Encuesta realizada entre 1970 y 1974
ROBERTO REYES MORALES Abogado. Madrid.
A su pregunta de las razones por las que no pertenezco al Opus Dei, contesto del modo siguiente:
Siento un sincero y profundo respeto por cuantos, en aras de una idea, se sacrifican, dan o renuncian. Y desde niño he buscado -y a veces encontrado- la cara de Dios en quienes hacen de su vida un permanente servicio al prójimo, que es el mejor modo de servir a Aquél. Jamás aprobé apetencias distintas en cuantos, de modo voluntario, juran votos que les entregan totalmente a ese servicio.
Reconozco que en la sociedad de nuestro tiempo cabe servir a Dios, y, por tanto, al prójimo, de mil maneras y desde cualquier puesto o lugar. Pero entiendo que la sentencia evangélica: «dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», no significa tan sólo respecto al poder constituido, sino incompatibilidad entre apetencias materiales y vida solamente dedicada a Dios. Y que esta incompatibilidad es más acusada aún en la actualidad, por la complejidad, dificultad y absorción que tienen y obligan las tareas de mando y dirección, tanto en lo que llamaremos sector público como en el privado.
Dicha incompatibilidad, sin perjuicio de la presencia, testimonio y ausencia de privilegios que reclaman hoy las tendencias postconciliares al que entra en religión, parece más acentuada en el momento presente, por ser cada vez más unánimemente compartida la idea de diferenciar claramente, separándolos, los campos y las jurisdicciones de la Iglesia y del Estado.
Por esto considero muy difícil que pueda resultar compatible con la absoluta dedicación a Dios -denominador común de toda Orden religiosa-, la presencia activa, tanto en la vida pública como en las finanzas o en los negocios, con toda su corte de habilidades, zancadillas y decisiones que se adoptan a veces retorciéndose el corazón, sólo porque así lo exigen la mente, la caja o el estómago, que también cuenta. Y si alguien, por su excepcional talento, consigue alcanzar ambos objetivos sin erosionarlos, quien lo vea y lo juzgue no podrá fácilmente explicárselo; y menos aún si es español, pues la radicalidad de nuestras exigencias en cuantos entran en religión, bien las sabemos todos.
En síntesis; que no considero admisible que una Orden religiosa -y el Opus Dei lo es-, deje a sus miembros «estar» en el mundo y tomar parte en su juego, cuando en la dura sociedad de nuestros días la vida es unas veces sacrificio, pero, las más, lucha despiadada, como si fueran personas corrientes y molientes no vinculadas por juramentos y votos religiosos. Esto, de otra parte, creo que da pie a que en daño de la propia Obra y de cuantos honestamente la sirven, puedan acercarse a ellas personas que, más que salvar sus almas, persigan inconfesadas apetencias de especie no espiritual, sobre todo cuando el Opus Dei parece haber logrado ejercer influencia en un considerable número de sectores de la vida nacional.