Opus Dei: Una Fábrica de Inmaduros

enero 23, 2009

nina

OPUS DEI: UNA FÁBRICA DE INMADUROS

Iván de ExOpus

ÍNDICE

  1. La Madurez Humana
  2. Lo Que Quiere El Opus Dei
  3. El Infantilismo En El Opus Dei
  4. La Inmadurez Como Condición Para Ser Del Opus Dei
  5. Inmadurez Para Formar Una Familia
  6. Inmadurez Por Control Intelectual
  7. Inmadurez Por Control De Los Afectos
  8. Inmadurez Por Control De La Conducta
  9. Inmadurez Por Control Económico
  10. Inmadurez Espiritual
  11. La Inmadurez Por Baja Autoestima
  12. Manifestaciones De Baja Autoestima
  13. Inmadurez Y Fobias
  14. Conclusiones

Posterior
ExOpus


Inmadurez Por Control De La Conducta

enero 23, 2009

nina

OPUS DEI: UNA FÁBRICA DE INMADUROS

VIII – Inmadurez Por Control De La Conducta

Iván de ExOpus

Aparte de otros factores, como dijimos antes, para desarrollarse en cualquier campo se necesita un enfrentamiento a situaciones diversas. El choque con la realidad es lo que permite actualizar las capacidades latentes para ponerlas a punto. Las piernas del niño han de chocar una y otra vez, millones de veces, con el suelo para que sus músculos se desarrollen hasta adquirir la madurez necesaria para caminar. En la vida profesional hay que chocar con un gran número de situaciones diversas para adquirir lo que vulgarmente se llaman “tablas”: la madurez profesional que capacita para resolver cualquier situación nueva que se presente. Por el contrario, los músculos de las piernas de un niño se atrofiarán si le mantenemos siempre sentado con lo que haremos de él un incapacitado para andar; si no se acierta y falla la cantidad de veces necesarias no se madura en el trabajo. Y lo mismo que en estos ejemplos lo podemos observar en cualquier otro campo que contemplemos.

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Conclusiones

enero 23, 2009

nina

OPUS DEI: UNA FÁBRICA DE INMADUROS

XIV – Conclusiones

El Opus Dei busca hacer de los suyos clones de su Fundador para lo que selecciona a los que son adolescentes y en adelante les mantiene en el máximo grado de inmadurez que le permite manipularlos sin resistencia. La praxis de la Obra lo hace manteniendo a sus adeptos en un estado de infantilismo interior a través de una acción institucional que provoca inmadurez psicológica, afectiva y espiritual, así como baja autoestima. No es difícil de imaginar que es un medio muy eficaz para crear esclavos psicológicos, pero también, con el tiempo, grandes enfermos, sobre todo de tipo mental.

Es difícil hacer que alguien se reconozca como un inmaduro cuando lo oculta su porte, inteligencia, grados académicos, etc. Puedo entender que algunos o muchos de la Obra que me lean consideren mis trabajos como insultos, sobre todo cuando están hechos a escuchar allí que el Opus Dei es absolutamente perfecto. Pero les pido que recapaciten. Lejos de mí herir a nadie. No les arrojo aisladamente las conclusiones sino que las acompaño con su porqué. Cuando algo negativo se demuestra nunca es un insulto sino un medio para erradicarlo que los sabios de verdad nunca desprecian. Con esa esperanza finalizo este libro.

FIN

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Testimonios de Miguel Fisac Sobre el Opus Dei

septiembre 12, 2007

Miguel Fisac

Iván

Los biógrafos oficiales del Opus Dei suprimen de su historia a todos aquellos que dejan la Institución. Y no escapa a esta norma, de dar la muerte civil a todo aquel que deja de someterse a su «santa coacción» y les abandona, ni siquiera aquellos que fueron piezas esenciales para el nacimiento y ulterior desarrollo del Opus Dei

Éste es el caso de Miguel Fisac, arquitecto de talla universal y persona de una integridad moral irreprochable al que el propio Fundador del Opus Dei debía literalmente la vida, puesto que fue Fisac, con el dinero de su padre y con su esfuerzo personal, quien le ayudó a pasar de una a otra España durante la Guerra Civil, junto a varios miembros más de la Obra.

Miguel Fisac no aparece en ninguna de las biografías oficiales de Escrivá porque terminó saliéndose del Opus Dei, tras 19 años de ayudarle intensamente con su vida y dinero.

Podemos comprobar este hecho de olvido planeado con los dos textos de abajo. En el primero se refieren a él con un inidentificable Miguel, un estudiante, antiguo alumno de la Academia DYA, y en el segundo ni se le nombra.

Aquí van las citas.

A eso del mediodía, don Josemaría sube al autobús que va a Seo de Urgel. Le acompañan Juan Jiménez Vargas, Pedro Casciaro, Francisco Botella, José María Albareda -el joven doctor en farmacia y química que ha asistido unas semanas antes, en Madrid, a los ejercicios espirituales dados por el Padre, y que ha pedido enseguida formar parte del Opus Dei- y Miguel, un estudiante, antiguo alumno de la Academia DYA (Al paso de Dios, Capítulo 13. François Gondrand).

El 7 de octubre partieron hacia Valencia. Acompañaban a don Josemaría, Juan Jiménez Vargas, José María Albareda, Manolo Sainz de los Terreros -en cuya casa de la calle Sagasta había pasado el mes de agosto de 1936- y Tomás Alvira, un profesor de Instituto, amigo de José María Albareda, al que había conocido hacía pocos días.

En Valencia se encontraron con Pedro Casciaro y Francisco Botella, dos estudiantes de arquitectura que pertenecían a la Obra. Los dos estaban dispuestos a acompañar al Padre, aunque en aquel momento no se veía la forma de hacerlo. Estaban movilizados y destinados a servicios auxiliares en el ejército republicano. Pedro trabajaba en la oficina de la Dirección General de los Servicios de la Remonta (El fundador del Opus Dei, Capítulo 6. Peter Berglar).

Esta omisión metódica e institucional nos lleva a agrupar los testimonios que Miguel Fisac ha dado sobre el Opus Dei y su Fundador, para evitar con ello que su memoria y obras sean realmente olvidadas.

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ÍNDICE

Miguel Fisac, ¿Por Qué No Es Usted Del Opus Dei?

Nunca Le Oí Hablar Bien De Nadie

Mentiras Bajo La Piadosa ‘Caridad Cristiana’

Respuestas De Miguel Fisac A Las Preguntas Del OPUS DEI AWARENESS NETWORK (ODAN).

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Miguel Fisac, ¿Por Qué No Es Usted Del Opus Dei?

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Encuesta realizada entre 1970 y 1974

MIGUEL FISAC. Doctor Arquitecto. Madrid.

Desde 1955 en que, por propia voluntad y no sin trabajo, conseguí salir del Opus Dei, no tengo ningu­na clase de vinculación con él.

Como en diferentes ocasiones se han publicado no­ticias que pretendían vincular mi salida del Opus Dei con mi matrimonio, quiero aclarar que a mi mujer me la presentaron después de salir de la Obra, y al año y medio nos casamos, y ella en ningún momento ha tenido ninguna clase de relación ni vinculación con el Opus Dei.

Nunca en el instituto tuve ningún cargo de dirección, y lo único que hice fue trabajar intensamente en mi profesión y padecer un auténtico martirio espiritual hasta mi salida; por ser muy inclinado a los escrúpu­los de conciencia.

Los trabajos de arquitectura que en aquellos años realicé, me han servido para mi desarrollo profesio­nal, pero no más que los que libremente habría reali­zado en aquella época de intenso trabajo, y ha sido des­pués de mi salida del Opus Dei cuando he realizado más obras y creo que de mayor interés.

He continuado teniendo amistad con algunos de los miembros del Opus Dei que convivieron conmigo, que en algunas ocasiones me han invitado a colaborar en algunas publicaciones y he aceptado la invitación, lo mismo que he aceptado también los ofrecimientos que me han hecho personas y en publicaciones de muy di­ferentes ideologías; ya que de lo que tengo un deseo concreto es de no encasillarme en ninguna clase de capilla ni grupo religioso, político, económico, etc.

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NUNCA LE OÍ HABLAR BIEN DE NADIE

Cuando Escrivá iba a ser beatificado a principios de la década de los noventa, varios antiguos miembros del Opus Dei, pidieron comparecer en la Causa para aportar su testimonio. La Congregación Vaticana a cargo del proceso de beatificación, -milagrosamente en manos del Opus Dei-, se negó a escuchar a todo aquel que tuviera un punto de vista crítico a la supuesta santidad del protagonista.

Algunos de estos testimonios fueron publicados por la editorial Libertarias/ Prodhufi en un libro titulado Escrivá de Balaguer – ¿Mito o Santo? De él extraemos este testimonio de Miguel Fisac (Nota de Opus Libros).

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En el programa de televisión «La Clave» (7-2-92) yo dije refiriéndome al Sr. Escrivá:

-No recuerdo haberle oído hablar bien de nadie.

Reconozco que era una afirmación muy fuerte. Y el periodista de la Vanguardia, Ricardo Estarriol que había visto al padre Escrivá sólo en visita o, tal vez, en horas de trabajo comentó:

-Yo no dudo de lo que dice Fisac. Pero yo en cambio le oí hablar bien de todo el mundo.

Entonces yo debí explicarle que lo que ocurría es que yo había tratado a este señor más de cerca; en la intimidad. Yo había desayunado con él, almorzado con él, cenado con él y no un día sino muchos días de muchos años. Yo había recorrido España entera, mano a mano con él en coche, habíamos cantado a dúo. Incluso yo le había cargado a mis espaldas, al cruzar los ríos, en el paso del Pirineo, y hasta el día de la famosa rosa de madera que él encontró en Rialp había dormido con él bajo la misma manta. Es decir, que yo no había estado con él en visita.

El periodista, lo mismo que el teólogo Illanes estaban acostumbrados a oír lo que el padre decía, pero de cara a la galería, como se ha podido ver en los vídeos que le grabaron para presentarle al público en los últimos años de su vida.

Yo fui uno de los 20 o 25 primeros que entraron en el Opus Dei. Por más señas: el 29 de febrero de 1936.

Durante la República hubo en España persecución religiosa y eso me creó bastante intranquilidad; lo mismo que a otros jóvenes como yo. Me acuerdo de la Semana Santa en que tirotearon las procesiones en mi pueblo, en Daimiel, resultó desagradabilísimo. Yo volví muy excitado a Madrid, a la pensión donde también se hospedaba un amigo, Pedro Casciaro, que estudiaba la carrera de Arquitectura como yo. Recuerdo que él me dijo:

-Me he encontrado con un sacerdote interesante y querría presentártelo.

Y me llevó a la residencia DYA, a la calle de Ferraz, 50. Allí conocí a este señor que estuvo muy amable conmigo. Después, seguí viéndole de vez en cuando. Èl nos daba unas charlas, nos comentaba algo sobre el Evangelio y luego asistíamos a la bendición y reserva del Santísimo.

Aquel ambiente era simpático y todos los de su alrededor me parecieron muy agradables. Tenía todo aquello un aspecto de renovación religiosa. Se trataba, según decían, de volver a vivir la fraternidad de los primeros cristianos.

Sin embargo, cuando el Sr. Escrivá después de muchas historias y sin aclararse nunca -pues todo era muy secreto- me contó que eso tenía más fondo, me dio miedo y me dije:

-Yo aquí no me meto de ninguna manera.

Yo nunca hubiera dicho que quería entrar en ninguna parte, lo que sucedía es que yo estaba dispuesto a ayudar al que me lo pidiera. Y me dijeron que si podía pintarles un cuadro para el comedor y se lo pinté y luego otra cosa y otra. Vamos, que yo estaba en la mejor disposición.

Pero un día ingresaron allí dos de los amigos que estudiaban conmigo, Pedro Casciaro y Paco Botella y una vez dentro empezaron a tirar de mí de una manera tremenda. El Sr. Escrivá comenzó a ser mi director espirtual.

-No te preocupes, me decía.

-Yo estoy dispuesto a ayudar, pero nada más, insistía yo.

-Bien, no te preocupes, me repetía él.

Un día me llamó Pedro Casciaro y me dijo que el Padre quería verme.

Yo fui algo preocupado porque unos días antes a mi hermano le había tocado la lotería y me figuré que me iba a pedir dinero. Pero al llegar me metió en su despacho y me dijo:

-Miguel, yo creo que tú tienes vocación.

Y no supe decirle que no. La realidad es que yo no quería entrar allí y estuve como un imbécil. Y desde el principio quise salirme o morirme.

Una de las cosas que el Sr. Escrivá repetía constantemente, como una actitud de lealtad, era que no debíamos confesarnos fuera de allí: «La ropa sucia en casa se lava», -nos decía. Y yo me sentía deseperado. Bien es verdad que no hice nada de proselitismo. Si yo quiero marcharme, pensaba para mis adentros, ¿cómo voy a decirle a nadie que entre? Una sola vez lo hice y me duele. Un día que fuimos a Valencia Álvaro Portillo y yo, me dijeron que les echara una mano con un chico que andaba casi convencido para entrar. Aunque yo no estaba por la labor, le hablé y él dijo que sí. Luego me sentí mal por haberle coaccionado. Se trataba de Federico Suárez, el que es ahora capellán de la Casa Real. Me gustaría poderle pedir perdón por haberme prestado a aquello.

Permanecí en el Opus durante muchos años. El ambiente interno era agradable, la gente se ayudaba y se encontraba uno muy cómodo. Todos teníamos una formación cultural parecida y de buena educación.

Sin embargo, los actos de piedad eran excesivos. A mí me agobiaban porque tenían que hacerse continuamente: el ofrecimiento de obras, media hora de oración, la Misa y la Comunión, el Angelus, tres partes de rosario, etc. y cuando terminabas el día y hacías el recuento de obras te habías saltado varias de ellas. Pero nunca te preguntabas: ¿qué he hecho yo por mi prójimo?

En vez de pensar que no había hecho nada por el prójimo, pensaba en que me había olvidado la lectura espiritual o el examen o no se qué oración. Todo eso me hacía sufrir porque yo era muy escrupuloso.

En seguida de terminar la carrera empecé a trabajar. Esto sí que me gustaba y absorbía mucha parte de mi tiempo. Nunca tuve ningún cargo interno en la casa ni quise tenerlo.

En cuanto a lo del sacerdocio era una cosa muy dura. El Sr. Escrivá llegaba y decía:

-Tú cura y tú no.

Conozco a algunas personas que quisieron ser sacerdotes y él no lo permitió. Vincente Rodíguez Casado, catedrático de Historia al que se conoció después por su cargo de Director General, tenía vocación de sacerdote y no lo fue. Tampoco el ingeniero de Caminos Fernando Valenciano, que tenía una gran vocación, pudo serlo. En cuanto a mí, el Padre conocía mi postura claramente negativa y me prometió, como una excepción, que no me haría ser cura.

-Te prometo que no serás sacerdote, me aseguró.

Yo me quedé más tranquilo. Pero aún así cuando se planteó el problema de los primeros sacerdotes (Álvaro Portillo, José Luis Muzquiz, José María Hernández Garnica, Ricardo Fernández Vallespín) yo estaba muy violento y temí que me lo propusiera.

En el Proceso de Beatificación del Sr. Escrivá, varios sacerdotes del Opus Dei me han descalificado, diciendo que mi conducta era contradictoria, propia de mi inestabilidad emocional con temperamento desequilibrado con ideas obsesivas y manía persecutoria. No entiendo por qué, entonces, el Sr. Escrivá me escribía cartas de cuatro hojas nombrándome socio elector, categoría que él daba a muy pocos. En esa carta, escrita a mano por él, después de elogiar mi labor dentro de la Obra, me obligaba a ser uno de los que votara para elegir al siguiente Presidente del Opus Dei cuando él muriera.

Por supuesto, cuando yo salí del Opus Dei, el propio Padre le mandó a Antonio Pérez para que yo le devolviera aquella carta, cosa que yo hice en el acto.

También recuerdo que un día me llamó y me explicó que aunque no fuera sacerdote deseaba que yo formara parte de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.

-Quiero que pertenezcas, como excepción, a esta Sociedad, me dijo.

Como yo lo que pretendía era marcharme de allí y no atarme más, le contesté:

-¿Puedo decir que no?

-Sí, me dijo él.

-Pues entonces digo que no, le respondí.

Aquella tarde, Álvaro Portillo me comentó que el Padre le había dicho que yo le había dado un gran disgusto.

Desgraciadamente yo desempeñé un papel en la Obra a través de lo que menos me interesaba: el dinero. Se me ha achacado que yo trabajé mucho porque el Opus me proporcionó el trabajo. Eso no es verdad. En aquella época había trabajo de sobra. Salimos diez arquitectos de la Escuela e inmediatamente a mí me ofrecieron varios puestos. El Director General, D. Pedro Muguruza me propuso que me fuera a su despacho y luego, su hermano José María, también lo intentó.

Por aquellos años había muchas construcciones por hacer y además éstas producían mucho dinero. En mi caso concreto yo le daba todo lo que ganaba a la Obra y era el que ingresaba más, pues los otros tres o cuatro que estaban conmigo tenían sueldos de catedráticos que no eran cantidades importantes. Mis honorarios sí que lo eran. También el dichoso dinero fue lo que hizo que vinieran a buscarme, precisamente, a Daimiel. Yo suponía que habían ido a salvarme la vida y luego comprendí que mi padre tenía el dinero para pagar el paso a la zona Nacional por el Pirineo.

Durante los años que estuve en el Opus, yo arrastraba un malestar latente, interior, que hacía que gritara con frecuencia. A veces me indignaba con el Sr. Escrivá y luego iba a pedirle perdón. Él me contestaba quitándole importancia al asunto.

-Pero si no me has dicho nada, me replicaba, no te preocupes.

Yo creía que él y todos los demás me tenían un gran cariño y por eso me dolía coger la puerta y marcharme. Yo les quería de verdad y los sigo queriendo, aunque no he encontrado esa reciprocidad en ellos. Pues para el que se va de allí, la norma es que no existe ya, se ha muerto, o como si fuera un enemigo al que hay que perseguir.

Ahora, he creído en conciencia que tenía la obligación de dar un testimonio y por eso lo doy. Lo paso muy mal escribiendo todo esto. Pero creo que tengo la obligación de hacerlo.

Cuando me planté y dije que me iba de la Obra yo estaba en Madrid, y el Sr. Escrivá en Roma. Antonio Pérez me dijo:

-He hablado con el Padre y me ha dicho que te marches, pero que él quiere hablar contigo antes de que lo hagas.

Cogí el primer avión para Roma y me presenté allí. En el aeropuerto me estaban esperando y como eran las once de la noche me dijeron que me acostara, que durmiera tranquilamente y que al día siguiente oiría la misa del Padre y él hablaría conmigo.

Lo hicimos así, le expliqué que yo no podía continuar. No era nada nuevo para él, se lo había dicho muchas veces. Él me dijo que hablara con Álvaro.

Lo primero que hizo Álvaro, fue comentarme que estaba indignado por la actitud incorrecta que había tenido Pepe Montañés, esa última semana, respecto a un asunto de dinero con mi padre. Yo le contesté que eso que había hecho me había molestado mucho, pero que no tenía nada que ver con mi decisión de salirme. Después, él recordará cuando añadió:

-Miguel, quiero pedirte perdón por las coacciones a que te hemos sometido para que no te fueras, pero has actuado durante todos estos años de forma tan generosa que por eso hemos creído que tenías vocación.

Hice la maleta y cuando me iba Álvaro me dijo:

-El Padre tiene ahora que ir a Viena y me ha dicho que le haría ilusión que lo llevaras tú en el coche.

-Álvaro, le contesté, muchas gracias por el ofrecimiento, pero a donde tengo que irme es a Madrid.

Ellos continuaban actuando con ese vicio que quieren ahora canonizar: La Santa Coacción.

Por fin me vi en la calle. Y respiré. Ese ambiente de secretismo y ese mentir, durante todos los años que estuve en la Obra, siempre me habían agobiado. (Hace unas semanas, yo veía en el programa «La Clave» a esos dos sacerdotes mintiendo). Yo sé que estaban mintiendo y ellos saben que estaban mintiendo. Por eso cuando ¡ya en la calle!, con una maletita, ligero de equipaje, sin un céntimo en el bolsillo, me vi camino de casa de mis padres pensé:

-Bueno, Miguel, aquí hay una cosa clara, primero vas a decir siempre la verdad, que es lo tuyo. Y luego vas a ser bueno en vez de tanta monserga.

Porque, ¿qué es ser bueno? Pues querer a los demás. Nada más.

Desde entonces he procurado documentarme y reeducar mi formación religiosa. O mejor dicho, mi sentir profundo religioso. Y creo que ahora estoy en mejores condiciones que en las que estaba. En el Opus sólo hay piedad. ¿Es mala la piedad? No, si sirve y ayuda a la fe. Sí es mala si se la presenta como solución para todo.

Los conocimientos sobre los que estaba fundada toda la estructura espiritual del Opus Dei se basan en la percepción, no aclarada nunca, del Sr. Escrivá, de que un día y en un lugar determinado, Dios le había dado a conocer la labor que tenía que realizar: la santificación del trabajo ordinario, poner a Jesucristo en la cúspide de las actividades humanas, etc., etc. Esto se lo oí referir al Sr. Escrivá muchas veces. Una de ellas cuando él y yo pasábamos por la acera de delante del convento de los P.P. Paules de la calle de García de Paredes, en donde él había tenido esta experiencia.

Consideraba de la máxima trascendencia sobrenatural el fenómeno, pero no se aclaraba ni tampoco daba ninguna clase de detalles. Yo supongo que esta cuestión tiene que haber sido analizada por especialistas y debería darse a conocer a los fieles sin seguir dejándolo como un misterio, pues es la clave de la fundación del Opus Dei.

Esta actitud del Sr. Escrivá de presentar el supuesto misterio, como sobrenatural, la fomentó él para que se hiciera extensiva a todo lo que él hacía y decía aunque en algunos casos lo que hacía y decía estuviera en contradicción. Y después todo lo que dice y lo que hace el Padre aunque este decir y hacer esté en contradicción, será recibido por sus hijos como palabra de Dios.

Cuando yo le escribí al Cardenal Tarancón, diciéndole que quería declarar en el Proceso que se estaba llevando a cabo le explicaba que no era fácil describir la figura de este señor. Pues era una persona muy compleja porque él jugaba con dos barajas. Es decir que corrientemente jugaba con la baraja con la que jugamos todos al realizar nuestros actos. Pero él tenía además la baraja sobrenatural y de vez en cuando echaba una carta de esta baraja y creaba una visión equivocada.

