece a miembros del Opus o está administrado por ellos.

En el caso que nos ocupa tiene menos importancia el resultado de esta penetración que los métodos que la han, facilitado. De todos modos, conviene pasar revista rápidamente a los sectores de la economía en los que el Opus está presente por intermedio de sus socios. El más importante y del que dependen todos los demás es el de la banca, las sociedades financieras, las sociedades de crédito y las de seguros. Tras la adquisición del Banco Popular Español, los miembros del Opus han penetrado así en el Banco Europeo de Negocios, la Unión Indus­trial Bancaria, el Banco Atlántico, Vasconia, Banco, de Andalucía, Banco de Salamanca, etcétera.

Por lo demás, esto no significa que el Opus sea el único capitalista en estas instituciones. En el caso del Banco Europeo de Negocios o Eurobanco, por ejemplo, los capitales españoles proceden del Banco Popular Es­pañol, pero también de la Caja de Ahorros Provincial de Guipúzcoa y del Banco Zaragozano, junto con otros grupos europeos, como la Banca de Indochina, la So­ciété Générale de Banque, el First National City Bank of Boston, o el Bayerische Vereinsbank.

El dinamismo financiero de los miembros del Opus es a este respecto innegable, y por tal motivo encon­tramos a sus socios en compañías de seguros tales como La Previsión Española, sociedades de crédito como Fi­ventas, sociedades de inversiones como Popularinsa o sociedades de estudios y de análisis financieros como Dofisa. Pero, una vez más, esta penetración -nada .tiene que ver con los objetivos religiosos del Opus Dei, sino con la circunstancia de que la Obra ha sabido compa­ginar a las mil maravillas los intereses- financieros de un sector de la alta burguesía.

Jesús Ynfante nos proporciona un buen ejemplo cuan­do escribe: «El Opus Dei, orquestador de los intereses financieros de la economía capitalista española a través de la. Banca oficial, y con influencia preponderante en los medios de la Banca privada, ha sido la vanguardia que necesitaba la clase dominante en el proceso de concentración monopolista en España.

«Los miembros del Opus mantienen una tupida red de conexiones dentro de la oligarquía española, estre­chando los lazos entre los distintos grupos oligárquicos y las instituciones financieras. El contacto que mantiene la Santa Mafia con el Banco Central se realiza por me­dio, de Juan Antonio Bravo Díaz-Cañedo, socio del Opus y miembro destacado del Consejo de administración, del Banco Central. A niveles menos evidentes, una hija de Fausto Blasco Oller, también consejero del Banco Cen­tral, está casada con un Villalonga, y otra hija con José Vicente Puente, miembro militante del Opus Dei. Pedro Armero Manjón, conde de Bustillo, fue, hasta su muerte, consejero del Banco Central, presidente del Banca de Andalucía y acérrimo devoto de la Obra de Dios […].9

Esta poderosa coordinación de los intereses y de los sentimientos de un crecido número de grandes finan­cieros se encuentra, como es lógico, en todos los sec­tores económicos en que intervienen dichos bancos.

Uno de los sectores más pretendidos, el de los me­dios de información, obedece también a la «voluntad apos­tólica» de rigor. Dicho sector comprende empresas edi­toras, periódicos, radiodifusión, industrias gráficas y cine. En el campo editorial hemos aludido ya a Ediciones Rialp y a la firma S.A.R.P.E., pero hay que añadir una dis­tribuidora, D.E.L.S.A., y numerosas empresas, como Al­tamira-Rotopress, S. A., Ecasa, Hispano-Argentina de Li­bros, etcétera

En el campo de la radiodifusión, el grupo controla una de las más importantes cadenas privadas: la S.E.R. En cuanto a las revistas y publicaciones periódicas en las que el Opus tiene intereses más o menos importan­tes, debemos mencionar: Nuestro Tiempo, Telva -revista para la mujer-, Mundo cristiano, Tria -revista de in­formación agraria-, Actualidad Económica y Desarrollo, ambas especializadas en temas de economía. Además, el semanario Momento y una serie de periódicos provin­ciales tales como Diario de Navarra, Diario de León, Dia­rio Regional de Valladolid, etc., además de El Alcázar y Madrid,10 que se editan en la capital, así como todas las publicaciones de la Universidad de Navarra.

Asimismo, encontramos al Opus en una decena de sociedades cinematográficas, al igual que en el campo inmobiliario, publicitario, de empresas agrícolas, de tu­rismo y hasta de productos químicos. En cada uno de estos sectores la penetración ha tenido lugar desde una «base de partida» estrechamente controlada, como, por ejemplo, Constructora Cantábrica, S. A., en el campo inmobiliario.

Si se trata de obtener una vista de conjunto de este imperio económico, se llega a la conclusión de que abraza sobre todo sectores industriales modernos, y en especial aquellos que alcanzaron un gran desarrollo en los años de la década de los sesenta. Esto es cierto de m9n’ra especial en España en todo lo referente a los negocios inmobiliarios y al turismo. Y ello no por obra del azar, sino que una gran parte del desarrollo económico espa­ñol se ha estructurado con el concurso de los «tecnócratas del Opus», auténticos promotores y estructuradores del primer plan de desarrollo.

OPUS DEI Y «DESARROLLO»

No cabe duda de que resulta un tanto arbitrario des­tinguir en este terreno la acción económica de la ac­ción política del Opus Dei. En efecto, el 26 de enero de 1962, una decisión gubernamental creaba el comisariado del llamado «Plan de desarrollo», y fue también una de­cisión política la que confió la dirección de esta oficina a Laureano López Rodó.

No obstante, la distinción se justifica en la medida en que esta nueva política económica, de la que el Opus es artesano, ha constituido el sustrato de su poder polí­tico al que, por lo demás, precedió en el tiempo. López Rodó, nombrado en 1956 secretario técnico de la Pre­sidencia del Gobierno, aprovechó sus funciones para en­tablar relaciones económicas con medios del exterior tales como el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, consejeros económicos del presidente de los Estados Uni­dos, bancas americanas. A diferencia de otro miembro destacado del Opus Dei, Rafael Calvo Serer, hoy en las filas de la oposición al régimen, López Rodó y otros opusdeístas como Alberto Ullastres, a la sazón embaja­dor de España ante la Comunidad Económica Europea, evolucionaron hacia un tipo de economía pragmática cuyo único objetivo era lograr que España pudiera acceder a un nuevo estadio del capitalismo que la acercara al ni­vel de otros países europeos.

Así, el 20 de julio de 1959 se tuvo noticia simultánea en Washington, París y Madrid de la admisión de Es­paña en la O.C.D.E., al tiempo que se instituía un «nuevo rumbo económico» gracias a un plan de estabilización antinflacionista.

Todos los discursos que se pronunciaron en aquel en­tonces por boca de los dirigentes económicos vinculados al .Opus Dei, como Ullastres o Navarro Rubio, insisten en la necesidad de terminar con los viejos hábitos autár­quicos que marcaron el reinado de la Falange.

Aun cuando desde el año 1954 España obtuvo una ayuda considerable por parte de los Estados Unidos (muy poco desinteresada por cierto, ya que tenía como con­trapartida la instalación de bases militares), la agricul­tura continuaba asentada sobre bases latifundistas, 11 y la industria en especial estaba anticuada en su equipa­miento. Así, en 1958, las tres cuartas partes de la ma­quinaria e instalaciones metalúrgicas eran anteriores a 1930 y. su renovación habría requerido una inversión su­perior a los cinco mil millones de pesetas, e igual ocu­rría en casi todos los restantes sectores.

Por esta razón los dirigentes económicos llevaron a cabo una política en dos fases: a partir de 1959, el plan de estabilización tenía por objeto preparar la integra­ción de España en el mundo capitalista moderno, lo que acarreó una vasta especulación en la que tomaron parte importantes masas de capital extranjero (se estima que en el término de un año, desde julio de 1959 hasta julio de 1960, las inversiones del exterior alcanzaron los 160 millones de dólares). Sin embargo, este plan acarreó de forma paradójica una disminución del ritmo de creci­miento económico, el alza de los precios y el déficit de la balanza comercial. En consecuencia, había que atenerse a una política más dinámica. Por ello se procedió.. en 1962, a la creación del Comisariado del Plan, que se confió a López Rodó. Asimismo se llevó a cabo la re­forma de la Banca (en provecho de los grupos simpati­zantes con el Opus) y se solicitó la admisión en el seno del Mercado Común. En efecto, en febrero de 1962 el embajador Castiella presentó la solicitud oficial a Mau­rice Couve de Murville, presidente en funciones del Consejo de ministros de la Comunidad. Aquel mismo año de 1962 se constituyó, en el mes de julio, un nuevo gobierno en el que la influencia del Opus se manifestó de manera más clara .12

Pero lo más importante es que se estructuró un pri­mer plan de desarrollo que anunció López Rodó en Bilbao, en 1963, y para pasar de la estabilización a la etapa desarrollista se tomaron como base los modelos franceses (es interesante señalar que el 19 de abril de 1963 Valéry Giscard d’Estaing visitó por aquel entonces España invitado oficialmente).

Más de treinta comisiones, en cuyo seno figuraban numerosos tecnócratas opusdeístas, prepararon el men­tado plan, que se presentó a la prensa el 16 de noviem­bre de 1963, y en el cual hallamos todos los objetivos y filosofía de los planes franceses. Veamos:

«El Plan posee un carácter indicativo para el sector privado, lo que significa el respeto a la libre iniciativa, y un carácter obligatorio para el sector público». Esto significaba, como en Francia, que el sector público asu­miría la dirección de los sectores poco rentables de la planificación, en tanto que el sector privado quedaría con las manos libres para las actividades lucrativas y especulativas.

De una manera global, el objetivo del Plan estable­cido por los opusdeístas era el de incrementar en un 6 por ciento la renta nacional por año. Entre 1964 y 1967, se previó un incremento de la renta per capita de 360 a 460 dólares anuales. Pese al alza de los pre­cios, se alcanzó este objetivo y se rebasó el umbral de los 500 dólares, gracias al ritmo de industrialización y a los beneficios derivados del turismo 13 y de los fondos remitidos por los emigrantes (en 1967 todavía trabaja­ban en diversos países de Europa más de 700,000 espa­ñoles).

Por otra parte, es indudable que las empresas diri­gidas o controladas por el Opus Dai desempeñaron un papel nada despreciable en la realización de este plan de desarrollo, así como en la consecución de los inmen­sos beneficios resultantes producto de la especulación.

¿Cabe entonces hablar de un boom o de un «milagro económico»? Y si es que puede hablarse de éxito, ¿a qué debemos imputarlo?

Tales preguntas equivalen de hecho a averiguar si los opusdeístas han sabido -como se ha dicho- aglu­tinar en torno a ellos una «nueva clase dirigente» for­mada por tecnócratas.

OPUS DEI Y TECNOCRACIA

Que la política arbitrada en el Plan de Desarrollo ha sido un éxito es algo que no puede ponerse en duda a la vista de los datos globales; o sea, sin aludir a la distribución de los frutos del desarrollo entre las distin­tas categorías socioprofesionales.

Esto es particularmente cierto para los primeros años de la política de planificación. Sólo en el año 1964, el producto nacional bruto se incrementó en un 6.7 por ciento, la producción industrial aumentó un 11 por cien­to y las exportaciones en un 25 por ciento. Por otra parte se crearon polos de expansión industrial de carác­ter regional en La Coruña, Valladolid, Sevilla, Zaragoza, como contrapeso de los antiguos polos de desarrollo de Cataluña y del País Vasco. Se instaló una serie de in­dustrias nuevas, en especial en el campo de la petro­química.

Sin embargo, el segundo Plan, correspondiente al pe­riodo 1968-1971, tuvo que aplazarse de forma momentá­nea, y en 1971, la tasa de incremento del producto na­cional bruto fue sólo de 4.6 por ciento en vez del 6 por ciento previsto.14

Este «milagro español» se ha traducido, en suma, en un desarrollo espectacular de ciertos sectores industria­les impulsados por un capitalismo remozado. Pero el milagro en cuestión tiene también su «reverso, gene­rador de graves tensiones sociales. De un lado, porque se consiguió gracias a una disminución del aumento salarial, y de otro lado, porque ha provocado tendencias inflacionistas que no han dejado de agravarse.

De 1959 a 1965, el alza del costo de la vida rebasó el 50 por ciento, y sólo en el año 1965, en cuyo trans­curso empezaron a dejarse sentir los primeros síntomas de estancamiento del desarrollo, el porcentaje fue del 18 por ciento.

Por otro lado y de conformidad con la política es­peculativa seguida por los grupos privados, los equipa­mientos colectivos escasa o nulamente rentables, empe­zando por la vivienda, no progresaron en modo alguno al mismo ritmo que las inversiones de gran rentabilidad.

Todos estos fallos de la política económica opusdeísta son tan evidentes que los propios sindicatos oficiales, que todavía hoy no son más que simples correas de transmi­sión del poder, han solicitado un cambio de política. Así, un sindicalista, a principios de 1973, dijo a López Rodó: «Señor ministro, queremos que se distribuya la riqueza porque ya sabemos demasiado bien lo que es la distri­bución de la pobreza».15

Para que el presidente del Consejo Nacional de Tra­bajadores, Santiago Álvarez Abellán, que es uno de los hombres destacados del régimen, llegue a decir una cosa así después de diez años de desarrollo, es preciso sin duda que el «milagro económico» esté lejos de ser tan completo como parece a primera vista. Y es que, en rea­lidad, este «desarrollo» es el resultado enteramente lógico de una concepción tecnocrática de la vida social: prioridad a la economía; o sea, en el caso concreto que nos ocupa, al desarrollo de las empresas, evaluado en términos de provechos inmediatos y rentabilidad del capital invertido; prioridad a la eficacia, favorecida por el mantenimiento de las estructuras estatales constric­tivas puestas al servicio de los que detentan el capital.

Es verdad que estas dos prioridades las hallamos en la evolución de todas las sociedades económicas del mun­do occidental con las que España admita comparación. Por lo demás, se entremezclan con este otro carácter de la tecnocracia llamado por algunos «analfabetismo supe­rior», y cuya versión española lleva el nombre de «cre­púsculo de las ideologías»; es decir, que todas las ideo­logías que asignan a la sociedad unos fines «filosóficos», tales como la liberación de los hombres, la democracia, la cultura, se consideran arcaicas o peligrosas. Sólo cuenta el desarrollo económico dentro del orden.

Este carácter tecnocrático de la política seguida por los opusdeístas resulta bastante sorprendente si recor­damos que la ideología oficial del Instituto se proclama cristiana y que a veces incluso tiene resonancias inte­gristas.

Sin embargo, los hechos que mencionamos están aquí y todos los observadores de la economía española están de acuerdo en este punto: en la gestión económica de un López Rodó, por ejemplo, no hay nada que se amolde a la práctica cristiana. Por contra, todo está en la línea más ostensible de la práctica capitalista más implacable y menos generosa. Es verdad que no nos corresponde en este libro formular juicios sobre este tipo de capitalis­mo, sino ver que la política opusdeísta en materia finan­ciera y económica no difiere en modo alguno de la que practica cualquier otro grupo capitalista con un poder y unos recursos comparables.

El afán de desarrollar a toda costa la economía es­pañola ha provocado todas las consecuencias habituales de una política de este género, consecuencias que van desde la degradación pura y simple del paisaje 16 (en razón de las exigencias de un urbanismo especulativo al servicio de los turistas) hasta la creación de tensiones sociales muy acusadas entre la clase dirigente y los es­tratos sociales que no se benefician en modo alguno de los frutos de la expansión.

Por otro lado, ésta es la causa que motivó el inicio de las grandes luchas sociales de la España actual en el año 1962, al agruparse los obreros por primera vez en la historia del régimen franquista en organizaciones clan­destinas de lucha llamadas «Comisiones obreras». Por lo demás, esta prioridad concedida al desarrollo ha acarrea­do otras consecuencias bastante paradójicas en la po­lítica exterior del régimen. Mientras que la economía es ampliamente tributaria de los grandes intereses nor­teamericanos (por los que vela la CIA, muy arraigada en España y además ampliamente representada en el gobierno), la diplomacia opusdeísta se ha abierto al co­mercio con todos los países comunistas sin excepción. En efecto, a los técnicos del Opus les importa poco que se considere al comunismo -al igual que cualquier forma de progresismo- como una lacra social en lo que atañe a la política interna, si por otro lado sus intereses co­merciales hacen indispensable la cooperación con los es­tados socialistas del Este. Por este motivo, los opusdeístas no vacilaron en crear sociedades especializadas de impor­tación-exportación, y en un plano general, un ministro como López Bravo, que en fechas recientes ocupaba la cartera de Asuntos Exteriores, se entregó a esta política de apertura a diestro y siniestro.17

Vemos, pues, cómo en el plano económico y finan­ciero, el Opus Dei (o por lo menos un número impor­tante de sus miembros) ha sabido constituir a un tiempo un imperio financiero de tipo monopolístico y, de otro lado, inspirar una política de conjunto susceptible de liquidar la vieja doctrina corporativista asentada en los dogmas de la Falange.

En el primero de estos aspectos, el éxito es indiscu­tible, incluso si el Opus continúa negando, aunque cada vez con menos empuje, todo hay que decirlo, la exis­tencia de sus ramificaciones financieras.

El segundo aspecto plantea en sí el problema de las relaciones entre el Opus y el poder político.

En efecto, para numerosos ministros opusdeístas, el éxito del Plan de Desarrollo acarrearía ipso facto una liberalización de la vida política española. Esta libera­lización tuvo, como era de suponer, un puesto prepon­derante en el vocabulario político a partir de 1962: el régimen iba a perfeccionar las estructuras de lo que llama la «democracia orgánica», transformar la organi­zación sindical. Iba a prestar más atención a las aspi­raciones de la opinión pública, y en palabras del pro­pio Manuel Fraga Iribarne «favorecería su legítima ex­presión por medio del diálogo y de la información»; o dicho de otra manera: podría existir una oposición en el seno del propio régimen a condición de no ponerlo globalmente en entredicho.

Así pues, el espejismo de la liberalización corresponde al puesto de primer plano que el Opus pasó a ocupar en la escena política española. Por otro lado, había ve­nido precedido de una larga maduración matizada por la voluntad de crear una «tercera fuerza», a la que se­guiría el ejercicio efectivo del poder.

En consecuencia, corresponde examinar ahora cómo el Opus Dei se hizo con el poder en España y de qué modo lo ha utilizado.

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1 Como sabemos, salvar el mundo con los medios que el mundo ofrece es la preocupación dominante del apostolado tal como lo concibe la Obra de Dios.

2 J.B. Torello, La Espiritualidad de los laicos, Rialp, Ma­drid, 1965.

3 Se trata, en esencia, de los numerarios agregados y super­numerarios. D. Artigues, El Opus Dei en España, pág. 97:

4 Recordemos que los socios siguen desempeñando sus acti­vidades profesionales.

5 Entrevista realizada por Tad Szulc para el . New York Times, 7 de octubre de 1966.

6 Cf. Conversaciones…, pág. 81.

7 Cf. Le Canard Enchainé de 13 de abril de 1966. Yvon Le Vaillant publicó en su libro (pág. 319) un resumen del caso.

8 J. Ynfante, ob. cit., págs. 215: a .285

9 J. Ynfante, ob. cit., pág. 243.

10 Como es sabido, el diario Madrid fue suspendido poste­riormente ante la actitud oposicionista al régimen de su direc­tor y propietario, socio mayoritario de la empresa, Rafael Cal­vo Serer. (N. del E.)

11 En 1955, un número estimado en 51,283 personas poseían la mitad de las tierras; 823,955 propietarios compartían la otra mitad. Todo ello sobre una población agrícola de 4.780,000 per­sonas.

12 Por aquellas fechas la atención del mundo se centraba en Madrid, donde el 20 de abril moría asesinado, tras una parodia de proceso, el líder comunista Julián Grimau.

13 En 1966, 17 millones de turistas extranjeros aportaron a España 1,135 millones de dólares en divisas.

14 De todos modos, las estimaciones -oficiosas en el mo­mento de escribir estas líneas- correspondientes al año 1972 arrojan una cifra del 7.5 por ciento.

15 Cf. Sindicalismo en España, No. 5, marzo-abril de 1973.

16 De este modo se ha desfigurado de forma irremediable gran número de regiones litorales de la mitad norte de España.

17 Por lo demás, López Bravo tuvo que sufrir los ataques de la extrema derecha en razón de su política exterior.

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EL OPUS DEI Y EL PODER

En el transcurso de los años 1964 y 1965, la Univer­sidad española fue escenario de una serie de huelgas y manifestaciones en el transcurso de las cuales los estu­diantes pusieron en entredicho las estructuras y el fun­cionamiento del S.E.U. (Sindicato Español Universita­rio). Muchos profesores se mostraron solidarios con las reivindicaciones estudiantiles, aun cuando el poder de­cidió excluir de la Universidad a varios de aquéllos, y no de los menos prestigiosos. Así, por ejemplo, se ex­cluyó a perpetuidad a Enrique Tierno Galván, profesor de Derecho Político de la Universidad de Salamanca, y representante ilustre de la izquierda socialdemócrata. Los otros dos profesores revocados fueron José Luis Arangu­ren y Agustín García Calvo.

Esta medida dio lugar a violentas polémicas, en las que conviene detenerse, ya que afectaron muy de cerca al Opus Dei. Por lo demás, siendo la prensa española lo que todo el mundo sabe, las polémicas encontraron am­plio eco en la prensa francesa, sobre todo en el periódico Le Monde, en agosto de 1965. Nos atendremos de un modo especial a las opiniones de Tierno Galván y a la respuesta que le dio J. Burillo, profesor de la Universi­dad de Murcia.

En opinión de Tierno Galván, las sanciones adopta­das por el gobierno español se inscribían en un proceso de extrema gravedad que él consideraba como «una lenta pero inexorable reducción de la vida pública española al nivel casi vegetativo de una pasividad sin futuro. Se pretende reducir cualquier tensión dialéctica a una simple relación mecánica entre gobernantes y gobernados».

Para el líder socialista, la principal responsabilidad ante esta situación incumbía por entero al gobierno, que tras el reajuste ministerial de julio de 1965, estaba con­trolado por el Opus Dei, implicado directamente en las declaraciones del catedrático. Así, según Tierno Galván, el gobierno presentaba dos rasgos destacados: «a) Por un lado se trata del gobierno más homogéneo que el país había tenido desde la guerra civil, llegándose in­cluso a poder afirmar que las personas que llevan las riendas del poder están todas prácticamente sometidas a una misma disciplina, religiosa, moral y tal vez incluso política: me refiero al Opus Dei.

«b) Este gobierno presenta la mayor concentración de poderes jamás conocida. Todas sus funciones se ha­llan supeditadas a un esfuerzo principal: el Plan de Desarrollo y el refuerzo de las bases económicas de la clase dirigente. Para realizar este empeño, trata de in­tensificar el turismo y realizar un nuevo sistema de «apuntalamiento, gracias a las inversiones de capital ex­tranjero.»

Sobre la base de estas afirmaciones, Enrique Tierno Galván pone de relieve los cuatro principios fundamen­tales de la política opusdeísta o neofranquista:

«1) Una firme voluntad de no aceptar ningún movi­miento social espontáneo. Las fuerzas sociales no san «auténticas» más que cuando es el gobierno quien las dirige. Los movimientos de opinión no dirigidos por el poder serán considerados como ilegítimos y punibles por la ley.

«2) La firme voluntad de no conceder ninguna op­ción al país. En efecto, los españoles deben aceptar lo que existe y no tienen derecho a expresar sus diver­gencias.

«3) La firme voluntad de permanecer sordos a una evolución democrática, con la pretensión de tomar la cur­va hacia la democracia partiendo de una evolución del sistema actual. Es obvio que la evolución del sistema no hará más que aquilatar estos defectos y no los co­rregirá en modo alguno. En efecto, persistir en el error no parece constituir una manera lógica de triunfar.

«4) La firme voluntad de gobernar sin oposición. Pa­rece que el sueño de una oposición institucionalizada, primer paso en la andadura democrática, -se haya esfumado por completo.»

Este diagnóstico severo, que en definitiva atribuye al Opus Dei unos principios políticos muy distintos de los de otros extremistas de derecha españoles, suscitó por supuesto la indignación de los miembros de la Obra. Pero ya no tenían el recurso de aferrarse a su antigua argu­mentación de afirmar que el Opus no se mete en polí­tica y que cada uno de sus miembros es del todo libre de sostener las opciones políticas que se le antojen, lo que conlleva así un auténtico pluralismo en el seno de la Obra.1

La respuesta de Burillo fue más sutil, y consistió en realzar el carácter liberal de la política opusdeísta.

«Ningún miembro del Opus Dei ha dirigido un mi­nisterio de carácter netamente político bajo Franco:. Secretaría General del Movimiento, con los sindicatos únicos; Información, que controla todos los medios de comunicación social; Asuntos Exteriores […]. Por con­tra, es cierto que en el transcurso de estos últimos años algunos ministerios económicos o técnicos han sido di­rigidos por socios del Opus Dei. En mi opinión, su ac­ción se ha desarrollado en un clima de neoliberalismo y en un sorprendente neutralismo político que contrasta con la ideología oficial del régimen. Otros políticos, miem­bros del Opus Dei, franquistas o de la oposición, están disconformes con esta acción a causa de su asepsia tecnocrática.2 Sin embargo, es posible afirmar que estos ministros, vinculando la economía española a los orga­nismos internacionales, han aportado una corrección apreciable a las veleidades autocráticas del régimen.»

Estamos, pues, muy lejos de las afirmaciones de mon­señor Escrivá en el sentido de que la «asociación jamás ha tenido ni puede tener ninguna actividad en -los terre­nos político y económico». En realidad, lo que se dis­cutía en aquella fecha de 1965 con toda claridad era el resultado de una larga evolución que se inició en 1947, el mismo año en que el Opus se convirtió en una ins­titución eclesiástica oficial.

OPUS DEI, «NUEVA GENERACIÓN» Y «TERCERA FUERZA»

Recordaremos, en efecto, que el Opus Dei, al partir hacia la conquista de la Universidad por intermedio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creó en 1947 una revista, Arbor, que tenía por objeto principal atraer a los intelectuales insatisfechos por las escasas revistas de la época, como Escorial, de inspiración falangista, o la Revista de Estudios Políticos, dirigida por Francisco Javier Conde.

Durante algún tiempo, Arbor estuvo dirigida por un religioso, fray José López Ortiz, más tarde obispo, y fiel compañero de viaje del Opus Dei. Pero muy pronto tomó el timón Rafael Calvo Serer, en colaboración con intelectuales de la Obra, tales como Ramón Roquer, Rai­mundo Pániker, Florentino Pérez-Embid, Rafael de Bal­bín Lucas, etcétera.

En torno a esta revista intentará reagruparse la nue­va generación que, después de haber conocido la guerra civil y el descarado triunfalismo del régimen franquista, desea elaborar una doctrina política diferente a un tiem­po del nacional-sindicalismo y del «nihilismo de dere­chas» 3 en boga por aquel entonces.

Profesor de Historia Moderna en Valencia, más tar­de de Filosofía de la Historia en Madrid después de 1942, Rafael Calvo Serer, numerario del Opus Dei, ha sido sin duda una de las personalidades más destacadas de este movimiento y de la llamada «generación da 1948».

Daniel Artigues muestra de manera cabal el papel que desempeñó en la gestación de una nueva mentali­dad española cuando escribe que «en 1947 participa en la fundación de editorial Rialp, que aún hoy es la edi­tora por excelencia del Opus Dei, la que tiene la ex­clusiva de Camino. En el seno de Rialp, Calvo Serer dirige en persona una colección fundamental llamada «Biblioteca del Pensamiento Actual», que sigue apare­ciendo y que ha publicado unos 150 volúmenes. Filoso­fía, historia, teología, ciencia y ensayos están represen­tados en la colección. Con tal de que no sean demasiado izquierdistas, en dicha colección aparecen los nombres, españoles y extranjeros, más diversos. Pero, ante todo, la «Biblioteca del Pensamiento Actual» comporta una serie de textos destacados debidos a lo más granado, en el plano intelectual, de la Obra o del sector sometido a su órbita de atracción. Así, encontramos en ella los nombres de Etienne Gilson y Karl Vossler, Christopher Dawson y Jean de Fabregues, pero en esta colección publicarán también algunos de sus títulos más signifi­cativos toda la flor y nata de la intelectualidad española vinculada a la Obra: Suárez Verdeguer, López-Amo, Gambra, Álvaro d’Ors, Juan Vigón, Millán Puelles, Ló­pez Ibor, fray José López Ortiz.» 4

Pero Rafael Calvo Serer no se contenta con f losofar -aunque no se priva de ello en obras suyas como son España sin problemas (1949) y La teoría de la Restau­ración (1952)- sino que quiere, además, pasar a la ac­ción.

Pasar a la acción significa para él, y para aquellos que siguen sus pasos, trabajar para la restauración de la monarquía española según una línea de conducta que se opone de un lado a la de los falangistas y de otro a la de las democracias cristianas (por ello se habla de «tercera fuerza», expresión que tiene aquí un sentido diferente del que posee en Francia, donde designa a un bloque «centrista» de esencia demócratacristiana a ca­ballo entre la izquierda comunista y los «moderados»).

Por lo demás, el programa de esta «tercera fuerza» hace hincapié en la reforma del Estado, y propugna la descentralización administrativa, reformas económicas, monarquía popular, control de la gestión financiera de la Administración dentro del respeto a la vocación ca­tólica, intangible, de España.

Calvo Serer ya había dado pruebas de un tempera­mento político fogoso, arriesgado, el mismo que le in­duciría a escribir en su periódico, Madrid, un artículo famoso titulado: «Hay que saber retirarse a tiempo», en el que bajo el pretexto de comentar la retirada del po­der de Charles de Gaulle, Serer apuntaba en realidad a Franco. Los censores vieron por dónde iban los tiros y Madrid tuvo que suspender su publicación.

Vemos, pues, cómo ya en la época de «la tercera fuer­za» Calvo Serer manifestó un inconformismo virulento. En un artículo titulado «La política interior de la Es­paña franquista» y que apareció en septiembre de 1953 en una revista francesa de extrema derecha, Ecrits de Paris, no vaciló en meterse respetuosamente, cierto, pero con firmeza, contra el mismo Franco, al que emplazaba a asumir sus responsabilidades y a proceder a una pro­funda reforma del Estado. Decir que en aquellos mo­mentos Calvo Serer hablaba por boca del Opus sería inexacto, pero el proceso que seguía a los dirigentes falangistas, acusados de incompetencia, de confusionismo y sobre todo de ineficacia económica, era bien cierto y, a su modo, la reducida minoría opusdeísta que seguía a Calvo Serer anunciaba ya la llegada de los batallo­nes tecnocráticos educados y formados por la Obra. Sin embargo, por aquel entonces, el «Caudillo de España» todavía no estaba dispuesto a dejarse llevar, fiel a su estrategia pragmática, que le ha permitido sobrevivir a cuarenta años de pruebas políticas. . En apariencia, la «tercera fuerza» fue, por consiguien­te, un fracaso. En definitiva preparó una reforma esta­tal de la cual el Opus Dei iba a ser a un tiempo el ar­tífice y el principal beneficiario.

CAMINÓ HACIA EL PODER

Ante las innúmeras dificultades económicas y socia­les de todo género con que topaba España en aquellos momentos, era preciso, sin duda alguna, introducir unas reformas profundas. Mientras Calvo Serer continuaba exponiendo, al parecer en vano, sus teorías, surgió la figura de otro teórico. Así, en septiembre de 1956, apa­reció en Nuestro Tiempo, la revista del entonces Estudio General de Navarra -la futura Universidad de Navarra del Opus Dei-, un importante artículo sobre la reforma administrativa debido a un hombre de 36 años, nume­rario del Opus Dei, Laureano López Rodó, quien a pri­meros de diciembre fue llamado por el almirante Carrero Blanco para ocupar una función, modesta en aparien­cia, pero esencial en realidad, como «secretario técnico de la Presidencia del Gobierno», Este nombramiento pre­ludiaba en realidad una serie de modificaciones decisivas en el funcionamiento del aparato del Estado franquista. Así, originó la creación de un «Centro de Formación y Perfeccionamiento de Funcionarios», estructurado sobre el modelo de L’Ecole Nationale d’Administration Fran­caise, y que, al igual que ésta, tiene fama de ser una cantera de tecnócratas.

Pero veamos quién es Laureano López Rodó.

Hijo de un industrial de Barcelona, nacido el 18 de noviembre de 1920, pasó a ocupar en 1945 una cátedra de Derecho Administrativo. Hombre de una extraordi­naria precocidad intelectual, como han reconocido in­cluso sus adversarios, se ligó desde muy joven al Opus Dei por mediación de uno de sus colegas de la Univer­sidad de Santiago de Compostela, Amadeo de Fuenma­yor. Es éste un detalle que no carece de importancia al decir de algunos historiadores, puesto que Fuenmayor, sacerdote del Opus Dei y distinguido canonista, es tam­bién un hombre muy vinculado a la trayectoria del al­mirante Carrero Blanco, al cual prestó según parece valiosos servicios jurídicos, en el ámbito del derecho ca­nónico.

Sin embargo, lo importante es que, al cabo de veinte años, López Rodó y Carrero Blanco forman un «equipo gubernamental» monolítico. La llegada de López Rodó a las esferas gubernamentales acarreó en seguida cam­bios importantes, y así, el 26 de febrero de 1957, la prensa anunció una profunda reorganización de la Ad­ministración central -que se inspira en las tesis de jó­venes tecnócratas- y un reajuste ministerial. Esta úl­timo marca una nueva etapa en el camino del Opus Dei hacia el poder, y el Instituto se encuentra entonces en situación de dar entrada a muchos de sus miembros en la burocracia estatal. Ni que decir tiene que este camino haca el poder no es una progresión sin problemas. Franco, fiel al «jue­go del columpio» del que se ha valido siempre para no ser nunca prisionero de una sola corriente política, do­sifica astutamente cada gabinete y mantiene largo tiem­po en sus puestos a ministros de la Falange, sabedor de que ésta ve con malos ojos la llegada de nuevos tecnó­cratas. A pesar de todo, se trata de una progresión re­gular. Así, el 10 de julio de 1962, Franco forma su sép­timo gobierno, en el cual el Opus ostenta por lo menos tres carteras ministeriales. Menos de tres años después, en julio de 1965, López Rodó, hasta entonces simple comisario del Plan de Desarrollo, accede al cargo de ministro sin cartera al tiempo que sigue conservando la responsabilidad por el desarrollo económico. En torno a él se aglutina un grupo de «hombres nuevos» muy vinculados al Opus Dei, como Faustino García Moncó, ex director del Banco de Bilbao, que pasa a ocupar la cartera de Comercio; Juan José Espinosa Sanmartín, ad­ministrador del Banco de Crédito Industrial, se hizo cargo de la cartera de Hacienda, al tiempo que Fede­rico Silva Muñoz, profesor de Economía asume la car­tera de Obras Públicas. Por su parte, Alberto Ullastres, ex ministro de Comercio, pasa a ser nombrado embajador ante el Mercado Común.

Así, todos estos ministros próximos a la Obra arras­tran tras de sí equipos completos que asumen todas las funciones de los ministros y modifican profundamente el aspecto y la política de la alta Administración, de la que eliminan todos los vestigios de fascismo a la anti­gua usanza.

Por lo demás, la victoria del Opus Dei se verá neta­mente confirmada durante el verano de 1967, cuando el capitán general Muñoz Grandes, que hasta el momento ejercía la función de vicepresidente del Gobierno,5 es despedido sin más, con sólo las gracias por los servicios prestados.

Muñoz Grandes formaba parte de los «azules»; es de­cir, de los que combatieron en la División Azul en el frente oriental, junto a los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Condecorado con la Cruz de Hierro, fa­langista convencido, el capitán general pasaba por ser un hombre hostil a un tiempo a la restauración monár­quica y a la política de los tecnócratas. A este respecto, su apartamiento revistió el carácter de símbolo y vino a consagrar la preeminencia de los políticos de la Obra.