Por ejemplo yo, que durante los últimos tiempos, viví en la casa de Diego de León, 14 con Álvaro Portillo, Antonio Pérez, Luis Valls, Florentino Pérez Embid y alguno más, recuerdo que el Padre comía y cenaba en el comedor principal con nosotros y no había ninguna fiesta importante en el Opus que él no aguara, ya fuera Nochebuena o cualquier otra. De pronto se enfadaba, no sabíamos por qué, y se metía en su cuarto dejándonos allí tirados. Eso era algo habitual en él. No sabíamos nunca cómo iba a reaccionar ni nos daba ninguna explicación. Supongo que él creía que tenía que hacerlo así por una razón de tipo ascético.

Lo mismo ocurría con las chicas. Él las tenía muy lejanas y les hablaba siempre en plan de padre. Pues bien, de repente echaba una carta de esas y a las pobres las descomponía. Por ejemplo, les obligaba a hacer una tortilla francesa una y otra y otra vez, porque decía que no estaban en su punto.

Alguien se figurará que el Sr. Escrivá tenía un paladar exquisito, pero yo creo que les provocaba para que ellas tuvieran paciencia, como ocurre en esas historias de conventos en donde el superior incordia e incordia para dar más lustre e esta virtud. Por eso querer conocerle a fondo resultaba dificilísimo porque nos enredaba sin saber por qué.

Me acuerdo que un día vino a Madrid un cura de Barcelona, que dirigía a muchos chicos jóvenes. Yo creo que alguna vez se habían escrito los dos. Y el Padre, al saber que venía este señor a conocerle me comentó:

-Ha venido a ver al bicho. Vamos a darle un paseo en coche.

Y desde el primer momento él procuró comportarse de una manera absurda para escandalizarlo. Me dijo que cantara unas canciones de Conchita Piquer que él tarareó, tuvo una conversación intrascendente, nos llevó a cenar a un restaurante de lujo y cuando volvimos y dejamos a aquel pobre cura todo asustado, él se echó a reír viendo el desconcierto que le había producido.

Desde luego, él creía que era un elegido por Dios y que estaba condenado a ser un santo.

Es extraño que con el paso de los años se dejara llevar de una serie de vanidades que siempre le habían parecido mal y que yo le oí reprobarlas.

Curiosamente, había una serie de hechos en su vida más o menos parapsicológicos que él procuraba no comunicar a nadie o a casi nadie. Yo fui testigo de excepción en alguno de ellos.

Durante la guerra, un día, al llegar a Burgos me contaron que un señor importante de allí se había dado cuenta de que el padre de Pedro Casciaro era uno de los jefes socialistas de Albacete y a pesar de ello, éste tenía un buen enchufe en la oficina de reclutamiento del General Orgaz, mientras que su hijo estaba en primera línea en el frente. Había que ir a visitarlo y tranquilizarle para que no hiciese ninguna denuncia. Y como yo iba con mi uniforme de oficial recién estrenado, me pidieron que fuera yo a hablar con su mujer y el Sr. Escrivá iría a verle e este señor y a convencerle para que no denunciara a Pedro. Y cuando yo llegué a ver a aquella señora, ella se puso histérica, dijo que Pedro era un rojo y que lo iba a pagar y nos echó de mala manera.

Cuando nos encontramos de nuevo en el hotel Sabadell con el Padre, yo le conté que me había descompuesto y que lo había hecho muy mal y él nos comentó:

-Pues si os sirve de consuelo yo lo he hecho peor. Este señor se ha puesto como un basilisco y hemos terminado a farolazos.

Después de comer, Pedro Casciaro y Paco Botella se marcharon a su oficina, Albareda se fue también y yo me quedé solo con el Sr. Escrivá. Entonces él, puesto en el mirador de la habitación del hotel, murmuró:

-Mañana morirá el hijo de este señor.

Aquella frase me dejó estupefacto y estuve en silencio. Nos pusimos a escribir y a hacer nuestras cosas hasta que hacia las siete de la tarde él me propuso dar una vuelta:

-Si quieres podemos ir a la catedral a hacer la visita al Santísimo.

Así lo hicimos, y al salir de la catedral, en una esquina donde se pegaban las esquelas, vimos que estaba apuntado el nombre del señor con el que él había estado discutiendo por la mañana. (El Sr. Escrivá había dicho que moriría el hijo y allí ponía que era el padre).

No hagas ningún juicio -me advirtió- vamos a pedir por él.

Después el Sr. Escrivá me explicó sin aclararse muy bien, que él lo que había entendido era: «Mañana entierro» y que por eso, se había figurado que el que estaba en el frente era el que iba a morir.

¿Aquello fue una premonición? No lo sé, premoniciones de esa clase las tiene mucha gente. Pero en su fuero interno el Sr. Escrivá tenía la idea de que era un predestinado.

Recuerdo que me hicieron escribir esta experiencia para la posteridad como si se tratara de algo sobrenatural, y hubiera que demostrar, en un futuro, los poderes del Padre.

En los primeros tiempos el Sr. Escrivá había dicho que se le tuteara; pero más tarde comprobó que sus hijos le perdían un poco el respeto y retrocedió, empezó a ponerse más distante. Cuando yo llegué ya era un hecho el llamarle Padre.

Desde pequeño él había tenido un gran complejo de inferioridad, al ver despreciada a su familia y, por ello, perdió el control. Los títulos, los marquesados, los escudos nobiliarios le pirriaban. Cuando logró trabar amistad con la marquesa de Macmaon, hizo grandes proyectos. Allí aprendió a poner bien una mesa, a que las sirvientas fueran con cofia almidonada y con guantes, a que todo estuviera perfectamente elegante. Realmente, los grandes de España le impactaban.

Lo de solicitar el título de Marqués de Peralta, yo me figuro -porque algún comentario le oí- que fue para poder aspirar a presidir la Orden de Malta que creo que exige, por estatutos, que el presidente (maestre o como se llame) sea aristócrata.

Su apellido era «Escrivá» a secas. A él le escuché alguna vez, que cuando era presentado a algún aristócrata con ocasión de su cargo de Rector del Real Colegio de Santa Isabel, le preguntaban: ¿Escrivá de Romani? y él tenía que decir que no, lo cual producía en el auditorio cierta actitud de desprecio. Así que le añadió lo de Balaguer. Por esa misma razón a Álvaro Portillo le hizo ponerse el «del» para darle más tono aristocrático.

A mí me parece que el Sr. Escrivá se justificaba dentro de él, de estas vanidades y grandezas de las que hacía gala, pensando que tenía que aparecer siempre como una persona importante, porque así se le tendría respeto a su Obra. Por consiguiente él no podía ir a un hotel de mala muerte sino a uno lujoso. No podía llevar gemelos baratos sino de oro. Y siempre que hacía ostentación de algo procuraba jugar con la carta sobrenatural porque, si no, no se hubiera encontrado a gusto. Él tranquilizaba su conciencia asegurando que lo hacía por el bien de la Obra.

Él tenía una visión crítica muy dura y hacía juicios negativos de la gente, incluso de su gente. A mí me molestaban su comentarios nada agradables. La crítica de curas, frailes y monjas era constante. A los Jesuitas no los quería. Él se proclamaba ingenuamente anticlerical.

Y fui a Roma muchas veces con él. Le gustaba ir a la Basílica de San Pedro. Se ponía delante de la estatua de San Pedro y decía:

-Creo en la Iglesia a pesar de los pesares.

Y golpeaba su cabeza contra los pies de la imagen y jugaba con la frase: «Aquí yace un español que vivió diez años en Roma y no perdió la fe».

Poco antes de morirse, Tardini le dijo al Sr. Escrivá que Pío XII había pensado hacerles Cardenales a él y a Montini y que él había rechazado ese honor para no dar lugar a que nombrara a Montini; pues éste era un peligro para la Iglesia, y el Sr. Escrivá estaba muy de acuerdo.

Había mucho de contradictorio en el padre Escrivá. Siempre seleccionaba a las personas: decía que los peces había que pescarlos por la cabeza. Escogía a los más listos y desechaba a los otros. Cuando comprendió que no era fácil apoderarse de la Universidad, lo hizo con el Gobierno.

Del milagroso paso por Andorra, yo puedo contar que fue durísimo, pero no milagroso.

Cuando el Padre estuvo con los suyos, refugiado en la Embajada de Honduras de Madrid, acordaron entre todos los que allí estaban, que él debía pasarse a la otra zona. Y como no había nadie que les pudiera ayudar en la zona nacional, decidieron cruzar el Pirineo con la ayuda de unos guías, a los que había que pagar bastante dinero.

Yo, hacía tres meses que había ingresado en el Opus, estaba escondido en la buhardilla de mi casa de Daimiel. Y primero tuve noticias de Paco Botella. Más tarde se presentó Juan Jiménez Vargas a buscarme. Aquel era un acto heroico que me emocionó, él estaba jugándose la vida por mí. Luego, mucho más tarde, comprendí que le habían mandado a Madrid para que consiguiera el dinero necesario para poder pagar a los guías, y debió de decirle Isidoro Zorzano que yo posiblemente lo podría tener. Por eso, Juan fue a Daimiel. A mí me impresionó su valentía. Mi padre sacó, de donde pudo, creo que treinta y siete mil pesetas, que nosotros llevamos a Barcelona. Desde allí, después de más de un mes sin documentación y un peligro tremendo, pudimos escapar hacia Francia.

El grupo estaba constituido por el Sr. Escirvá, Paco Botella, Pedro Casciaro, José M.ª Albareda, Tomás Alvira, Juan Jiménez Vargas, Manuel Saiz de los Terreros y yo. En total éramos ocho. Pero como éste último y yo nos salimos más tarde de la Obra, los biógrafos nos suprimieron y desde entones se dijo que habían sido seis.

Escrivá no era franquista, cuando le convenía ver a Franco, decía unas amabilidades y cuando le pidieron que le diera unos Ejercicios Espirituales a él y a Dña. Carmen, lo hizo. Y lo hacía bien. En aquellas primeras épocas sabía llegar a la gente. Cuando estaba delante de una mesita en el oratorio, lo hacía bien. Eso no tiene nada que ver con esas grabaciones teatrales que nos han dado después en la televisión y que producen vergüenza. No se cómo pudo cambiar y engreírse tanto.

Era de un exclusivismo tremendo. Por eso ha hecho de la Obra, una secta. La última vez que yo vi a Paco Botella le dije:

-Mira, Paco, sois una mafia.

-Pero Miguel, ¡qué cosas me dices!, me contestó él.

Yo creo que el pobre tenía el dolor de comprender que sí, que en efecto lo era.

Nos dimos un abrazo y se despidió. Al mes siguiente murió. En la esquela del periódico ponía catedrático, pero no sacerdote, me extrañó.

Cuando en el año 1955 salí de la Obra, fue como si me hubieran quitado un peso de encima. ¡Al fin liberado! Pero como el Padre no quería que me fuera, le escribió una carta a mi confesor, Paco Botella, para que él me la leyera, en la que decía: «Siento que Miguel quiera marcharse porque va a sufrir mucho y va a ser un desgraciado»

El camino estaba inexorablemente trazado: Miguel sufriría mucho y sería un desgraciado. Y aunque la realidad de los hechos haya dicho lo contrario, porque a mi, además de casarme un año y medio después de mi salida, y tener una mujer y unos hijos estupendos, (a ella me la presentaron tres meses después de estar ya fuera de la Obra) todo me fue perfectamente y mi trabajo profesional se desenvolvió con gran éxito.

Pero el Sr. Escrivá nunca quiso darse por enterado de mi buena suerte y aunque me escribía cartas muy amables, nunca quiso enterarse de mi matrimonio ni de que existían mis hijos. Porque yo, según sus predicciones no podía ser más que un desgraciado. Y los seguidores de Escrivá, como buenos seguidores, eso sí, hicieron lo posible para que la profecía se cumpliera. Pero a pesar de todo no lo consiguieron. Ni tampoco pudieron borrar mi nombre de entre los vivos.

Todo hombre tiene en esta vida contratiempos y horas de dolor.

Yo los tuve también al morir mi hija de seis años y medio. Esta desgracia sirvió para que el día de su entierro aparecieran por mi casa dos sacerdotes del Opus Dei que, en lugar de rezar algún responso y decirme unas palabras de consuelo, hicieron unos aspavientos extraños y en voz baja me dieron a entender que aquella muerte era un castigo de Dios. De Roma donde estaban entonces el Sr. Escrivá y Álvaro Portillo no me llegó nada; ni una carta ni un recuerdo.

Monseñor Echevarría dice en el Proceso de Beatificación que a mí hay que rechazarme porque me obstino en ver persecución donde no hay más que caridad.

Cuando a lo largo de mi ya larga vida profesional, me fui tropezando con actitudes que no comprendía, siempre al indagar a fondo, me encontraba con algo o alguien que estaba relacionado con el Opus Dei.

Primero, intentaron repescarme y como me negué a ello, se dedicaron a perseguirme. Me han hecho tantas faenas, que puedo parecer que cuento todo esto por venganza, pero yo no tengo ni he tenido ningún resentimiento.

Ante esta molestísima situación, pensé que la correcta posición de un católico era la de decirlo a la Iglesia. Busqué alguna autoridad eclesiástica de Roma a la que yo conociera y a la que pudiera pedir consejo. Y en 1977 me puse en comunicación con el Obispo D. Maximino Romero de Lema, le fui a visitar, y me recibió.

Le conté la situación en la que me hallaba, le entregué una lista con los nombres y las faenas que me habían hecho los señores del Opus Dei. El las estudió con todo detenimiento y me dijo que aquello había que arreglarlo inmediatamente y que la mejor manera de hacerlo era que yo llamara a Álvaro Portillo y que pidiera verle diciéndole que me lo había indicado el Sr. Obispo, al que él conocía mucho; puesto que los dos formaban parte de comisiones de la curia romana. Entonces le telefoneé a Álvaro y se lo dije y él me contestó:

-Por Dios, Miguel, para hablar conmigo no necesitas que te recomiende nadie. ¡Ven ahora mismo!

Aquella misma tarde estuve con él y le expliqué que el Opus Dei me estaba persiguiendo y le di una serie de pruebas y de nombres. Como él necesitaba hablar de este asunto con D. Florencio Sánchez Bella, consiliario entonces de España, le iba a mandar que fuera enseguida a Roma, por lo que me pidió que volviera a la mañana siguiente, y así lo hice. Al otro día, seguimos hablando y al despedirme me dijo:

-Miguel, vete tranquilo, que yo daré orden de que no se te persiga.

¡Y decían que tenía manía persecutoria!

Todas estas cuestiones de persecución o de comportamientos que con cierto eufemismo podríamos llamar «más bien poco cristianos» se hacen no solamente a mi por supuesto, responde a una actitud general en la Prelatura del Opus Dei.

En este momento el que beatifiquen o no al padre Escrivá me parece que no tiene mucha importancia. Estoy dispuesto a aceptar el tristísimo argumento que utilizó Benito Bardinas en «La Clave» al decir que, cada día el santoral nos presenta catorce o más santos desconocidos y que contar con uno más, no parece que sea motivo de tanta preocupación. Pero lo que sí es muy peligroso, a mi manera de ver, es que aparejada a esa beatificación va unida la canonización de dos grandes vicios humanos que son la intransigencia y la coacción que el padre Escrivá canoniza elevándolos a la categoría de la Santa Intransigencia y la Santa Coacción.

Miguel Fisac

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Mentiras Bajo La Piadosa ‘Caridad Cristiana’

Miguel Fisac*

Polémica Beatificación Del Fundador Del Opus Dei

*Miguel Fisac es doctor arquitecto. Permaneció 20 años en el Opus Dei.
EL PAÍS – Sociedad – 20-04-1992

El autor de este artículo, un conocido arquitecto que permaneció 20 años en el Opus Dei, califica de mentiras algunas declaraciones que han hecho sobre su persona directivos del Opus Dei en el proceso de beatificación de Josemaría Escrivá de Balaguer y desvela datos de la personalidad del fundador del Opus.

Al conocer algunos de los escritos sobre el proceso de beatificación del señor Escrivá me he quedado sorprendido ante las mentiras que sobre mi vida y persona pronuncian, con la más piadosa «caridad cristiana», unos sacerdotes que saben que están mintiendo.Yo pretendería algo más importante que defenderme; pretendería ayudar a descubrir la falta de veracidad de esas declaraciones que han servido de base a unas conclusiones que pueden acarrear una gran responsabilidad a la Iglesia.

Los ataques a mi persona que propagan, ellos saben que son falsos. Algunos miembros del Opus Dei que aún viven lo saben muy bien, y ellos pueden y tienen la obligación de confirmarlo.

Estos testigos son, en primer lugar, Álvaro Portillo.

Yo le tengo afecto a Álvaro. Él ha conocido toda mi trayectoria espiritual, desde antes de la guerra civil española hasta el día que me marché de la Obra. Él recordará muy bien que ese día me dijo: «Miguel, quiero pedirte perdón por las coacciones a que te hemos sometido para que no te fueras, pero has actuado durante todos estos años de forma tan generosa que, por eso, hemos creído que tenías vocación». Otras personas que me conocen bien son Antonio Fontán, Pedro Casciaro y Antonio Pérez. Éste último ya no pertenece a la Obra.

Los cimientos sobre los que está fundada toda la estructura espiritual del Opus Dei se basan en la percepción, no aclarada nunca, del señor Escrivá, de que un día y en un lugar determinado, Dios le había dado a conocer la labor que tenía que realizar: la santificación del trabajo ordinario, poner a Jesucristo en la cúspide de las actividades humanas, etcétera. Esto se lo oí referir al señor Escrivá muchas veces. Todo lo que dice y lo que hace el Padre, aunque este decir y hacer esté en contradicción, será recibido por sus hijos como palabra de Dios.

Desgracias

Y cuando un infeliz como yo se empeñó en irse de la Obra, como el Padre no quería que me fuera, le escribió una carta a mi confesor, Francisco Botella, para que él me la leyera, en la que decía: «Siento mucho que Miguel quiera marcharse porque va a sufrir mucho y va a ser un desgraciado».

El camino estaba inexorablemente trazado: Miguel sufriría mucho y sería un desgraciado. Y aunque la realidad de los hechos haya dicho lo contrario, porque a mí, además de casarme un año y medio después de mi salida, y tener una mujer y unos hijos estupendos (a ella me la presentaron tres meses después de estar yo fuera de la Obra), todo me fue perfectamente y mi trabajo profesional se desenvolvió con gran éxito. Pero el señor Escrivá nunca quiso darse por enterado de mi felicidad y, aunque me escribía cartas muy amables, nunca quiso enterarse de mi matrimonio ni de que existían mis hijos. Porque yo, según sus predicciones, no podía ser más que un desgraciado. Y los seguidores de Escrivá, como buenos seguidores, eso sí, hicieron todo lo posible para que la profecía se cumpliera; como luego diré. Pero a pesar de todo no lo consiguieron. Ni tampoco pudieron borrar mi nombre de entre los vivos, como los biógrafos de Escrivá han pretendido hacer.

Todo hombre tiene en esta vida horas de dolor. Yo las tuve también al morir mi hija de seis años y medio. Esta desgracia sirvió para que el día de su entierro aparecieran por mi casa dos sacerdotes del Opus Dei, que, en lugar de rezar algún responso y decirme unas palabras de consuelo, hicieron unos aspavientos extraños y en voz baja me dieron a entender que aquella muerte era un castigo de Dios. De Roma, donde estaban entonces el señor Escrivá y Álvaro Portillo, no me llegó nada; ni una carta ni un recuerdo.

Ciñéndome ya a los escritos que se han dado a conocer. El promotor de justicia del tribunal de Madrid pone de manifiesto, para excluirme del proceso, mi conducta contradictoria, propia de mi inestabilidad emocional y temperamento desequilibrado, con ideas obsesivas y manía persecutoria, etcétera. Un individuo de esta catadura claro que no debe declarar. Pero mucho menos debe de figurar como socio numerario elector: el máximo grado en la categoría de socios del Opus Dei.

Pues bien, yo, Miguel Fisac Serna, ese personaje tarado al que hace referencia el señor promotor de justicia del tribunal de Madrid, recibió un día una carta de cuatro páginas escritas a mano por el señor Escrivá, en la que, después de elogiar mi labor dentro de la Obra, me nombraba socio elector, categoría que tenían muy pocos y que obligaba, una vez conocido el fallecimiento del presidente, a ir a Roma y votar al nuevo presidente vitalicio.

Por supuesto, cuando yo salí del Opus Dei, Antonio Pérez me dijo que el Padre quería que le devolviera la carta, cosa que hice en el acto, como él puede confirmar.

De las alusiones explícitamente dirigidas contra mí que monseñor Echevarría (autoridad muy relevante ahora del Opus Dei) hace en el proceso, hay dos redactadas con una ambigüedad oscura y mal intencionada. Una dice: «Cometía grandes imprudencias»; la otra: «Empezó a dar a entender que había más problemas de costumbres que de cabeza». ¿Cuáles son esas grandes imprudencias? ¿Cuáles son esos problemas de costumbres?

Yo exijo, si este señor es una persona seria, que diga con toda claridad qué quiere dar a entender con esas ambiguas alusiones que tienden a que se piense en auténticas aberraciones. De no hacerlo así, demostrará que es un vulgar mentiroso y habrá que, pedirle responsabilidades por vía judicial.

Persecución

Monseñor Echevarría dice, por último, «se obstina en ver una persecución donde no ha habido, ni hay, más que caridad». En mi ya larga vida profesional¡ me fui tropezando con actitudes que no comprendía. Siempre, al indagar a fondo, me encontraba con algo o alguien que estaba relacionado con el Opus Dei.

Ante esa molestísima situación, pensé que la más correcta posición de un católico era la de decirlo a la Iglesia. En 1977 me puse en comunicación con el obispo don Maximino Romero de Lema, y le fui a visitar a Roma. Él me dijo que llamara a Álvaro del Portillo.

Entonces le telefoneé a Álvaro, que me dijo: «Por Dios, Miguel, para hablar conmigo no necesitas a nadie que te recomiende, ven a verme inmediatamente». Aquella misma tarde estuve con él y le expliqué que el Opus Dei me estaba persiguiendo, y le di una serie de pruebas. Como él necesitaba hablar de este asunto con don Florencio Sánchez Bella, consiliario entonces de España, y le iba a ordenar que fuera inmediatamente a Roma, me pidió que volviera a la mañana siguiente, y así lo hice. Al otro día seguimos hablando y, al despedirme, me dijo: «Miguel, vete tranquilo, que yo daré la orden de que no se te persiga». O sea, que no era manía persecutoria.

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MIGUEL FISAC, Dr. ARQUITECTO

20 años de estrecha relación con Escrivá

Fuente: Opus Libros que a su vez lo toma de ODAN (Opus DEI AWARENESS NETWORK, Inc.) 2000

Comprensión de los Primeros Años del Opus Dei

RESPUESTAS DE MIGUEL FISAC A LAS PREGUNTAS DEL OPUS DEI AWARENESS NETWORK (ODAN)

1) Cómo encontró al fundador del Opus Dei Monseñor José María Escrivá de Balaguer. Describa su relación a través de los años.

En 1935, las Autoridades de la República Española realizaban una política de franca persecución religiosa. Esta persecución creaba en los creyentes una reacción de exaltación generosa de deseo de mejorar su cristianismo.

Yo tenía veintiún años. Al regreso a Madrid de una Semana Santa llena de conflictos religiosos, de Daimiel, -mi ciudad natal, en La Mancha-, un compañero de estudios de Arquitectura: Pedro Casciaro, me dijo que un confesor le había presentado a un sacerdote. Este sacerdote le había parecido interesante y quería que yo lo conociera.

Me llevó a la Residencia DYA en la calle de Ferraz n0 50. La Residencia DYA era nombrada así, porque los estudiantes que vivían allí estudiaban «Derecho o Arquitectura». Pero en secreto te decían que significaba «Dios y Audacia».

Esta Residencia funcionaba como una Residencia normal de Estudiantes. Allí vivían algunos que nunca supieron nada del Opus Dei. Otros que llegaron después de haber ingresado en el Opus Dei, y otros que eran residentes corrientes y después fueron del Opus Dei.

A esta Residencia DYA me llevó Pedro Casciaro y me presentó a don José María Escrivá. Un sacerdote joven y simpático, con el que tuvimos una conversación que me gustó. Él me invitó a que volviera por allí.

No se puede sintetizar fácilmente una relación, que se alargó casi veinte años.

Al principio, me encontré en un ambiente agradable, con estudiantes buenos y simpáticos que me fueron acosando, hasta mi ingreso en el Opus Dei en Febrero de 1936.

Sólo llevaba tres meses allí, cuando regresé a mi tierra y se inició enseguida la Guerra Civil Española.

Durante un año, salvé la vida, escondido en un techo de la casa de mis padres. Un miembro del Opus Dei, Paco Botella, me escribió y le contestó mi hermana para no descubrir que yo estaba allí escondido. Y los dos siguieron carteándose como si se tratara de dos amigas.

Un día de Octubre de 1937, se presentó en mi casa de Daimiel un médico de la Obra: Juan Jiménez Vargas. Venía a recogerme con documentación falsa, y nos marchamos, en el tren y de noche, con el dinero que mi padre pudo reunir.

Después de muchas peripecias y con Casciaro y Botella, que se nos unieron en Valencia, llegamos a Barcelona en donde estaba Mons. Escrivá y otros tres más. Y los ocho, después de un mes en Barcelona y otro mes en los montes del Pirineo, nos pasamos por Andorra a Francia y desde allí por San Sebastián, a la llamada Zona Nacional.

Todos los que estábamos en la edad Militar nos incorporamos al Frente. Mons. Escrivá con José María Albareda, Casciaro y Botella -los dos últimos gracias a las gestiones de Escrivá entraron en una oficina de reclutamiento militar- Todos se hospedaron en el modesto hotel Sabadell, en Burgos, en donde estuvieron durante el resto de la guerra. Yo tenia una gran simpatía por ellos, pero me sentía sin vocación religiosa. Lo pasaba muy mal y quise salirme. La guerra había terminado. Mons. Escrivá nos dio unos Ejercicios Espirituales. Él los aplicó muy bien a mi situación. Así que consentí en continuar; pero para mí fue un continuado martirio. Este malestar era mitigado por el ambiente amigable que había allí y por mi gran entusiasmo y dedicación profesional a la arquitectura. Con mi trabajo ganaba bastante dinero, que entregaba íntegramente al Opus Dei.

No hice proselitismo. Ni quise intervenir en asuntos de dirección y de autoridad internos de la Obra. Pero siempre tuve relación de igualdad con los que mandaban en el Opus Dei y vivía con ellos.

2) Cómo encontró a Alvaro Portillo. Describa su relación con él a través del los años.

En el año 1935, había aproximadamente, veinte -en su gran mayoría estudiantes que vivían en la Residencia o pasaban gran parte del día en ella y que ya tenían vinculación con el Opus Dei-. Además se encontraban allí otros residentes que nada sabían del Opus Dei Entre los primeros estaba el estudiante de Ingeniero de Caminos, Alvaro Portillo. Él era de mi edad y entró en la Obra unos meses antes que yo. Vivía, como yo con su familia. En los primeros días de Julio de 1936, yo asistí por primera vez a un acto colectivo en el que hacían (creo que se llamaba la oblación) el primer compromiso, Alvaro Portillo, José Ramón Herrero Fontana y Enrique Alonso Martínez. (Estos dos últimos salieron después del Opus Dei.)

En aquella época, la dirección de la Residencia, la llevaban con Mons. Escrivá, el arquitecto Ricardo Fernández Vallespín y también, el médico Juan Jiménez Vargas, y Francisco Pons, creo que licenciado en Filosofía y Letras. El con un hermano suyo, salió de la Obra. El señor Escrivá, después, hablaba despectivamente de ellos. Lo que sí recuerdo haber oído contar a Alvaro, es que Francisco Pons fue el que había intervenido en su decisión de entrar en el Opus Dei. Y que le presentó la Obra como la de unos Cruzados con capa y espada. Y yo le oí a Mons. Escrivá decir que para uso muy interno: en determinados rezos se llevarían unas capas blancas con un escudo en rojo en forma de Cruz con los cuatro extremos en punta de flecha. (De estas y otras cosas pueden dar fe, hoy, Pedro Casciaro y Juan Jiménez Vargas).

En el primer año de la guerra Civil Española, todos los miembros de la Obra se dispersaron. Después de muchas vicisitudes y peligros, algunos de ellos fueron acogidos en la Embajada de Honduras. Allí fue donde Escrivá y Portillo vivieron juntos día y noche y, de ahí, salió la indisoluble unión de un tandem que ha permanecido hasta la muerte.

Con la intervención de Juan Jiménez Vargas, que estaba de médico militar en un batallón anarquista de la C.N.T., decidieron que Mons. Escrivá tenía que huir de Madrid y pasarse a la Zona Nacional. Le acompañarían Jiménez Vargas, que desertaría del Ejército Republicano y José María Albareda. Éste último estaba a punto de ingresar en el Opus Dei. También le acompañarían: Tomás Alvira, amigo de éste y que después sería uno de los primeros socios supernumerarios, y Manuel Saiz de Los Terreros ingeniero de caminos, numerario del Opus Dei. Manuel se fue al poco tiempo del Opus Dei.

¿Por qué Alvaro Portillo se quedó en la Embajada? No lo sé. ¿Por qué, sin embargo, a mí, un recién ingresado y sin especial relevancia, vinieron a buscarme? Después, he llegado a suponer, que al conocer el precio elevado que los guías pedían para ayudar a la fuga a través del Pirineo, como se trataba de bastante dinero, y Alvaro no podía aportarlo, me buscaron a mí, porque supusieron que mi padre lo daría: como así fue.

Cuando en nuestra fuga por los bosques del Pirineo, llegamos a la pequeña aldea de Rialp, creímos que ya estábamos salvados. Aquella noche, el señor Escrivá se la pasó llorando. Lo sé muy bien, porque dormimos en un lugar muy frío, que había sido un antiguo horno de pan. Yo compartí con Mons. Escrivá una de las cuatro mantas de que disponíamos. Esto sucedió, a continuación de una dura escena con Jiménez Vargas, durante la cena, en la que Mons. Escrivá dijo que él se volvía a Madrid, porque había traicionado a Portillo, al dejarlo sólo.

Más de un año después, Portillo, con otros dos miembros de la Obra: Alastrue y Rodríguez Casado, se pasaron a la Zona Nacional, por el Frente de Madrid.

Alvaro y yo vivimos los primeros años de posguerra con mis problemas de vocación y todas sus vicisitudes. También yo viví de una forma muy personal y directa, el itinerario de él, primero de laico y después de sacerdote.

En 1955, decidí dejar irrevocablemente el Opus Dei, una Institución en la que cada vez me encontraba más incómodo y cada vez me gustaba menos; porque se desarrollaba por caminos muy distintos de los que yo había supuesto. Sin embargo, yo sentía alejarme de unos amigos a los que quería y sigo queriendo.

Le comuniqué mi decisión a Antonio Pérez, con el que vivía. Él era, entonces, la máxima autoridad del Opus Dei en España: Secretario General y Consiliario de España. Al poco rato de hablarle, me dijo que había telefoneado a Mons. Escrivá a Roma. Y él le había dicho que si quería, que me marchase, pero que me pedía que antes fuera a verle. Cosa que hice cogiendo el primer avión aquella misma tarde. Llegue de noche a Roma. Me fueron a recoger al aeropuerto y me dijeron que Mons. Escrivá les había dicho que me levantara tarde a la mañana siguiente, que él diría la misa y, después de desayunar juntos, hablaría conmigo. Así lo hicimos. Le dije que él sabia que yo no tenía vocación y que no podía seguir más tiempo así. Él, solamente me contestó que hablase con Alvaro. Y lo hice. Como tantas veces habían conseguido disuadirme, ellos pensaron que ésta sería una más. Estuve cambiando impresiones con Alvaro. Ellos sentían que yo me fuera y yo sentía irme.

Después de pasar dos días allí, tratando y hablando con Mons. Escrivá y Alvaro Portillo, les acompañé a los alrededores de Roma. Visitamos a unos estudiantes en Castellgandonfo. Paseamos para que yo me distrajera. Ellos intentaron hacerme cambiar de idea. Pero yo dejé clara mi posición.

Ya en Bruno Buozzi 73, cuando estaba todo decidido, Alvaro me dijo en un aparte:

-«El Padre ha dicho que tiene que hacer un viaje a Viena y le hace mucha ilusión que tú -como lo has hecho otras veces – le lleves en coche». «- ¡Por Dios, Alvaro! – le contesté – yo, donde tengo que irme es a Madrid.»

Cuento todos estos detalles, de mi salida del Opus Dei para indicar la situación amigable que había por ambas partes. Alvaro Portillo me despidió con estas palabras: -«Quiero, Miguel, pedirte perdón por la coacción a que te hemos sometido, pero tu actuación dentro de la Obra, ha sido tan generosa, que hemos creído que tenias vocación y por eso hemos obrado así».

Fue, como digo, tan amigable mi salida, que hasta más de dos años después, yo seguí confesándome con Paco Botella, el mismo confesor que tenía dentro del Opus Dei.

Recuerdo que al salir con una maleta, ligera de peso, desde la residencia de Diego de León a la casa de mis padres, yo pensaba: «Ahora, Miguel, vas a decir siempre la verdad y vas a procurar ser buena persona, ¡y nada más!» Este pensamiento resumía la agobiante situación moral en que me encontraba. Con tanto secreto y tanta mentira y también con esa indigestión de normas y rezos que encorsetan la vida de los miembros numerarios del Opus Dei.

Tres meses después de mi salida del Opus Dei en una conferencia en la Escuela de Arquitectura, en un Cursillo de Jardinería, conocí a una chica que nada sabía del Opus Dei con la que un año después me casé.

Mi confesor se ofreció a celebrar la boda, pero mi mujer prefirió que fuera el P. Felix García, agustino, que era confesor suyo.

Pedí a dos socios numerarios del Opus Dei, que aceptaron, ser testigos de la boda. Pero un día antes me dijeron que no podían serlo, porque no era costumbre: una mentira como tantas otras. Tampoco dejaron asistir a la boda a mi hermana Lola, que también era del Opus Dei; Antonio Pérez me mandó un telegrama en el que el Papa nos daba su bendición: Este era un documento corriente que concedía la Santa Sede cuando se solicitaba.

Durante los primeros siete años, Mons. Escrivá me escribió, de su puño y letra, varias cartas cariñosas que yo contesté en el mismo tono; pero en las que él nunca hizo ni la más mínima alusión a mi mujer ni a mis hijos.

Al poco tiempo de mi salida, se intentó, como se ha hecho con otros, que hubiera un acercamiento de colaboración como supernumerario o cooperador, que yo no estaba dispuesto a aceptar;

Al comprobar mi rechazo a ese acercamiento, aunque sí mi amistad sincera con las personas del Opus Dei, se inició, por diferentes miembros de la Obra, una autentica persecución y difamación que me comenzó a ocasionar perjuicios profesionales: con actitudes repentinas y extrañas de clientes que ya me habían encargado trabajos y también de profesionales que tenían alguna clase de vinculación con el Opus Dei.

Sería muy largo explicar la cantidad de detalles, de clara demostración de persecución y desaires que he sufrido con el desprecio hacia mi familia, y que culminó en la actuación de dos sacerdotes de la Obra a la muerte de mi hija de seis años. Ni Mons. Escrivá, ni Alvaro Portillo me dijeron nada. Ni la más mínima palabra de pésame. El mismo día del entierro, Paco Botella y Antonio Pérez, vinieron a mi casa haciendo gestos de horror y dándome a entender con palabras más o menos veladas que era un castigo de Dios por haberme salido del Opus Dei.

Aquella actitud me pareció tan canallesca, que rompí todos los papeles y cartas que se relacionaban con mi estancia en el Opus Dei.

Con la entrada en el Gobierno del General Franco de algunos miembros numerarios y supernumerarios del Opus Dei creció su poder a nivel civil, y noté, en posibles clientes, que por cariño o por miedo hacia el Opus Dei no me encargaban trabajos.

Esta persecución, que continúa hoy en día, llegó hasta tal grado que pensé, siguiendo el consejo evangélico, decírselo a la Iglesia.

Me fui a Roma, en donde un Obispo que yo conocía, tenía un alto cargo en la Curia Vaticana. Le llevé datos y documentos en donde se demostraba la persecución de la que era objeto por personas reí asociadas de alguna manera con el Opus Dei. El prelado leyó detenidamente toda la documentación y me dijo: «Creo que debe llamar a Alvaro Portillo, con el que tengo relación con frecuencia en reuniones de la Curia, para decirle que yo le he dicho que hable con él y yo también le hablaré cuando le vea; pues esta persecución tiene que acabar». Le llamé por teléfono, se puso Alvaro y le dije: «Don Maximino Romero de Lema, conociendo mi situación me ha recomendado que te llame para pedirte que me recibas». «¡Por Dios Miguel!, me dijo. Tu no necesitas a nadie para hablar conmigo, ven ahora mismo». Así lo hice y estuvimos hablando un buen rato. El me prometió que llamaba enseguida al Consiliario de España, que era Florencio Sánchez Bella, y que yo volviera a la mañana siguiente. Unos días después fue a verme y aunque lo vi bastante más frío que la tarde anterior, me dijo: «Vete tranquilo, porque yo daré orden para que no se te persiga». Unos días después fue a verme en Madrid el Consiliario que había regresado de Roma. Quería darme una justificación. Me dijo que esas persecuciones eran apreciaciones mías y que mi falta de trabajo sería porque a la gente no le gustaba mi arquitectura.

La consecuencia de todo esto ha sido, que han seguido persiguiéndome todo lo que han podido, incluso la persecución ha continuado con mi hijo que también se llama Miguel Fisac.

3) ¿Cómo se formó el Opus Dei?

El conocimiento que tengo hoy de la formación del Opus Dei, en parte, la conozco por habérsela oído contar al propio fundador. Otra parte, he llegado a reconstruirla por noticias conocidas por biografías e investigaciones de periodistas, que encajan con comentarios que yo he oído del propio Mons. Escrivá y también de su madre o de sus hermanos Carmen y Santiago; con los que tuve bastante relación, cuando vivían, en lo que podríamos llamar la casa madre, en la calle de Diego de León 14, en la que yo vivía también con Mons., Escrivá, Alvaro Portillo y algunos más.

Pienso que Mons. Escrivá padecía un trauma infantil, del que hablaba muy poco. De cuando, siendo aún niño, su padre con otro socio, quebró en un negocio de telas que tenían en Barbastro, pueblo natal del fundador y lo echaron violentamente de allí.

Su padre pasó a ser un simple dependiente de comercio en Logroño, en donde él estudió el bachillerato en el Instituto Nacional. Después, fue al Seminario Diocesano de Zaragoza, en donde creo que tenía un tío canónigo. A Mons. Escrivá le he oído decir que su vocación sacerdotal se la debía a su padre. Supongo que porque, debido a la situación económica en que había quedado la familia, no le podían pagar el cursar una carrera universitaria.

Parece que después de ordenado sacerdote y después de una corta estancia en la parroquia de un pueblo de la diócesis, consiguió marcharse a Madrid. Allí hizo un concurso u oposición y fue nombrado Rector del Real Patronato de Santa Isabel.

Según me contó su madre, cuando después de tener un sueldo fijo, llevó a Madrid a su madre y sus otros dos hermanos, tuvo un período de gran exaltación místico-religiosa y se flagelaba con frecuencia y le oían, pues la casa era pequeña y su madre comentaba a sus otros hijos: «se va a matar».

Esta situación debió de coincidir con la que yo le oí referir que había visitado hospitales de pobres y les cortaba las uñas de los pies. Esta fecha coincide con la idea o la señal que él dijo que había recibió sobre su fundación.

Durante el tiempo en que yo le conocí, no le vi nunca estar con ningún pobre.

Un día, Mons. Escrivá y yo pasábamos por delante de la Iglesia de los P.P. Paules, en la calle de García de Paredes de Madrid. Mons. Escrivá señaló una ventana de la planta segunda o tercera y me comentó: En esa habitación, cuando yo estaba haciendo unos Ejercicios Espirituales, -no sé si dijo: «vi, entendí o comprendí, -toda la estructura de la Obra». Esto lo repitió otras veces. Pero no lo expresaba con claridad. A nadie, que yo sepa, le aclaró Mons. Escrivá, la característica del fenómeno místico o lo que fuera. Desde luego, él lo consideró como una revelación sobrenatural.

El día anterior a que la República Española se incautara del Monasterio del Real Patronato de Santa Isabel, el Sr. Escrivá me pidió que fuera a la iglesia y sacara unas cuantas fotografías de unos lugares concretos. Sobre todo de la pequeña ventana de la verja de clausura del presbiterio que se abría para que las monjas recibieran la comunión. Y, entonces me contó, sin ser yo todavía de la Obra, que un día en que él daba la comunión a cada una de las monjas, al darle la Sagrada Hostia a cada una de ellas, cuando pensaba mentalmente: «yo te quiero más que ésta», sintió que el Señor le decía, según el conocido refrán: «Obras son amores y no buenas razones’. Porque él aún no había hecho nada para poner en marcha el O.D. A pesar de haber pasado varios años desde aquel día señalado.

El confesor de Mons. Escrivá, creo que se llamaba P. Sánchez S.J., Yo, que le hice muchas veces de chofer a Mons. Escrivá, le llevé a una casa para visitar a este señor. Y, fue este P. jesuita el que, al conocer esos acontecimientos, le dijo: «Esto es una Obra de Dios». Nombre que Mons. Escrivá tomó como propio de la Fundación.

Recuerdo que un día que le llevé a ver a este confesor, Monseñor Escrivá al regresar al coche, me comentó: «¡Que barbaridad, estoy azarado de los piropos que me ha dicho mi confesor!»

4) ¿Qué individuo, si hubo alguno, ayudó a Monseñor Escrivá en la formación del Opus Dei?

No conozco a nadie que le ayudara a Mons. Escrivá, de una forma directa, en la Fundación del Opus Dei. Sí en las diferentes etapas de las aprobaciones canónicas: Alvaro Portillo en primer lugar y después algunos juristas numerarios del Opus Dei como Antonio Pérez, Amadeo Fuenmayor y no sé si alguno más.

En los primeros tiempos, le oí decir a Mons. Escrivá, que había habido, unos doce sacerdotes, de los cuales dijo que desde el mismo día que le prometieron obediencia, comenzaron a desobedecerle. Al único que yo conocí de esos sacerdotes en la Residencia DYA, fue a don Lino y lo mataron en Madrid durante la guerra civil.

5) ¿Cuál fue la razón de Escrivá para añadir Balaguer a su apellido?

Yo supongo que ese interés por darle importancia a su apellido, estaba relacionado con el trauma, infantil del que ya he hablado. Se comprobaba fácilmente al vivir junto a Mons. Escrivá, su gran afección hacia la aristocracia: Marqueses, Condes, etc. Y, como algunos de estos personajes, estaban relacionados con algunas monjas del Real Patronato de Santa Isabel y él era el Rector, cuando las religiosas le presentaban a algunos de estos aristócratas y oían que su apellido era Escrivá, enseguida con familiaridad preguntaban: ¿Escrivá de Romaní?, (conocida familia aristocrática) Y al decirles él que no, ellos mostraban un ostensible rechazo que a él le proporcionaba un tremendo malestar. Esto no es una suposición mía, esto se lo he oído contar al propio Escrivá, que decidió, sacar a su apellido, su posible procedencia de «Balaguer», pueblo catalán. Y le añadió este complemento. Yo presencié la recogida de documentación que se hizo, para presentarla en el Ministerio de Justicia, para su aprobación. Trámites que, en general, no presentaban dificultad.

6) ¿Cómo reaccionaron los sacerdotes y laicos ante el Opus Dei?

El conocimiento del Opus Dei, tanto de sacerdotes como de laicos, no se hizo de una manera pública, sino individualizada y se exigía una gran discreción al que se le comunicaba. La reacción era estrictamente personal. Positiva o negativa según los casos.

Cuando algunos de sus miembros aparecieron públicamente en política, la reacción fue igualmente muy variada; como sigue siendo. La reacción, en general, dependía de la actitud que tenían los que la recibían. Tanto si eran creyentes como si no lo eran. En cuanto a las gentes de hoy, también depende de la posición avanzada o retrógrada que tenga el creyente.

En los primeros años, en los que el Opus Dei presentaba una actitud avanzada de modernización de la Iglesia, sus adictos éramos los que deseábamos esa renovación. Después del Concilio Vaticano II, el signo se ha cambiado y son los más conservadores los que ven al Opus Dei con simpatía.

7) ¿Cómo entró usted en el Opus Dei?

Después de que Pedro Casciaro me presentara a Mons. Escrivá, como ya he contado, me asignaron un día fijo a la semana, para asistir a una de las reuniones de una hora que Mons. Escrivá daba a unos grupos muy reducidos de estudiantes.

En esas charlas, alrededor de una mesa, Mons. Escrivá leía y comentaba el evangelio de la semana. También iba introduciendo suavemente el cumplimiento de algunos normas que obligatoriamente se hacen en el Opus Dei: Ofrecimiento de obras, oración, sacramentos y examen. A continuación se hablaba un rato como en una tertulia. En ningún caso se hacia referencia al Opus Dei. El conocimiento del Opus Dei se hacía directa y personalmente, con un gran secreto. Pero diciendo que no era secreto, sino simplemente discreción. Puesto que tampoco íbamos a contar nuestras intimidades familiares a cualquier persona.

Sin llamar la atención, sino más bien diciéndonos que era para tener un mejor conocimiento de cada uno de nosotros, se nos hacía una media filiación: nombre y apellidos, padres, estudio o profesión y también aficiones y deportes. Recuerdo que entre mis aficiones yo puse la música y que me gustaba pintar, y entre los deportes, el esquí.

A los pocos días de haber rellenado esa hoja, al llegar una tarde, Mons. Escrivá y alguno más me presentaron un bastidor muy grande de alrededor de 1 ’50 X 2 metros, con un enorme lienzo en blanco y me pidieron que les hiciera un cuadro para el comedor.