Como era de esperar, estos últimos continuaron negando que su asociación fuera una fuerza política, y con toda razón Daniel Artigues considera muy carac­terística la actitud de Laureano López Rodó ante las críticas suscitadas por el comportamiento del Opus Dei en España.6

López Rodó se niega a ver en estas críticas el ejer­cicio de un juicio libremente expresado que, como todo juicio, es susceptible de error, y afirma que no son otra cosa que infundios y calumnias orquestadas por unos conspiradores. Tal como declaró a Salvador Pániker,7 la tesis según la cual el Opus Dei hace política, y una política oligárquica, es «una perla cultivada». «No ha surgido de forma espontánea. Tiene origen en unos se­ñores, cuyas intenciones todavía no entiendo, que se han dedicado, por sistema, a calumniar [ … ] «.

Y, sin embargo, desde 1967 los dirigentes del Opus Dei ya no pueden negar en modo alguno la importancia del papel político que desempeña el Instituto. Esto era ya cosa sabida, pero hasta entonces siempre podía adu­cirse que la promoción de algunos miembros era pura cuestión de competencia personal y de edad… en suma, una coincidencia.

Pero después de los reajustes de 1965-1967, ya nadie, ni siquiera el profano, tiene la menor duda de que el Opus Dei detentaba el poder en España.

EL OPUS DEI AL PODER

Este hecho se confirmó de forma apabullante con motivo del nuevo reajuste ministerial que se produjo el 19 de octubre de 1969; es decir, en el momento de la cri­sis surgida del caso Matesa, y a raíz del cual falangistas notorios como José Ruiz Solís y Manuel Fraga Iri­barne fueron a su vez apartados de sus puestos.

Entonces vemos aparecer al frente de los puestos cla­ve a hombres que forman parte del grupo López Rodó-Ca­rrero Blanco; hombres como López de Letona, Monreal Luque, Allende García-Baxter, Mortes Alfonso, y otros que no esconden su pertenencia al Opus o su adscrip­ción a la política del Instituto.

Uno de los ministros más destacados promovidos por esta vía fue Gregorio López Bravo, ya ministro de In­dustria y opusdeísta en ciernes. Este ingeniero naval, nacido en 1923, tiene fama general de ser hombre inte­ligente, dinámico y ambicioso. Ahora se le encomienda la cartera de Asuntos Exteriores, que orienta de forma audaz hacia la cooperación económica con todos los paí­ses, incluidos los Estados socialistas.

Si tratamos de bosquejar las líneas generales de la acción política llevada a cabo por el Opus Dei desde el poder, veremos que corresponden a tres preocupaciones dominantes:

– tomar las riendas, de forma metódica, de todo el aparato estatal;

– asegurar la continuidad del régimen después de Franco;

-afrontar con vigor todas las manifestaciones de la oposición.

El control de toda la burocracia española es hoy un hecho consumado. Desde 1956; es decir, desde el nombra­miento de López Rodó como secretario técnico de la Presidencia del Gobierno, el Opus pudo situar a los suyos en gran número de puestos de responsabilidad, desde los cuales supieron hacerse indispensables gracias a la competencia adquirida con todas las garantías en las residencias de la Obra como estudiantes o como di­rigentes de los bancos y de las empresas a ellos vin­culadas.

El entramado administrativo y financiero que cons­tituye el Opus Dei en España es comparable en buena parte al que representan en Francia L’Ecole Polytech­nique o L’Ecole National d’Administration; pero en el primer caso la trama es más resistente todavía, ya que al prestigio de este tipo de escuelas añade la fuerza del lazo político y, sobre todo, del lazo espiritual.

El lazo político, dimanante del ejercicio del poder en el curso de muchos años, reposa en una ideología que puede compararse bastante a la ideología del movimiento de los Republicanos Independientes, llamado «giscardia­no». Pero en España se le añade la circunstancia de que el Opus Dei sigue siendo una institución de carácter, religioso, lo que le asegura un influjo considerable sobre la vida intelectual de sus miembros. Así se comprende que los asociados con responsabilidades de índole admi­nistrativa o política, están entregados por completo a la Obra sin que tengan conciencia de «estar haciendo política». Y ello es debido a que toda. su vida espiri­tual, intelectual, profesional y política obedece a una lógica particular con respecto a la cual no tienen ningún «.retroceso», ,

Este control del aparato estatal por los «tecnócratas neofranquistas» ha ido acompañada de una asunción com­pleta del presente ‘y del futuro del régimen. En efecto, desde 1966 los ministros opusdeístas preparan este, futuro haciendo prevalecer la idea de una monarquía autorita­ria. El famoso referéndum de 14 de diciembre de 1966 abocó en una aprobación, masiva de la «ley orgánica’, que arbitra los mecanismos jurídicos de la sucesión; re­feréndum tanto más notable y masivo cuanto, que el número de votantes fue muy superior al del censo ins­crito… ¡y que se procede a la detención masiva de los que hacen campaña en favor de la abstención pura y simple! 8

Los opusdeístas no sólo fueron solidarios de esta ac­ción gubernamental, sino que además la orientaron de forma que pudiera llenar a la medida de sus deseos este marco vacío que era la ley fundamental.

Aquí encontramos lo que se ha dado en llamar «la operación Juan Carlos», llevada a cabo en 1969 y de la que ya hicimos mención al comienzo de este libro. Era una operación que el Opus venía preparando desde hacía tiempo.

Yvon Le Vaillant evoca con mucha oportunidad a este respecto que, en 1954, Franco tomó la decisión de que Juan Carlos, hijo de don Juan, conde de Barcelona y nieto de Alfonso XIII, recibiera en España una educación de príncipe que empezó con una estancia en la Aca­demia Militar de Zaragoza. Precisa, además, que «si don Juan, que era muy hostil a estos proyectos, terminó por darles una respuesta también favorable, fue sobre toda gracias a la intervención y a la persuasiva influencia de dos hombres del Opus que gozaban de toda su con­fianza: Rafael Calvo Serer y Florentino Pérez-Embid» 9

El mismo autor precisa acto seguido que «desde el inicio de su- educación en España, Juan Carlos tuvo como preceptor a uno de los hombres más devotos y más in­teligentes del Opus Dei: Ángel López-Amo.10 Primero en San Sebastián y luego en Madrid, López-Amo tuvo a su cargo la educación política del joven príncipe., En­tre los demás consejeros directos de Juan Carlos figu­ran en todo momento representantes de la élite del Opus Dei: Antonio Fontán, Federico Suárez Verdeguer, Juan Rodríguez Aranda… Cuando su matrimonio con Sofía de Grecia suscita, también, remolinos (la novia es de religión ortodoxa), los hombres del Opus Dei se ofrecen para resolver el caso, y, en efecto, intervienen con efi­cacia ante el Vaticano para allanar las dificultades ca­nónicas».

De esta forma, el Opus Dei se había hecho con po­sibilidades únicas de intervención a la hora de planear la sucesión de Franco. Pero incluso antes de que se sus­citara esta cuestión, supo ganarse a un hombre en el que Franco depositó toda su confianza y que deberá desempeñar un papel decisivo el día en que el Caudillo abandone de forma definitiva el poder: el almirante Luis Carrero Blanco.

El hombre que en 1967 pasó a sustituir al capitán general Muñoz Grandes ha sido siempre descrito como una persona que trabaja entre candilejas y papeleo, una especie de «eminencia gris». Treinta años bajo la som­bra de Franco le han entrenado en todos los métodos de la política autoritaria.

Ahora bien, una vez escogido el futuro rey en 1969, el propio Carrero Blanco fue designado a su vez como Presidente del Consejo, el 9 de junio de 1973, mientras Franco retenía el cargo de Jefe de Estado.

En aquel momento, el Opus Dei podía considerarse instalado en el poder por largo tiempo. No contaba con la excepcional audacia de la E.T.A., que realizó en pleno corazón de Madrid un atentado extraordinariamente pre­parado y en el que Carrero Blanco encontró la muerte. Este acontecimiento reavivó todas las contradicciones del régimen, y los falangistas lo aprovecharon para recu­perar la audiencia que habían perdido.

Franco, fiel a la política de «balance» entre las for­maciones políticas que le ha permitido mantener duran­te tan largo periodo su poder personal, no dudó en darles seguridades a los «duros» y en eliminar a los opusdeís­tas…, lo que no significó, lejos de ello, que estos últi­mos hayan renunciado a toda ambición cuando se trata de la política española.

Vemos, pues, que la política opusdeísta tuvo como objetivo esencial terminar de una vez con la incerti­dumbre relativa a la sucesión de Franco. Mientras la clase dominante siguiera estando satisfecha con el ré­gimen franquista, tanto más temía el fin de su reinado que tan favorable le había sido. Pero el Opus también supo tranquilizarla en este terreno, ya que en la prác­tica de cada día, todo el parloteo referente a una even­tual «liberalización» del régimen no ha tenido ningún efecto posterior.

A decir verdad, incluso los historiadores de los siglos futuros tendrán muchas dificultades para comprender los matices entre opusdeísmo y falangismo en lo que ata­ñe a la represión policial de los movimientos sociales en el transcurso de los diez últimos años, represión de la que los ministros opusdeístas son evidentemente tan responsables como los colegas pertenecientes a otras ten­dencias políticas. Cuanto puede decirse es que el prin­cipal de estos matices radica en el hecho de que el Opus Dei siempre ha sabido dar a entender, cuando se han cometido y divulgado infracciones graves, que no es­taban muy de acuerdo con la política seguida por este o aquel ministro del Interior… Bien se trate del asesinato de Julián Grimau en 1963, o del proceso «suma­rísimo» de Burgos, en 1970, siempre ha corrido el rumor de que algunos ministros opusdeístas reprobaban tales excesos, aunque nunca llegaran a presentar la dimisión por ello.

Por otra parte, hay que decir que los grupos de ex­trema derecha que desfilaban regularmente en Madrid saludando al estilo nazi y gritando: «¡Franco sí! ¡Opus no!», o que piden a voz en cuello «¡El ejército al po­der!», ayudaban mucho a conferir a los opusdeístas una imagen positiva de hombres un tanto liberales.

En realidad, el Opus es el franquismo moderno. Por otro lado, su gestión ha venido marcada por una bru­talidad que conviene de forma admirable a los intereses económicos de los patronos españoles. Es éste un hecho evidente si se tiene en cuenta la forma en que se des­pachan las cuestiones obreras, incluyendo las más mo­deradas, relativas, por ejemplo, a un mínimo vital que por lo; demás es muy bajo. Sin que sea nuestra preten­sión dar una relación exhaustiva, he aquí, tomados al azar, algunos recortes de prensa significativos del pe­riodo en que los discípulos de monseñor Escrivá estaban en el poder:

-Octubre, 1969: la población de Erandio (barrio sub­urbano del área de Bilbao) se manifiesta contra la po­lución industrial. La policía realizó algunos disparos. Dos muertos.

-Julio de 1970: manifestación obrera en Granada. La policía dispara. Tres muertos.

-Diciembre de 1970: la población de Eibar (País Vas­co) se manifiesta contra el Consejo de Guerra a los mi­litantes de E.T.A. en Burgos. La policía dispara. Un muerto.

-Septiembre de 1971: huelguistas del sector de la construcción distribuyen octavillas en Madrid La policía realiza algunas detenciones. Un muerto.

-Marzo de 1972: manifestación de los obreros de los astilleros navales del Ferrol. La policía dispara. Un muerto.

Octubre de 1971: reivindicaciones en Barcelona de los trabajadores de la SEAT (la FIAT española). La po­licía carga. Un muerto.

-Abril de 1973: en San Adrián (área suburbana de Barcelona), los huelguistas ocupan la empresa COPISA. La policía dispara. Un muerto.

Insistimos en que se trata de casos escogidos al azar en cuanto al tiempo y lugares. Si se elaborara una rela­ción completa, nos encontraríamos con una larga letanía de nombres que no se recita en las residencias del Opus.

El hecho es que este último siempre se ha sentido, en los hechos, estrechamente solidario con el régimen del cual formaba parte, a pesar de las «nubes de humo» ideológicas con las cuales frecuentemente ha envuelto su acción a fin de lograrla asociación de España con el resto de Europa. Pero incluso si durante un cierto tiempo la Obra no asume abiertamente responsabilida­des gubernamentales, quedará siempre el hecho de que el número de sus técnicos, de .sus banqueros y profeso­res, y otros representantes de la burguesía que ha for­mado e influenciado, ocupará inevitablemente un lugar en la historia de España que ha de ser tenido en cuenta. A través de ellos el Opus Dei continuará existiendo, aun­que no sea más que indirectamente. ¿Qué corriente po­lítica representarán mañana los hijos del padre Escrivá?

UN DESPOTISMO ILUSTRADO

Sin duda es difícil pronosticar cuál será el curso evo­lutivo de la política española en el curso de los próximos años y, en consecuencia, predecir el papel que le está reservado al Opus Dei.

Con todo, es probable que el control de la opinión pública, el uso intensivo de la «policía armada» y la complicidad de numerosos gobiernos conservadores ex­tranjeros, empezando por Francia, pondrán al régimen al abrigo de convulsiones demasiado graves, lo que no excluye evidentemente la posibilidad de enfrentamientos violentos aunque esporádicos.11

Sin embargo, cuando se procede a un análisis de las fuerzas presentes en el terreno de la política española, comprobamos que el Opus Dei carece singularmente de todo apoyo popular.

No es éste el caso de la Falange, seguramente algo mermada en la actualidad, pero que a través de los sindicatos y de las organizaciones que controla está, pese a todo, enraizada en un sector de la población nacional. Tanto es así que, según piensa Clara Zetkin, el fascismo no es sólo un movimiento militar de signo terrorista, sino también un movimiento de masas con profundas bases sociales.

En cuanto al Ejército, se considera garante de la si­tuación y, tal como dijo en una ocasión el falangista Fraga Iribarne, «no será posible ninguna solución sin su consentimiento». Según los observadores enterados de la realidad española, el Ejército constituye un grupo muy bien cohesionado, tanto más cuanto que es resultado de un sistema de recluta relativamente amplio, ya que mu­chos «cadetes» son hijos de oficiales, suboficiales y de policías. Sin duda, el precedente portugués, del cual lo menos que se puede decir es que era inesperado, da que reflexionar. Pero debemos guardarnos de toda asimila­ción apresurada: España no sufre el subdesarrollo eco­nómico de Portugal en las vísperas del 25 de abril y, sobre todo, no está comprometida en guerras coloniales.

En cuanto a este último pilar del régimen que es la Iglesia española, se producen hoy en su seno una serie de contradicciones que no permiten referirse a ella de un modo aislado, y más si se tiene en cuenta que estas contradicciones le permiten llevar a cabo un sutil doble juego. Así, el cardenal Enrique y Tarancón puede al mismo tiempo guardar distancias con respecto a ciertos aspectos de la política opusdeísta… y ordenar nuevos sacerdotes del Opus Dei, siempre, en ambos casos, para el mejor bien de las almas. En teoría también deberíamos mencionar la situación de las diferentes tenden­cias que forman en el campo de la oposición española, pero en realidad las posibilidades de acción del Opus Dei dependen estrechamente de la supervivencia del pro­pio régimen. Y en el supuesto de que la oposición fuera capaz de abatir al régimen, el Opus Dei le seguiría fa­talmente en su caída.

En efecto, no es fácil que la Obra pueda situarse en un régimen de esencia popular y progresista, aunque al­gunos escasos personajes que son miembros de ella, como el profesor Calvo Serer, estén incorporados hoy a la Junta Democrática. Pero es más que verosímil, en la hi­pótesis de una evolución realmente democrática en Es­paña, que la mayor parte de los opusdeístas estarían de parte de los elementos más reaccionarios.

Si, por el contrario, el régimen llega a sobrevivir a su fundador, todo hace pensar que la Obra pueda llegar a ser capaz, a pesar de la ausencia de apoyo popular, de inspirar una política que hiciera inútil una dictadura mi­litar sin, no obstante, restaurar una verdadera vida de­mocrática.

Podría ser, entonces, en una España liberada de la vieja sombra de la guerra civil, poner a punto esta ‘tec­nocracia autoritaria, que sería como la transposición mo­derna del «despotismo ilustrado».

Si, por contra, el régimen sobrevive a su fundador, todo hace pensar que a pesar de su falta de apoyo po­pular el Opus será capaz de llevar a efecto una política que invalidaría la necesidad de una dictadura militar, siempre posible, aunque no por ello instauraría una auténtica democracia.

Es posible también que, libre ya- del viejo espectro de la guerra civil, podrá instaurar al fin esta tecnocracia autoritaria, especie de heredero de aquel despotismo ilus­trado que también España conoció en el siglo XVIII, en tiempos de Carlos III, Aranda, Campomanes y Florida­-blanca. 12

Porque no se olvide que el despotismo ilustrado se asemejaba a la «tecnocracia autoritaria» en el sentido de que, siendo en esencia una forma de gobierno auto­ritario, fue capaz de renunciar a las fórmulas dictato­riales demasiado estridentes.

Ahora bien, tal como escriben André y Francine Demichel en su notable obra Las dictaduras europeas, esta tecnocracia autoritaria se ajusta a las exigencias del neocapitalismo contemporáneo, «que tiene mucha necesidad de dejar a un lado los azares de la discusión política (pues ya no existe una competencia entre pequeñas unidades libres de la interferencia del Estado, sino pro­yectos económicos esbozados de forma global por las grandes empresas y el Estado), pero que prefiere limitar la represión, primero porque es un derroche de tiem­po, de dinero y de fuerzas, y en segundo lugar porque el proyecto económico necesita la adhesión de todas las, clases. En el plano interno, -un régimen de esta índole no tendría por qué introducir grandes cambios- en el derecho franquista. Los tecnócratas instalados en el po­der no tendrían más- que aplicar esta legislación- de for­ma tolerante distinguiendo entre las impertinencias convenientes de la «oposición», integrada por gente de, la buena sociedad,- y la oposición, inadmisible, de los que quieren cambiar el régimen».13

Pero para llegar a una situación pareja, el Opus Dei deberá ser capaz de imponerse a los otros adversarios en liza del campo conservador que hasta el momento han prestado su apoyo al franquismo, sobre todo el Ejército y la Falange. Asimismo, será necesario que pueda atraer­se la confianza hacia una especie de «proyecto refor­mador» susceptible de resolver los problemas económi­cos y, en todo caso, de «integrar» al sistema a la clase obrera, a la sazón en el campo contrario. Si esta inte­gración no fuera factible -cosa probable-, sería pre­ciso que los conservadores fueran capaces de organizarse políticamente al estilo francés, tal como escribió un día Calvo Serer.14

Cabe preguntarse si el Opus Dei está en situación de llenar todas estas condiciones.