Fui al zoológico a tomar unos apuntes y comencé a pintar unos ciervos muy grandes en un bosque con mucho verde y azul. Como se tardaba bastante en rellenarlo, tuve que ir muchas tardes. Mons. Escrivá se sentaba a mi lado y hablábamos de muchas cosas mientras yo pintaba.

En una de las primeras sesiones me contó, como muestra de confianza, su planteamiento del Opus Dei: me explicó que no me lo decía para nada personal, pero que le pidiera al arcángel San Gabriel que, como a Tobias, me dirigiera hacia una chica guapa y rica para casarme. «O… por si el Señor me pedía más». Esta era un frase que él repetía siempre en casos análogos.

A mí me entró una gran preocupación. Pero él me dijo que no me preocupase y que, como yo padecía escrúpulos de conciencia, él me ayudaría a desterrarlos, y que estuviera tranquilo.

Pedro Casciaro y Francisco Botella estudiaban arquitectura como yo y vivían en la Residencia. Habían entrado en la Obra y comenzaron con un acoso tremendo hacia mí, para que yo también entrara. Yo les respondía que yo me dirigía con Mons. Escrivá. Estaba tranquilo y nada dispuesto a entrar.

Yo vivía con mi hermano, militar bastante mayor que yo, en un apartamento con dos sirvientas mayores que mi madre nos había mandado de nuestra tierra.

A mi hermano, que jugaba con frecuencia a la Lotería Nacional, le tocó el primer premio, 100.000 pesetas. En aquel tiempo, esta cantidad era muy importante.

Unos días después, Casciaro me llamó por teléfono para decirme que Mons. Escrivá quería hablarme. Fui temiendo que me pidiera dinero, pues la economía de la Residencia estaba muy quebrantada y cuando llegué, nada más entrar, en el despacho, Mons. Escrivá me dijó: «creo que tienes vocación». Respiré al comprobar que no quería el dinero de mi hermano. Pero no tuve valor para negarme, aunque estaba muy lejos de sentir el más mínimo entusiasmo. Desde entonces sentí una pesadilla que no sabía como quitarme de encima.

Así es cómo yo ingresé en el Opus Dei. No tengo noticias de que nadie lo hiciera de esa manera.

8 ) ¿Cuáles eran sus responsabilidades y deberes como miembro del Opus Dei? Si cambiaron a lo largo del tiempo. Describa los cambios.

Cuando se entraba en el Opus Dei se hacía un triduo. Se escribía una carta autógrafa pidiendo la admisión. Lo primero que decía Mons. Escrivá era: «La razón más sobrenatural para cumplir las obligaciones es «porque a cada uno le da la gana». No se trataba de un mandato. Lo más fuerte que podían decirte era que si hacías el favor de hacer esto. O sea, toda la obediencia, «teóricamente» descansaba en la voluntariedad. Era una cosa bonita de expresar. Pero en realidad, tenía una enorme carga de coacción.

Teóricamente si se quería, se vivía en una casa del Opus Dei. En realidad algunos que yo he conocido: como Rafael Calvo Serer o Alberto Ullastres, casi nunca vivieron en una casa de la Obra; aunque hacerlo se consideraba de buen espíritu. No sé ahora que ocurrirá. Me parece que debe de ser distinto. Hasta creo que en mi tiempo era también distinto entre los primeros y los que ingresaron más tarde.

Había unas Normas, unos actos de piedad diarios, obligatorios. Para el que de buena fe quería compaginarlas con una intensa labor profesional, era un verdadero martirio casi imposible de cumplir. Un ofrecimiento de Obras, media hora de oración, Misa y Comunión; Angelus, los quince misterios del Rosario, lectura espiritual, otra media hora de Oración. Visita al SS. Sacramento, Preces y Examen de Conciencia. Continua presencia de Dios con jaculatorias, miradas a la Imagen de la Virgen, etc.

Para mí, visto ahora de lejos, podría decir que se había sustituido la Fe por la Piedad. Por la piedad religiosa. No por la piedad a nuestros prójimos que no aparecían por ninguna parte; sobre todo si no pertenecían al Opus Dei. Económicamente se entregaba todo lo que se ganaba. Después, los gastos que tenias que hacer: locomoción, etc. los justificabas detalladamente a final de mes.

Cada semana se tenía una confidencia con el director de la casa en la que debían tratarse de todo lo referente a cuestiones profesionales, de apostolado etc., todo, menos los pecados, que se confesaban semanalmente a un sacerdote de la Obra. También había una reunión de los adscritos a aquella casa; que era presidida por el director laico, con asistencia del cura de la casa como uno más.

Cada mes se hacía un retiro espiritual en un día, generalmente, festivo. Lo dirigía un sacerdote del Opus Dei. Se hacía con mayor o menor intimidad, según las personas que asistieran. A veces hasta gente no perteneciente al Opus Dei.

Cada año, se hacían unos Ejercicios Espirituales de 4 ó 5 días, siguiendo las pautas de San Ignacio de Loyola.

No tengo idea de lo que hace la gente joven, ahora. Ni la tenía tampoco cuando pertenecía a la Obra. Porque voluntariamente procuraba no estar enterado de toda la estructura de la organización. Aunque, si sabía, que esa organización interna, pensada y evolucionada según el pensamiento de Mons. Escrivá y Alvaro Portillo, nada tenía que ver con las disposiciones de tipo administrativo y religioso que para su aprobación, se fueron presentando. Primero Diocesanas y después de la Iglesia Universal. Los numerarios las desconocían.

9) Su estancia en el Opus Dei afectó a su personalidad y a su relación con su familia.

En mi caso concreto, a mi personalidad afectó poco. Porque los superiores me toleraron una actuación personal más independiente de lo que era corriente entre los miembros de la Obra. Ellos, estaban más vinculados a problemas internos, y sobre todo al proselitismo.

Tal vez, mi inclinación natural a la intolerancia y mi mal genio, lejos de corregírseme, pienso que se me fomentó. Hay que tener en cuenta que en la situación interior en que me encontraba, yo tenía inclinación a la ira, vicio que después me ha costado tiempo corregir.

Con mi familia, mi principal hecho relevante fue el no vivir con ellos y no poderles dar, en aquel tiempo por no existir ninguna aprobación canónica, alguna explicación clara del porqué había tomado esa determinación. Aunque toda la peripecia de mi paso a la otra Zona de la Guerra, explicaba algo de la situación. Posteriormente, me han comentado algunos familiares, el alejamiento afectivo que durante aquellos años tuve con ellos.

Cuando terminó la Guerra Civil, Mons. Escrivá quiso ir a mi pueblo a saludar a mis padres y estuvimos allí un par de días. También, naturalmente, conoció a mi hermana Lola. Y tuvo una actitud incorrecta con un sacerdote de allí, porque le pareció que le había tratado con poca deferencia. Al regresar a Madrid, me comentó un pensamiento suyo que a mí me produjo extrañeza: Que si a mis padres les parecería bien que los restos de su padre, se trasladaran a nuestro panteón familiar en Daimiel. Pregunta que transmití a mis padres. Ellos extrañados como yo, no tuvieron inconveniente. Pero de esa cuestión no volvió a hablar más. En los numerosos viajes en coche que yo había hecho con él, porque le gustaba mucho viajar en coche y a velocidad, pero sin interesarle demasiado llegar a ninguna parte, ni contemplar un bello paisaje, así como tampoco oír una buena música; sino canturrear canciones frívolas. En uno de esos viajes a Logroño, quiso que fuéramos al Cementerio en donde, en una tumba muy sencilla, estaba enterrado su padre.

Al poco tiempo de aquella visita a Daimiel, le escribió una carta a mi hermana proponiéndole que entrara en el Opus Dei. Ella fue la primera mujer que entró en el Opus Dei en este intento de comienzo de la Sección femenina que anteriormente había fracasado; creo que dos veces. Esta operación podría llamarse «de hermanas» de los que ya estábamos allí. Ingresaron unas cuatro o cinco hermanas de numerarios: de Jiménez Vargas, Rodríguez Casado, de Paco Botella etc. Pero sólo creo que quedó al final Lola.

10) ¿Cuánto tiempo fue miembro del Opus Dei y cuáles fueron las razones que le llevaron a abandonarlo?

El día que me llamó Mons. Escrivá, fue el 27 de febrero de 1936. Y el día que salí, el 27 de septiembre de 1955.

Las razones, más que de abandonar, podría decirse, las razones de haber seguido tanto tiempo queriendo desde el primer día, no haber entrado.

Es evidente que yo actué siempre -comenzando por mi entrada en el Opus Dei, de una forma coactiva, inadmisible. También es verdad que mi entusiasmo y mi deseo de colaboración dieron pie a que me coaccionaran. A Mons. Escrivá le dije las mayores impertinencias que nadie en el Opus Dei le había dicho. Pero todas ellas se referían a Arte y Arquitectura, sobre todo religiosa. Nuestra discrepancia fue tan grande que, durante las obras de la casa central en Roma, Mons. Escrivá me prohibió que me acercara por allí. Ni siquiera pude hacerlo por razones profesionales independientes del Opus Dei.

Tengo que aceptar, que esas discrepancias, de concepto y, no solo artístico, sino también cultural, influyeron en mi lento alejamiento de los planteamientos, podríamos llamar teológicos y sobre todo de índole sobrenatural del Opus Dei.

Conforme el Opus Dei crecía en extensión y poder, a mí se me iba deshaciendo como fenómeno sobrenatural.

Al final, la Obra, creció como se esperaba, ya que siempre tuvo vocación universal. Desde los días en que la Obra era más pobre y sencilla, creímos firmemente que llegaría a ser muy importante civil y religiosamente. Pero aquello, terminó por ser una máquina para engendrar poder. Yo no veía que podía llegar a ser el medio cristiano de salvación del mundo.

11) ¿Tiene usted conocimiento del proceso de beatificación de Mon. señor Escrivá?

Cuando comenzó el Proceso de Beatificación de Mons. Escrivá, se comenzó también la publicación de un Boletín, que daba cuenta de las vicisitudes de dicho Proceso.

A mí me mandaron siempre ese Boletín y por él estaba enterado de todo. Entonces pude darme cuenta, de que la persona que presentaban en este Proceso, no respondía, en absoluto, a la realidad del Mons. Escrivá al que yo había tratado con intimidad. Y me creia en la obligación moral de intentar declarar en ese Proceso.

12) ¿Pudo testificar en el Proceso de Beatificación ante el Tribunal de la Causa de los Santos?

El lugar en cuya diócesis se iniciaba el Proceso de Beatificación de Mons. Escrivá era el Arzobispado de Madrid-Alcalá. Lo regia el Cardenal Tarancón, con el que yo tenía alguna relación. Y aproveché para decirle que, yo había conocido muy de cerca a Mons. Escrivá, y creía en conciencia que debía declarar. Él me dijo que le parecía muy bien y que le hablaría al secretario del Tribunal, para que me incluyese en la lista.

A los pocos días, me dijo que yo no declararía. Pero que le escribiera a él una carta larga. Así lo hice. Le mande una carta diciéndole que hiciera el uso que le pareciera conveniente. Al cabo de unos días, él me contestó otra carta diciéndome que había recibido la mía y que me la agradecía en nombre de la Iglesia y en el suyo propio.

13) ¿Cuál fue la actitud del entonces cardenal de Toledo (Tarancón) en relación a su testimonio en el Proceso de Beatificación?

El Cardenal Vicente Enrique y Tarancón, este es su nombre y apellido completo, no ha sido Cardenal de Toledo, sino Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá. Su comportamiento en lo referente a mi frustrada declaración y después de conocer los detalles de su actuación, me parece muy mal.

El tribunal del Proceso, con una evidente falta de imparcialidad, quería eliminarme; porque sabía que mis apreciaciones iban a ser totalmente objetivas y de primera mano. Porque yo no me iba a parar a juzgar si lo que decía favorecía o entorpecía la causa. Yo iba a actuar como lógicamente ha de actuar un cristiano. Yo no tenía otro fin, que el de dejar tranquila mi conciencia.

Unos días después de haberse opuesto el tribunal del Proceso a aceptar mi declaración, me llamó un antiguo miembro, del Opus Dei, Alberto Moncada, profesor de Sociología que había publicado varios libros críticos sobre el Opus Dei y me dijo: «Me han requerido para que declare en el tribunal del Proceso para la Beatificación de Mons. Escrivá. ¿Entiendes tu eso?»

Yo le contesté: «Lo entiendo perfectamente. Tú has conocido muy de lejos a Mons. Escrivá. Tus opiniones, posiblemente, serán muy negativas – cuanto más negativas, más les gustará. Como consecuencia de tú salida del Opus Dei, tú te retiraste de la Iglesia. Sólo servirán para presentarte como un declarante hostil. Estos Señores tendrán una muestra muy lucida para contrastar con las abundantísimas declaraciones laudatorias que quieren presentar.»

Pocos días antes del acto de la Beatificación celebrado por Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro, hubo en la prensa española bastante agitación. Se desencadenaron bastantes opiniones encontradas. Y en un prestigioso programa de televisión, titulado «La Clave», se quiso tratar el tema de la Beatificación de Escrivá y me llamaron para que interviniese. Les contesté que en conciencia debía de aceptar, aún cuando, no me apetecía nada decir lo que tenía que decir.

El programa se desarrolló durante más de dos horas. Intervinieron en él, el vicepostulador de la Causa y el Decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra (sacerdotes del Opus Dei) y un periodista socio numerario del Opus Dei. También estuvieron dos periodistas independientes. Uno de ellos había escrito una biografía crítica de Mons. Escrivá. Un sobrino de éste, el sociólogo Alberto Moncada, y yo.

El programa tuvo una repercusión enorme, del cual se hizo eco la prensa. Yo pasé allí un largo rato muy amargo. Pero todos los televidentes quedaron convencidos de mi honestidad. De esto he tenido, y sigo teniendo, testimonios de creyentes y no creyentes. El que decía la verdad, con conocimiento de causa, era yo. Y digo esto sin la más mínima satisfacción y con mucha tristeza: Con la misma situación anímica que respondo a estas preguntas que ustedes me han mandado y que, como en aquella ocasión, preferiría no tenerlas que contestar. Pero estoy convencido de que tengo la obligación moral de hacerlo; para bien de la Iglesia.

Después de este programa de la televisión, el periódico «EL País» consiguió algunas páginas del Proceso secreto de Beatificación que se guardaban en el Vaticano. En ellas se explicaban las razones que había tenido el Tribunal para eliminarme como testigo.

Copio al pie de la letra el testimonio secreto del Proceso.

Texto nº 2, Mons. Javier Echevarría.

Según informaba el que fue Promotor de Justicia, el Cardenal Tarancón le dijo que, el señor Fisac, a la vez que presentó su carta, manifestó al Cardenal Tarancón serias dudas de presentarse a declarar, poniendo de manifiesto su conducta contradictoria, propia de su inestabilidad emocional y temperamental.

Esto no es cierto. Mienten el Cardenal Tarancón o Mons. Echeverría. Yo dije que sentía tener que declarar. Pero que, en conciencia, tenía que declarar, dada la cantidad de falsedades que contenía el Proceso.

«Tampoco le llamamos, porque nos consta que se trata de una persona psíquicamente desequilibrada: escrúpulos patológicos con manifestaciones de carácter obsesivo, situación de ansiedad permanente y manía persecutoria-como el propio interesado reconoce en alguna entrevista a la prensa-, que no ofrece garantías de dar un testimonio objetivo».

De entre las falsedades que contienen estas apreciaciones de Mons. Echeverría, la única verdad es la situación de ansiedad permanente que yo tuve durante los diecinueve años y ocho meses por querer salir de allí sin conseguirlo. Tampoco pude consultarlo con algún sacerdote de fuera de la Obra, porque nos decían que no lo hiciéramos: «La ropa sucia se lavaba en casa» y hubiera sido una falta de lealtad por mi parte.

Y en cuanto a la persecución de la que fui objeto, después de casarme, no era manía; como se lo demostré documentalmente en Roma al Obispo Romero de Lema y a Alvaro Portillo.

En cuanto a mi supuesta inestabilidad emocional y temperamental así como cuando dice que soy una persona psíquicamente desequilibrada. Eso lo dice una persona con la que no recuerdo haber hablado nunca. A no ser que fuera alguno de esos jóvenes que vi en grupo y a los que nunca traté ni supe como se llamaban.

Copio otros párrafos del proceso:

Texto nº 2, Mons. Javier Echevarría. 2343 (p. 765)

«Recuerdo otro caso, esta vez se trata de un arquitecto español. Pidió la dimisión en el Opus Dei antes de la guerra civil española, y –mientras se dejó ayudar espiritualmente- fue desempeñando una labor eficaz. Pasado el tiempo y engañado por unos éxitos relativos en su profesión, pretendió desasirse de lo que comenzaron a parecerle exigencias duras. Era hombre bueno, pero complicado de cabeza. Se dejó dominar por una soberbia vana y cometía grandes imprudencias».

1. Yo no pedí la admisión en el Opus Dei. Se me llamó y se me coaccionó para que entrara.

2. ¿Por qué dice Mons. Echeverría que fui desempeñando una labor eficaz? ¿Por qué ganaba dinero?

3. ¿A qué le llama Mons. Echeverría unos éxitos relativos? ¿A que me concedieran la medalla de Oro en la Exposición de Arquitectura religiosa en Viena (1954), primera condecoración internacional que se daba en España después de la guerra y apareciera en los diccionarios y las revistas profesionales de todo el mundo?

4. ¿Cuáles eran esas exigencias duras? Yo podía hacer lo que quisiera, dar la vuelta al mundo, sólo como lo hice, ir a donde quisiera y cuando quisiera; claro que todo, eso lo hice por razones profesionales. Las exigencias me las imponía yo.

5. No recuerdo que nadie me dijera que cometía graves imprudencias. ¿En qué consistían esas imprudencias? Quiero hacer memoria: Una de las veces que fui a Roma, y paseando por los alrededores de casa con Mons. Escrivá y Alvaro Portillo me dijeron, muy indignados, que no estaban contentos con los que mandaban en Madrid, concretamente con Pedro Casciaro. Me pareció que intentaban depositar en mí una mayor confianza en temas internos del Opus Dei. Cuando volví de Madrid creí que como amigo leal debía de darle a entender a Pedro, estas disposiciones de Mons. Escrivá y de Alvaro Portillo. Y eso les molestó. Pensaron que yo no era persona de la que se podían fiar para guardar secretos de esa índole, cosa que me alegró mucho.

2344. – (p. 766) El Siervo de Dios le llamó en varias ocasiones a Roma, para hacerle comprender que su camino era claro y que debía decidirse a dejarse ayudar. Fue entonces cuando empezó a dar a entender que había más problemas de costumbres que de cabeza. Se le ayudó a superar ese bache, pero no quiso aceptar más auxilio. He presenciado las largas horas de atención que le dedicó al Siervo de Dios cuando comenzaron sus crisis de vocación. Se mostraba siempre muy agradecido, pero se iba cerrando a toda ayuda.

Efectivamente, Mons. Escrivá me llamó en varias ocasiones a Roma. Pero en ningún caso para tratar de mis problemas espirituales. Me llamó para que estudiara problemas profesionales en la Casa Central de Roma.

No comprendo eso de que mis problemas eran de costumbres más que de cabeza. ¿Cuáles eran esas costumbres? Este Monseñor se ha inventado una mentira, dando a entender veladamente algo sucio: eso es calumniar.

En cuanto a que me mostré siempre agradecido, es cierto. Como toda persona bien nacida soy agradecido a las muestras de cariño que todos tenían conmigo.

Me iba cerrando a toda ayuda porque lo que quería era irme. Y quería irme, porque hubiera perdido la fe. Sino porque quería irme de aquella Organización que cada vez me gustaba menos como Institución limpia y cristiana.

Mons. Echeverría dice que presenció las largas horas de atención que me dedicó el siervo de Dios. No sé desde donde presenció él todo lo que dice que vio sin verle yo. Sin embargo no explica como pudo ser que a una persona tan «psíquicamente desequilibrada», Mons. Escrivá le nombró Socio Elector (el mayor rango jerárquico entre los socios numerarios de aquel tiempo)

También quiso hacerme el único Socio Seglar de la Sociedad de la Santa Cruz. El me había prometido, para tranquilizarme, que no me ordenaría sacerdote y deseaba que en la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz hubiera algún socio que no fuera sacerdote.

Yo he conocido muy directamente, de entre los miembros del Opus Dei que convivían conmigo, la designación caprichosa ejercida por Mons. Escrivá de cuáles habrían de ordenarse sacerdotes y cuáles no. En una actitud como de juego y de negación de la libertad más elemental. De cómo algunos que tenían verdadero deseo de ser sacerdotes, como Fernando Valenciano y Vicente Rodríguez Casado no fueron nunca designados, y otros muchos, que al decirles que se iban a ordenar, les creaba una fuerte turbación espiritual. Muchos de ellos, fueron arrastrando esa turbación hasta que se salieron del Opus Dei y consiguieron pasar al estado laical.

Un domingo que estaba yo almorzando en la casa de mis padres, me llamó Alvaro Portillo urgentemente. Me dijo que Mons. Escrivá quería hablar conmigo. Regresé a la casa central de Diego de León rápidamente. Se iba a aprobar en la Curia Romana, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Mons. Escrivá me dijo que quería que hubiera algún socio seglar permanente en ella y que quería nombrarme a mí. Entonces yo le pregunté si podía decir que no. Él contestó que sí que yo podía decir que no. Entonces yo dije: «¡Pues no!» y me retiré.

Cuando a última hora de la tarde asistimos a la Bendición del Santísimo en la Capilla, como todos los domingos, a la salida, Alvaro Portillo me comentó: «¡Menudo disgusto le has dado al Padre»!

¿Y yo me pregunto: ¿Para qué iba a querer Mons. Escrivá a un desequilibrado en un puesto tan singular? Produce mucha pena que personas como Mons. Echeverría, valiéndose de una Institución religiosa aprobada por el Papa, mienten maliciosa y gravemente, sabiendo que mienten.

Texto nº 2 Mons. Javier Echevarría, 2334 (p.766)

Ante su insistencia, se le concedió la dispensa, porque no quiso avenirse a ningún razonamiento. Pasado el tiempo, entre sus desgracias familiares y sus fracasos profesionales, se han ido enrareciendo más su carácter y sus ideas, no dudando en autodefinirse un hombre de condiciones peculiares.

Una vez resuelta mi salida del Opus Dei y después de volver de Roma para marcharme a la casa de mis padres. La última noche que yo dormía en Diego de León, llegó, a última hora, mi confesor Paco Botella. (Él vivía en otra casa del Opus) Y me dijo: Que había recibido una carta del Padre que no debía enseñarme, pero que me la iba a enseñar. (Esta era una manera de decir las cosas oblicuamente, muy al uso de esta Institución.) En esa carta, Mons. Escrivá le decía, que sentía mucho que yo me marchara, porque lo iba a pasar muy mal y sería un desgraciado.

Y eso que no era una profecía, sino un deseo de Mons. Escrivá, sus hijos y socios del Opus Dei han procurado por todos los medios que se cumpliera.

Sin embargo, gracias a Dios, mi matrimonio no ha podido tener un desarrollo más limpio y más feliz.

Quisieron instrumentar vilmente la muerte de mi hija, causada por una vacuna contra la poliomielitis. Y luego han intentado con todo su potente poder, desprestigiarme y aislarme profesionalmente, pues disponen de un gran poder económico y político.

Texto nº2 Mons. Javier Echevarría, 2344 (p. 766)

Relata como ejemplo, que la víspera de su Primera Comunión, como había entendido que el ayuno le prohibía tomar nada, pasó todo el tiempo escupiendo para no tragar saliva.

Esta anécdota ha sido contada por mí en varias ocasiones. Y no es una demostración de anormalidad, lo único que demuestra es la rígida imposición del ayuno, al que nuestra Santa Madre Iglesia sometía a sus fieles, desde las doce de la noche del día anterior, hasta el día siguiente en el que se iba a comulgar.

Texto nº 2, Mons. Echevarría 2344 (p.766)

Se ha proclamado defensor de divorcio porque –dice- la Iglesia no puede imponer esta obligación a los que no tienen fe; y así –con planteamientos de este tipo- razona ahora.

No soy defensor del divorcio, soy defensor de la libertad de conciencia.

Es muy triste que mientras cuelan estos mosquitos de fariseos, el amor a un prójimo, que no sea’ de la Obra, esté totalmente ausente en el espíritu y en la conducta de los miembros del Opus Dei.

Texto nº 2, Mons. Javier Echevarría 2344 (p. 766).

Puedo asegurar que el Siervo de Dios siempre le ayudó con caridad heroica. Rezó por él y siempre le quiso bien, perdonando las afirmaciones calumniosas que hacía.

Decirle a Mons. Escrivá, directamente, que tenía muy mal gusto. Que no entendía nada de Arquitectura ni de Música ni de Cultura en general: no era ninguna calumnia.

Durante muchos años, la construcción de la Casa Central de Roma fue un asunto de la máxima importancia para Mons. Escrivá. Exigió una movilización general de todos los socios, para conseguir el dinero necesario. Se invirtieron millones y millones en lujos de muy poca calidad artística: pero a la manera Renacentista. Porque todos estos detalles frívolos eran para él de un interés capital.

14) ¿Desea añadir algunos comentarios adicionales?

En todos estos acontecimientos en los que me he encontrado envuelto y dándome cuenta de la responsabilidad que contraigo con mis apreciaciones, procuro que éstas sean lo más objetivas y desapasionadas. He dado un minucioso repaso a lo que he vivido al lado de Mons. Escrivá y las acciones que he presenciado, con expreso deseo de no querer juzgarlas.

– Mons. Escrivá era de una personalidad muy complicada y muy desconcertante.

– Mortificado y mortificador.

– Que emitía juicios durísimos. Que no hablaba bien de nadie, ni de fuera ni de dentro de la Obra, (algunos de sus juicios me repugnaron) no recuerdo haberle oído hablar bien más que de Alvaro Portillo. Con especial sentido crítico de los eclesiásticos, frailes y monjas.

– Se sentía propietario «de su invento»: de la espiritualidad del Opus Dei, -hasta el extremo de sentir resquemor por la buena acogida que tuvo un libro de un sacerdote del Opus Dei: Jesús Urteaga, que se titulaba «El valor divino de lo humano» y que rara era la página que no citaba alguna máxima de Camino.

– Estaba plenamente convencido, que había sido elegido por Dios para reformar profundamente a la Iglesia, desde su cabeza. Se encontraba como abrumado de tantas gracias que inmerecidamente había recibido.

– Aunque esa humildad, que le vi expresar en casos en que se le alababa y él controlaba la situación, no la observé nunca en los casos en que otros, más o menos consciente y explícitamente lo habían humillado.

Cada vez estaba más convencido de lo importante que era: En el transcurso de los años en que yo viví con él, ese engreimiento iba en aumento.

En una ocasión, a algunos de los mayores nos relató que había hablado con algunos jesuitas, que se quejaban de que los primeros que vivieron con San Ignacio de Loyola, no consideraron interesante conservar los objetos, edificios y lugares en los que habían sucedido hechos importantes. Y que nosotros seriamos tontos si hacíamos lo mismo.

En el relato que he explicado anteriormente, de la noche pasada en Rialp, hay un hecho del que yo casi no me apercibí, y que luego le vi contar a Mons. Escrivá de una forma un poco difícil, puesto que quería decirlo, pero quería que pareciera que no lo decía.

Aquella noche. Cuando él estaba con una gran congoja por haber dejado a Alvaro Portillo en los peligros de Madrid. Y ante la imposición violenta de todos nosotros y sobre todo de Juan Jiménez Vargas que le amenazó diciéndole: «Yo le paso a usted a la otra Zona aunque tenga que llevarle a rastras por los pelos», Mons. Escrivá le pidió a la Virgen la siguiente señal: Que en pleno invierno, a esa altura del Pirineo, creciera una rosa.

A la mañana siguiente, al amanecer, Mons. Escrivá salió de aquel horno y dio una vuelta por los alrededores. Allí había restos de una ermita que habían incendiado los milicianos Republicanos. Y al pasar dentro, se encontró con el retablo de madera destruido, y una rosa de madera dorada. Rosa que él cogió y que yo pude ver, después, en la vitrina que tenía llena de recuerdos en sus habitaciones particulares de la Villa Central de Roma.

Al cabo de bastantes años de haber salido yo del Opus Dei y no haber vuelto a ver al médico y catedrático de Fisiología, Juan Jiménez Vargas, éste me llamó para decirme que quería hablar conmigo. Y llegó a mi Estudio con una colección de fotografías de toda la zona del Pirineo, El horno, la ermita y los diferentes sitios por donde habíamos cruzado.

Me dijo que estaban comprando todos aquellos lugares para conservarlos como reliquias.

La pregunta que él quería hacerme era saber si la escalera fotografiada que había para subir a aquel horno, era la auténtica.

Todo esto demostraba que habían tomado con toda seriedad la idea de conservar aquellos recuerdos. Y Mons. Escrivá en aquella época aún vivía.

En realidad, ¿cuál es la espiritualidad del Opus Dei? Yo diría que entre la denominación clásica de espiritualidad ascética y espiritualidad mística, la que se propugna vivir en el Opus Dei es la ascética. Sometida a rígidas normas de piedad y de penitencia: tiempos marcados de oración, y de cilicio y disciplinas, y dormir un día a la semana en el suelo con un libro por almohada. Esta vida de mortificación está, también, regladamente atenuada por unas comodidades y un lujo, exigidos en las casas donde se vive, en el vestir personal, etc. Unas sirvientas te hacen la cama, te sirven la comida, etc.

La intención de conseguir que cada uno viva con unos servicios y un lucimiento equivalentes a los de las personas de su misma profesión y situación social, se ha transformado en una forma de vivir mucho mejor y más llamativa y ostentosa.

Pero, en su esencia, ¿qué es lo que reporta todo este entramado de espiritualidad? Los frutos. ¿Cuáles son los frutos? Los frutos son los de una gran empresa mundana.

Un día, que no olvidaré porque tengo su amargor en el alma, me fue a ver un compañero que yo había tenido cuando estudiaba el Bachillerato y me contó su situación económica familiar, desesperada, y me pidió que le prestara un dinero. Le dije que volviera a la mañana siguiente. Porque esta decisión yo no la podía tomar por mí mismo. Lo consulté con mi director, y él me prohibió en absoluto, que le diera nada: a él le prohibía consentirlo el espíritu del Opus Dei.

Desde luego, cumplir las normas y dormir en el suelo es molesto: pero no hace buenos a los hombres.

Hay un tema que yo he vivido muy tangencialmente: el de la enseñanza, que es de la máxima importancia hoy en el Opus Dei.

Yo le oí decir muchas veces a Mons. Escrivá, que los fundadores de Órdenes y Congregaciones religiosas habían aparecido para resolver situaciones de gran necesidad social; para cuidar ancianos y niños desamparados, para redimir prostitutas, etc. Pero que sus continuadores, después, habían terminado haciendo grandes negocios, a base de colegios para educar niños ricos. Y estas últimas palabras las recalcaba con gran fruición.

Sin embargo, yo asistí a la creación del colegio Gaztelueta en Bilbao, que dijo que se hacía como excepción, porque se lo había pedido a Mons. Escrivá, la madre de Pedro Ibarra, Marquesa de Mac-Mahón.

Después – ya, estando yo fuera del Opus Dei he comprobado el rumbo diferente que ha tomado el desarrollo de la Obra. Se han organizado colegios y más colegios para niños ricos. Y estaban aún vivos y con plena autoridad, tanto Mons. Escrivá como Alvaro Portillo.

Esto y otras metas esenciales en el primitivo planteamiento del Opus Dei responde a una orientación a la que tanto yo les oí criticar a ellos, cuando se referían a otras instituciones religiosas.

El ver, hoy, de lejos, a una Organización tan poderosa y tan temible, que ha absorbido a tanta gente joven y generosa que llegó a ella con intención de servir a Dios, me produce mucha pena. Y pido a Dios, todos los días, por Mons. Escrivá: por la salvación de su alma.

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Index of Names

Alastrue, Eduardo: Member of Opus Dei, who passed into the National zone through the Madrid front with Alvaro Portillo. p. 5

Albareda, Jose Maria: An Opus Dei member. Pp 2,4 Albas, Carlos: Nephew of Eseriva, Opus Dei’s Founder. p. 21

Alonso, Enrique: Opus Dei member; lefi Opus Dei, later became supernumerary. p. 3

Alvira, Tomas: A friend of Jose Maria Albareda; one of the first supernumerary members of Opus Dei. p. 4

Badeil, Ana Maria: Miguel Fisac’s wife, whom he married in 1 957.iv

Bella, Florencio Sanchez: Was Opus Dei Cornissary in Spain. p. 8

Botella, Francisco: University professor and a nutnerary member of Opus Dei as one of the first priests. p. 14.

Botella, Paco: A member of Opus Dei; sisterjoined Opus Dei but later lefi; Miguel Fisac’s confessor. Pp 2,6,8,17,25

Casado, Vicente Rodriguez: A member of Opus Dei; sister joined Opus Dei but later left; desired to be a priest in Opus Dei but was not chosen. Pp 5,17,25

Casciaro, Pedro: Companion to Miguel Fisac; also a student of architecture; a numerary member of Opus Dei, also one of the first Opus Dei priests. Pp 1,2,4,14,23

 

 

 

 

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Carta Abierta A Los Participantes De La 5ª CELAM

septiembre 5, 2007

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CARTA ABIERTA A LOS PARTICIPANTES DE LA 5ª CELAM

APARECIDA, SÃO PAULO, BRASIL

15 de mayo de 2007

Exmos Srs. Obispos:

5ª Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe

Aparecida, Sao Paulo, Brasil

Osamos dirigirnos a Vuestras Excelencias, amparadas y animadas por las palabras de nuestro Sumo Pontífice, Papa Benedicto XVI, durante la homilía de la misa del 13 de Mayo en Aparecida: “EN LA IGLESIA NO HAY PROSELITISMO. LOS FIELES SON ATRAIDOS POR EL AMOR DE DIOS”

Esa declaración nos da la certeza de que, al cuestionar el OPUS DEI por su proselitismo, no estamos equivocadas, nos da la certeza de que, al estar equivocado con esta conducta, que es común entre sus miembros y que les resulta tan importante, no están libres de estar equivocados también en cuanto a otras formas de ser y actuar. Y que esas conductas pueden y deben ser revisadas y analizadas por la Iglesia, pues nos son conductas intocables, como quisieron hacer creer a nuestras hijas e hijos, alegando que esa era la Obra inspirada directamente por Dios y, por tanto, perfecta e incuestionable.

Para los miembros del Opus Dei, para sus seguidores y simpatizantes, si hay algo equivocado, este algo está en quien cuestiona, pues al cuestionarlos está cuestionando a Dios propiamente. Por esta razón, NADA, ABSOLUTAMENTE NADA es cuestionado dentro del Opus Dei, y la obediencia y sumisión son ciegas y totales. Quien cuestiona es tratado con desprecio, como un “difamador”.

Ya no es un secreto ni esta reducido a pequeños círculos el conocimiento de cómo el Opus Dei actúa en el reclutamiento de jóvenes de más de 14 años.

LAS FAMILIAS Afligidas con lo que ahora es de conocimiento público sobre los métodos usados por la Obra y queriendo ver a sus hijos siguiendo sus verdaderas vocaciones (siendo religiosas o no) y no vocaciones impuestas, inducidas, hábilmente manipuladas:

– CANSADAS CONVERSAR DESDE HACE DÉCADAS CON LOS DIRIGENTES/LIDERES LAICOS Y/O RELIGIOSOS DEL OPUS DEI SIN RESULTADOS, pues aunque las reciban bien, con «sonrisas heroicas» y les digan «si, si, si vamos a tener en cuanta sus observaciones, vamos a analizar la situación, vamos a conversar con su hijo/a” pero sabiendo que no harán nada;

– desgastadas en sus relaciones – armoniosas y normales antes del Opus Dei entrar en la vida de sus hijos – y luchando para fortalecer los vínculos familiares, a veces hasta con ayuda de profesionales

– haciéndose escépticas y quedando confusas frente a la vida, la Iglesia y Dios, muchas de ellas alejándose de las prácticas religiosas;

contrariadas con sus pastores – sean curas, religiosos/as, obispos e incluso con los cardenales que muchas veces hasta se solidarizan con ellas, pero que lo máximo que pudieron responderles fue: “ora, reza, confía… Santa Mónica pasó 30 años orando por su hijo que se acabó convirtiendo en San Agustín» o «sea una buena madre, practique obras de caridad, sea piadosa para que su hija perciba que fuera de la obra también existen buenas personas…»

representadas por las madres piden atención URGENTEMENTE de sus pastores, pues ellas no pertenecen a la Prelatura Personal del OPUS DEI.

Después de tantos años de lucha para descubrir lo que pasaba con sus hijos, después de tantos años de conformismo o inconformismo en oración, rezos y confianza, FINALMENTE SE CONSIGUE ENTENDER LO QUE OCURRE:

Las familias están fuera de la Prelatura y no pueden opinar respecto a ella, y las cuestiones de la Prelatura están fuera de la competencia de nuestros pastores. Percibieron desde siempre qué embarazoso e incómodo era y había sido, hasta para las más altas autoridades de la Iglesia recibirlas, oírlas y darles una respuesta aceptable. ¡Costó entender que la cuestión estaba y está fuera de su alcance! ¡Todo ha caído en el vació!

NO TENEMOS DUDA DE QUE DEBEMOS PEDIR QUE SEA CREADO, CON URGENCIA, UN GRUPO DE TRABAJO O UNA COMISIÓN EN LA ESTRUCTURA DIOCESANA DE LA IGLESIA QUE INCUMBA – DE HECHO Y DE VERDAD – DE LA SOLUCIÓN DE LOS CASOS EN QUE FAMILIAS SOLICITAN APOYO Y AYUDA EN EL CONFLICTO CON EL OPUS DEI;

Frente a lo que hemos vivido, frente a lo que ya es de dominio público, y van a negar la gravedad de la cuestión: el OPUS DEI se ha convertido en una Iglesia dentro de la Iglesia, utilizando modos sectarios, destruye familias y vidas son realmente destrozadas – los daños causados por la manipulación mental del joven y sus consecuencias en la familia equivalen a las causadas por dependencia química. A quien recurrir? ¿Quién es el responsable?

FRENTE A ESTA REALIDAD, NOS ATREVEMOS INCLUSO A SUGERIR QUE SE PROPONGA LA EXTINCIÓN DE LA PRELATURA PERSONAL OPUS DEI

Contamos con el coraje de nuestros obispos y pastores y la humildad de la Iglesia en reconocer que, si en el mundo entero, algo se revela como equivocado, no es posible ignorarlo y hacer como que está todo bien o que eso es simplemente el reflejo del hecho de que en grandes organizaciones hay siempre alguien que no se ajusta a ellas, o incluso la manifestación de algunas personas descontentas, de madres desequilibradas ¡o super-protectoras! No son pocas las familias y, sobretodo, no son pocos los jóvenes, ni los jóvenes hoy ya adultos marcados negativamente por la experiencias del Opus Dei.

Con la convicción de nuestra fe en Jesús Cristo, nuestra devoción a la Virgen Maria y nuestra confianza en la Iglesia, sinceramente, respetuosamente, esperanzadoramente aguardamos su declaración.

Grupo de madres de familias damnificadas por el Opus Dei.

Sao Paulo, S.P Brasil

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Lo He Leído Y Me Ha Dado Miedo

septiembre 3, 2007

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Fotografía: Boda masiva Moon

He estado leyendo el “Vademecum del gobierno local” y en su apartado de admisión e incorporación he encontrado un párrafo en el que, creo, se resumen muchos de los problemas del Opus Dei. Lo he leído y me ha dado miedo.

“Los fieles de la Prelatura tienen la obligación de conciencia de cultivar y defender, en todo momento, las características divinas de la Obra: su naturaleza y sus fines sobrenaturales, su régimen, su unidad, los modos apostólicos queridos por el Señor, el Derecho propiosanto, perpetuo e inviolableque nuestro amadísimo Fundador, por Voluntad divina, estableció para siempre, y la Santa Sede ha sancionado”.

El subrayado es mío (las negritas no), y las frases me han hecho ver como la Obra se juzga a sí misma. Es la primera vez que leo una frase que positiva y directamente liga la voluntad de Dios a la acción del fundador sin posibilidad de duda, caracterizando el derecho propio de la institución como “santo, perpetuo e inviolable” vamos, como si la Obra fuera una nueva alianza entre Dios y los hombres y justificando sus modos de hacer al presentar el beneplacito de la Santa Sede para convencer al que no lo estuviera ya e imposibilitando cualquier tipo de crítica o duda porque ni Dios ni la Iglesia se equivocan (silogismo falaz con el que se alimenta las cabezas de “la aristocracia de la inteligencia”).

Sinceramente creo que la divinización de la institución es el problema básico del Opus Dei y la causa del mal que produce a su alrededor (como a mí me produjo ) y aunque haga bien a muchos (como a mí me lo hizo). Es la única institución u organización de la Iglesia que se adjudica la seguridad y certeza absoluta de tener un contacto directo con el Altísimo, parece que estuviéramos hablando de la mismísima fundación de la Santa Iglesia. Por eso no admite la crítica, ni siquiera la constructiva.

La adjudicación del discernimiento de la voluntad de Dios es, sencillamente, la manera de obrar de las sectas y esto es lo que me parece pasa en la Obra y muestra el párrafo de arriba (Fuente. Jose_A).

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¿Se Respetan En El Opus Dei Los Derechos Humanos Fundamentales?

julio 20, 2007

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Iván de ExOpus

Reedición del publicado en Opus Libros el 27 de junio y 4 de julio de 2004

LEER LA ÚLTIMA VERSIÓN DE ESTE ARTÍCULO

El hombre es hijo de sus obras.

Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.

Respondo a quienes intentan demostrar la bondad del Opus Dei porque ellos son muy felices dentro:

Me alegro mucho por vosotros de que hayáis llevado una vida tan feliz en el Opus Dei, pero desgraciadamente eso vale de muy poco para saber lo que en realidad es la Obra (ser muy feliz en un grupo no sirve como criterio de bondad para ninguna institución) puesto que miembros felices los hay hasta en la sociedades más depravadas. ¿O acaso creéis que entre los asesinos de los campos de exterminio no hubo algunos que fueron muy dichosos por formar parte de esa institución? Seguro que los hubo.

Una sociedad no es buena porque algunos (o muchos o casi la totalidad) de sus miembros estén contentos en ella; a una sociedad se la puede empezar a considerar como buena cuando institucionalmente respeta todos los derechos humanos fundamentales.

Lo que escribo a continuación no lo hablo por otros, ni por lo que he oído o leído, sino que es fruto de mi propia experiencia durante casi 35 años dentro de la Obra.

Para empezar, en la Obra hay dos verdades, una para utilizar con los miembros y otra para los de fuera; una que justifica algo para que parezca santo y otra que es muy opuesta.

Por ejemplo, cuando yo pité (escribir la carta de admisión a la Obra) me dijeron que las sucesivas incorporaciones al Opus Dei (las jurídicas) eran obligaciones administrativas que la Iglesia exigía y a las que a la fuerza había que someterse, pero que desde el momento en que se pitaba se era ya del Opus Dei y para todos los efectos. Al rato, el director con el que acababa de escribir la carta de admisión me dice que por un tiempo no les cuente a mis padres que soy de la Obra y que si ellos me lo preguntan les diga que no lo soy; al ver mi cara de extrañeza me añade que contándoles eso no les mentía, porque en realidad yo no era de Opus Dei hasta que la Iglesia no lo reconociera oficialmente (incorporación jurídica). ¿Era o no era de la Obra? Pues para quienes a ellos les convenía sí y para quien les estorbaba no.

Utilizan lo que llaman la «corrección fraterna» como medio muy eficaz para mantener el dominio sobre sus miembros. La fundamentan, como verdad externa, en la frase de Jesús según la cual si ves un pecado en tu hermano debes corregirle. Ese medio es en apariencia una buena práctica, pero veamos como se utiliza, para conocer otra realidad oculta.

Una vez vista una falta en otro miembro, algo que te parece no estar de acuerdo con el espíritu de la Obra, has de contárselo a su director quien tiene la última palabra para que le corrijas o no. Es decir:

1 – Casi nunca corriges pecados normales (los que todo el mundo entiende por pecado) sino que se utiliza sobre todo para aquello que no es afín al espíritu de la Obra (que previamente te han mentalizado cual es).

2 – Bajo la verdad externa de que se consulta al director de la otra persona, para que sea él quien juzgue la procedencia de esa corrección, subyace otra realidad que es que así los directores siempre pueden mantener un control de la conducta de sus dirigidos al estar permanentemente informados sobre lo que hacen y dicen que pueda ser disonante con la Obra. Con la corrección fraterna los ojos de todos los miembros de la Prelatura se convierten en los de tu director inmediato, quien a su vez, si procede, informa al director superior (por lo que de una falta que cometas hoy, el Prelado puede tener mañana un informe sobre la mesa de su despacho).

Voy a poner un par de ejemplos de correcciones fraternas tomadas de mi propia vida.

En una ocasión comenté ante varios que me gustaba mucho el libro «Juan Salvador Gaviota» de Richard Bach. Un par de horas más tarde me hicieron una triple corrección fraterna: Porque no había mirado ese título en el índice interno de libros que la Obra lleva, puesto que allí se indica que no se puede leer. En segundo lugar, por haberlo leído sin las prevenciones oportunas de conocer antes si podía hacerlo, lo que podría haber perjudicado a mi alma. Por último, por escándalo a los demás, por la publicidad dañina que hice de él ante quienes no deben leerlo y a los que mis palabras les podrían llevar a pensar que era bueno, dando ellos por supuesto que yo lo había comprobado previamente (en ese índice).