No es fácil contestar a una pregunta de este género, pero ¿quién habría sido capaz de afirmar que la «Pía Unión» formada por unos pocos centenares de fieles y bendecida por el arzobispo de Madrid-Alcalá en marzo de 1941, se convertiría un día en la potencia cultural, financiera y política en que se ha convertido?

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1 Hoy, esta afirmación no tiene ya ningún sentido, puesto que Alfredo Sánchez Bella, en 1960, y Fernando de Liñán, después, han ocupado el cargo de ministro de Información y Turismo. En cuanto a López Rodó es ministro de Asuntos s Ex­teriores desde junio de 1973.

2 En realidad, los ministros opusdeístas aprobaron la repre­sión policial llevada a cabo por el gobierno del que formaban parte.

3 Según Calvo Serer, la expresión «nihilismo de derechas» es aplicable al periodo comprendido entre los años 1945 y 1951. En lo tocante a dicho autor, ver Franco frente al rey, pág. 12, París, 1972 (no consta el editor).

4 D. Artigues, El Opus Dei en España, pág. 131.

5 Por estas fechas no existía aún el puesto de presidente del Gobierno, cuyas funciones recaían sobre el propio Franco.

6 Daniel Artigues, El Opus Dei en España, pág. 217.

7 Cf. Salvador Pániker, Conversaciones en Madrid, pág. 229, Kairós, Barcelona, 1969.

8 En su Histoire de l’Espagne franquiste, Max Gallo indica que se solicitaron diez años de prisión para Alfredo Fernán­dez Antuna por haber hecho propaganda en contra del «sí».

9 Y. Le Vaillant, ob. cit., pág. 329.

10 De López Amo debe destacarse su libro: La Monarquía de la Reforma Social. En 1966, La Vanguardia publicó siete «Cartas al Príncipe» de sesgo claramente antidemocrático. Ló­pez-Amo no reconoce el sufragio universal ni la idea de sobe­ranía popular.

11 Según algunos informes, la Guardia Civil parece que dispone en todo momento de municiones para «resistir» cual­quier ataque por espacio de un mes y medio.

12 .Cf.. Léo Gershoy, L’Europe des princes éclairés, 1763-1789, págs. 149 y ss., Fayard, París, 1966.

13 André y Fraricine Demichel, Les Dictatures européennes, pág. 354, PUF (París, 1793).

14 Franco frente al Rey, ob. cit., pág. 233.

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¿OBRA DIVINA O HUMANA?

Cuando nos alejábamos de Pamplona por la carre­tera que conduce a Logroño, descubrimos a unos kiló­metros de los jardines de la Taconera el recinto de la Universidad de Navarra, creada por el Opus Dei.

Tal vez no haya ninguna otra realización que sim­bolice de manera más gráfica el éxito logrado por el Opus Dei. Y no sólo por el número de estudiantes cui­dadosamente seleccionados que reciben enseñanza di­versa de un nivel indiscutiblemente alto, sino que dicho símbolo lo encontramos también en los propios edifi­cios, modernos y a la vez un tanto anticuados, con un toque preciso de ambición y discreción. Cierto que se benefician de la nitidez del cielo navarro, cuya luz da a la piedra grisácea unos reflejos dorados, y también de un hermoso parque que imprime al conjunto un en­canto notable.

Este logro tan palmario que se observa en Pamplona -también el hecho de volver de nuevo a esta ciudad donde tenía su sede la firma Matesa constituye un símbolo- ¿es el fin de lo que podríamos llamar el «expe­diente» del Opus Dei?

A buen seguro que no, en la medida en que la Obra viene marcada por un equívoco que no es fácil desen­trañar: si es la potencia político-económica que se ha descrito (con documentos irrefutables), ¿por qué con­serva apariencias religiosas que hoy son perfectamente inútiles?

Y, por otro lado, si es ciertamente la institución re­ligiosa que alega ser, ¿cómo se explica que un tan cre­cido -número de socios -y siempre los más brillantes- se dedique a tareas de orden puramente temporal? ¿Piensan de veras conseguir por esta vía el advenimiento del «reino de Cristo Rey»?

No cabe la menor duda que sí, atendiendo a las pa­labras recientes de monseñor Escrivá sobre la libertad:

«Si el mundo y todo lo que contiene es bueno (ex­cepto el pecado), porque es obra de Dios Nuestro Señor, el cristiano que lucha de continuo para no ofender a Dios -lucha positiva, lucha de amor- debe entregarse a ello en todos los terrenos, codo a codo con los res­tantes ciudadanos; debe defender todos los bienes que tienen su origen en la dignidad de la persona. Pero hay un bien que deberá buscar siempre de un modo espe­cial: el de la libertad personal. Sólo si defiende la li­bertad individual de los demás, así como la responsa­bilidad personal que le corresponde, podrá defender la suya propia del mismo modo, con una honestidad hu­mana y cristiana.

«[. .] Algunos de los que me estáis escuchando me conocéis desde hace muchos años, y podéis atestiguar que toda mi vida he predicado la libertad personal con la responsabilidad personal. Yo la he buscado y la busco en toda la Tierra, del mismo modo que Diógenes bus­caba un hombre. Y cada día la aprecio más, la estimo más que todas las cosas terrenales. Es un tesoro que nunca sabremos apreciarlo bastante […]».

Es muy probable que estas palabras sean sinceras, y descubriremos en ellas un acento casi patético cuando se emplaza como testigos a los que integran su audito­rio, uh acento que por lo demás hallamos a lo largo dé toda la historia española. Sin pretenderlo, monseñor Escrivá se convierte en un portavoz de una de las frases más hermosas que Cervantes puso en boca de Don Quijote: «La libertad es uno de los dones más preciosos que los cielos hicieron a los hombres; ningún tesoro de los que oculta la tierra y el mar pueden equiparársele; al igual que ocurre con el honor, podemos y debemos arriesgar la vida en pro de la libertad»…

Lo singular del caso radica en que, siguiendo con su homilía, la libertad que exalta el fundador del Opus Dei no debe, según él, plasmarse en hechos ni, sobre todo, en la realidad política:

«Cuando hablo de libertad personal no hago alusión, con este pretexto, a otros problemas perfectamente legítimos, pero que no corresponden a mis menesteres como sacerdote. Sé que no es de mi incumbencia abordar te­mas seculares y contingentes que pertenecen al ámbito de lo civil y lo temporal, cosas todas ellas que el Señor dejó a la libre y serena controversia de los hombres […]. Celebrarnos hoy la fiesta de Cristo Rey, y no rebaso mis funciones de sacerdote si digo que cualquiera que considere el reino de Dios como un programa político, no ha calado la finalidad sobrenatural de la fe y está dispuesto a cargar a las almas con lastres que no son los de Jesús.» 1

Sin embargo, existe más vinculación de la que parece entre estas consideraciones de alto vuelo sobre el reino de Cristo Rey y el neocapitalismo tecnocrático del cual él Opus Dei fue promotor en España. Se trata de un hecho sorprendente y, casi con seguridad, único, ya que suponía una asombrosa mutación de la religiosidad española considerada en sus aspectos más rigurosos y más «totalitarios»; como si la antigua y tan temida Santa Hermandad 2 hubiera sabido conservar ‘ a un tiempo su tradición y entrar con paso firme en la era de los computadores.

Pues bien, si examinamos con atención todo lo que ahora sabemos sobre el Opus Dei, tanto en sus concepciones como en su actuación, veremos que ha sabido aglutinar de forma por lo demás notable algunas de las «imágenes” 3 que desde- hace siglos rondan la mente’, humana tanto en el orden colectivo como en el orden individual. Quizás haya que buscar aquí, también, una de las claves de su éxito en materia religiosa a la par que en el terreno político-económico.

Estas «imágenes» son las del Padre, las del Dicta­dor, el Rey y el Técnico.

Debemos precisar a este respecto que, en el curso de los últimos decenios, numerosos movimientos políticos y escuelas ideológicas europeas han podido apoyarse en una u otra de estas imágenes o sobre varias de ellas a la vez, aun cuando la combinación más frecuente sea, por así decirlo, la del padre-dictador.

El sistema que ha puesto en marcha el Opus Dei tiene como rasgo característico que ha sabido poner en marcha, de forma simultánea, todas estas imágenes.

El auténtico culto a la personalidad que se profesa al «Padre» Escrivá, sobre todo en lo que toca a su idea­rio (prueba de ello es la constante exaltación de que es objeto Camino), corresponde a una actitud bien co­nocida que encontramos en un gran número de instituciones religiosas. En todas ellas, el fundador o la fun­dadora, por lo general dotados de una fuerte persona­lidad, son objeto de una devoción ligada al hecho de que se les considera como intermediarios entre Dios y el hombre común. En este aspecto, el caso del Opus Dei no tiene nada de particular: monseñor Escrivá es uno más entre los muchos hombres que han sido objeto de la «inspiración divina» cuando decidieron fundar un ins­tituto religioso.

Otro tanto podría decirse respecto del papel polí­tico de los opusdeístas: la imagen mítica del dictador y la del rey se ha utilizado con profusión en todos los países, y resulta muy difícil ser un innovador.

No obstante, si se atiende a la situación española contemporánea, es preciso apuntar que los políticos opusdeístas, y en especial López Rodó, han sabido establecer de forma precisa una mediación difícil entre el viejo dictador y el joven y futuro monarca. La personalidad intransigente del primero, la poca relevancia política del segundo (en muchos medios españoles que no siem­pre son de la oposición, se alude comúnmente al príncipe con el remoquete de «el pelele») hacían difícil esta transición, tanto más cuanto que una y otra imagen pertenecen a las tradiciones españolas más arcaicas y no eran del agrado del pueblo, como se demostró de modo suficiente en la guerra civil.

Los hijos espirituales de monseñor Escrivá, impreg­nados de modernismo y renovación, han sabido estable­cer esta asombrosa filiación y esta convergencia que han sido puestas de relieve en numerosas declaraciones po­líticas del Caudillo y del Príncipe de España. Así, Fran­co, al presentar ante las Cortes a su sucesor, diría en 1969: «Hoy no puede decirse que las monarquías repre­senten al sector conservador de los pueblos, ya que si consideramos las monarquías de las distintas naciones del norte de Europa, preciso es reconocer el progreso y la eficacia social que las distinguen […]. La monar­quía de los Reyes Católicos que tantos años de gloria dio a la nación es ejemplo perenne de su popularidad y de la defensa constante de los derechos sociales de nuestro pueblo.»

A esta justificación de la realeza en boca del dicta­dor se añaden las declaraciones de Juan Carlos de Bor­bón, cuando afirma que «la tradición no puede con­fundirse con el inmovilismo, sobre todo en una sociedad que se transforma a un ritmo vertiginoso», y cuando dice que «la misión del rey es dirigir en un sentido so­cial el desarrollo económico, puesto que no podría sa­tisfacernos una prosperidad que no afecte a la mayoría de los que más necesidad tienen de ella».4

Ni el Caudillo ni el Príncipe de España son miem­bros del Opus Dei, pero la Obra es el nexo que une a ambos: Franco ha propiciado el desarrollo del Ins­tituto, pero el Opus ha hecho la fortuna de Juan Carlos.

En tanto que esta operación política sea, por consi­guiente, capaz de tener una incidencia real sobre el des­tino de España (cosa que no podrá comprobarse hasta que se produzca la desaparición política de Francisco Franco), corresponde por entero a la voluntad de la Obra asumir en su integridad el pasado español.

Pero es que, en su caso, el Opus Dei no sólo ha fun­damentado su influjo en los viejos pilares de la reli­gión, la dictadura y la monarquía, sino que ha sabido utilizar también el mito moderno del técnico, poseedor de los conocimientos y capaz de plasmarlos con eficacia.

Vistas así las cosas, la concurrencia de todas estas imágenes en una misma política explica que los minis­tros opusdeístas no desdeñen la utilización de los anti­guos métodos de la dictadura; o sea, la censura, la -represión, la multiplicación de las «fuerzas del orden», pero tampoco olvidan la práctica frecuente de la acción psicológica a través de los medios de información y de la Universidad. La sutileza de esta convergencia, que les permite desenvolverse por entre todas las ambigüe­dades y contradicciones de la sociedad española, es sin duda la causa por la que ni la oposición de izquierdas ni las fuerzas de la derecha «clásica» pueden frenar el actual predominio político de la Obra.

En tales condiciones, para comprender lo que es el Opus Dei ¿debemos considerar sus finalidades religio­sas como meras apariencias falaces?

Jean-Jacques Thierry, uno de los defensores de la Obra, estima por su parte que estas finalidades cons­tituyen la esencia y que, por contra, las consideraciones sobre la política opusdeísta son fruto de un error de apreciación. En el epílogo de la obra que hemos mencionado escribe, por ejemplo, que «los comentaristas que aluden al Opus Dei a propósito de las tendencias polí­ticas que se manifiestan en la sociedad española, caen, muchas veces sin darse cuenta, en la trampa consistente en dar una interpretación política o sociológica de un fenómeno puramente religioso. Por lo demás, eso no tiene nada de extraño si tenemos en cuenta que ellos contemplan a la Iglesia dentro de la misma perspectiva».

Claro que hay una trampa… una trampa en la que Jean-Jacques Thierry y los opusdeístas quieren hacer caer a los observadores: la de la existencia de un «fe­nómeno puramente religioso», del todo independiente de las demás realidades.

A fin de cuentas, el Opus Dei no es sino un fenó­meno religioso. En este terreno, el rasgo más caracte­rístico es el de que ha sabido adaptar a un tiempo el sentimentalismo religioso y la doctrina moral cristiana a las exigencias de las clases sociales dominantes, de­seosas a su vez de modificar la economía española en función del progreso tecnológico.

Queremos decir con ello que no ponemos en tela de juicio la sinceridad individual de los opusdeístas, sino que sólo afirmamos que en el ámbito colectivo carece de importancia. Es evidente, en efecto, que la ideología colectiva que caracteriza la Obra es el culto de la efi­cacia temporal, de la expansión económica de las em­presas y del país.

Y es que en el terreno de los hechos, la gestión po­lítica y económica de los miembros de la Obra, que quieren convertir a España en una nación moderna en el aspecto económico neocapitalista (incremento del con­sumo, integración al sistema de las distintas clases sociales, «apoliticismo tecnocrático», entre otros rasgos) no presupone en modo alguno la lectura de Camino. En efecto, en Italia y Japón, como algún día en el Irán; se han producido los mismos procesos sin que las má­ximas de monseñor Escrivá hayan tenido nada que ver en ello.

Estas últimas, sin embargo, han tenido su importan­cia en cuanto han facilitado una especie de «desbloqueo mental». Los antiguos reflejos religiosos, como los pro­venientes del fascismo falangista, hacían difícil en efecto la aparición de las ideologías que el país necesitaba para su resurgir económico.

En definitiva, tal como indican muy atinadamente André y Francine Demichel, el Opus Dei ha sido capaz, sobre todo, de comprender que el crecimiento económico implica que los diferentes estratos poblacionales ob­tengan unas mínimas satisfacciones materiales. Ello ex­plica su preferencia por un empresariado moderno, dis­puesto a incrementar los salarios de forma tal que los obreros puedan comprar televisión y electrodomésticos. Ello también explica que los actuales dirigentes espa­ñoles den muestras de cierta indulgencia en lo que atañe a los objetos de consumo que les solicita la juventud, como pueden ser la música pop o la vestimenta «con­testataria»…

Esta orientación que, pese a lo que se diga, no com­porta en la práctica ninguna consecuencia religiosa, ex­plica toda la política actual de España. Lo haya pre­tendido o no, importa poco, pero lo cierto es que el Opus Dei es mucho más que el símbolo, es el garante de los intereses económicos de una burguesía que in­tenta mudar la piel. Por esta razón, la Obra ha inten­tado vincular a su nombre una cierta idea de «libera­lización» política.

Tal como escriben los autores que acabamos de men­cionar, «conviene mantener la integridad del régimen, ya que está fuera de duda que la clase dirigente acepte compartir su poder. Es cierto que se aviene a introducir una pequeña dosis de «liberalismo» para reforzar la idea de integración, de aceptación del régimen por el con­junto de la población; en suma, del fin de la lucha de clases. Pero es obvio que no renuncia a lo esencial ni otorga derecho de ciudadanía a una auténtica oposición. En este sentido, considera que en última instancia es bueno conceder a la burguesía estudiantil unos medios, incluso legales, de encauzar sus pataleos, pero que no puede darse autorización al Partido Comunista.

«Una vez más, también en este aspecto el Opus Dei se encuentra en situación idónea para llevar a cabo esta delicada dosificación. Católico, integrista y conservador, este movimiento es ajeno tanto al autoritarismo bullan­guero y anacrónico de la Falange como a su palabrería social, que podría resultar peligrosa. El afán de eficacia del Opus Dei le da a entender la necesidad de una cierta «liberalización». Su rigurosa disciplina interna lo pone a resguardo de los azares.» 5

En lo que a nosotros concierne, estamos plenamente de acuerdo con estos dos profesores de la Universidad de Lyon, ya que ilustran de forma notable el tránsito del «fenómeno religioso» al «fenómeno político» en cuan­to a la acción efectiva de los dirigentes opusdeístas.

Por último, queda pendiente un problema para com­prender de forma integral lo que es el Opus Dei. Se trata de saber si esta «tecnocracia autoritaria» ha sido impulsada por una auténtica «sociedad secreta».

Hay que decir que en este punto los miembros de la Obra siempre han reaccionado con vigor, y a veces con indignación, ante una tal acusación. Así, monseñor Escrivá declaraba a Jacques Guillemé-Brúlon: «Jamás he necesitado secreto alguno. Los socios de la Obra des­deñan el secreto porque son fieles corrientes, personas exactamente iguales a las otras»…

La verdad es que la cuestión no merece ser objeto de largas discusiones. El Opus Dei siempre mantuvo en secreto sus Constituciones, que no pueden ser divulga­das por los socios. Asimismo, y durante mucho tiempo, mantuvo oculto su número de afiliados y nunca ha pro­porcionado información precisa sobre ellos, ya que la cifra global que dio en una ocasión no nos sirve prác­ticamente de nada.