Otro caso. Los agregados teníamos una meditación un día fijo a la semana, seguida de una tertulia durante la cual el sacerdote (el designado para nosotros) nos iba confesando sucesivamente (íbamos a él según el orden de colocación en la tertulia). Pues bien, en una ocasión no me confesé allí en dos semanas consecutivas. Nada más terminar la tertulia del segundo día, me vino uno para hacerme la corrección fraterna de que había que confesarse semanalmente con el sacerdote establecido y que si en alguna ocasión, por motivos de fuerza mayor, lo hacía en otro lugar, que después de la meditación, cuando me llegara el turno, me pasara a saludar al sacerdote (aunque no me confesara) para así no causar escándalo en el resto, que se daban cuenta de que yo no me había confesado.

La gente entra en la Obra sin saber los términos específicos de su entrega; después, poco a poco, se les crea una tupida red de miedos, culpas, fobias y temores (sobre todo a perder la felicidad temporal y eterna si dejas el Opus Dei) lo que permite enajenarles con facilidad de muchos derechos fundamentales. Por ese medio, a grandes rasgos, a los miembros del Opus Dei (en especial a los numerarios y agregados) se les expolian los siguientes derechos:

1 – Derecho a la libre información y a su intimidad personal: Diciéndoles lo que pueden de leer o no, los programas de televisión que pueden ver o no; les leen la correspondencia que reciben y envían, etc.

2 – Derecho al pensamiento libre: Obligándoles a no tener la mínima duda sobre su vocación: «De la vocación no se puede dudar, es intocable», te repiten desde que pitas. A suprimir cualquier crítica sobre la Obra o sus directores (por ejemplo, es algo grave y que atenta contra la unidad del Opus Dei comentarle a otro que te agradaba más el director anterior que el actual), etc.

3 – Derecho a la conducta libre: Controlándoles amistades, esparcimiento, adónde pueden ir o no; impidiéndoles asistir a espectáculos públicos; exigiéndoles confesarse semanalmente (con o sin pecados) con el sacerdote del centro, imponiéndoles el director espiritual (que es un laico independiente del confesor), obligando a que esa dirección espiritual sea cada semana (porque te buscan, persiguen y fuerzan a tenerla si tú no vas dócilmente a ella), imponiendo que a ese laico le cuentes todo, todo, todo, y en especial y en primer lugar lo que te molestaría contar (aunque ello sea algo tan tonto como que has deseado entrar en un cine a ver Heidi), etc.

4 – En lo económico te fuerzan a un estado de indigencia total: En vez de agradecerte el dinero que das al Opus Dei, te dicen que el sueldo que cobras, desde antes de recibirlo, ya no es tuyo sino de la Obra, quien como «buena madre» vela por ti y te da lo que necesitas para subsistir (que ella previamente ha aprobado). Has de apuntar todos los gastos que realizas, hasta el más mínimo, y entregárselos al director en los cinco primeros días de cada mes. Con cualquier bien mueble (el coche) o inmueble que ha de figurar a tu nombre has de firmar un contrato de venta en blanco (sin datos del comprador ni fecha de venta) para que en cualquier momento ellos puedan rellenar esos datos y cambiarlo de dueño (lo hacen así para no cargar fiscalmente a la Obra, porque si no directamente te quitarían su propiedad). ¡Buen truco para que ante los de fuera parezca que tienes algo! Y cuando dejas la Obra te marchas sin nada (cuando lo haces no te dan ni para el metro). ¡Buen truco para mantenerte atado dentro!

5 – Derecho a los sentimientos libres: Sólo puedes poner el corazón en la Obra y en lo que a ella le conviene. Por ejemplo, has de amar al Prelado (a quien te hacen llamarle Padre, lo que sustituye en ti al que te dio la vida), a quien nunca has tratado, con el mismo cariño humano que sientes por tu propio padre o madre, etc.

6 – Derecho a una madurez humana y psicológica equilibrada: En el trato personal con el resto de los miembros has de evitar las fricciones, siempre has de sonreir, has de mantener una máscara de felicidad permanente. Si algo te molesta de otro has de hablarlo con el director y si procede recurrir a la corrección fraterna, nunca al planteamiento personal directo. Eso te lleva a vivir una intimidad de «invernadero», ficticia, que notas muy claramente cuando sales de la Obra y has de crear una relación de pareja, en la que te sientes como un extraterrestre.

Por otra parte, dependes de ellos hasta en lo más mínimo. Has de comprar ropa acompañado de otro. Todos tus gastos te los han de aprobar antes de recibir tú el dinero. Has de consultarlo todo (te dicen que el director tiene gracia de estado por lo que tú nunca te equivocas obedeciendo) lo que te hace ser un dependiente psicológico. En la obra te permiten desarrollar facetas intelectuales (que no choquen con ellos) pero no los sentimientos y la independencia psicológica.

7 – Derecho a tener amigos dentro de la Obra y a continuar la amistad con los que lo eran tus amigos antes de incorporarse a ella: En el Opus Dei está establecido institucionalmente que no han de existir amistades particulares. Lo que ellos llaman amistad particular es lo que todo el mundo entiende como amistad a secas. No puedes tener un amigo de la Obra en quien confiar lo que tú desees y pensar que después te guardara el secreto, puesto que la corrección fraterna, de la que hablé antes, lo impide. Cualquier cosa que cuentes a otro puede acabar en el director y si es algo sobre discrepancias con la institución (aún mínimas) o dudas de vocación, seguro que acaba siendo escuchado por el director.

Cuando un amigo tuyo pita has de dejar de ser amigo de él. Como suena, por decreto tenéis que dejar de ser amigos porque hay que emplear esas energías en buscar otros amigos para acercarlos a la Obra. Para facilitarlo os separan cuanto antes, trasladando a uno de los dos a otro centro. A ese expolio de la amistad ellos lo llaman entregar los amigos a Dios, pero en realidad lo que busca es que su poder de manipulación no se diluya. Al no poder comunicar con nadie de dentro tus inquietudes (y menos con los de fuera), siempre estarás al arbitrio de lo que los directores te digan. Las cosas íntimas se consultan con el director, te dicen, y de esa manera se aseguran que recibas sólo las campanadas que ellos tañen. (Por lo mismo, tampoco pueden estar en el mismo centro dos hermanos de sangre, si ambos son de la Obra.)

La amistad en la Obra es sólo un instrumento para captar a la gente. Nunca para el enriquecimiento personal de sus miembros. Por eso los que pensabas que eran tus amigos en cuanto te vas de la Obra te ignoran: porque en realidad nunca han sido tus amigos.

Si eres de la Obra y quieres mantener un amigo, has de evitar que pite.

8 – Derecho a elegir la vocación a la Obra: Tú no eliges a la Obra, es ella quien te elige a ti. Te acercas a la Obra en busca de espiritualidad y por el buen ambiente humano que allí se respira y cuando menos te lo esperas aparece el numerario de quien eres amigo y que te llevó allí, el director, el cura y quien imparte los círculos (un medio de formación) y todos a una te plantean que tienes una vocación que tú no acabas de ver clara y terminas pitando, más que nada, para descansar de esa presión psicológica.

Es imposible que una persona elija su vocación a la Obra porque ellos no la muestran en sus detalles importantes; a ti tan sólo te cuentan que por Dios has de entregarlo todo y que se materializará tal y como ellos te dirán después (pero nunca piensas que en ese «todo» que das se incluyen derechos inviolables). Por lo tanto, si tú no puedes saberlo han de ser ellos quienes vean si les sirves o no y en caso afirmativo quienes te empujen adentro.

9 – Derecho a elegir salirte de la Obra: En realidad, la expoliación de todos los derechos enumerados en los otros apartados buscan este fin. Lo único que a la Obra le importa es llenarse de gente que les sea útil y que les duren hasta la muerte. Para conseguirlo hacen lo que haga falta, incluyendo que el fin justifique los medios.

10 – Derecho al dialógo sobre la Obra: Parece como si para ellos el Opus Dei además de traducirse como «La Obra de Dios» también significara «La Obra es Dios», puesto que dialogar lo entienden como dar las vueltas que haga falta y durante el tiempo que sea preciso hasta lograr que el otro termine aceptando totalmente lo dicho por ella, sin ellos ceder un ápice ni reconocer un error.

«Toda institución en la que intervienen los hombres es imperfecta», decía el Fundador del Opus Dei refiriéndose a la Iglesia, y tenía toda la razón del mundo, por eso la Iglesia se abre al diálogo. ¿Y la Obra no es imperfecta?

11 – Como haré ver más adelante con un aspecto muy significativo, para el Opus Dei los derechos adquiridos por sus miembros a través de la Prelatura sólo existen mientras benefician a la Obra (directamente y exclusivamente) y les son enajenados en cuanto no es así, sin temblarle el pulso por el perjuicio que ello produce en el individuo, en la sociedad y en la Iglesia Universal.

Muchos numerarios y agregados hemos aprobado dentro de la Obra los estudios eclesiásticos oficiales de la Iglesia (menos una asignatura menor que la Obra no te deja cursar excepto en el caso de que te vayas a ordenar como sacerdote de la Prelatura).

En el mes de permiso anual del trabajo los agregados se desplazan a los lugares que les asignan los directores para permanecer durante 25 días en lo que se llama internamente como «curso anual», porque allí se cursan asignaturas de filosofía y teología. Mientras que el resto de sus compañeros, que no son del Opus Dei descansan, los de la Obra continúan trabajando, en este caso estudiando y con intensidad.

Esas asignaturas son idénticas a las que la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra imparte públicamente en sus aulas de Pamplona; universidad que es de la Iglesia y de la que la Iglesia es la última responsable por ser «suya». Por supuesto, esas clases son dictadas por profesores cualificados por la citada universidad.

En esos cursos anuales, conforme los alumnos van cursando las asignaturas, se realizan los exámenes pertinentes en los que hay que obtener una calificación de notable o sobresaliente para superarlas. Esa es la única diferencia que existe con los exámenes que se realizan en las aulas públicas de Pamplona en donde a los alumnos matriculados allí les basta con obtener la nota mínima de aprobado para pasar cada materia.

Esa diferencia con los miembros de la Prelatura radica en el empeño que el Fundador del Opus Dei tenía de que los de la Obra estuviéramos más cualificados que los demás en esas materias, por lo que estableció que en todas las asignaturas eclesiásticas que cursara un miembro de la Obra debían obtenerse calificaciones de notable o sobresaliente para considerarlas como superadas.

Al final de cada curso anual se realizan las actas oficiales de cada materia en donde figuran aquellos alumnos que las han rendido, son firmadas por los respectivos profesores y se remiten a la Universidad de Navarra (en algunas ocasiones yo he escrito a máquina esas actas, en las que están en latín tanto el texto como todos los nombres incluidos en ellas, y se las he pasado después a los profesores para que las firmen).

En determinadas ciudades también se cursan esas asignaturas durante el resto del año (hablo de España).

De esa manera, poco a poco, año tras año, finalicé esa carrera universitaria. Son unos estudios tan, tan, tan oficiales que de un día para otro me podría haber ordenado sacerdote dentro de la Obra (en lo que respecta a los estudios que la Iglesia exige para ello, puesto que esa asignatura menor que me faltaba por terminar, de la que antes hable, se rinde en menos de una semana de estudio).

O sea, que sí me voy a ordenar como sacerdote del Opus Dei hay una universidad con reconocimiento público (civil y ante la Iglesia) que es la Universidad de Navarra que admite que yo he realizado todos los estudios eclesiásticos que ella imparte, puesto que me ha examinado de todas las asignaturas que componen esa licenciatura y en las cuales la nota mínima que he obtenido ha sido de notable.

Veamos lo que ocurrió cuando me fui de la Obra. Solicité un certificado de esos estudios y me respondieron que no me lo podían dar porque son «estudios internos que sólo sirven dentro de la Obra».

Hay una realidad: Yo tengo aprobadas las asignaturas de la licenciatura eclesiástica en filosofía y teología por la Universidad de Navarra.

Ante este hecho la Obra aplica dos «verdades»:

1 – Que ese derecho existe para ordenarte sacerdote dentro de la Prelatura (con lo que admiten que lo poseo).

2 – Y la otra, una «verdad falsa» de que son «estudios internos que sólo sirven dentro de la Obra» (que la Obra quiere hacer pasar como verdadera con el subterfugio mental de crear unas palabras que sustituyan a la realidad), lo que, sin temblarles el pulso, les permite enajenarte de un bien únicamente tuyo y arduamente adquirido con un esfuerzo continuado durante muchos años (en el tiempo en que los que no son de la Obra, como antes dije, descansaban de su trabajo habitual).

Hay que considerar que el expolio de ese bien produce los siguientes perjuicios:

1 – A las personas damnificadas. Puede servir para incluirlo en su currículum profesional para mejorarlo y poder obtener puestos de trabajo más cualificados. Al ser un título universitario te priva de los beneficios de su ejercicio, como puede ser dar clases de filosofía o religión. Hay muchos agregados sin otra titulación universitaria y de esa manera se les priva de ser universitarios de grado superior, etc.

2 – A la sociedad civil, puesto que la priva del bien que puede obtener de personas poseedoras de esa cualificación.

3 – A la Iglesia Universal, al expoliarla del beneficio que sus hijos pueden revertir en ella si disponen de esa titulación (a la que esas personas tienen derecho, todo el derecho del mundo) cómo puede ser, además de lo anteriormente visto para la sociedad civil, disponer de la capacidad de ordenarse sacerdote en cualquier diócesis del mundo sin necesidad de tener que realizar de nuevo esos estudios. Tengo constancia de que un exmiembro de la Prelatura decidió ordenarse como sacerdote en una diócesis de España y tras reiteradas instancias a la Obra por parte de su obispo le fue entregado un certificado de los estudios eclesiásticos cursados por él mientras perteneció al Opus Dei (con lo cual se ratifica todo lo que estoy diciendo aquí: que dicha persona había realizado esos estudios y que hasta ese momento la Obra se negaba a reconocerlo); esa situación que la Obra hace ser excepcional se corresponde, por el contrario, con un derecho inalienable de las personas que no puede ser manipulado por nadie.

No es justo tener que suplicar a otros la limosna de un bien que por derecho nos corresponde (y que se niega a entregar).

Analicemos lo que ese comportamiento de la Obra nos dice sobre sí misma:

1 – Que no les importan los derechos de las personas, tan sólo existen los derechos de su institución. 2 – Que no les importa el bienestar de las personas, tan sólo existe el bienestar de su institución.

3 – Que no les importa el bien de la Iglesia Universal, tan sólo existe el bien de su iglesia particular.

4 – Que fuerzan a que una universidad pública (como la de Navarra) tenga un «sótano», oculto a la mirada de todos, en el que se guardan los expedientes de los estudios realizados por los miembros de la Prelatura, para poder utilizarlos ellos a su gusto como si fueran de la Obra en vez de quien los estudió.

5 – Como la Iglesia es la última responsable de esa universidad (por ser una universidad de la Iglesia) con esa expoliación de derechos adquiridos por las personas están haciendo que sea la Iglesia Universal quien cometa ese atropello.

6 – Que no les importa el bien de la sociedad, mientras que no sean ellos quien les suministre ese «bien» y manufacturado a su capricho.

7 – Que se demuestra, una vez más, que para el Opus Dei el fin justifica los medios.

8 – Que ante los talentos de sus miembros la Obra dice: «O para mí o para nadie».

Por supuesto, todo lo dicho con anterioridad es válido también para aquellos que hayan realizado esos estudios parcialmente (que hayan aprobado diez, veinte o tan sólo una asignatura) ya que el derecho del que hablamos es el mismo en todos los casos.

Una idea repetida en las meditaciones y charlas que se dan dentro de la Obra es que la vocación al Opus Dei es tan importante y tan grande que muy posiblemente Dios no nos habría creado si no hubiera sido porque nos iba a conceder esa vocación; y consecuentemente a ese pensamiento actúan cuando te marchas del Opus Dei: Cómo te vas –parecen decirte con sus obras–, te retiramos la existencia de todo aquello que está en nuestra mano porque así actuaría Dios en nuestro lugar.

Si yo no hubiera sido del Opus Dei y alguien me cuenta lo que estoy escribiendo, sin darme el nombre de la sociedad que actúa así, sin dudarlo habría dicho que se trataba de una estructura comunista, puesto que en las entrañas de la filosofía del comunismo está que las personas carecen de derechos individuales a costa de la institución que las gobierna, que los posee todos y en exclusiva.

Imaginemos que al Fundador del Opus Dei le hubiera dado porque todos los numerarios y la mayoría de los agregados estudiaran en la Universidad de Navarra, además de la carrera Eclesiástica, las de Derecho y Medicina con una nota mínima de notable en cada asignatura y que muchos hubiéramos finalizado las tres carreras. Al salirnos de la Obra habríamos tenido que dejar también de ser abogados y médicos, profesiones que pudimos ejercer durante el tiempo que estuvimos dentro del Opus Dei pero no al marcharnos puesto que al ser «estudios internos que sólo sirven dentro de la Obra» en el momento de dejarla nos habrían negado esos títulos universitarios. ¡Y entonces a trabajar solamente como picapedreros en las minas de carbón!

12 – Otro derecho humano vulnerado (que lo pongo al final no por considerarlo el menos importante sino porque alguno ha de cerrar la exposición) es que aplican esa violencia espiritual y psicológica en jóvenes que por su inmadurez están incapacitados para discernir y reaccionar. A partir de los 14 años y medio pueden pedirte pitar. Yo tenía 15 años cuando pité. (Para más información leer mi carta de fecha 16 junio de 2004 en donde ahondo en alguno de estos temas.)

Termino repitiendo la idea del principio: Encontrarse muy feliz en un grupo no es indicativo de su bondad, para saberlo hay que comprobar si ese colectivo institucionalmente respeta todos los derechos humanos fundamentales.

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Cartas de Maria del Carmen Tapia al Vaticano

julio 10, 2007

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(Cartas enviadas por Mª del Carmen Tapia al Vaticano antes de la beatificación de Josemaría Escrivá, contenidas en el Anexo nº 24 de su libro Tras el Umbral y no incluidas en otras ediciones digitales.)

ÍNDICE

Carta al Cardenal Ángel Sodano, 2 de agosto de 1991

Carta a Juan-Pablo II, 2 de agosto de 1991, con documento adjunto.

Carta al Cardenal Ángel Sodano, 24 de septiembre de 1991

Carta a Juan-Pablo II, 24 de septiembre de 1991

—oOo—

Santa Bárbara, 2 de agosto de 1991

Su Eminencia Ilustrísima

Cardenal Angel Sodano

Secretaria de Estado

Ciudad del Vaticano

DE CONCIENCIA

Eminencia:

Me permito adjuntarle este material «Secreto y de conciencia» con el ruego ferviente de que lo ponga directa y personalmente en las manos de nuestro Beatísimo Padre, Su Santidad Juan Pablo II.

Le ruego, Eminencia, en nombre de Dios, que dada la importancia de su contenido no confíe este material en manos de ningún intermediario, sino que sea su Eminencia quien lo entregue al Santo Padre directa y personalmente.

Abusando de su caridad, le rogaría me enviase igualmente una breve nota, a la dirección abajo indicada, notificándome, para mi paz dé conciencia, la fecha en que el documento le fue directamente entregado a Su Santidad.

Con toda gratitud y respeto, le pide su bendición,

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María del Carmen Tapia

980 Hot Springs Road

SANTA BARBARA, California, 93108-1111 (U.S.A.)

Phone: Residencia: (805) 969-0090

Universidad: (805) 893-3075

Ir al Índice

—oOo—

Santa Bárbara, 2 de agosto de 1991

Su Santidad Juan-Pablo II

Ciudad del Vaticano

Beatísimo Padre:

Tras seria meditación me decido a escribirle para abrirle mi alma y manifestarle ante Dios y la Iglesia lo que para mi supone un deber hondo de conciencia: el que la vida de Monseñor José-María Escrivá de Balaguer, de la que fui testigo muchos años, no fue admirable y mucho menos imitable. Su proceso de beatificación haría mucho daño a la Iglesia y a las almas, ya que además ello implicaría el considerar como ejemplar la forma en que vivió la doctrina del Opus Dei por él fundado.

Conozco al Opus Dei muy bien porque fui Numeraria durante casi veinte años (1948-1966), de los cuales seis viví en Roma (1952­-1956) y (1965-1966). Fui secretaria personal de Monseñor Escrivá y Superiora Mayor en el Gobierno central de la Sección femenina del Opus Dei. Fue Monseñor Escrivá quien recibió mis votos perpetuos al Opus Dei. También fui la primera directora de la imprenta que el Opus Dei tiene en la casa central de Roma y asimismo estaba especialmente encargada, cuando Monseñor Escrivá iba a la casa de mujeres, de anotar, para la posteridad, cuantas cosas le oyera decir. En 1956 me enviaron a Venezuela como Directora de la Sección de mujeres en ese país, donde adquirí la nacionalidad venezolana que conservo. Dejé Venezuela en 1965 llamada por Monseñor Escrivá a Roma donde permanecí hasta mi salida del Opus Dei en 1966.

Veo ahora cómo los Superiores del Opus Dei están precipitando los hechos de esta beatificación, agotando todos los medios humanos, sociales, políticos y financieros a su alcance, porque consideran que si ello no sucede durante su Pontificado, Beatísimo Padre, pasarán, siglos quizás, antes de lograrlo. El Opus Dei no tiene otra meta ni objetivo, después de haber conseguido de la iglesia su cambio jurídico de Instituto Secular en Prelatura Personal, que el hacer de su fundador un santo.

Quise declarar a su tiempo en este proceso de Monseñor Escrivá, y no me dejaron hacerlo. Es más, me indicaron expresamente en Madrid, en octubre de 1981, y través del Presbítero Don Joaquin Aznar Cleofás, a quien fui a visitar, porque era un «advocatus diaboli», que no me permitían hacerlo.

Dada la extrema importancia y repercusión de este posible suceso, y comprendiendo que mi testimonio puede ser crucial, estoy dispuesta, Beatísimo Padre, a ser interrogada directamente por Su Santidad en la forma que tenga a bien indicarme, yendo a Roma el día y hora que se me indicase.

Es bien conocida, de todos y desde siempre, la forma de actuar del Opus Dei y sus múltiples influencias y maniobras dentro de la Curia Vaticana. Pero especialmente, y por desdicha, desde el principio del proceso de beatificación de Monseñor Escrivá, en el órgano institucional para las Causas de los Santos donde S.E. el Cardenal Pietro Palazzini hiciera cabeza. Por ello le suplicaría, Beatísimo Padre, que si Su Santidad personalmente no pudiera escucharme en causa tan importante para la salud de la Iglesia y de las almas, tuviera a bien designar para mi audición un juez de su estricta y personal confianza, que ni de cerca ni de lejos, tuviera relación alguna con el Opus Dei.