En cuanto a la biografía de su fundador, está cua­jada de incertidumbres. Por no saber, ni siquiera se sabe con exactitud en qué fecha se fundó la Obra y no permite que nadie compruebe si tal o cual persona pertenece o no al Instituto. Por lo demás, vemos que los socios y simpatizantes forman en el terreno finan­ciero, político y universitario equipos, auténticos núcleos entretejidos en definitiva que nunca aparecen de cara al exterior como proyecciones de la Obra.

Por otro lado, no creo que se nos pueda tildar de sus­picaz en demasía si afirmamos que en lo relativo a las diversas etapas de la historia del Opus, su propio des­tino viene marcado por una prodigiosa duplicidad: una modesta asociación de cristianos ordinarios con ansias de santificación que de repente pasan a ocupar el pri­mer puesto en la Universidad, la Economía, el Go­bierno…

¿Qué nos importa entonces si esta duplicidad -to­mada en un sentido etimológico- fue algo buscado y organizado de forma metódica? Lo importante es que existió, que sigue existiendo y que está ligada a la na­turaleza misma de este «fenómeno puramente religioso». Y aún tendríamos que ponernos de acuerdo sobre la noción de «pureza».

Es fácil entender cuánto molesta a los sesudos miem­bros de la Obra que les cuelguen el rótulo de «sociedad secreta`; pero de ellos depende que no les sea imputado. Bastaría con que dieran respuesta a todos los puntos mencionados y proporcionaran todas las precisiones ne­cesarias. ¡Es una cuestión de honor y de justicia hacerlo cuando se pretende gobernar en nombre de Cristo Rey!

¿Sociedad secreta o cándida asociación? ¿Obra divina o humana?

En el momento de dar por concluido este singular informe sobre el Opus Dei, proceso que va siguiendo su evolución, encontramos la respuesta a estas cuestiones en estas mil confidencias que nos musita al oído la otra España, aquella de la que los ministros opusdeístas sólo se cuidaron de encerrar en las mazmorras de Soria o de Carabanchel; confidencias también de españoles que ni siquiera militan en las filas de la oposición, que sólo aspiran a vivir en paz y que, sin embargo, temen más al poder de los opusdeístas que a la propia Brigada po­líticosocial. 6

Y es que para todos ellos el Opus Dei es una obra humana, demasiado humana, fatídicamente humana; un poder imperioso capaz de acallar todas las voces por cualquier medio, incluso los más violentos.

Cabe preguntarse, empero, si los hijos del «Caudi­llo» y del «Padre» Escrivá podrán siempre reprimir la antigua voz del pueblo, la que un día oyera el poeta José Agustín Goytisolo:

«Entre el tumulto

de las otras voces,

oí su voz, la única

que ansiaba.

Llegó

como un relámpago,

bruñida espada, pura

rosa perenne.

Yo

la esperaba, y ella,

la vieja voz del pueblo,

volvió a sonar en mí;

sonó, sonó, porque

también el sordo oye

la campana que ama.7

En España, la voz del Opus Dei no es, jamás lo ha sido, ni jamás lo será, la voz del pueblo.

——

1 Homilía del 22 de noviembre de 1970. Ver el repertorio Es., Cristo que pasa, págs. 386-388, Rialp, Madrid, 1973.

2 Las «hermandades» o «cofradías» fueron en el siglo XIII una federación de Aragón, León y Castilla para luchar contra los abusos nobiliarios. Luego se convirtió en una milicia des­tinada a la captura de malhechores. Por último, en el siglo XVI ya no era más que una «guardia civil».

3 Sobre esta noción, de «imagen», véase en especial Gérard Mandel, La Révolte contre le père. Une introduction a la sociopsychanalyse, Payot, París, 1968.

4 Declaraciones hechas a la revista italiana Famiglia cris­tiana, diciembre de 1972.

5 André y Francine Demichel, Les Dictaturees européennes, PUF, col. “Thémis», París, 1973.

6 La BPS es una sección policial particularmente temida por los métodos que utiliza en los interrogatorios.

7 Ver la revista Papeles de Son Armadans, marzo de 1957, y Le romancero de la résistance espagnole, Maspéro, París, 1962.

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LAS CONSTITUCIONES DEL OPUS DEI

Las Constituciones del Opus Dei son un extenso y confuso documento redactado en un estilo difícil por sus reiteraciones y circunloquios. La extensión del presente libro no nos permite reproducir en su integridad el texto de las mismas, cuya versión más accesible es, por des­gracia, la que dio a conocer Jesús Ynfante. Con todo, para dar al lector una, idea del contenido de dichas Cons­tituciones, exponemos a continuación, de un lado, el ín­dice de las mismas con indicación del número de los artículos, y de otro, el primer capítulo, que tiene un carácter introductorio.

INDICE DE LAS CONSTITUCIONES

Parte primera. Del Instituto y de sus miembros

I. De la razón de ser y finalidad del Instituto (1-12)

II. De los miembros del Instituto (13-31)

III. De la admisión al Instituto (32-45)

IV. De la incorporación al Instituto (46-63)

V. De la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (64-96)

VI. De la separación del Instituto (97-106)

VII. Del despido de los socios (107-125)

Parte segunda. De la vida en el Instituto

I. De la instrucción de los miembros (126-146)

II. De las obligaciones comunes:

1. De la obediencia (147-155)

2. De la castidad (156-160)

3. De la pobreza (161-171)

4. De la observancia de las Constituciones (172-181)

III. Del espíritu del Instituto (182-233)

IV. De la observancia de las costumbres piadosas (234­260)

V. De los deberes de devoción de los socios (261-272) VI. De la promoción a las órdenes sagradas (273-279) VII. De los enfermos y los difuntos (280-292)

Parte tercera. De la dirección del Instituto

I. Del régimen general (293-298)

1. De la elección del Presidente del Instituto y de los Congresos generales (299-326)

2. Del Padre (327-340)

3. Del Vicepresidente (341-344)

4. Del Consejo del Presidente (345-365)

5. De la Administración general (366-377)

II. De la dirección regional (378-402)

III. De la dirección local (403-424)

IV. De las Semanas de Trabajo (425-436)

Parte cuarta. De la Sección de mujeres

I. De su modalidad, su fin y sus miembros (437-449)

II. De la dirección (450-479)

DE LA RAZON DE SER Y FINALIDAD DEL INSTITUTO (Capítulo I)

1. El Instituto, cuyo título es Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y del Opus Dei, pero con nombre abreviado Opus Dei, es un Instituto Secular consagrado a la ad­quisición de la perfección cristiana en el mundo y al ejercicio del apostolado. La denominación de Opus Dei corresponde al Instituto en su totalidad; sin embargo, hay en él una cierta agrupación de miembros, a la que se da el nombre de Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que consta de sacerdotes del Instituto y de algunos lai­cos que a juicio del Padre se consideran mejor dispuestos para recibir en su día el sacerdocio.

2. La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, con el es­píritu que le es propio vivifica al Opus Dei en su totalidad y lo informa de tal modo que lo hace clerical en el sentido de que las principales funciones de la direc­ción se reservan en general a sacerdotes; (de que) la categoría de los sacerdotes, como verdadero Instituto clerical en cuanto a todo aquello que ataña a la vida clerical, y en fin, todo el cuerpo del Opus Dei queda equiparado a los Institutos clericales, atendiendo sola­mente a las normas de estas Constituciones y juntamente a las especiales prescripciones e indulgencias de la Santa Sede que fueron concedidas al Instituto o que más ade­lante puedan concedérsele, y aún más, que por la misma causa los socios laicos disfrutan como individuos de los derechos y privilegios de los clérigos y no están subor­dinados a los cargos clericales.

3.1. El objetivo general de la finalidad del Instituto es, la santificación de los miembros por medio del ejercicio de los consejos evangélicos .y por la observancia de es­tas Constituciones.

3.2. Pero lo específico sea esforzarse con todo empeño en que la clase que se llama intelectual y aquella que, o bien en razón de la sabiduría por la que se distingue o bien por los cargos que ejerce, bien por la dignidad por la que se destaca, es directora de la sociedad civil, se adhiera a los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo y los aplique in praxim; y asimismo favorecer y difun­dir entre todas las clases de la sociedad civil la vida de perfección en el siglo e informar a hombres y mu­jeres para el ejercicio del apostolado en el siglo.

4.1. Este fin se consigue por medio de la santificación del trabajo ordinario y por medio del ejercicio del cargo profesional o de otro equivalente, cargo que los miem­bros no abandonan, ya que justamente persiguen por medio de él la santificación.

4.2. Por ello el Instituto exige de sus propios alumnos un exquisito cultivo del espíritu, así en los deberes de la devoción como en las disciplinas ya eclesiásticas y pro­fanas; fomenta en ellos un perfecto cumplimiento de las funciones profesionales y sociales, incluidas las de la Ad­ministración pública, por las cuales ha de perseguirse la perfección del propio status; promueve y dirige las instituciones y las obras que miran al cultivo de la mente y al perfeccionamiento del espíritu, como las ca­sas y residencias para estudiantes, las casas de ejercicios espirituales y otras instituciones por el estilo.

4.3. Así pues, los medios que los miembros del Opus Dei prefieren y de los que deben valerse con preferen­cia son: la vida de oración y sacrificio, según el espíritu del Instituto, y una fidelidad lo mayor posible en el cumplimiento de la actividad o profesión social propia de cada uno.

5. Los miembros del Instituto profesan la perfección evangélica, de tal modo sin embargo que no han de pro­nunciar votos religiosos ni llevar consigo en sus per­sonas o casas signo alguno externo que indique una familia religiosa sino que los clérigos llevan el vestido clerical común del lugar en que residen y los laicos las vestimentas acostumbradas entre las clases de la misma o semejante profesión o condición social.

6. El Opus Dei profesa una humildad colectiva, por lo cual no puede editar hojas ni publicaciones de cualquier género con el nombre de la Obra, a no ser internamente para uso de los socios; sus miembros no llevan signo alguno distintivo; hablan cautamente del Opus Dei con los extraños; pues la acción debe ser modesta y no os­tentosa; el Opus Dei, como pluralidad, no interviene en ningún acto social ni es en él representado.

7. El Opus Dei no tiene en general una forma específica de actividad colectiva externa. Ante todo debe procurar la formación espiritual y apostólica de los miembros. En cuanto al apostolado, los miembros lo realizan por me­dio del ejercicio de las funciones y los cargos públicos o bien por medio de asociaciones legítimamente consti­tuidas, según parezca que lo exigen las circunstancias de tiempos y lugares, y guardan suma reverencia tam­bién para con las leyes legítimas de la sociedad civil.

8. Los socios del Opus Dei emplean su actividad en tres obras, cada una de las cuales está constituida bajo pa­tronos, a saber:

1º. Obra de San Rafael y de San Juan, para cultivar a los jóvenes; este trabajo es el más propio del Opus Dei y como semillero del Instituto.

2º. Obra de San Gabriel y de San Pablo, para instruir a los socios Supernumerarios y fomentar la observancia por parte de éstos, para fortalecerla y para hacerla más profunda cada día, así como también, con ayuda de los mismos miembros Supernumerarios, para imbuir a las diversas clases de la sociedad civil de un criterio cató­lico, profesional y social.

3º. Obra de San Miguel y de San Pablo, para promo­ver la formación de los Numerarios y de los Oblatos, y para buscar la solución más oportuna a las cuestiones académicas, sociales, profesionales, etc., con vistas al bien de las almas.

9. Los socios del Opus Dei actúan ya individualmente, ya por medio de asociaciones que pueden ser bien cul­turales o bien artísticas, pecuniarias, etc., y que se lla­man sociedades auxiliares. Estas sociedades están igual­mente, en su actividad, sujetas a obediencia a la autoridad jerárquica del Instituto.

10.1. El Instituto, a no ser que otra cosa se estime ne­cesaria, para sostener o fomentar los servicios y las obras, no tendrá ninguna Iglesia propia, no fomentará ninguna asociación de fieles propia; no recibirá estipendios por misas ni pago alguno por el ejercicio del ministerio sa­cerdotal, incluso cuando haya sido ofrecido espontánea­mente, ni compensación de los gastos que por razón de viaje haya de soportar alguno de los miembros. Sola­mente pueden los sacerdotes del Instituto recibir hos­pedaje y alimentación con ocasión de algún servicio es­piritual. Sin embargo, el Opus Dei acepta legados de cualquier género destinados a perseguir la finalidad del Instituto; pero él de por sí no posee bienes inmobiliarios ordinariamente.

10.2. Si entre todas estas cosas pareciere oportuno en el Señor admitir por graves causas alguna excepción, el Padre según voto deliberativo del Consejo, hasta tanto que perdure la necesidad o la gran utilidad, puede de­cretar esa excepción.

11. Si las circunstancias del caso exigen que el Opus Dei o la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en las diversas regiones, se constituya en sociedad civil, el Con­siliario regional podrá designar a su arbitrio un órgano directivo o consejo nacional, constituido por un direc­tor, un secretario y tres vocales. De la incumbencia de este Consejo será procurar que el Opus Dei observe siem­pre fielmente las leyes de la región o nación y que se mantenga o actúe dentro de los límites por ellas esta­blecidos; recoger y proporcionar los medios económicos necesarios para atender a los gastos anuales del Opus Dei; asimismo cumplir con diligencia y fielmente otros deberes que puedan serle impuestos por el propio Con­siliario regional.

12. La Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y el Opus Dei tienen como patronos, a los que veneran con singu­lar devoción: a la Bienaventurada siempre Virgen Ma­ría a quien el Instituto adora como Madre; a San José esposo de la citada Bienaventurada Virgen María; a los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael; a los San­tos Apóstoles Pedro, Pablo y Juan, a quienes se consa­gran especialmente la Institución entera y cada uno de los tipos de actividad de la misma.

APÉNDICE: EL OPUS DEI Y LA ENSEÑANZA EN MEXICO

Por Walter Beller Taboada

En México el Opus Dei es un siniestro fantasma que irrumpe en todos los lugares imaginables, que domina y contamina las mentes de miles de hombres y muje­res, adolescentes y adultos, y cuya virtud principal es pasar inadvertido para la inmensa mayoría de la pobla­ción. Ha elegido, para penetrar, consolidar y multiplicar su incontenible influencia, dos puntos estratégicos: la educación, en todos los grados de escolaridad, y la ad­ministración y control de empresas privadas y estata­les. Ambos cauces llegan, tarde o temprano, al poder político. Conseguir éste se presenta como finalidad a corto o a largo plazo. El Opus Dei avanza y avasalla. Su presencia intangible alarma a todo aquel que se acerca para investigarlo y analizarlo.

Consideremos primero la labor del Opus Dei en las instituciones de enseñanza.

El Opus Dei, a través de las innumerables institu­ciones que posee, va introduciendo, unas veces velada y otras directamente, su particular concepción de la so­ciedad, de la historia, del cosmos. Ha ido forjando hom­bres y mujeres con la misma mentalidad, con los mismos intereses, con las mismas fobias. Hombres y mujeres he­chos a la imagen y semejanza de los intereses defen­didos por el Opus Dei. De las incontables escuelas que el Opus controla -muchas de las cuales examinaremos más adelante- egresan, y han egresado, los cuadros pro­fesionales y técnicos más calificados. Precisamente aque­llos que tienden a dirigir al país.

Muchos de los egresados de estas instituciones se van infiltrando en los centros de decisión y de poder político y económico. Una vez colocados, su tendencia será imponer aquella ideología cuidadosamente aprendida y asimilada. El Opus Dei interviene en la vida del país de dos maneras: una es directa, por medio de sus pro­pios miembros; la otra, a través de sus indoctrinados alumnos. Tal intervención está llena de contradicciones, ilegalidades, abusos, y saturada de un profundo senti­miento antidemocrático.

El Opus Dei, que en México maneja más de una veintena de colegios importantes, en sus finalidades, mantiene un conflicto gravísimo e incompatible desde el punto de vista del derecho mexicano: contraviene el orden constitucional en materia de educación. En efec­to, el artículo tercero constitucional, tan manido, tan satanizado, tan reformado, establece, con respecto a la educación, en su fracción primera:

«Garantizada por el artículo 24 la libertad de creencias, el criterio que orientará dicha edu­cación se mantendrá por completo ajeno a cualquier doctrina religiosa y, basado en los resultados del progreso científico, luchará con­tra la ignorancia y sus efectos, las servidum­bres, los fanatismos y los prejuicios»

La letra de la ley contrasta con la realidad cotidia­na de los colegios del Opus Dei. Por principio, una edu­cación que se «mantenga por completo ajena a cualquier doctrina religiosa» no es la educación que se imparte en los colegios del Opus Dei. En éstos, contraviniendo el precepto constitucional, la enseñanza es exclusiva y excluyentemente religiosa. La orientación religiosa in­vade e infecta todas las asignaturas; nada escapa: ni la ética, ni la filosofía, ni la sociología, ni la biología, ni la lógica, etc. Los sacerdotes del Opus Dei son los únicos encargados de establecer los criterios rígidos, in­flexibles, incuestionables sobre los puntos a tratar en las clases. Los programas de la Secretaría de Educación Pública son despreciados, cuando no ignorados, tran­quilamente: Educar sin Dios es, para ellos, una abe­rración, una perversión que combaten momento a mo­mento. En realidad lo que están combatiendo, se dencuenta o no, es a la misma Constitución Mexicana. Sus objetivos son incompatibles con el ordenamiento de la Carta Magna. Y, sin embargo, continúan educando bajo una orientación religiosa, severamente católica. Las au­toridades correspondientes no lo ignoran; las labores educativas del Opus Dei violan, pública y notoriamente, la Constitución. Todo el mundo lo sabe; todo el mundo lo calla.

Asimismo, no existe pedagogía más alejada y con­traria a los «resultados del progreso científico» que la de las escuelas del Opus Dei. Verdaderamente en lo que se basan, para educar a las futuras generaciones dirigentes, es en los textos bíblicos, o cuando menos, se inspiran en ellos. Niegan, por ejemplo, al evolucio­nismo; son enemigos personales de Darwin, no por ra­zones científicas, sino teológicas. Impugnan neciamente a Freud por su «grosero pansexualismo». Pugnan es­forzadamente por abolir los estudios de sexología; ex­perimentan una paranoia inocultable, pues todo lo refe­rente al sexo lo encuentran peligrosamente cercano al pecado y, por lo tanto, lo quieren alejar de las mentes juveniles, aunque las mentes juveniles no lo olvidan por el simple hecho de que se les ordene.

La única ciencia aceptada y difundida es aquella que, desde el punto de vista de su ideología, les conviene.

En historia ocurre otro tanto. Critican áspera e in­fundadamente a Hidalgo y a Morelos (malos ejemplos para los jóvenes); aceptan únicamente las interpretacio­nes de Lucas Alamán. Son, además, rabiosamente anti­juaristas. Las más de las veces emiten juicios negativos sobre el gobierno mexicano, al que toleran, pero desea­rían un gobierno de mano dura, que someta a ‘ «todos aquellos rebeldes propiciadores del caos».

Desde el ángulo de la sociología las cosas no varían mucho. Las lecciones sobre los fenómenos sociales son invariablemente remitidos tanto a la noción de «bien común», de armonía social -negando la oposición y la lucha de clases- como a la vaga noción de transito­riedad del hombre en este mundo, que lo obliga a fijar sus ojos devotos en lo sobrenatural. Una sociedad que no acepte esto último es una sociedad depravada e in­moral; así, identifican como «Estados totalitarios», cu­riosamente a aquellos que son socialistas. Comunista y demoníaco son lo mismo para educadores y educandos. Afirman que las únicas instituciones «perfectas» son la Iglesia -obviamente- y el Estado; pero como ambas están manejadas por hombres, y como los hombres son los imperfectos, dichas instituciones no funcionan bien. Por lo tanto, debemos prepararnos -dicen- para per­feccionarlas. Para lo cual es menester llegar a conse­guir el poder político; esto no lo dicen, pero lo dejan inequívocamente implícito.

La educación impartida en todas las escuelas del Opus Dei es anticientífica (en todo aquello que les con­viene). La ciencia deja de ser la explicación racional y objetiva del universo, para convertirse en una meta­física dogmática, cerrada e indiscutible. Por eso, aquello de que «luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios», queda en palabras, bellas sin duda, sin sobrepasar las buenas intenciones. Es bastante sabido, por otra parte, que en los diversos institutos escolares del Opus Dei se fomenta reiteradamente el antisemitismo (aún no olvidan la pre­tendida crucifixión de Cristo por los judíos).

Por otro lado, la defensa perpetua de la Iglesia ca­tólica, de sus dogmas y tradiciones, ha llevado a los miembros de la Obra a caer, lo acepten o no, en un fanatismo escandaloso y temible. Estos hombres han sido caracterizados como intolerantes, inquisidores, inexpli­cablemente disciplinados, en búsqueda de un Dios sal­vador y bondadoso con sus hijos predilectos y escogi­dos: los miembros del Opus Dei. La gran mayoría de éstos llegan a un fanatismo peligroso, que los mueve a actuar con violencia extrema si lo consideran ne­cesario.

No es infrecuente encontrar muchachos mexicanos, imbuidos en el machismo regional, que podrían, en cier­tas circunstancias, suscribir las palabras de un corre­ligionario suyo, quien sostiene:

«¿Tolerancia?… ¡Debilidad! ¿Transigencia con el error?… ¡Prostitución de la verdad!….

Mas nosotros declaramos a quienes quieren transigir, a esos embaucadores, que antes que alguien ose poner la mano sobre Jesús para prenderlo, nosotros los fieles de Cristo habre­mos arrasado el mundo. Si los hombres de este mar rojo y violáceo de envidia y de rencor, quieren sangre para apagar su odio y su men­tira, que sepan que los cristianos de este siglo están dispuestos a morir matando.» 1

Por lo que se refiere a la servidumbre, son inmejo­rablemente elocuentes las palabras de Escrivá de Ba­laguer, su fundador, contenidas en Camino;

«592.-No olvides que eres.. , el depósito de la ba. sura, Por eso, si acaso el Jardinero divino echa mano de ti, y te friega y te limpia.., y te llena de magníficas flores, ni el aroma ni el color que embellecen tu feal­dad, han de ponerte orgulloso. Humíllate: ¿no sabes que eres el cacharro de los desperdicios?»

La práctica contraria al imperativo constitucional es habitual para el Opus Dei. Legalmente no puede ejer­cer sus funciones mientras dicha reglamentación exista. ¿Acaso sus miembros piensan en un futuro próximo. re­formar la Constitución para actuar dentro de la ley? ¿Podrán hacerlo? Es imprevisible. En todo caso, también se verían obligados a derogar la fracción cuarta del mis­mo artículo, que a la letra dice

«Las corporaciones religiosas, los ministros de los cultos, las sociedades de acciones, que ex­clusiva o predominantemente, realicen activi­dades educativas, y las asociaciones ligadas con la propaganda de cualquier credo religio­so, NO INTERVENDRAN EN FORMA ALGU­NA en planteles en que se imparta educación primaria, secundaria y normal, y la destinada a obreros y campesinos.»

Las restricciones impuestas por la Constitución me­xicana son muy claras como muy clara es su violación. Las escuelas del Opus Dei no son, por desgracia, casos aislados; la educación privada está en manos del clero, y sólo en pequeñísima escala en manos de particulares no religiosos.

Debido a que en el año de 1940 la demanda de edu­cación excedía a las posibilidades del Estado Mexicano, éste comenzó a expedir permisos para el funcionamiento de las escuelas particulares. Desde entonces, y con la creciente demanda, han proliferado irrefrenablemente dichos permisos y han sido aprovechados en forma ar­tera y reiterada por el Opus Dei. La educación privada en manos del clero mantiene una serie de coincidencias, a pesar de sus inevitables diferencias, con la Obra. Sus rasgos distintivos son:

Clasista. Hecho que queda confirmado por las cos­tosas colegiaturas que cobran y cuyos datas concretos daré más adelante (al Opus le importa de manara es­pecial la pequeña y gran burguesía, aunque se ocupe, secundariamente, de campesinos o de obreros) ;

Piramidal y jerárquica. Cada maestro depende de un jefe de grupo, y los jefes de grupo dependen a su vez de un consejo directivo (en el caso del Opus Dei este consejo se reúne mensualmente y discute la conducta de los alumnos que le pueden servir o perjudicar);

Represiva, autoritaria y antidemocrática. Estas ras­gos quisiera ejemplificarlos, con la venia del lector, con una experiencia personal: En el último año del bachi­llerato, junto con unos amigos, decidimos editar una revista, cuyo nombre sería Nueva Generación. Estábamos muy entusiasmados, con ese entusiasmo fresco, juvenil. Hicimos todo el trabajo: redacción, imprenta, publici­dad. Y llegó el día esperado: nuestra primera incursión en el mundo periodístico. Y cuando nos disponíamos a vender nuestra revista en los salones, el jefe de piso, que luego pasaría a ser director de la Preparatoria, nos detuvo agresivamente. Las difamaciones de que fuimos objeto fueron: apoyar el movimiento estudiantil de 1968 (porque en la portada aparecía una mano haciendo la «V» de la victoria; lo que nuestros acusadores nunca se fijaron fue en las nubes, que aparecían detrás de la mano, semejando un rostro femenino y otro masculino próximos a un beso; para nosotros aquella portada sig­nificaba sólo, pero candorosamente, «amor y paz») ; tam­bién se nos culpó de hablar del innombrable Alejandro Jodorowsky (judío y extravagante) y de haber publi­cado y recomendado en un artículo una obra de teatro en la cual se mostraba el eterno peregrinar de los is­raelitas. Nueva Generación moría antes de nacer. Hubo escándalo. Muchos alumnos y profesores se enteraron. El autoritarismo y el paternalismo contraproducente fue­ron desenmascarados. Ante la presión imperceptible pero real del alumnado, la revista se vendió. Pero para po­der venderla en los salones teníamos que soportar la compañía de este jefe de piso, quien previamente ha­blaba a los grupos mencionándoles una serie de reco­mendaciones y restricciones respecto del contenido de nuestra revista. Aparentemente habíamos triunfado. In­mediatamente después, iniciamos los trabajos para sacar un segundo número. El jefe de piso se enteró y nos mandó llamar. Vino el chantaje y el intento de corrup­ción; nos ofreció dinero para cubrir nuestros gastos ya que la revista no iba a salir más.

Esto no sucedió en ninguna escuela del Opus Dei, sino en la Universidad La Salle. El director general de Nueva Generación me escribió poco después: «Soy una pequeña semilla / que se encuentra sembrada / en la profundidad de la tierra / El agua casi no me llega / La tierra es arcilla / que me impide germinar / y una pesada capa de rocas / tarde o temprano / me han de asesinar.» Y yo me pregunto ahora cuántas semillas en las escuelas del Opus Dei habrán sido -y seguirán siendo- asesinadas.

LAS DIFERENTES ESCUELAS DEL OPUS DEI

Antes de enumerar las diversas escuelas, institutos y universidades controladas por la Obra, es necesario establecer algunos puntos aclaratorios.

Nuevamente la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos restringe de manera expresa al. Opus y a instituciones análogas. El artículo veintisiete ordena en su fracción segunda:

«Las asociaciones religiosas denominadas igle­sias, cualquiera que sea su credo, no podrán, en ningún caso, tener capacidad para ‘ adqui­rir, poseer o administrar bienes raíces, ni ca­pitales impuestos sobre ellos… Los obispados, casas curales, seminarios, asilos o colegios de asociaciones religiosas, conventos, o cualquier otro edificio que hubiese sido construido o destinado a la administración, propaganda o en­señanza de un culto religioso, pasarán desde luego, de pleno derecho, al dominio directo de la Nación, para destinarse exclusivamente a los servicios públicos de la Federación o de los Estados en sus respectivas jurisdicciones»

Conclusión: el Opus Dei no puede poseer, de jure, ningún colegio o escuela. Sin embargo, de facto, posee más de una veintena de ellos. Naturalmente que éstos aparecen siempre a nombre de una sociedad, de un pa­tronato o de algo similar. Jamás a nombre del Opus Dei, aunque seguramente lo desea con fervor.

Una vez más el Opus Dei se burla y evade la Cons­titución. Pero, paradójicamente, está reconocido de ma­nera oficial por la Secretaría de Industria y Comercio (cualquiera puede comprobarlo en los registros de esta Secretaría). Entonces es y no es a la vez. Aunque, desde luego, los centros de enseñanza no figuren entre sus pro­piedades.

Las escuelas de la Obra son: 2

CENTRO ESCOLAR CEDROS Cedro 97 y Tecoyotitla 364 Kinder, primaria y secundaria.

MARGARITA DE ESCOCIA, A.C. A. Bello 28

Escuela para niñas.

ACADEMIA MADDOX

Circunvalación Poniente 38 y Circuito Pensadores en Ciudad Satélite

Primaria y carrera comercial (niñas y señoritas).

INSTITUTO DE CULTURA SUPERIOR «TERESA DE AVII,,A», S. de R. L.

González de Cosío 230

Bachillerato y arquitectura de interiores (señoritas).

INSTITUTO «TERESA DE CEPEDA Y AHUMADA» Camino Nacional de Calaiocaya 4 (anteriormente en Plaza de la Angostura 36) Escuela para niñas.

CENTROS CULTURALES DE MEXICO Tecoyotitla 364 y 366

(anterormente ubicados en Av. Juárez 104-B)

CENTRO ESCOLAR «ALBATROS»

Fraccionamiento «La Herradura` Estado de México

(parece ser que este centro cambió de razón social).

ESCUELA DEL VALLE DE MEXICO Liverpool 75

(anteriormente en Nápoles 67)

Escuela para secretarias, que aclara: «ESTA ESCUELA NO TIENE ESTUDIOS RECONOCIDOS POR LA SE­CRETARIA DE EDUCACION PUBLICA» (¿un reto más al Estado Mexicano? Pero asegura con­tundentemente la obtención de trabajo).

ESCUELA DEL VALLE DE MEXICO Denedé Secretarial College Circuito Misioneros 51 Ciudad Satélite

Obviamente, colegio para secretarias.

DENEDE FASHION COLLEGE Liverpool 75

Estilista (sic) en modas.

ESCUELA MEXICANA DE TURISMO Plaza Río de Janeiro 65 Jóvenes y señoritas.

También son mencionadas como del Opus Dei, sin que se pueda comprobar, dos escuelas: una para niñas, ubicada en Cafetales 140, y otra, con dos direcciones: Frontera 60 y Francisco Sosa 116.

En todas estas escuelas, y otras más, se repiten im­pecablemente cada una de las características señaladas arriba. Los métodos pedagógicos se mantienen invaria­bles. No es cuestión de personas, sino de sistemas, y los sistemas del Opus Dei, independientemente de ser con­siderados como dañinos y deshumanizantes, han sido acogidos con entusiasmo por la clase media y la clase dominante. Inclusive muchos, muchísimos hijos de fun­cionarios públicos, se educan en las escuelas de la Obra; algunas veces los padres ignoran esta circunstancia, pero también se dan casos contrarios, y con todo conocimiento de causa envían a sus hijos a estas escuelas.

Las inscripciones en esas escuelas fluctúan entre los 700 y 800 pesos para primaria, y mensualidades de 600 y 700 pesos mensuales. Es lógico que, en un país como es el nuestro, tales colegiaturas resulten prohibitivas para la mayoría de la población. Así, ¿cuál es el sentido ca­ritativo de esas escuelas e institutos?

Las condiciones propias de México han hecho posi­ble el tremendo éxito del Opus Dei en materia educa­tiva. Aquí, la religión católica es, nadie lo oculta, la religión abrumadoramente mayoritaria. En consecuen­cia, las escuelas que ofrecen una enseñanza dentro de los límites de la religión católica tienen asegurado el triunfo y la preferencia sobre otras que, siendo parti­culares o estatales, imparten enseñanza laica.

Por otro lado, corre el mito de una educación cuali­tativamente mejor impartida en dichas escuelas. Tal aserto es, por lo menos, discutible. Sin embargo, las men­tes estrechas no tienen la menor duda ni la menor dis­crepancia. Implícitamente están reconociendo, aquellos que mandan a sus hijos a tales escuelas, su complacen­cia respecto de métodos, objetivos e ideología pedagó­gicos.

Además, de los centros de enseñanza del Opus Dei son extraídos los futuros socios de la Obra. Mediante un plan estudiado de antemano, y cuyos resultados han podido ser mil y mil veces comprobados, los sacerdotes reclutadores de la Obra deciden tirar la red y pescar a alguien, previamente seleccionado.

Todos los relatos que escuché coinciden con las pa­labras de Yvon Le Vaillant, quien nos dice: «La selec­ción se hace entre los colegiales, los bachilleres, los es­tudiantes. Estos pueden haber sido «elegidos» desde la edad de trece años y, a partir de este momento, son objeto de estrecha solicitud por parte de los ag:ntes reclutadores de la Obra, quienes tienden alrededor de ellos sus redes cada vez más apretadas. Se les invita a los círculos, a las reuniones, a las excursiones…

«En seguida se le asignará al candidato un director espiritual, un sacerdote universitario.» 3

La elección que menciona Yvon Le Vaillant se efec­túa generalmente entre aquellos que consideran más idóneos. ¿A quién pueden considerar idóneo? ¿Qué re­quisitos debe cubrir para poder ser candidato? Elemen­talmente, muchachos (o muchachas) tenidos por ecuá­nimes, apacibles, domesticables; por ende, no se ocupan de los rebeldes ni de los iconoclastas.

Otro importantísimo requisito deben cubrir: ser in­teligentes, tener capacidad intelectual. Se fijan en aquellos que obtienen las mejores calificaciones y de com­portamiento irreprochable.

Quienes reúnen estas exigencias, un día, tarde o tem­prano, entablan una conversación privada con el sacer­dote confesor de la escuela en cuestión. La plática em­pezará por un punto -totalmente ajeno a las intenciones del sacerdote- la mayor de las veces trivial, pero que tenga algún interés para el interlocutor. Después de haber creado la atmósfera propicia, de «camaradería» («No me llames padre, dime Juan Manuel»), vienen las palabras unidas a los símbolos: «Tú estás destinado a hacer cosas verdaderamente importantes, trascendentes». Si el o la joven se entusiasma en forma inmediata, el primer paso ha sido alcanzado. Posteriormente vendrán los folletos, los libros, las pláticas sobre las lecturas. En cada entrevista se renovarán los halagos y las promesas: «Ahora sí, tu vida empieza a tener un sentido correcto: la salvación «eterna» depende de ti»; Luego, invitacio­nes a «retiros» espirituales. Conferencias, ejemplos, anéc­dotas, conversaciones con iniciados, visitas repetidas a una de las residencias y, sobre todo, lectura permanente hasta la memorización de las frases de Camino, el libro del fundador.

Hasta que un día, una vez que el prospecto ha in­troyectado el misticismo de la Obra, es invitado a in­corporarse íntegramente al Instituto. Desde ese momen­to, aquel joven ingenuo y cándido, estudiante en alguna de las escuelas del Opus, dedicará sus acciones, sus obras, incluso sus pensamientos más íntimos, a la búsqueda constante, y angustiante, de su «santidad personal». San­tificación que habrá de realizar -según dicen ellos en la oración, en el apostolado y en el mundo. (Para los socios del Opus Dei existen dos ámbitos perfecta­mente diferenciados: el de la Obra, vivido y vivenciado en sus hogares diversos, y el «mundo», la cotidianidad de todos los otros que no pertenecemos a su organismo.)

Y desde ese momento todo cambiará vertiginosa­mente: su carácter, sus intereses, sus actividades, sus conversaciones.., su vida. Y se volverá arrogante e in­conmovible con respecto a sus directores; maleable y despreciativo para con los demás. La principal metamorfosis se verá en su mentalidad, que se volverá dog­mática, imperiosa y soberbia. Esta mentalidad, coinciden­te con otras de antaño, quedó magníficamente plasmada en las palabras agudas de Federico Nietzsche: «… ima­ginémonos al enemigo tal y como lo concibe el hombre del resentimiento [el hombre del Opus para nosotros] -y justo en ello reside su acción, su creación: ha con­cebido el enemigo malvado, el malvado, y ello como concepto básico, a partir del cual se imagina también, como imagen posterior y como antítesis, un bueno- ¡¡él mismo!!…»

En efecto, los malvados, los pervertidos, aquellos que sufrirán del fuego eterno del infierno, somos los del «mundo». Por antítesis aparecen los miembros del Opus Dei, resplandecientes de virtudes y de méritos suficientes como para alcanzar una dicha eterna. En ello se resu­men todos los trabajosos esfuerzos de los miembros de la Obra: alcanzar la salvación individual, pero sin per­der los privilegios y las comodidades de este «perver­tido» mundo.