Si el Opus Dei intuyera mi deseo de declarar ante Su Santidad, yo no descartaría, Beatísimo Padre, la posibilidad de que intentaran interferir en mi declaración, bien impidiendo de alguna manera mi presencia física en el Vaticano o bien mediante un sutil o no tan sutil descrédito personal que pudiera sembrar dudas de mi integridad moral; esta no sería la primera vez que recurren a este proceder, como lo pone en evidencia varios de los materiales qué tengo en mi poder. Por esta razón, me he visto obligada a poner en varios lugares diversos y seguros, con garantías jurídicas, el material original de información que poseo. Material que, en caso extremo, saldría todo a la luz pública, incluso si yo faltara.

He añorado durante largo tiempo el poder hablarle directamente y, como una hija a su padre, abrirle mi corazón que sufre ante este posible hecho y poder también responder a cualquier pregunta suya, pero desdichadamente nunca pude llegar a Su Santidad a pesar de mis previos viajes a Roma.

Es mi ardiente ruego, Santo Padre, que en esta hora, por el bien de la Iglesia universal y de las almas todas, se prolongue esto proceso de beatificación — que tan precipitadamente quiere el Opus Dei acelerar y acortar– cuanto sea necesario. De esta forma, se evitaría el escándalo, se daría amplio tiempo para investigar a fondo el caso y, se podrían recibir, junto a las declaraciones ya conocidas de aquellas personas que unilateralmente fueron presentadas por miembros o superiores del Opus Dei, aquellas otras de quienes conociendo muy de cerca a Monseñor Escrivá, y habiendo pasado más de quince, veinte o treinta años en el Opus Dei, hubieran querido declarar, pero no se les llamó ni permitió hacerlo, por el hecho de haber dejado de pertenecer al mismo.

Los Superiores del Opus Dei temen esas declaraciones porque saldrían de manifiesto hechos verdaderos, pero no queridos por ellos, que reflejarían una luz diferente en el retrato que tratan de proyectar de la vida de Monseñor Escrivá. Por ello, hacen cuanto está a su alcance a fin de que se consideren como testigos no idóneos o de fiar a aquellas personas cuyos puntos de vista no coinciden con los que ellos quieren hacer prevalecer.

Le adjunto con esta carta, Beatísimo Padre, como pinceladas, una serie de hechos presenciados, oídos y vividos por mí durante mis años dentro del Opus Dei. Hechos que, aunque no son todos los que conozco, pueden brindarle a Su Santidad una perspectiva diferente de la vida real de Monseñor Escrivá. Podría agregar otros hechos, mucho más serios aún y concretamente documentados, sobre mi experiencia personal con Monseñor Escrivá, que estoy dispuesta a exponer en presencia de Su Santidad.

Igualmente le incluyo un borrador, tal cual lo tengo, de un trabajo que preparé comentado el documento elevado por el Opus Dei a la Santa Sede con la petición de cambio de Instituto Secular en Prelatura Personal. Puedo asegurarle, Beatísimo Padre, que mis comentarios a cada uno de los puntos reflejan la verdad.

Conozco varias personas que aún temen represalias por parte del Opus Dei y, con gran conflicto de conciencia, se callan. Estas personas sólo hablarían a instancias de Su Santidad. Y sus testimonios, que serían importantes, y que podrían gravitar especialmente en el juicio decisivo de Su Santidad, no saldría de otra forma a la luz. Tengo a la disposición de Su Santidad, por ejemplo, el nombre de una de ellas, Numeraria por treinta años en el Opus Dei, que pidió su dimisión hace solamente dos años y quien, me ha asegurado, que de no hablar con Su Santidad, no hablaría jamás con nadie por miedo, a posibles represalias del Opus Dei.

Creo en el Espíritu Santo y confiando en su intercesión, espero que Su Santidad escuche mi ruego.

Con toda humildad, pide su bendición, su hija en Nuestro Señor,

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Anexos: 11 páginas con relatos y

un folleto azul, borrador

de 53 páginas.

Maria del Carmen Tapia

980 Hot Springs Road

SANTA BARBARA, California, 93108-1111 (U.S.A.)

Teléfonos: Residencia: – de 16:00 a 6:30 horas -(805) 969-0090

Universidad:- de 7:00 a 15:00 horas -(805) 893-3075

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DOCUMENTO ADJUNTO­­

I. Algunos hechos sobre la conducta de Monseñor Escrivá con respecto a la Iglesia, a los sacerdotes en general y, a las religiosas; doctrina que imponía a sus miembros del Opus Dei, y que refleja, por una parte, su actitud general de segregación, elitismo y doctrina y por otra, como pinceladas, su carácter:

l.- «Yo querría señalaros una vez más cual es el espíritu nuestro en un medio maravilloso de santificación, en un medio que está instituido por Jesucristo, porque es sacramento: la confesión»

«¿Sabéis quien es para mis ovejas el Buen Pastor? El que tiene Misión dada por mí. Y yo la doy ordinariamente a los Directores y a los sacerdotes de la Obra. Gente que no conoce el Opus Dei no está dispuesta para ser el pastor de mis ovejas, aunque sean pastores de otras ovejas, aunque sean santos.»

«Conviene que os confeséis con los sacerdotes que están designados. Y está dispuesto que, al menos, hay que ir a ellos para recibir la bendición. Podéis ir a confesaros con cualquier sacerdote que tenga licencias del ordinario. De esta manera, yo defiendo la libertad, pero con sentido común. Todos mis hijos tienen libertad para confesarse con cualquier otro sacerdote aprobado por el Ordinario. Y no está obligado a decir a los Directores de la Obra que lo ha hecho. ¿Uno que haga esto peca? ¡No! ¿Tiene buen espíritu? ¡No! Está en camino de escuchar la voz del Mal pastor

«Si fuésemos a una persona que sólo puede curarnos superficialmente la herida…, es porque seriamos cobardes, porque no seríamos buenas ovejas, porque iríamos a ocultar la verdad, en daño nuestro. Y haciéndonos este mal, buscando a un médico de ocasión, que no puede dedicarnos más que unos segundos, que no puede meter el bisturí y cauterizar la herida, también estaríamos haciendo un mal a la Obra. Si tú hicieras esto, tendrías mal espíritu, serías un desgraciado. Por ese acto no pecarías, pero ¡av de ti!, habrías comenzado a_ errar, a_ equivocarte, habrías comenzado a oír la voz del mal pastor, al no querer curarte, al no querer poner los medios. Y estarías haciendo un daño a los demás.”

Tú conoces la doctrina del Cuerpo Místico, de la Comunión de los santos. Pues estarías haciendo daño a tus hermanos, y a los que están por venir, y a ti mismo, al cuerpo entero de la Obra. Porque además aquel mal pastor no venía a buscarte, habrías sido tú el responsable. Porque ese otro que no es Buen pastor, no viene sino para robar y matar y hacer estrago. Nosotros necesitamos tener un espíritu determinado y concreto. Nuestro espíritu está muy claro: nuestra ascética, nuestra mística, clarísima, y todo lo que sea deformar este espíritu, es robar y matar.«

«Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor sacrifica la vida por sus ovejas. Hace todos los sacrificios. Y vosotros debéis estar dispuestos a hacerlos todos también. Y el primero es éste: no ejercitar aquel derecho —porque el derecho lo tenemos— si lo podemos evitar siempre o casi siempre. Propósito firme: el primer sacrificio es no olvidar, en la vida, lo que expresan en Castilla de un modo muy gráfico: que la ropa sucia se lava en casa. La primera manifestación de que os dáis, es no tener la cobardía de ir a lavar fuera de la Obra la ropa sucia. Si es que queréis ser santos; si no, estáis de más.« (1)

(1) Ref.: Cuadernos – 3. «Vivir en Cristo», Roma (Apud Collegii Romana Sactae Crucis – 1973, pp.131-132-133.

(Este texto, de una de las publicaciones del Opus Dei «ad usum nostrorum» que tengo en mi poder, muestra claramente, por una parte, la presión moral que Monseñor Escrivá empleó siempre con los miembros del Opus Dei quitándoles la libertad de confesarse con sacerdotes ajenos a la Obra aunque tuvieran licencias ministeriales. Y, por otra parte, la soberbia de considerarse como el único Buen Pastor, por encima de miembros legítimos de la Iglesia e incluso de la doctrina concreta del Código de Derecho Canónico. He subrayado algunas frases que considero de relevante importancia y que a mi siempre me dañó oírlas al considerar a los otros sacerdotes de la Iglesia como «malos pastores».)

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2.- Como ejemplo concreto, consecuencia de lo anterior, narro lo siguiente:

Recuerdo una vez en Venezuela cuando el grupo de Superioras Regionales hacia los ejercicios espirituales, quisimos confesarnos con el sacerdote del Opus Dei que los dirigía y, que de acuerdo con las normas oficiales del Opus Dei estaba permitido hacerlo así. Cuando a través de una hojita conocida por «lista de confesiones» (es costumbre en las casas del Opus Dei entregar al sacerdote que confiesa una lista con los nombres de las personas que van a confesarse y que entran al confesionario por ese orden) Don José-María Félix, confesor ordinario de esta casa, y miembro también del gobierno regional de mujeres, se enteró de que las Superioras del Opus Dei nos queríamos confesar con ese otro sacerdote, vino a la casa, me mandó llamar ya que yo era la Directora del país, y me dijo: «Tú eres idiota. ¿Cómo es posible que des el mal ejemplo de quererte confesar tú y las demás con Don Alberto Genty cuando él no es el confesor ordinario?» Yo le referí al rescripto existente sobre esto y me contestó: «confesaros con Don Alberto Genty es como confesaros con el párroco de la esquina». Yo le indiqué que al ser un sacerdote del Opus Dei no podía ser considerado como mal pastor. Y él me subrayó que «todo aquel que no era confesor ordinario u extraordinario de una casa era mal pastor según la doctrina del Padre.»

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3.- Muy sutilmente con su típica frase de «tenis que tener la picardía de» le oí decir a Monseñor Escrivá que las Directoras tenían que enterarse si alguien se había ido a confesar fuera de la casa. Con este criterio la directora de cualquier casa estaba obligada a reportar a la superiora de la Región si alguien se había ido a confesar fuera. Y esta superiora, ordinariamente, estaba obligada también a comunicarlo al Consiliario (ahora vicario Regional) y a los miembros del gobierno regional en una de las sesiones.

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4.- Su visión de la Iglesia era como de un organismo del que no se puede prescindir, pero ineficaz. Su convencimiento era de que el Opus Dei estaba muy por encima de la Iglesia en santidad, en formación doctrinal y en todo. Especialmente cuando hablaba de los sacerdotes del Opus Dei solía decir «que eran su corona» (de él).

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5.- Respecto a S.S. Pío XII y durante mi estancia en Roma, del 1952 al 1956, especialmente en el año 1952 cuando María-Luisa Moreno de Vega (también Numeraria del Opus Dei) trabajábamos como secretarias personales de Monseñor Escrivá para toda la sección femenina del Opus Dei en el mundo le oí decir en varias ocasiones, con una rabia llena de impotencia refiriéndose a Pío XII: «este hombre no nos entiende y me tiene aquí encerrado. No me puedo mover. No puedo salir» Nos dejó muy clara la idea de que el Papa no le dejaba salir de Roma. Más de una vez le oí decir a Monseñor Escrivá refiriéndose a S.S. Pío XII: «Este santo varón, que Dios nos haría un gran favor si se lo llevara al cielo, pero cuanto antes.»

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6.- Con respecto a S.S. Juan XXIII su frase más suave hacia él fue decir que era «un patán». Cualquier miembro del Opus Dei puede dar este testimonio de una manera más viva. (Tengo varias personas que sólo puedo mencionar los nombres ante Su Santidad, y que darían clara cuenta de este hecho).

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7.- Con respecto a S. Santidad Paulo VI mis vivencias son directas durante mi estancia en Roma de 1965 a 1966. Más de una vez le oí decir a Monseñor Escrivá sobre S.S. Paulo VI cosas semejantes a las que dijo de Pío XII: «A ver si de una vez nos deja en paz y Dios nuestro Señor en su infinita misericordia, se lo lleva al Cielo.» Si a S.S. Juan XXIII lo consideraba «un patán» a Pablo VI lo consideraba «un jesuitón».

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8.- Cuando S.S. Paulo VI entregó la parroquia del Tiburtino al Opus Dei, en Noviembre de 1965 el Padre nos dijo a las mayores: «Hijas mías decidles a vuestras hermanas pequeñas (así llamaba a las sirvientas) que yo ya sé que me quieren mucho, pero que por esta vez, cuando llegue el Papa al Tiburtino le aplaudan más a él que a mí.»

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9.- Le oí decir muchas veces a Monseñor Escrivá: «En mi vida he conocido varios Papas, cardenales muchos, Obispos, un montón, pero Fundadores sólo uno y Fundadores del Opus Dei: sólo yo.» Después solía agregar: «Dios os pedirá estricta cuenta de haberme conocido». Y sabiendo que yo copiaba las cosas que él decía, me buscaba entre el grupo donde estábamos varias Numerarias y algunas veces con las sirvientas y preguntaba «A ver, donde está ésa». Y cuando yo le respondía «estoy aquí, Padre», él agregaba: «escribe esto para que quede». «Sí, Padre, ya lo he escrito», le respondía yo. Otras veces, cuando decía algo que no era positivo para alguien, especialmente de la Iglesia o persona pública, solía dirigirse a mi diciéndome: «No se te ocurra escribir eso, porque esto os lo digo yo a vosotras, pero si me enterase que una hija mía repite esto que yo he dicho, pensaría que es tonta. Y yo hijas tontas, no quiero. ¡Listas y muy listas! ¡Ala!».

De forma oficialmente impresa esta idea quedó plasmada de la siguiente manera:

«Hijos míos, os tengo que hacer una consideración que, cuando era joven, no me atrevía ni a pensar ni a manifestar; y me parece que ahora debo decírosla: En mi vida, he conocido ya a varios Papas; cardenales muchos; obispos, una multitud; ¡Fundadores del Opus Dei, en cambio, no hay más que uno! aunque sea un pobre pecador como soy yo; bien persuadido de que el Señor escogió lo peor que encontró, para que así se viera más claramente que la Obra es suya. Pero Dios os pedirá cuenta de haber estado cerca de mí, porque me ha confiado el espíritu del Opus Dei, y yo os lo he transmitido.

«Os pedirá cuenta por haber conocido a aquel pobre sacerdote que estaba con vosotros, y que os quería tanto, tanto, ¡más que vuestras madres! Yo pasaré, y los que vengan después os mirarán con envidia, como si fuerais una reliquia: no por mí que soy —insisto— ­un pobre hombre, un pecador que ama a Jesucristo con locura; sino por haber aprendido el espíritu de la Obra de labios del Fundador» (1).

(1) Ref. Cuadernos – 3 «Vivir con Cristo», Roma (Apud Collegii Romani Sanctae Crucis, 1973, p.86.

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10.- «Prefiero mil veces que una hija mía muera sin recibir los Santos Sacramentos, antes de que le sean administrados por un Jesuita”.

(Esto se lo oí yo decir a Monseñor Escrivá en Roma repetidas veces. Delante estaba casi siempre Álvaro del Portillo, Encarnita Ortega y alguna otra Superiora mayor, creo recordar que María-José Monterde. Era bien conocido por los miembros mayores de la Obra la hostilidad que Monseñor Escrivá sentía hacia la Compañía de Jesús. Siempre nos dejó ver que la Compañía de Jesús le había hecho mucho mal a la obra. Siempre que hablaba de los Jesuitas les llamaba «los de siempre».)

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11.- Es un punto muy curioso a considerar que, en el Opus Dei, lo usual es que la primera vocación de miembros Numerarios sea ordenado sacerdote. Los sacerdotes se ordenan para servir a la Obra, no para servir a la Iglesia como dicen. (Tengo testimonio de un sacerdote del Opus Dei) La forma de ordenar sacerdotes era poco menos que «a dedo». Le oí contar a Monseñor Escrivá cómo, al acercarse el día de su santo, le preguntaban los Numerarios en Roma que estaban en el Colegio Romano de la Santa Cruz, qué regalo querría para su santo y él contestó que (un número concreto) de hijos suyos sacerdotes. Esto originaba, por lo visto cierta conmoción ambiental ya que los varones no entran al Opus Dei para ser sacerdotes. Nos relataba Monseñor Escrivá cómo después de está petición suya y aprovechando la oscuridad, durante la proyección de una película, en el aula magna de la casa central, se le acercaba algún Numerario y le decía: Padre, estoy dispuesto a ser sacerdote. El (Monseñor Escrivá) se hacia el sordo y le decía «Hijo mío habla más alto que no te oigo» Y el muchacho iba alzando más y más la voz porque Escrivá le decía que seguía sin oírle. Y, cuando por fin, le oía le decía: «Muy bien, hijo mío, pues habla con tu Director». Mientras nos contaba esto Monseñor Escrivá se reía y nos decía: «Yo lo que quería es que le oyeran los demás.»

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12.- Su falta de respeto a los obispos y de tono humano personal era notoria. Por ejemplo, cuando en la visita «ad limina» de alguno de los obispos que estaban en una ciudad o país donde el Opus Dei pensaba abrir una casa, Monseñor Escrivá, a través de Álvaro del Portillo, le invitaba a comer a la casa central, y a nosotras, —yo le oí directamente decir esto a Monseñor Escrivá— nos hacia advertencias de este tipo: «A este hombre le gusta comer mucho. O sea hijas mías prepararle una comida que se la pueda tocar con los dedos» (Y abriendo Monseñor Escrivá la boca se metía los dedos para indicarnos hasta donde le tendría que llegar la comida a aquel obispo).

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13.- «Las nuestras no tendrán que responder a ninguna nota o carta que puedan llegar de los Obispos ni de la Comisiones episcopales. Se las entregarán al Consiliario para que él me las haga llegar a mí».

(Existen en el Opus Dei una serie de notas y rescriptos llegados de Roma en la que nos indicaban la prohibición tajante de que las mujeres nos relacionáramos con la Jerarquía eclesiástica y mucho menos con las religiosas o los miembros de cualquier otro Instituto secular.)

Sólo nos estaba permitido, por indicación expresa de Monseñor Escrivá, visitar al ordinario del lugar y al Nuncio por Pascua Florida y por su onomástico. Las visitas estaban estipuladas que tenían que ser:

a) hechas por dos Superioras;

b) las conversaciones con el Obispo o con el Nuncio tenían que reducirse a «contarles solamente cosas simpáticas o anecdóticas de nuestras sirvientas»;

c) no se les debía decir cuantas vocaciones habíamos tenido (mujeres, claro) al Opus Dei:

d) tampoco se les debía decir si Monseñor Escrivá estaba de viaje. Cuando nos preguntaban por él sistemáticamente había que decirles que estaba en Roma;

e) después de realizada la visita había que escribir una ficha de 4″x6″ relatando exactamente la conversación [que se había] tenido con el Obispo o Nuncio;

f) esta ficha se mandaba en el primer correo a Roma, al Gobierno central de mujeres, quienes se la entregaban a Monseñor Escrivá.

Siendo Nuncio Apostólico de S.S. en Venezuela Monseñor Dadaglio, con quien personalmente siempre guardé una relación personal muy sincera, me preguntó, en una de las visitas oficiales que yo le hice, acompañada de otra Numeraria, cuantas vocaciones habíamos tenido aquel año. De la manera más espontánea yo le dije el número. Esta ficha llegó a Roma. El Consiliario del Opus Dei en Venezuela, Don Roberto Salvat Romero, me hizo llegar, «de parte del Padre” (Monseñor Escrivá) la indicación de que «había sido muy indiscreta con el Nuncio, porque a la Jerarquía de la Iglesia no había que darles explicaciones de ninguna clase respecto a la Obra». Cuando yo pregunté el por qué, la respuesta fue «porque lo ha dicho el Padre y basta».

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14.- Cuando Monseñor Escrivá hablaba ante un grupo de Numerarias y sirvientas, dejaba ver muy claro su desprecio hacia las monjas. Fueron muchas las veces que le oí decir: «Hijas mías no me seáis bobicas como las monjas» y al decir esto hacía la mímica con las manos pegadas a la cara y remedando con la voz una persona bobalicona.

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15.- Oí bastantes veces decir a Monseñor Escrivá que «las monjas eran tontas» y agregaba que él la única monja que visitaba era Sor Lucia de Portugal, «no porque haya visto a la Virgen, sino porque nos quiere mucho», y agregaba: que Sor Lucia era «un poco tontucia pero una buena mujer».

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16.- Estando en Roma se le contaban al Padre la actuación de las monjas, ridiculizándolas, cuando en el aeropuerto un grupo grande de una orden o congregación esperaban la llegada de la Madre General y gritaban las monjitas «Nuestra Madre, Nuestra Madre». Monseñor Escrivá se reía a carcajadas. Es curioso, qué aquello que tanto le hacia reír a Monseñor Escrivá se repitiera años más tarde en su persona.

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17.- No quería que tuviéramos trato alguna con las religiosas y esto era bien conocido por todas las Numerarias como me lo comentaba en mi última visita a Caracas Sor Isabel de la Trinidad, (Trina Gordils). Sor Isabel de la Trinidad era Carmelita descalza, y falleció este año en Caracas. Era abogado y periodista y fue la primera Oblata del Opus Dei (ahora llamadas Agregadas). Se salió del Opus Dei para entrar al Carmelo porque quería llevar una vida contemplativa y pobre. Esta religiosa tenía un gran sentido del humor, que siempre conservó. Me contaba, a propósito del proceso de beatificación de Monseñor Escrivá: «Niña, antes ni se ocupaban de nosotras, (refiriéndose al Opus Dei); pero desde que se murió el Padre, pululan por aquí (el Carmelo) todos sus curas: el Don Roberto y el otro y el otro para que pidamos por la beatificación de Monseñor. Y nos dan estampitas y toda la parafernalia”. Cuando yo la preguntaba: —Trina, ¿tú realmente crees que el Padre era santo?», ella me respondió: «¡No, niña! ¡Qué va a ser santo ese hombre después de todo lo que te hizo a ti en Roma! Y ‘el de Arriba’ (como ella siempre llamaba a Nuestro Señor) lo sabe igualito que nosotras. Y si sale será por un apaño humano o porque el Espíritu Santo se tomó vacaciones.»

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18.- Monseñor Escrivá tenía a mi entender un poco de manía persecutoria: siempre desconfiaba de la Iglesia. Esto lo reflejaba de muy diversas maneras: con dichos como «cuando yo llegué a Roma perdí la inocencia» (refiriéndose a la llamada ‘política vaticana’. Confiaba, sin embargo, en el hecho de que Álvaro del Portillo y Salvador Canals tuvieran responsabilidades dentro del Vaticano para poder estar «al tanto de las cosas que pasan por dentro», nos dijo en más de una ocasión a algunas de las Superioras mayores en Roma. Y anhelaba el día en que muchos de los miembros del Opus Dei estuvieran esparcidos dentro del Vaticano «y entonces nos van a oír» decía.