Y al mismo tiempo esta hipotética joven aprenderá las restricciones: autoprohibirse cualquier relación se­xual no santificada, no leer más que los autores previa y ¡ debidamente autorizados. Un renegado del Opus Dei me comentó sobre esta última prohibición. Se trataba de un muchacho notoriamente culto, inteligente, naci­do de una familia de intelectuales y con un tío muy co­nocido y muy nombrado debido a sus oportunísimos aná­lisis de la política nacional. Pues bien, dicho personaje decía que su «truene», su rompimiento con la Obra fue motivado por el impedimento de leer a los «otros auto­res Cuando le pregunté cuáles eran, su respuesta me sorprendió muchísimo. Eran José Ferrater Mora, J, L. Aranguren, José Porfirio Miranda, Georg Lukacs… y, por supuesto, todo autor comunista. Este mismo mucha­cho me comentó que -¡en pleno siglo veinte!-, algu­nos miembros de la Obra se flagelan.

Charlas y discusiones que mantuve con gente joven del Opus me hicieron. darme cuenta de su terror a sa­lirse de ciertas problemáticas. Sus pretendidas refutaciones parecían siempre prefabricadas. Trataban de ani­quilar, por ejemplo, a Sartre sin conocerlo, pero no se atrevían a leerlo por el inocultable prejuicio de ser un pensados ¡ateo! Sus argumentaciones procedían de los juicios emitidos por algún dirigente. Nada más. Pero nada menos.

Leían con avidez, eso sí, las revistas recomendadas, distribuidas y publicadas por el mismo Opus Dei: Itsmo (revista de circulación interna entre sus miembros) y Resumen. Itsmo es una revista de inmejorable presen­tación, bimestral, y publicada por Editora de Revistas, S. A., ubicada en Floresta No. 20 (en el año de 1974 era director el licenciado Carlos Llano Cifuentes, quien además, en la misma época, dirigía el IPADE, del que hablaremos más adelante). Resumen: revista que tiene conexión con la ideología indeclarada del Opus Dei. Resumen -dice su consejo editorial- «cree en la ini­ciativa privada y la defiende: mercado libre, propiedad privada, gobierno limitado.»

Aquel que entra al Opus Dei pierde toda esperanza de pensar y actuar por sí mismo; habrá siempre al­guien que le dicte su «mejor» proceder. La impres’ón de una persona que estuvo bastante cerca de estas gen­tes es elocuente de suyo: «Parecen aut5mates; se so­meten al gusto y criterio del director espiritual o del dirigente secular; se dejan voluntariamente manipu­lar… ¡es increíble!»

Un ejemplo de sus aviesas tácticas es la historia de Antonieta (omito nombres y algunas circunstancias a petición de la familia interesada). Muchacha de reco­nocida inteligencia y brillantez, conoció, y se hizo novia, de un joven en la ciudad de Monterrey -romance en ciernes vivido en unas vacaciones-. Antonieta regresó al Distrito Federal y aquél prometió escribirle con ur­gencia y continuidad. Al principio cumplió, pero luego, inexplicablemente, sus cartas eran más espaciadas y me­nos emotivas. La última coincidió con una enfermedad penosa y larga de Antonieta. Abatida por la enferme­dad, sonó el timbre del teléfono: una voz que se iden­tificaba siempre con el nombre de Alejandro pedía ha­blar con Antonieta para darle informes del novio. Así una y otra vez. A ella nunca le pasaron las llamadas, porque la familia ignoraba quién era el tal Alejandro… Alejandro resultó ser un sacerdote secular, del Opus Dei, que un buen día se apareció en la casa de Anto­nieta y se identificó como tal. Llegó para hablar con Antonieta. Le explicó, con palabras tranquilas y pau­sadas, que su novio era un muchacho con vocación reli­giosa; que ella debería comprender y, si en verdad lo quería, tendría que demostrárselo y olvidarlo y resig­narse «con espíritu cristiano». El sacerdote, además, in­vitó a Antonieta a un «centro recreativo para muchachas católicas», cuando estuviese reestablecida, para que se distrajera un poco.

Como se trataba de un sacerdote, los padres acce­dieron a que Antonieta fuera a una casa del Opus en la colonia Clavería. La muchacha, que contaba entonces con dieciséis años, empezó a asistir, primero los sába­dos, posteriormente sábados y jueves, luego los lunes, jueves y sábados. Después, toda la semana. Hasta que un día avisó a sus padres que se iba a vivir a una de las casas del Opus Dei. Trataron de disuadirla inútil­mente: su mente había sido programada para no aceptar razones. Ingresó a la Obra. Profesó los votos de obedien­cia, castidad y pobreza; alcanzó el grado numerario.

La familia comentó que, debido a su probada inteli­gencia, fue comisionada por la Obra para formar, en un país centroamericano muy cercano a México, una filial femenina. Y desde hace veinte años Antonieta es direc­tiva de esa filial que se encuentra en constante expan­sión. Asimismo, Antonieta es un recuerdo incompren­sible y entristecedor para su familia. Los medios del

Opus Dei son malignos, maléficos y mefistofélicos.

EL CASO DE LA ESDAI, SIMILARES Y CONEXAS

Un artículo reciente, publicado en El Heraldo de Mé­xico, trataba el tema del Opus Dei con el siguiente tí­tulo: UNA OBRA NI SECRETA NI OSTENTOSA. (La obsesión de los miembros del Opus es, precisamente la de presentarse sin secretos, y pobres… Los hechos de­muestran, invariablemente, lo contrario.)

En el artículo, la autora, Ada Irma Cruz, afirmaba, entre otras cosas, que aquí -se entiende que en el Dis­trito Federal- funciona «la Escuela de Administración de Instituciones (ESDAI), obra en la que la sección de mujeres del Opus Dei trabaja en beneficio de muchí­simas personas». La cuidadosa autora empezaba su es­crito con la pregunta y contestación siguientes:

¿A qué se dedica el Opus Dei?

«Y tras la pregunta, generalmente hecha con mala intención (nótese su complejo de persecución), surge el comentario de los enterados (?) que afirman que el Opus Dei, la Obra, como se le conoce familiarmente, tiene ne­xos por demás oscuros y misteriosos como si se tratara de una organización secreta.

«Las versiones que circulan son -continúa Ada Irma— más bien obra de los ignorantes (sic) o de quie­nes, sabiéndolo, tienen evidente mala fe. Porque el Opus Dei tiene una clara y abierta (subrayado por nosotros) tarea de apostolado y labor social que realiza en todos los continentes, bajo la luz del sol, expuesta a las mi­radas de los interesados y de los curiosos, de los sim­patizantes y de sus enemigos.» 4

Muy bonito, muy sincero. Veamos ahora los hechos:

a) La ESDAI no aparece registrada en el directorio telefónico de la ciudad de México. ¿Omisión grave? ¿Error por parte de Teléfonos de México? La ESDAI, pues, no aparece diáfana; más aún, no aparece.

b) Por lo que se refiere a que la citada escuela «tra­baja en beneficio de muchísimas personas», es claro que nunca, nunca aclaran con datos concretos y verificables cuál es ese proclamado beneficio. Hablan de ayuda «es­piritual», de apostolado, pero en forma tan abstracta y tan equívoca, que ellos mismos dan pie a las especula­ciones por parte de los «ignorantes» o de sus detractores.

c) La labor del Opus Dei en la ESDAI resulta, des­de el punto de vista de la salud mental, más un male­ficio que un beneficio. En la ESDAI preparan exclusi­vamente a muchachas para la administración de hoteles; hospitales o de cualquier «empresa estatal o privada; ade­más es internado. ¿Existe algo malo en ello? De ninguna manera. Lo perjudicial estriba en las técnicas pedagó­gicas utilizadas como medios para llegar a tan loable fin. La atmósfera que se respira allí es de absoluta re­presión. Debido a que la Obra está dividida en «dos secciones: una de varones y otra de mujeres, las’ dos con el mismo espíritu, pero totalmente independientes», enmascaran con ello una concepción de las relaciones intersexuales. Las educadoras y maestras pertenecientes a la sección femenil del Opus que operan en esta y en otras escuelas, ven en cualquier instinto un fenómeno de perversidad congénita, lo acepten o no.

Las medidas disciplinarias de la ESDAI lo único que consiguen es producir en las alumnas una inhibición del carácter que llega a lo patológico. Las consecuencias son: parálisis de su vida afectiva en los órdenes sexual y social, inferior capacidad para la lucha por la exis­tencia, y dificultades con- la imagen de sí mismas. Esta represión se atempera un tanto en las alumnas exter­nas, que no sufren toda la rigidez de las internas.

En la ESDAI se organizan fiestas con alguna fre­cuencia. A ellas no pueden asistir, muchachas acompa­ñadas de varón si no están comprometidas (con anillo de compromiso y todo) o no son casadas. Les exigen, en todo tiempo, usar la falda a nivel de la rodilla. No pueden ataviarse con pantalones, ni aun para hacer deportes. Asimismo, obligan a las internas a confesarse y a comulgar con frecuencia, so pena de ser expulsadas de la residencia. Últimamente la ESDAI ha impuesto a sus alumnas un prefectorado que consiste en lo si­guiente: toda alumna tiene la doble obligación de es­coger a una maestra (asociada del Opus, claro) y tener con ella, sin excusa ni pretexto, seis entrevistas a lo largo del semestre. En éstas tiene que contarle, con detalle, cualquier inquietud, cualquier pensamiento; si alguna alumna se rebela -con todo derecho a que se metan en su vida íntima, la pueden expulsar ipso facto o bien no le otorgan el derecho a examen. De está forma reafirman el control sobre vida y pensamiento de las muchachas.

Por último, y para que se vea más palpable el sen­tido del «beneficio»: inscripción, 3,000 pesos. Muy be­neficioso… para la escuela y para el Opus Dei.

Para comprobar que tanto la ESDAI como otros or­ganismos del Opus sí tienen nexos oscuros y misterio­sos, examinemos la relación de aquella con la industria hotelera. Cualquier alumna destacada de la ESDAI pue­de conseguir, con una facilidad que dejaría pálido a un estudiante de la UNAM, becas para ir a estudiar a cual­quier parte del mundo; la industria hotelera mexicana le paga los gastos. (Sabemos demasiado bien que esta industria está, en su mayor parte, en poder de com­pañías transnacionales norteamericanas y, sobre la ín­dole misteriosa, verdaderamente tenebrosa de estas com­pañías sobran los comentarios.)

Algunas de las escuelas para hoteleros en el mundo, propiedad del Opus Dei son: Scuola Alberghiera, en Italia; Nullamore Staff Training Center, en Irlanda; Cha­teau de Couvrelles, en Francia, y en México: la Escuela de Hogar y Cultura Palmares, en Guadalajara, 5 la Es­cuela Mexicana de Turismo y la multicitada ESDAI, en la capital de la República.

La tarea abierta y clara del Opus Dei en México no es tan clara ni tan abierta, pese a lo que diga la ar­ticulista Ada Irma Cruz, así como tampoco está «es­puesta a las miradas de los interesados y de los curio­sos, de los simpatizantes…», etcétera… (es más, intente usted, lector, conseguir bibliografía sobre la labor «apos­tólica y social» del Opus Dei en México. Prácticamente no la hay, lo que hace pensar que no ha de ser tan, tan importante ni tan notoria como pretenden persua­dirnos).

Públicamente la perniciosa ESDAI se ubica en el CENTRO LATINOAMERICANO DE ESTUDIOS UNI­VERSITARIOS HOGAR Y CULTURA, A. C., con do­micilio en Canteras Oxtopulco 16. Esta es una residen­cia en la que reciben muchachas socias de la Obra, y muchachas que no lo son y que en su mayoría vienen de provincia. Allí se realizan las actividades da pro­selitismo, bajo el amparo de un reglamento rigurosísimo. Ningún hombre puede entrar a visitar a alguna mucha­cha; cuando más, lo dejan entrar a una salita de reci­bir. El único hombre que tiene permitido entrar es el director espiritual, que es un sacerdote de la Obra. Las encargadas de las residencias para mujeres son monjas o seglares femeninas de rango numerario. El Opus Dei es extremadamente sexista.

La versión masculina del Opus Dei tiene un interna­do, de proporciones impresionantes, denominado RESI­DENCIA UNIVERSITARIA PANAMERICANA, con do­micilio en Hortensias 238, Colonia Florida, en México 20, D. F. Desde luego aquí no entra ninguna mujer, a no ser las madres de los muchachos, o sus hermanas -y sólo en ciertas ocasiones-. Residencias como ésta, pero de menores dimensiones, existen en Guadalajara, Monterrey, San Luis Potosí… Todas del Opus Dei. To­das regidas por los mismos principios pedagógicos e ideológicos. Todas con las mismas calamidades. En la memoria de actividades del periodo 1968-1969 de la RUP, se consigna, entre otras lindezas, que fue invitado de honor a la ceremonia de inauguración de cursos, el co­nocido y polifacético arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. Asimismo, informa de la presencia en ese lugar de per­sonas, a nivel de conferencistas, como el doctor Marcos Moshinski, director de la División de Estudios Supe­riores de la Universidad Nacional Autónoma de México (sic), del doctor Johann Schaeuble, vicepresidente -en aquella época- de la Sociedad Internacional de Antro­pología y el mencionado arquitecto Ramírez Vázquez, entre otros muchos. Presidente del Patronato Fundador de la residencia fue el señor Gastón Azcárraga.

El Opus Dei tiene, además, una Universidad, con estudios reconocidos por la Universidad Nacional Autó­noma de México. Es el INSTITUTO PANAMERICANO DE HUMANIDADES (IPH) en Tecoyotitla 366, en Mé­xico 20, D. F., a espaldas del Centro Escolar Cedros, an­teriormente señalado. Las carreras profesionales que se pueden seguir en este instituto son: licenciatura en Pe­dagogía (incorporada a la UNAM el 25 de octubre de 1967, acuerdo núm. 591); en Filosofía (con incorporación del 17 de febrero de 1970, acuerdo núm. 133), o en De­recho (incorporada el 25 de septiembre de 1970, acuerdo núm. 878), sobre la cual hablaremos más tarde y, ade­más, bachillerato (que se incorporó el 9 de enero de 1970, acuerdo núm. 5). En el IPH estudian los miem­bros de la Obra, obtienen su título -reconocido, como ya dijimos, por la UNAM- y posteriormente se van a estudiar al extranjero -a la Universidad de Navarra, en España, por ejemplo, que también es del Opus-, y regresan a México con un título de doctor en algo -teo­logía, tal vez- y se disponen a trabajar como maestros en alguna de las escuelas aquí mentadas. Aquí está la, trampa: los del Opus Dei saben o presienten que las autoridades gubernamentales podrían, alguna vez, obli­gar a que se cumpla la Constitución Mexicana, y ellos quedar desprotegidos. Por ello han construido y establecido sus escuelas, sus universidades, con sus progra­mas y sus temas, pero han tenido, al mismo tiempo, la precaución de tener reconocidos oficialmente sus estu­dios. Si el gobierno llegara a cambiar de opinión, ellos podrían ejercer profesionalmente, puesto que tienen tí­tulos reconocidos. No se les va una.

El IPH, es decir, el Opus Dei, tiene en Augusto Ro­dín 498 la sección de Derecho. El edificio donde se ubica esta sección del IPH es deslumbrante; se trata de una edificación del siglo XVIII que debe valer varios millo­nes de pesos. Su director es el licenciado Felipe Gon­zález. Son maestros de esta sección los licenciados Jesús Rodríguez Tovar, Felipe Gómez Mont, Elías Rizk y Juan Soto -mencionado como director general del IPH-, en­tre otros. Varios de ellos realizaron sus estudios en la Escuela Libre de Derecho. También es profesor Isaac Guzmán Valdivia, autor de varias y diversas obras como El conocimiento de lo Social (Editorial Jus), El Destino de México (publicado en 1939), Notas para una teoría de las ciencias sociales, Reflexiones sobre la adminis­tración, y otras. Fundador de una preparatoria en To­rreón y de la Asociación Mexicana de Administración Científica, catedrático en la Escuela Libre de Derecho y muy ligado al desarrollo y expansión ideológicos y materiales del Opus Dei. Capellán general del IPH es el doctor Guillermo Porras.

La única filosofía admitida y apreciada es la aris­totélico-tomista; el autor más estudiado y defendido es el doctor Angélico (sic), Sto. Tomás de Aquino. Leen igualmente a Jacques Maritain, a C. G. Jung y, por su­puesto, a Escrivá de Balaguer. Aceptan de mala gana, sin dejar de reconocer su «reformismo», a Teilhard de Chardin.

En todas las instituciones del Opus, tanto escuelas como residencias, brilla y enseñorea lo moderno, lo mo­derno en muebles, arquitectura, decorado: el american way of life. Todas las casas, sin excepción, son confor­tables, agradables, acogedoras, y ello contribuye a su in­conmensurable éxito.

ESCUELAS DE ADMINISTRACION A ALTO NIVEL

El INSTITUTO PANAMERICANO DE ALTA DI­RECCION DE EMPRESA, con domicilio en Floresta 20, en el Distrito Federal, encargado de enseñar las téc­nicas y los métodos más avanzados en la dirección de todo tipo de empresas, y al cual concurren tanto per­sonas de la iniciativa privada como del gobierno, es una institución del Opus Dei.

Por supuesto que si alguien pregunta sobre la rela­ción del IPADE con el Opus, obtendrá una respuesta poco satisfactoria: no lo niegan, pero tampoco lo afir­man. Sostienen que su labor es exclusivamente cientí­fica y técnica, que no existe nexo entre el aprendizaje y la ideología de la Obra. La propietaria del IPADE es, desde el punto de vista jurídico, puesto que al Opus Dei se lo impide el obstáculo Constitucional, la SOCIEDAD PANAMERICANA DE ESTUDIOS EMPRESARIALES, cuya dirección es Floresta 20, la misma de su filial.