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19.- Tenía total convencimiento de que iba a ser santo. Y preparó todo en vida en este sentido: desde su tumba en la casa central con la indicación a las superioras de: «Pero no me dejéis aquí mucho tiempo. Que me lleven luego a una iglesia pública para que os dejen en paz y podáis trabajar.»

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20.- Se guardaba en todas las casas la ropa personal que desechaba para las reliquias futuras; se marcaba por debajo las sillas donde se sentaba; las flores que adornaban el altar se hacían cuadros y las cosas que él daba: crucifijos, tijeras de uñas que no funcionaban ya bien, lapiceros, fotografías suyas, eran propiedad de la persona que las recibía. Las cosas dadas por el Padre no entraban en el ‘espolio’ anual, ni ningún director las podía quitar.

21.- La pila donde le bautizaron la llevaron a Roma porque él indicó que se hiciera así. Lo mismo que quiso que su hermana se enterrase en la casa de Roma y que los cadáveres de sus padres se los llevaran a la casa del Opus Dei de Diego de León en Madrid. Todo esto lo dispuso en vida. Quería siempre rodear de una aureola especial a su familia. No es cierto lo que dicen sus biografías de que su hermana Carmen cuando supo que se moría ofreció todo por la Obra y por el Padre. Su hermana quiso morir en España y Monseñor Escrivá no la dejó ir. Me contó Lourdes Toranzo que «les costó mucho» que aceptase el morirse en Roma y se empeñaron en que «hiciera ese sacrificio por su hermano el Padre».

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22.- Le gustaba el poder y la grandeza aunque lo recubría de palabras como «soy un pobre burro sarnoso», pero luego nos agregaba que Dios Nuestro Señor le había dicho «un burro fue mi trono en Jerusalén.»

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23.- En uno de los Congresos Generales, cuando Antonio Pérez Tenessa estaba en el Opus Dei, le dijo que propusiera en ese Congreso el que al Presidente General se le saludase con la rodilla izquierda en el suelo. Cosa que quedó establecida desde entonces. Cuando Monseñor Escrivá nos lo contaba a nosotras, Superioras del Opus Dei nos agregaba: «Hijas mías no es por mi, porque sé que me queréis mucho y me respetáis. Yo lo hago por el pobrecico que me siga.»

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24.- Cuando se erigió oficialmente el Estudio General de Navarra, organizó las cosas para que se le eligiera «Gran Canciller» y desde entonces empezó a hacer sus apariciones en lugares públicos como teatros, aulas magnas, etc., etc. Cuando iba a una de estas ciudades las preguntas que se le hacían estaban, la mayoría preparadas y consultadas con los respectivos superiores antes de serle hechas en público. Y en muchos casos, consultadas también con él previamente.

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25.- Cuando Monseñor Escrivá invitaba a almorzar a algún Cardenal en alguna casa del Opus Dei, las Numerarias teníamos que preparar a las doncellas para que empezaran a servir a la vez a Monseñor Escrivá y al Cardenal invitado: a nadie se le podía servir antes que a Monseñor Escrivá.

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26.- Si algo le gustaba en alguna casa que visitaba, indicaba a las superioras que le dijeran a esas personas que dieran aquel cuadro o tapiz para la Obra. (Ejemplo: Álvarez de Toledo en Madrid). Como pertenecía al patrimonio familiar, esta señora dijo que no se lo podía dar, pero a cambio le dio más de un millón de pesetas. En Sevilla se antojó de un biombo que pertenecía a una señora de la aristocracia española y sucedió lo mismo que el ejemplo anterior.

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27.- Un sacerdote que llegó a Madrid de Roma, en 1967, le dijo a una Supernumeraria, Maite Sánchez-Ocaña, que Monseñor Escrivá les había dicho que «si cuando a él le concibieron sus padres no le hubieran deseado, los hubiera escupido en su tumba.»

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28.- Era tal el culto que se le daba en vida a Monseñor Escrivá, que él mismo consideraba de buen espíritu si alguien de la obra, Supernumerarias o Cooperadoras, mandaban flores por avión para la misa que iba a celebrar en un lugar determinado, aunque este avión viniera a veces de país distinto donde él celebraba la Misa.

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29.- En Roma, los quesos tenían que ser suizos y concretamente «el de la florecita» como él nos dijo una vez. Era un queso de porciones con un ‘edelweis’, que nos costó caminarnos toda Roma para encontrarlo. Como eran quesitos de porciones, se compraban varias cajas ya que en cada una sólo había uno con florecita.

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30.- El champagne en la mesa de Monseñor Escrivá, cuando había invitados, tenía que ser ‘rosé’. Sus cubiertos eran siempre de plata. La ropa que usaba de hilo. Y los zapatos con hebillas de plata. Aunque a él le gustaba hablar de sus «zapatos viejos».

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31.- Cuando le otorgaron la cruz de San Raimundo de Peñafort (era de plata sobredorada muy bonita) se la entregó Antonio Pérez Tenessa; Monseñor Escrivá la consideró muy pobre y dijo que tenía que ser una con brillantes, que se la hicieron, como él quería.

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32.- Para el compromiso matrimonial de su hermano Santiago, le aconsejaron los sacerdotes de la Obra que debería ir a Zaragoza a pedir él la mano. Monseñor Escrivá dijo que solamente iría si se alojaba en Zaragoza en el Palacio de Cogullada y en la misma habitación donde se alojó Franco, el jefe de Gobierno en España. Y que si no era allí, no iba. Los miembros de la obra tuvieron que hacer muchas gestiones, pero al final lo lograron y se alojó allí.

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33.- Fueron conocidas las gestiones que se hicieron para que le nombraran «Caballero de la Orden de Malta», pero nunca se lo concedieron. En cambio logró que uno de los miembros de la obra, en un puesto clave en España, pudieran conseguir comprar para él el titulo nobiliario de «Marqués de Peralta».

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34.- Su lenguaje era muchas veces vulgar. Fui testigo, un domingo de Pascua en Roma de lo siguiente: A las Numerarias del gobierno central nos habían dicho que podíamos subir al comedor de la Villa Vecchia, después de su almuerzo para felicitarle la Pascua. Cuando llegamos al comedor Don Álvaro estaba fumando con su acostumbrada boquilla de marfil. Monseñor Escrivá, por una ventana abierta de par en par al jardín de la Villa, hablaba con un grupo de Numerarios y les decía entre grandes risotadas: «Beberos el cognac que os he mandado, pero eso sí, no hagáis como ese Monseñor Galindo, paisano mío, que calentaba la copa en la bragueta». Todas le oímos perfectamente y Don Álvaro le llamaba, tratando de advertirle que habíamos llegado, pero no le oía. Cuando se dio cuenta, cerró la ventana de un golpe seco y nos dijo: «Hijas mías, Dios os bendiga.» Esto nos lo prohibieron comentar después.

(Monseñor Don Pascual Galindo era el Rector de la Iglesia del Espíritu Santo en Madrid).

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35.- Era destemplado en su carácter. Las «broncas» del Padre eran conocidas muy bien por los miembros todos de la Obra. «Monseñor Escrivá, en incoherencia, le faltaba el sentido de caridad más básico: sabía muy bien mostrar la faceta de santo frente a las multitudes, incluso llamándose pecador, pero era capaz de insultar de la manera más terrible cualquier persona por el motivo más nimio: por ejemplo si un huevo frito no estaba frito como a él le gustaba, por ello, podía lanzarle una bronca a una directora. Si un mantel de altar no se planchaba exactamente a los centímetros del suelo que él tenía estipulados, era capaz de lanzarle un ex-abrupto igualmente a la Directora. O porque en la cocina se hacía ruidos al fregar los cacharros, etc. etc. En el diario de la casa no se podía escribir que «el Padre se enfadó o lanzó una bronca», sino que había que decir: «El Padre nos enseñó hoy tal o cual cosa».

Santa Bárbara, 31 de julio de 1991.

 

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Santa Bárbara, 24 de septiembre de 1991

Su Eminencia Ilustrísima

Cardenal Angel Sodano

Secretaría de Estado

Ciudad del Vaticano

DE CONCIENCIA

Eminencia:

Con renovada confianza le adjunto este nuevo material «Secreto y de conciencia» con el ruego de que igualmente al anterior lo ponga directa y personalmente en las manos de nuestro Santo Padre, Su Santidad Juan Pablo II.

A este punto es obvio insistirle en la importancia del material adjunto y que por ello, abusando de su bondad, sea Vd. quien lo entregue directa y personalmente al Santo Padre.

Le agradecería en el alma me hiciera llegar una breve nota asegurándome que tanto el material enviado para el Santo Padre a través de Su Eminencia con fecha 2 de agosto de 1991, como este de hoy le ha sido entregado personalmente a Su Santidad. Se con seguridad, a través del correo utilizado que el material le llegó a S. Eminencia; sin embargo, no he recibido todavía confirmación de S.E. de haber entregado el material al Santo Padre.

En espera de sus noticias, con toda gratitud y respeto, le pide su bendición,

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P.D. Quiero ratificarle, Eminencia, que estoy dispuesta a desplazarme a Roma a la primera llamada del Santo Padre.

María del Carmen Tapia

980 Hot Springs Road

SANTA BARBARA, California, 93108-1111 (U.S.A.)

Phone: Residencia: (805) 969-0090

Universidad: (805) 893-3075

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Santa Bárbara 24 de septiembre de 1991

A Su Santidad Juan-Pablo II

Ciudad del Vaticano

Beatísimo Padre:

Mientras espero recibir de Su Santidad la oportuna notificación para ser interrogada respecto a la causa de beatificación de Monseñor José-María Escrivá de Balaguer y, como continuación a mi carta del 2 de agosto de 1991, (que de acuerdo con el correo oficial fue recibida en su Secretaria de Estado con fecha 9 de agosto de 1991) me permito incluirle, como addenda, la siguiente relación de hechos que considero de gran importancia:

1. Actuación personal de Monseñor Escrivá en mi proceso personal de dimisión del Opus Dei.

2. Como consecuencia de lo anterior, fotocopias de la carta que enviaron a mi padre, por indicación directa y precisa de Monseñor Escrivá, así como de las cartas enviadas por mi padre a Monseñor Escrivá.

3. Fotocopias de las cartas enviadas por indicación de Monseñor Escrivá a diversas autoridades universitarias y diplomáticas negando los estudios de Filosofía y Teología que yo realicé en el Opus Dei. Hay que tener en cuenta que dichas cartas en el Opus Dei sólo pueden escribirse por indicación directa y precisa del Presidente General, en aquel entonces, Monseñor Escrivá. En esencia, lo que trataba de negarse era no solamente los estudios que yo realicé, sino que yo hubiera pertenecido a la institución. De hecho, S.E. el Cardenal Tavera, q.e.p.d., trató de ayudarme con ese motivo y nunca alcanzó a entender la falta de caridad y justicia en la actuación de Monseñor Escrivá.

Es obvio, Beatísimo Padre, que estoy dispuesta a ampliar estos hechos de palabra ante Su Santidad o como le dije en mi anterior carta y le ratifico ahora, ante el juez de su estricta y personal confianza que, que ni de cerca ni de lejos, tenga relación alguna con el Opus Dei. Igualmente estoy dispuesta a ratificar todo ello bajo juramento.

Se que varias personas que estuvieron durante muchísimos años en el Opus Dei acaban también de escribirle nuevamente, ya que la correspondencia enviada previamente parece que nunca llegó a las manos de Su Santidad.

El asunto es tan grave en su conjunto, Beatísimo Padre, que más que nunca confío plenamente en el Espíritu Santo para que ilumine a Su Santidad, y le mueva, precisamente por el sentido de justicia inherente como Pontífice, a escuchar a cuantos de sus hijos lo hemos solicitado de corazón como hijos también de la Iglesia y por el bien de las almas.

Le pide con humildad la bendiga, su hija en Nuestro Señor,

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Anexos:*

1. Actuación personal de Monseñor José-María Escrivá en mi proceso personal de dimisión del Opus Dei (18 páginas)

2. Correspondencia entre Monseñor Escrivá y mi padre (3 cartas).

3. Correspondencia entre el Decano de Estudiantes extranjeros de la Universidad de California, Dr. K. M. Matthew y Monseñor José­-María Escrivá (3 cartas).

4. Correspondencia entre el Decano de Estudiantes extranjeros de la Universidad de California, Dr. K. M. Matthew y el Consiliario de Venezuela, Roberto Salvat, a través del Nuncio Apostólico en Venezuela, Monseñor del Judice (3 cartas).

5. Carta de la Administrative Assistant del Decano de Estudiantes extranjeros, Mrs. Muriel E. Engle a la Secretaria Regional de Venezuela, Sofía Pilo.

6. Carta del Abogado Dr. Carlos Hernández Bitter al Consiliario de Venezuela, Roberto Salvat.

7. Correspondencia entre el Chairman del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de California, Professor G. J. Larson, y Mr. William K. Braun, Attaché Cultural de la Embajada de los Estados Unidos en Roma (4 cartas).

8. Correspondencia entre María del Carmen Tapia y S. E. el Cardenal Arturo Tavera (2 cartas).

9. Declaración del Dr. Faustino Castro, abogado y sacerdote.

10. Correspondencia entre el Chairman del Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de California, Professor G. J. Larson y Monseñor José-María Escrivá (2 cartas).

11. Certificado de Estudios expedido por un sacerdote Numerario del Opus Dei.

* Los textos de los anexos aquí indicados no se incluyen ahora porque, al estar ya incluidos en capítulos anteriores, resultaría repetitivos.

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Me Voy del Colegio Mayor Peñafiel y del Opus Dei

May 18, 2007

JF.

Actualmente vivo en el Colegio Mayor Peñafiel de Valladolid, no soy del Opus Dei. Fui uno de los primeros estudiantes en ir a vivir allí después de que tuvieran que cerrarlo (2005) como centro de formación de ‘numerarios’.

He leído el artículo La verdad del Colegio Mayor Peñafielen OPUSLIBROS.ORG y quiero decir públicamente que me voy a buscar otro sitio para vivir en Valladolid el curso que viene. Yo había conocido el Opus Dei hace ya tiempo a través de un amigo de mis padres aunque nunca he mantenido contacto estrecho con esta institución hasta que entré en el Colegio Mayor Peñafiel. Precisamente fue mi padre quien hace unos meses me recomendó leer esa web y tener ‘mucho cuidado’.

La primera impresión que uno tiene cuando entra en este sitio es la de haberse metido en un convento inhóspito y frío, pero como la comida es buena y los baños están limpios, todo parece ir bien. Buena sala de estudio, buena piscina, buena cancha de fútbol. Buen ‘ambiente’. El equipamiento material está muy bien, pero el ‘equipamiento humano’ es trágico.

Yo me considero una persona normal y creo que tengo un poco de sentido común, y, tras dos años en este lugar, he llegado a la certeza de que la gente del Opus Dei está loca de remate o enferma, y que son peligrosos, raros, cerrados, retraídos, acomplejados, tristes. Que no piensan, que no son personas, sino autómatas, parecen zombis, clones, robots, marionetas, loros que repiten las mismas cosas y hablan de la misma manera, se mueven igual y visten del mismo modo. No se como explicarlo, son como unas flores de plástico que agradan al principio y luego decepcionan porque son fachada hueca, apariencia, artificio. No tienen nada ‘suyo’, pero no me refiero a que no dispongan de sus cosas y de su tiempo, sino que no tienen personalidad ni carácter, ni sienten, ni padecen, es como si les faltase la chispa de la vida.

Y, con bastante poco sándalo, entusiasmo y gracia, pretenden convencerte de que seas uno de ellos, de lo bonito que es ser como son ellos, de la alegría y el optimismo de su ‘entrega’. Yo no quiero ser como vosotros, no quiero que me roben el alma para meterla en un archivo. No quiero ser una triste caricatura de mi mismo, no quiero ser un robot insensible que repite retahílas aprendidas de memoria pero no sentidas ni vividas, no quiero que me enseñen a ‘desaprender’ de querer a los demás, aunque tengan defectos y discurran de un modo diferente a mi.

Pero, ¿cómo van a ser estos ‘numerarios’ si los han estado moldeando, lavando el cerebro, adoctrinando y programando desde niños? Si a uno le hacen ‘numerario’ con 14 años y sólo conoce el inquieto y suspicaz mundo del Opus Dei acaba siendo así: de hielo y con algún tornillo de menos.

Leyendo EXOPUS y OPUSLIBROS.ORG he constatado mis sospechas sobre lo desalmado que es el Opus Dei, aunque nunca me imaginé que esta institución llegara tan lejos en su fanatismo y fuese tan calculadora con todo, para una persona que no ha estado dentro del Opus Dei es poco menos que increíble imaginar semejante ‘trastienda’ y tanta hipocresía. El escrito La verdad del Colegio Mayor Peñafielme ha tocado muy de cerca, porque conozco a muchas de las personas que se citan en el. Veo que estas personas, en realidad, sufren mucho y no me extraña. Ahora puedo explicarme cosas que no lograba entender. Muestra al Colegio Mayor Peñafiel, y a todo el Opus Dei que está detrás, como una gran mentira que hace daño a las personas y que las utiliza, porque no importa la persona, el individuo debe ser ‘digerido’ por un organismo voraz: LA OBRA. Yo, hasta donde he visto, doy fe de que las cosas funcionan así, aunque sea difícil de creer que se sostenga, no por mucho más tiempo, una cadena tan larga y elaborada de mentiras. ¿Voy a seguir ni un mes más en un antro como este? ¡NO!, PREFIERO TENER QUE DORMIR EN LA CALLE.

No hay claridad, todo son susurros y consultas, y broncas destempladas por tonterías, segundas intenciones y laberintos. No hay amistad, sin amigos una persona está como muerta. ¿Por qué los del Opus Dei no pueden tener amigos de verdad?, ¿es que a LA OBRA le interesa tener ‘cadáveres’ que se pudran en sus casas y centros? Yo quiero tratar con personas de carne y hueso, como soy yo, y por eso me entiendo con ellas. No quiero a un mal actor que se pase el día fingiendo, con una sonrisa falsa grapada a la cara, con ademanes prepotentes, con reacciones desproporcionadas y desequilibradas, que igual te echa una bronca por llevar una camiseta cuando hay una temperatura de 30 grados en Valladolid y, a la semana siguiente, se pone a chillar y a hacer pucheros en la sala de estudio porque alguien le ha descolocado los apuntes.

No quiero, aun indirectamente, prestar mi apoyo a una institución que es perversa, por eso me iré, con mucho gusto, del Colegio Mayor Peñafiel y para mi el Opus Dei será una experiencia felizmente pasada, que me haga tener presente lo malo que es ocuparse fanáticamente en un objetivo pasando por encima y aplastando a las personas. No quiero vuestras charlas ni vuestras lecciones porque me habéis demostrado que conducen a la despersonalización y a un estado de letargo y apatía anímica que espero no volver a ver nunca. No quiero que me adoctrinéis con teorías extrañas que no son para seres humanos sino para individuos grises e infelices que se pasean entre sus contemporáneos despreciando todo lo que no es lo suyo y criticando todo lo que no se ajuste a sus prejuicios programados en laboratorio. No quiero convertirme en algo que da pena, en una piltrafa, en una ruina.

¿Qué puede tener el Opus Dei que haga tanto daño a los que se arriman a el?, sí que es verdad que todo esto suena a ‘secta dañina’. Yo soy católico y no veo nada católico en el comportamiento del Opus Dei que conozco a través de Colegio Mayor Peñafiel. Me revienta tanta mentira y tanta tontería para mantener un mundo, el de LA OBRA, que desaparece.

Me voy de vuestra ‘obra corporativa’ de captación y no me iré solo, porque los que allí vivimos vemos las mismas cosas (las ve cualquiera) y, en esto, tenemos muy claro lo que pensamos. Seguid con vuestra enferma visión del mundo, con vuestra negativa concepción de la vida y vuestra anulación de la persona hasta que no podáis más y me encontréis para ayudaros en lo que pueda.

GRACIAS ‘ALDEBARÁN’

Un sincero abrazo.

JF.

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En el Opus Dei: ¿Medios de Formación o de Deformación?

May 9, 2007
Iván de ExOpus

«Durante mi época de centro de estudios comenzaba el día con media hora de oración, por lo que se entendía un señor sacerdote predicando en el oratorio. Durante la mañana había que escuchar las clases en la Facultad. Tampoco me interesaban; pero no me permitían dejar de asistir a ellas. Luego llegaba la tertulia, que también consistía en que un señor tomaba la palabra sobre un tema y hablaba él solo. Por la tarde eran las clases de filosofía propias del centro de estudios: lógica formal, lógica material, crítica, metafísica, etc. Y al atardecer aparecían los eventos culturales, que consistían en conferencias de un ilustre conferenciante que hablaba de cosas así como, “España hoy”, “De la entelequia al ostracismo”, “La ruta de los maquiavélicos”, “La geografía del mañana”, etc. Al cabo del día había sumado 12 horas de escuchar. Tengo que agradecer a esa formación que me dio el Opus Dei mi capacidad de abstracción. Actualmente soy capaz de asistir a una conferencia, a una obra de teatro, a un meeting político a un sermón dominical sin enterarme de nada de lo que se ha dicho» (La sola doctrina. Gervasio, 7 de mayo de 2007).

¿Qué es lo que el Opus Dei pretende con tantos medios de formación, tan aburridos, en los que siempre se repite los mismo, en los que no hay ni una sola aportación creativa por parte de quienes los dan (salvo, al principio, la de encontrar sinónimos para decir lo mismo que el Fundador, lo que hace tiempo que ya se agotó), en donde la habilidad más apreciada por parte los oyentes es la capacidad de dormirse con los ojos semiabiertos, aparentando estar despierto?

Creo que el Fundador no veía ese aburrimiento mortal de los medios de formación del Opus Dei como un defecto (porque si no lo habría evitado, en su mano estaba), sino como una cualidad muy querida por él, ya que con esa somnolencia forzada y forzosa en la que cae quien asiste a ellos se consigue anular su espíritu crítico (por lo que se “tragan” lo que les echen) e impregnar el subconsciente con lo que se repite sin cesar.

El Opus Dei no funciona por razonamientos sino por etiquetas prefabricadas por los de arriba (que siguen a píes juntillas los pensamientos del Fundador) y la mejor manera de aprenderlas de memoria es repetirlas sin cesar, y el método más eficaz para que la persona se crea que son de él y no implantadas es la de escucharlas dormido o medio dormido, pues así la idea queda dentro pero no se es consciente de donde ha venido, por lo que se considera propia y se llega a “matar” por defenderla.

Como consecuencia de lo anterior, el mejor antídoto para liberar el pensamiento de la esclavitud ajena consiste en cuestionárselo todo y no aceptar solución alguna que no hayamos descubierto por nosotros mismos.

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