Por el IPADE han pasado -según confesión propia de uno de sus directores- ejecutivos y empleados de más de mil quinientas compañías (gubernamentales y privadas, grandes y pequeñas, de la capital y de la pro­vincia, nacionales y extranjeras).6

Los cursos impartidos por el IPADE -justo es re­conocerlo- son de un altísimo nivel, serios y rigurosos. Muchos de los cursos han sido preparados en los Esta­dos Unidos de Norteamérica, concretamente en Harvard. Dichos cursos son muy diversos, variados y de dife­rentes grados de complejidad. Existe un curso, por ejem­plo, que dura ocho meses, dos veces a la semana, con un costo total -incluidas las comidas- de 48,000 pesos.

El 10 de marzo de 1972, El Día publicó un artículo de J. M. Tellezgirón que causó vuelo y revuelo. Decía refiriéndose al IPADE: «Todo ahí es high, very high. Se ofrecen cursos muy especiales a empresarios de muy alto nivel, los cuales pagan cantidades astronómicas por asistir. El Opus Dei sostiene así en IPADE […]

«Pero, además, esa santa casa -continúa Tellezgirón – funciona también como centro recreativo o club para multimillonarios. Hay salones tan privados que a la servidumbre sólo le está permitido explicar a algún curioso que se les destinan a `asuntos empresariales re­servados». ¡Ah, si las paredes hablaran! Jure usted que ahí se han decidido las grandes cuestiones económicas del país, más de una vez. Es decir, aquellas cuestio­nes que corresponde decidir a los económicamente po­derosos.» 7

El IPADE posee además una filial denominada ICA­MI, o sea, INSTITUTO DE CAPACITACION Y ADIES­TRAMIENTO DE MANDOS INTERMEDIOS, cuya dirección es 2da. Cerrada de Floresta 10, en México 16, Distrito Federal, que es algo similar al IPADE, pero para capataces, supervisores, etc.: los directivos medios de las empresas. Naturalmente que con el mismo rigor y la misma seriedad de aquél.

En ambos institutos existe un gran número de be­carios, muchos de los cuales han sido alumnos del Opus en otras escuelas, o son miembros de la Obra, con as­piraciones. Todo queda en familia.

Los cursos que se enseñan en dichos institutos tienen varios presupuestos fundamentales, los mismos del sis­tema capitalista: unos trabajan y otros son dueños de la empresa; todo director de empresa, sea o no sea el propietario, debe lograr óptimos rendimientos de los re­cursos materiales y humanos de la empresa (o sea, ge­nerar mayor plusvalía, pero de manera más racional). Asimismo suponen, en todo momento, la estabilidad política del Estado en cuestión, que es tanto como de­cir: los ricos seguirán siendo ricos y los pobres, po­bres, y el gobierno encargado de mantener el statu quo.

Con otras palabras dicho: los institutos del Instituto secular denominado Opus Dei, no son de ninguna forma independientes ni inocentes dentro del sistema capita­lista. Muy por el contrario, el Opus a través de sus institutos (IPADE, ICAMI), tiene una función especí­fica, definida e inobjetable: ensanchar y aumentar la tasa de beneficios del capital. Si esto no fuera así, no tendrían razón de ser las enseñanzas de dichos institu­tos. De esta manera el Opus Dei es hijo favorito, fiel y disciplinado del sistema capitalista. Naturalmente que los socios de la Obra se empeñan neciamente en sos­tener lo contrario -necedad que de por sí es signifi­cativa-: «que el Opus Dei no tiene ninguna actividad de fines políticos, económicos e ideológicos: ninguna ac­ción temporal». Lo extraño es, si aceptamos sus pala­bras, que la Obra no opera en ningún país socialista; ¿se deberá a su «neutralidad» política?

Y, por otro lado, como el capitalismo dependiente mexicano ha necesitado de la participación del Estado, los miembros del Opus se han entronizado en éste para nutrir el desenvolvimiento de aquél. Esta hermandad conquistada por los socios de la Obra concuerda -dicen ellos- con el dogma de Cristo. Pero es rechazada, pre­cisamente en nombre de un espíritu verdaderamente cristiano, por Sergio Méndez Arceo, por Helder Cámara, y por todos aquellos seglares y clérigos orientados en la llamada «Teología de la Liberación», o del movimiento de «Cristianos por el Socialismo».

Volvamos ahora a los cursos.

Un estudio sobre los directores y ejecutivos que han aprendido y asimilado los sistemas y métodos de estos institutos y otros similares fue publicado sucintamente en un suplemento dominical. A continuación transcri­biremos algunas de las conclusiones del estudio, en la inteligencia de que nos servirá para comprender mejor cuál es la labor oculta -ideológica- que realizan estos institutos: 8

«1) Los administradores y ejecutivos estudiados des­arrollan un sistema ideológico rígido. La función más importante de este sistema ideológico consiste en incre­mentar la cohesión interna del individuo, que le es ab­solutamente necesaria para seguir funcionando, pero que es constantemente amenazada por las propias percepcio­nes de las condiciones reales del país.

«2) El sistema ideológico funciona así, como una pan­talla protectora que distorsiona las percepciones cotidia­nas de la realidad; al mismo tiempo, provee al individuo de racionalizaciones -socialmente aceptadas- para lo­grar mantener esa cohesión interna.

«6) Es difícil esperar de ellos una consciencia de su responsabilidad… Menos aún, esperar que pudiesen aceptar cambios importantes en función de las necesi­dades reales del país. Políticamente, se puede quizás es­perar que «aguanten» ciertos cambios socio-económicos, pero sería ingenuo pensar que podrían entender cam­bios estructurales importantes, pues éstos pondrían en peligro la cohesión interna que les permite funcionar.

«7) La estructura ideológica [funciona para] reforzar la cohesión interna del individuo, nutrir esos rasgos de carácter que son constantemente energetizados por el medio socio-económico en el que viven. En muchos ca­sos de jóvenes mexicanos que observan ya actitudes de grandiosidad, de prepotencia y sadismo con los subor­dinados e incluso en la vida diaria exterior.»

Obviamente ésta es una interpretación psicologista de la situación, pero que nos es útil para llegar a otras proposiciones.

a) Los institutos (IPADE, ICAMI) proveen a su clien­tela de una concepción -ideológica- no sólo de las actividades empresariales, sino de la vida cotidiana y política de México. Tal ideología es marcadamente re­accionaria y proimperialista e inculcada con inexorable tenacidad.

b) Todos y cada un de los cursos presuponen deter­minadas creencias, valoraciones y representaciones sobra el entorno social. Y son éstas las que, de una u otra forma, intentan justificar idealmente la estructura ma­terial de explotación económica del país. La misión de estos institutos, políticamente hablando, se concreta en difundir la ideología de la clase económicamente domi­nante, y así perpetuar el estado de cosas actual.

c) Al Opus Dei le interesa difundir y reiterar dicha ideología, pues con ello tiene garantizado el manteni­miento de las tradiciones, hábitos, costumbres y prerro­gativas que ferozmente defiende. Si el Opus Dei, por mediación de estos institutos, asesora y guía a ejecuti­vos y directivos del gobierno y de la iniciativa privada, intenta así orientar las direcciones políticas y eco­nómicas del país hacia los objetivos que defiende: la Iglesia, la religión católica y las «libertades» del sistema capitalista.

La penetración del Opus y de su ubicua ideología es imponderable. Los altos puestos que son controlados por asesores egresados del IPADE o del ICAMI, tanto en la iniciativa privada como en el gobierno, son indi­rectamente controlados por el Opus. En todas las «pla­zas importantes», en los centros de decisión, está allí, sin que se note, fantasmal pero realmente, el Opus Dei, inclinando la balanza y favoreciendo una cierta política.

Sin embargo, el poder ideológico no representa una garantía absoluta ni es decisiva. Por eso los del Opus Dei han ido infiltrando su propia gente en puestos cla­ves. Y, como es sabido y reconocido, los miembros de la Obra están inmejorablemente instruidos, son los más indicados, idóneos para ocupar altos puestos en la ad­ministración de empresas y en la administración pú­blica. El círculo se cierra: si los miembros del Opus se encuentran en puestos de influencia, lógicamente tra­tarán de ayudar lo más posible a sus compañeros que se dedican a la enseñanza e instrucción de muchos me­xicanos y, al mismo tiempo, irán a ocupar puestos de importancia; de esta manera el Opus Dei se reproduce y se eterniza en suelo mexicano.

Inescudriñable es el poder y la influencia del Opus Dei.

El 10 de noviembre de 1966 el diario El Universal dio la noticia de que la señora Guadalupe Borja de Díaz Ordaz acudió al fin de cursos de las campesinas de la hacienda de Montefalco, en el Estado de Morelos. La señora Amalia López Negrete de Corona y la seño­rita «Pita» Sánchez Navarro, eran presidenta del pa­tronato y directora de relaciones públicas de la citada hacienda al momento de la visita de la entonces esposa del Presidente de la República. Montefalco es propie­dad del Opus Dei desde el año de 1951, cuando la fa­milia García Pimentel les donó las tierras en las que se levanta. A nadie escapa que, durante el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz, fue muy favorecido el Opus Dei.

Su prepotencia y su influencia no se evidencian ex­clusivamente en sus relaciones con el poder civil. Tam­bién son palpables en las más altas esferas eclesiásti­cas. Prueba de ello es la iglesia de la Santa Veracruz, la que está junto al teatro Hidalgo, en el rumbo de la Ala­meda Central. Esta iglesia, construida en 1568 por orden de Hernán Cortés y restaurada en el siglo XVIII, fue confiada en 1965 a los sacerdotes del Opus Dei por el señor arzobispo primado de México, Miguel Darío Mi­randa. El arzobispo -como salta a la vista- no va a otorgar semejante concesión si no está convencido del poder y la influencia del Opus Dei.

La iglesia de la Santa Veracruz, como es del dominio público, es el cuartel central, por así decirlo, de la Obra. Párroco de ella fue, por encargo del mismísimo arzo­bispo, el doctor Ernesto Santillán. Actualmente se en­cuentra como conductor de la misma un sacerdote joven y jovial, afable, dinámico, un típico junior executive, que responde al nombre de Juan Francisco López Félix, quien es simultáneamente un alto dirigente regional del Opus en México. Este joven sacerdote también incur­sionó en las lides periodísticas. Escribió y publicó en el diario El Universal 9 una serie de artículos, apareci­dos entre los días 12 y 16 de febrero del año de 1970, en donde explicaba, con toda claridad, las actividades múltiples de la Obra. Artículos explicativos llenos de falacias, de lugares comunes, de mentiras. Ellos son siempre los buenos, los inocentes, los incomprendidos, los que mejor interpretan el cristianismo, etcétera.

Además de los colegios y escuelas de administración anotadas anteriormente, podemos señalar las siguientes:

– El Centro Agropecuario Experimental «EL PE­ÑON», en el Estado de Morelos, para campesinos.

– El Centro Cultural Obrero, en el estado de Si­naloa.

El Instituto Chapultepec, en Culiacán, Sinaloa. Este colegio de enseñanza secundaria imparte clases ves­pertinas a obreros.

– El Centro de Capacitación Hotelera (de nueva cuenta los hoteles entre las preferencias del Opus Dei) en Jaltepec, Jalisco.

– Una editorial: EDICIONES RIALP MEXICANA, S. A., en la avenida Álvaro Obregón 273-103, México 7, D. F.

– EL CENTRO INTERNACIONAL DE ESTUDIOS SUPERIORES, en Augusto Rodín 475 (muy cerca del IPH, sección Derecho), en el Distrito Federal. Se trata de una residencia para jóvenes.

– Otra residencia para varones en la calle de Lata­cunga 852: el CENTRO CULTURAL LINDAVISTA, en el D. F.

LÍMITES Y POSIBILIDADES DEL OPUS DEI EN MÉXICO

¿Cuántos mexicanos pertenecen al Opus Dei? ¿Quié­nes son? ¿A qué se dedican? Muchos son los nombres que se mencionan; los rumores son fantásticos, invero­símiles. Se señalan abogados y notarios públicos (egre­sados de la Escuela Libre de Derecho), políticos, con­tadores públicos, administradores, gerentes y directores de bancos; se nombra a un alto directivo de la empresa TELEVISA, cuyo apellido está conectado directamente al desarrollo de la televisión en el país; también se ha­bla de presidentes, actuales y pasados, de las diferentes cámaras de comercio de la ciudad de México, y presi­dentes de grupos empresariales de Monterrey; igual­mente es mencionado un directivo muy importante de la cadena High Life.

Las listas de los socios del Opus Dei son un verda­dero misterio. Sólo un grupo de privilegiados las cono­cen; inclusive muchísimos miembros de la Obra las des­conocen. Aquí en el Distrito Federal son controladas y manejadas, entre otras personas, por la señorita B. Sosa M. y por el conciliar de la región, el citado Juan Fran­cisco López Félix. Fuera de un reducido número de personas que saben de tales listas, el resto de la huma­nidad lo ignora.

El resto de la humanidad ignora también a cuánto ascienden las utilidades de la Obra. Si consideramos que en México las escuelas y colegios están exentos de im­puestos, las ganancias obtenidas deben alcanzar y sobre­pasar cualquier cifra intuible. Además, como vimos an­teriormente, los institutos de la Obra encargados de enseñar técnicas y métodos de administración de empre­sas cobran colegiaturas elevadísimas (cualquiera que se acerque al IPADE se dará cuenta inmediatamente de la enorme inversión que supone la compra del terreno y edificio donde se domicilia dicho instituto).

Por lo que se refiere al poder político, hay que ha­cer notar que el Opus Dei instala, aquí como en el resto de América Latina, un imperio económico y financiero como primera meta. Después vendrá lo político. Aquello del voto de pobreza queda en broma hipócrita, en coar­tada burda.

Toda la energía del Opus Dei se reconcentra en la educación y control de la clase media y la burguesía. Sus presas favoritas: la intelectualidad pequeño-bur­guesa y, por supuesto, los señores que forman la oli­garquía mexicana. Jamás realizan una labor de masas. Algunos autores estudiosos del Opus, como es el caso de Yvon Le Vaillant, sostienen que se trata de una organización sectaria, cien por ciento elitista y, por tan­to, despectiva en cierta forma hacia las clases populares. Consecuencia lógica de los intereses históricos y socia­les que defiende el Opus Dei. Los señores de la Obra no olvidan que son precisamente las masas trabajado­ras los agentes del cambio radical, pero ellos tratan, por todos los medios posibles, de alejar a obreros y campesinos de su misión histórica, transformando algu­nos de ellos en élite.

España es un ejemplo sólido y claro. Allí el Opus Dei tuvo, merced al franquismo, prerrogativas, preben­das, beneficios, hasta subsidio. En España nació, se des­arrolló, consiguió medios de sustento y de expansión el Opus Dei. Siempre a la sombra del régimen tiránico de Franco, apoyándose mutuamente como dos hermanos, o mejor, como dos amantes.

Sin embargo, después de tener el control absoluto de España, y el gobierno mismo, el Opus Dei ha teni­do altibajos. La mayoría pide cambios, ruptura demo­crática, libertad, inhumación de tradiciones obsoletas.

Desde su llegada a México en 1949, el Opus Dei se ha expandido vertiginosamente. Su poder incalculable, desde el punto de vista económico, y aun político, no es definitivo ni eterno, ni irremediable. En México el Opus Dei está aliado, lo diga o no, lo quiera o no, con los grupos contrarrevolucionarios; su estructura, finali­dades y medios, lo conducen fatalmente a los dominios de la reacción más oscura.

De este trabajo y de mí, podrán decir los señores del Opus Dei en México las cosas usuales: que estoy equivocado, errado o errático; que mi nombre es un seudónimo, etc. Sin embargo, todos los datos usados co­rresponden a sus propias fuentes de información.

Lo cierto es que en México el Opus Dei es un si­niestro fantasma que irrumpe en todos los lugares ima­ginables, que domina y contamina las mentes de miles de hombres y mujeres, adolescentes y adultos, y cuya virtud principal es pasar inadvertido para la inmensa mayoría de la población.

——

1 Le Vaillant, Yvon, La Santa Mafia. Traducido por José Fernández Valencia, Editores Asociados, S. de R. L., México, 1972, pág. 29

2 Las escuelas aquí citadas aparecieron en un anuncio pu­blicado en la prensa nacional, cuyo encabezado es este:

«EL INSTITUTO SECULAR «OPUS DEI» se permite informar que a partir del día 15 de marzo queda­rán abiertas las inscripciones en sus centros de, enseñanza:» (Véase: Agachados. Núm. 124. Ed. Posada. 1973).

3 Le Vaillant, Yvon, ob. cit., págs. 64-65.

4 Cruz, Ada Irma, «El Opus Dei. Una obra ni secreta ni ostentosa», El Heraldo de México, 20 de enero de 1976.

5 Le Vaillat. Ivon, ob. cit., páf. 91. Véase también: «¿Que es el Opus Dei?» en L’Observatore della domenica, entrevista con José María Escrivá de Balaguer, por Enrico Zuppi y An­tonio Fugardi, Ediciones Rialp Mexicana, México, 1968.

6 Carta del señor Carlos Llano Cifuentes publicada en El Día, 15 de marzo de 1972. En esta carta el entonces director del IPADE confiesa que el ICAMI es una filial de aquél; véase, en el folleto, Cristianos en medio del mundo, algunos aspectos del trabajo apostólico del Opus Dei en México.

7 Consúltese los subsiguientes artículos de J.M. Tellezgirón entre el 22 y el 24 de marzo de 1972 en el mismo periódico.

8 Artículo de Sara Moirón aparecido en «Diorama de la Cultura» suplemento dominical de Excélsior el 15 de diciembre de 1974.

9 Artículos recopilados en el folleto: ¡Este mundo nuestro! Ediciones Rialp Mexicana México, 1970.

FIN

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1 Responses to EL OPUS DEI, Jean Saunier (Libro)

  1. Cristina Anaya dice:

    La escuela Maddox, de Ciudad Satélite, no pertenece al Opus Dei sino a la legión de Cristo

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